La noche del 7 de diciembre de 2010, ante un callado auditorio en la ciudad de San Francisco, el exingeniero de Google Patri Friedman bocetaba el futuro de la humanidad. El evento había sido organizado por la Fundación Thiel, creada cuatro años antes por el fundador ultraliberal de PayPal, Peter Thiel, para “defender y promover la libertad en todas sus dimensiones”. Detrás de un atril, Friedman –nieto de Milton Friedman, uno de los más influyentes economistas liberales del siglo pasado– desplegaba su plan. Quería transformar cómo y dónde vivimos, abandonar la vida terrestre y todas nuestras decrépitas suposiciones sobre la naturaleza de la sociedad. Quería, simplemente, fundar una nueva ciudad en medio del océano.
Friedman lo llamó seasteading, “colonización de altamar”, una frase que tomó prestada de Wayne Gramlich, el ingeniero informático junto a quien había fundado el Seasteading Institute en 2008 con la ayuda de una donación de 500.000 dólares de parte de Thiel. Durante los cuatro minutos de su presentación, Friedman explicó su razonamiento. ¿Por qué, se preguntaba, en uno de los países más avanzados del mundo seguían utilizándose sistemas de gobierno de 1787? (“Si condujeras un coche de 1787, sería un caballo”, señaló). El Gobierno, creía, necesitaba una mejora similar a la actualización del sistema operativo en un móvil. “¡Pensemos en el Gobierno como una industria, donde los países son empresas y los ciudadanos son clientes!”, declaró.
La dificultad para dar inicio a una nueva forma de Gobierno, según Friedman, tan solo era falta de espacio. Toda la tierra del planeta ya estaba ocupada. Lo que necesitaban era una nueva frontera y esa frontera era el océano. “Permitid que florezcan miles de naciones en altamar”, proclamó con un fervor casi maoísta. Quería que los experimentos de seasteading comenzaran cuanto antes. Imaginaba que, dentro de tres a seis años, los barcos serían reconvertidos en clínicas flotantes. Predijo que en 10 años habría pequeñas comunidades asentadas permanentemente en altamar. Tenía la esperanza de que en unas pocas décadas hubiese ciudades flotantes con “millones de personas fundando diferentes maneras de vivir en comunidad”.
La política sería reescrita. La belleza del seasteading era que ofrecía a sus habitantes total libertad y albedrío. En 2017, Friedman y el “evangelista del seasteading” Joe Quirk escribieron un libro, Seasteading, en el que describen cómo una comunidad de asentamientos flotantes podría reorganizarse constantemente según lo que decidieran los dueños de cada unidad. (Hoy Quirk dirige el Seasteading Institute, Friedman permanece como presidente del consejo). “La democracia sería actualizada a un sistema donde las minorías más pequeñas, incluso las individuales, podrían votar con sus casas”, dice el libro.
Durante la década posterior a la charla de Friedman, variados intentos de concretar la apropiación del mar se frustraron. La “seavilización” (un juego de palabras con sea -mar en inglés- que se pronuncia “si”) , como él la llama, siguió siendo una fantasía. Entonces, en octubre de 2020, parecía que su sueño finalmente se volvería realidad cuando entusiastas del seasteading adquirieron un crucero de 245 metros de largo llamado Pacific Dawn (Amanecer en el Pacífico). Grant Romundt, Rüdiger Koch y Chad Elwartowski planeaban navegar la embarcación con dirección a Panamá, donde vivían, y anclarla en la costa de forma permanente para que fuera la sede central de una nueva sociedad que comerciaría solo utilizando criptomonedas. En homenaje a Satoshi Nakamoto, el pseudónimo del misterioso inventor (o inventores) de las criptomonedas, rebautizaron al barco como MS Satoshi. Tenían la esperanza de que se convirtiera en un hogar para personas como ellos: nómades digitales, emprendedores y pioneros en el uso de bitcoins.
Su visión era utópica, si tu definición de utopía es una criptocomunidad flotante en el Mar Caribe. El seasteading ya no era un ideal futurista; era, según Romundt, “un barco de verdad”. El Satoshi también ofrecía la oportunidad de reunir a dos movimientos: los devotos de las criptomonedas y los partidarios del seasteading, unidos por su deseo de liberarse de las convenciones, de las regulaciones, de los impuestos. Libres del Estado en todas sus formas. Pero convertir un crucero en una nueva sociedad resultó ser más desafiante que lo esperado. Los territorios de ultramar, si bien parecen ilimitados y libres, son, en realidad, algunos de los lugares más estrictamente regulados del planeta. El sector de los cruceros se ve particularmente afectado por sus complejas reglas. En palabras de Romundt: “Decíamos ‘Esto es tan difícil’”.
Al igual que muchos relatos de fantasías tecnolibertarias, la historia del Satoshi comienza en una casa habitada solo por hombres que vivían en una especie de fraternidad a fines de los 90 en San Francisco. Romundt –un canadiense de voz suave y con el resplandor optimista y saludable de quien combina el éxito de emprendedor con los deportes acuáticos– vivía junto a un grupo de ingenieros informáticos. Todos ellos se dedicaban con intensidad a la mejora personal. “Era un gran fanático de Tony Robbins”, cuenta Romundt en una de las muchas videollamadas por Zoom desde su oficina en Panamá. (Los intereses de Robbins, tales como la libertad individual, el dominio de uno mismo y la acumulación de riqueza, quedan evidenciados en los títulos de sus libros publicados en aquel entonces: Poder sin límites, Lecciones sobre el dominio, Liberar el poder interior, El poder de dar forma a tu destino y, en otro nivel, Despertar al gigante interior).
Tras su etapa en San Francisco, en 2009 Romundt, hijo de un peluquero, creó ScissorBoy, una popular serie web sobre peluquería, y después ScheduleBox, un sitio web que ofrecía un servicio de recepcionista digital para que los estilistas agendaran a sus clientes. (Siempre interesado por lo digital, Romundt tenía, según su sitio, la “oficina móvil sin papel más avanzada del mundo en 1995”). “Solía trabajar 17 horas por día, por lo que no tenía mucha libertad”, cuenta. Sin embargo, sí tuvo dinero suficiente para semi retirarse en 2016 y después pasar “no más de cinco horas al mes” dirigiendo su negocio. El gigante, completamente despierto, regresó a Canadá, donde vivía en un yate sobre el lago Ontario y salía en kayak por las mañanas apenas salía el sol. Embelesado por su estilo de vida, Romundt se preguntaba por qué no vivían todos de ese mismo modo. Un día, en un avión, vio a un hombre con una camiseta que tenía impreso “Dejad de discutir. Comenzad el seasteading”. Romundt sintió curiosidad y comenzaron a charlar. El hombre resultó ser Joe Quirk, que en esa época ya dirigía el Seasteading Institute.
Hasta entonces, el Seasteading Institute había tenido variable o nulo éxito con sus proyectos. Las primeras ideas —un “Baystead” y un “Coaststead” en la costa de San Francisco y un complejo llamado “Clubstead” en la costa californiana— no habían logrado dar el salto hacia la realidad. Su intento de crear un prototipo de isla flotante en la Polinesia francesa en 2017 fue ferozmente resistido por los ciudadanos de aquel país y colapsó un año más tarde cuando el Gobierno se retiró del proyecto.
Tras conocer a Quirk, Romundt decidió que quería intentarlo otra vez. Quirk le presentó a otros dos aspirantes a incursionar en el seasteading: el apasionado libertario estadounidense Elwartowski y el ingeniero alemán con una fortuna en criptomonedas, Koch. Juntos fundaron una empresa, Ocean Builders (Constructores Oceánicos). Usando su propio dinero, financiaron el primer intento de vivienda residencial individual de ultramar, el cual tomó la forma de un octógono blanco flotando a 12 millas náuticas de la costa de Tailandia. Elwartowski y su novia, Nadia Summergirl, vivieron allí durante dos meses a comienzos de 2018, hasta que el Gobierno tailandés descubrió la existencia de la casa flotante y la declaró una amenaza para la independencia del país, con una posible condena a prisión perpetua o pena de muerte. Elwartowski y Summergirl tuvieron que huir del país y la armada tailandesa despachó tres embarcaciones para desmantelar la caja flotante.
El movimiento seasteading no murió allí. En 2019, Romundt, Koch y Elwartowski trasladaron su empresa a Panamá, donde el Gobierno tenía la voluntad de apoyar su próximo proyecto: los SeaPods. Estos serían casas flotantes individuales sostenidas a tres metros sobre el agua por una única columna y una base subacuática en forma de trípode. El responsable de su diseño es el danés Koen Olthuis, un “aguatecto”, un arquitecto especializado en estructuras acuáticas. En los dibujos renderizados, los SeaPods lucen fantásticos, como si fueran el casco de un gigante emergiendo como un monstruo entre las olas. Dentro, todas las superficies son curvas como los confines suaves e incoloros de un caramelo de menta. Romundt comparó los SeaPods con la arquitectura en Los Supersónicos, el dibujo animado de los 60 cuyos personajes vivían en orbes de cristal suspendidas en el cielo. “Es como eso, pero sobre el agua”, dice. El equipo construyó desde cero una fábrica en Linton Bay, un embarcadero en la costa norte de Panamá, contrató a un equipo de alrededor de 30 ingenieros y mecánicos y, a comienzos de 2020, comenzó a construir el primer prototipo de SeaPod.
El progreso era lento. Romundt predijo que, incluso una vez que tuvieran un prototipo exitoso, la fábrica solo produciría dos SeaPods al mes. Ya habían pensado antes en comprar un crucero –una manera rápida de agrandar la comunidad– pero el coste siempre había sido prohibitivo. Sin embargo, para el otoño de 2020 la situación había cambiado. Al igual que muchos sectores de la industria del turismo, el sector de cruceros estaba colapsando a causa de la pandemia: múltiples líneas de cruceros entraban en estado de liquidación y los barcos vacíos colmaban los puertos como autos abandonados en un terreno cubierto de maleza o eran enviados al desguace. El trío Ocean Builders se dio cuenta entonces de que los cruceros se abaratarían.
Suficientemente confiados, hallaron una oferta. En octubre de 2020, Romundt, Koch y Elwartowski compraron el crucero Pacific Dawn, antes en manos de la empresa P&O, por 9,5 millones de dólares. (Construido en 1991 con un coste de 280 millones, el barco podría haber sido vendido por más de 100 millones antes de la pandemia, según un conocedor de la industria). Le indicaron a Olthuis que diseñara planos en los que el barco estuviera al centro de una comunidad flotante y rodeado de SeaPods. “Teníamos una idea peculiar”, dice Olthuis. En su diseño, el Satoshi estaría conectado, mediante dos túneles subacuáticos en bucle, a plataformas flotantes destinadas a la arquitectura, la manufactura y las áreas verdes. Vista desde el aire, la comunidad tendría la forma del logotipo del bitcoin, la B con dos rayas.
El proyecto contaba con el apoyo del gobierno panameño. De hecho, el ministro de Turismo esperaba que la nueva comunidad oceánica atrajera visitantes. En un comunicado de una página, el ministro cuenta cómo el desarrollo flotante encajaba con el Plan Maestro de Turismo Sostenible para el período 2020-2025 al resaltar la biodiversidad del país y el “patrimonio azul de Panamá”. No parecía importarle que un montón de cripto-inversores estuvieran flotando en su costa sin pagar ni un impuesto.
“De la adversidad surge la oportunidad, o eso dicen”, escribió Elwartowski el 10 de octubre de 2020 al presentar Viva Vivas, la nueva empresa establecida para dirigir el Satoshi. El nombre había sido adaptado de la frase latina “vive ut vivas”, que significa “vivid para que puedas vivir” o “vivid al máximo”.
Diez días después, anunció el emprendimiento en Reddit. “Bien, compraré un crucero y lo nombraré MS Satoshi… Preguntadme lo que queráis”. Las respuestas fueron rápidas (“¿Necesitas un aprendiz de mecánica aeronáutica?” “¡Sé cómo usar un yo-yo! ¿¿Hay espacio para mí??”) e incluían el inevitable escepticismo (“¿Alguien recuerda los días felices en el Festival Fyre?”). Pero muchos se tomaron la propuesta en serio y querían conocer los detalles (“¿De dónde provendrá la electricidad? ¿El gas? ¿La internet? ¿La comida? ¿El agua? ¿Los artículos de aseo? ¿A qué impuestos estará sujeta la embarcación?”).
Elwartowski respondió cada pregunta con suma atención y detalle. En un principio habría generadores, los cuales serían reemplazados cuanto antes por energía solar. Este sería un cripto-barco amigable con el medio ambiente. La internet inalámbrica provendría del área terrestre; los servicios estarían incluidos en las tarifas al comienzo, pero serían calibrados una vez mejorado el sistema. “No querrías pagar por la minería de bitcoin ajena”, escribió, refiriéndose al proceso informático que consume mucha electricidad y se realiza para introducir nuevas cripto “monedas” al sistema. En cuanto a los impuestos, no tendrían que pagar por las ganancias obtenidas de negocios realizados fuera del territorio panameño. Serían libres de hacer o minar tanto dinero como quisieran. Sería el paraíso sin regulaciones para el trabajo remoto.
A medida que el cuestionario en Reddit proseguía, las meticulosas respuestas de Elwatowski revelaban algunas de las espinosas realidades de la vida a bordo. Resultó ser que las instalaciones para cocinar solo estarían en el restaurante. Por razones de seguridad, nadie tendría permitido tener un microondas en su habitación, aunque algunas cabinas tendrían minibar, señaló Elwartowski, esquivando la cuestión. Ofreció a los residentes un descuento del 20% en el restaurante y mencionó que algunos interesados ya habían hablado de alquilar parte de la cocina para preparar su propia comida. “Queremos emprendedores que propongan soluciones y las pongan a prueba”, escribió en un valiente intento por convertir un obstáculo fundamental en una alocada y enérgica iniciativa. “Este es su lugar para probar cosas nuevas”. No todos los foristas de Reddit estaban convencidos. “Sin microondas pero con mina de bitcoins. Una estafa incoherente”.
Al poco tiempo, la promoción del Satoshi comenzó en serio. Sus 777 cabinas serían subastadas del 7 al 28 de noviembre mientras el barco cruzaba el Atlántico con dirección a Panamá. Viva Vivas presentó las opciones, entre las que se incluían cabinas sin ventanas (570 dólares mensuales), con vistas al océano (629 dólares mensuales) o con balcón (719 dólares mensuales). Olthius cuenta que Ocean Builders organizó una serie de videollamadas en vivo para los potenciales clientes, las cuales convocaron a 200 personas cada vez, con Romundt, el experto en videollamadas multilaterales, a la cabeza.
En el sitio web de Viva Vivas, una página de preguntas frecuentes explicaba lo básico sobre el proceso de subastas de las cabinas, sus costes y su logística. Personal especialmente entrenado sería contratado para mantener a la embarcación libre de COVID-19 y, gracias a una asociación con una plataforma llamada coinpayments.net, múltiples criptomonedas serían aceptadas para el pago, incluyendo bitcoin, ethereum, digibyte, bitcoin cash, litecoin, dai, dash, ethereum classic, trueUSD, USD coin, tether, bitcoin SV, electroneum, cloak, doge, eureka coin, xem y monero.
La entrada final en la página de preguntas frecuentes refería a la posibilidad de tener mascotas a bordo, lo que daba cuenta de la tensión entre la idea de libertad y la realidad de cientos de personas conviviendo en un crucero. La respuesta contenía un hipervínculo que dirigía hacia un documento aparte con una lista de 14 condiciones, incluida una que establecía que el animal no podía pesar más de 9 kilos y que cualquier ladrido o ruido fuerte no podría durar más de 10 minutos. Si una mascota interrumpía la calma repetidamente –más de tres veces en un mes o cinco en un año–, ya no se le permitiría vivir a bordo. “Cualquier conflicto vinculado a las mascotas”, explicaba el punto 13, “se resolverá siguiendo la Sección V (F) del Acuerdo de Compra Satoshi o la Sección IV (F) de la Sección IV (F) del Contrato de Arrendamiento Satoshi, según corresponda”. Los perros solo estarían permitidos en las cabinas con balcón y se aconsejaba a sus dueños que compraran una marca específica de canastas con césped falso para que las mascotas pudieran hacer sus necesidades allí. (Los desechos de las mascotas en la cubierta podrían resultar en una multa de 200 dólares).
Un forista en Reddit –maxcoiner según su usuario en la plataforma, Luke Parker en la vida real– se acercaba tanto al público objetivo del Satoshi como era posible. Seguidor de larga trayectoria del movimiento seasteading, también había tenido tanto éxito en la adquisición pionera de bitcoins que él y su esposa habían logrado acceder al retiro anticipado gracias a sus inversiones. El Satoshi era lo más cercano que había oído en su vida a la idea de los asentamientos de altamar. “No compré una habitación en el Satoshi durante la venta virtual”, cuenta en un correo electrónico, “pero fue difícil mantener la mano alejada de ese botón”.
Varios motivos lo contuvieron. “La esposa”, como él la llama, tenía sus dudas. No estaba seguro respecto al “enorme descenso en el lujo” que resultaría de pasar de tener todas las comodidades en una residencia en el Medio Oeste de los Estados Unidos a vivir en una cabina a bordo de un crucero de 30 años de antigüedad. “¿Sin cocina propia? ¿Baños pequeños? ¿Todo pequeño?”. Asimismo, estaba el vaivén constante del barco sobre el agua: “No puedo soportar esa vida a diario”. La idea de los SeaPods le resultaba más atractiva. Si Parker iba a vivir en un bote, concluyó, prefería vivir en su propio catamarán de lujo.
El 29 de noviembre, Elwartowski realizó otra publicación en el sitio web de Viva Vivas en el que anunciaba la inauguración oficial del Satoshi en enero de 2021. “Esta será una experiencia nueva para todos nosotros, por lo que debemos manejar sus expectativas”, advirtió. La novedad era demasiado para Parker. “Sí que debes ser una persona más bien extraña para trasladar tu vida a un crucero desierto en Centroamérica con información tan poco clara”, dice. Si Parker, parte de esa selecta comunidad de bitcoineros y entusiastas del seasteading en busca de la libertad y deseosos de abandonar el sistema, no iba a adquirir un camarote, era difícil imaginar quién sí. Como dice Parker: “Es posible que esta haya sido la segmentación demográfica de ventas más pequeña de la historia”.
Tras 30 años de servicio, el Satoshi ya había visto lo suficiente para conocer cada permutación de la vida en alta mar, exceptuando, quizá, ser la residencia permanente de 2.000 cripto-inversores. Construido en 1991 en el astillero naval Fincantieri en Triste, Italia, es uno de los dos cruceros diseñados por el arquitecto italiano Renzo Piano (El otro, el Crown Princess, fue enviado al desguace; otro deceso causado por la COVID-19). Su primer nombre fue Regal Princess (propiedad de Princess Cruises) para después convertirse en Pacific Dawn (propiedad de P&O Australia). A lo largo de su vida, sus distintivas características causaron admiración: un techo en domo sobre el puente de navegación, toboganes acuáticos que se enroscan alrededor de su chimenea y una popa cuya elegante forma redondeada contrasta notoriamente con la desafilada parte trasera de algunos cruceros gigantes. Aquellos que prefieran una experiencia más sutil apreciarán su discreto tamaño: comparada con el crucero más gigante del mundo, el Symphony of the Seas (18 pisos, 23 piscinas), es una embarcación modesta (11 pisos, dos piscinas).
Durante muchos años, el Pacific Dawn viajó por el Pacífico Sur disfrutando de una fase serena de su vida, solo interrumpida por un brote de gripe porcina a bordo en 2009 y por la ocasión en que perdió el control y estuvo a 70 metros de chocar con el puente Gateway en el río Brisbane. En 2011, sus fanáticos devotos crearon un grupo de Facebook. “Dawnie era el barco fiestero”, recuerda uno. “Volví a enamorarme de mi esposa”, añade otro, dándole el crédito al barco por su renovación amorosa. Hasta que, por un breve instante en 2020, Dawnie parecía estar destinado a reunirse en el desguace con su embarcación hermana, la cual había sido vendida a la empresa de cruceros británica Cruise and Maritime Voyages, colapsada durante la pandemia. Sus fanáticos sufrían como si estuvieran de duelo y los emojis con caras llorosas se acumulaban en el grupo de Facebook. (“Bueno, el 2020 se ha vuelto una mierda aún peor”, comentó Kathie). Cuando se supo que el barco había sido rescatado por Ocean Builders, hubo una ola de alivio y cierta estupefacción ante el nombre nuevo. “Siempre será Dawn para mí”.
El 29 de octubre de 2020, Dawn comenzó su viaje a Panamá, navegando desde Limassol, Chipre hasta Piraeus, Grecia. Allí, una semana después, fue entregado a sus nuevos dueños de Ocean Builder y se convirtió oficialmente en Satoshi. Koch voló desde Panamá para cruzar el Atlántico a bordo de su nueva adquisición. El equipo contrató a una empresa de administración, Columbia Cruise Services, para que operara el barco y proveyera un equipo de alrededor de 40 personas, en su mayoría ucranianas, en el que se incluía a un cocinero, maquinistas y personal de limpieza. Un capitán de cruceros británico, Peter Harris, llegó para hacerse cargo. “No sabíamos nada sobre dirigir un crucero”, dice Romundt, “por lo que decidimos que no queríamos tener que lidiar con todo ese asunto”.
Apenas subido a bordo y tras haber conocido a Koch, el capitán Harris se dio cuenta de que se avecinaban desafíos. “Pensaba en lo que sucedería dentro de una semana. Sabía que renunciaría”, cuenta Harris vistiendo una inmaculada camisa a rayas durante una videollamada desde su hogar en Kent. Koch, dice, era admirable en su ambición y un hombre agradable y respetuoso de la ley, pero ingenuo respecto al funcionamiento del barco, además de aborrecer las reglas. “No entendía la industria”, dice Harris, que tiene el aire franco y activo de un líder innato para quien la jerarquía es una especie de credo. “Creía que podría dirigirlo del mismo modo que a su propio yate”.
Para navegar hacia cualquier sitio, explica Harris, una embarcación necesita certificados de navegabilidad. Los del Satoshi habían expirado el día en que se completó el acuerdo con P&O. Por lo general, los compradores se aseguran de que los permisos duren un par de meses más para en adelante cubrir cualquier viaje, pero nadie en Ocean Builders había controlado esto. Cuando Columbia Cruise Services subió a bordo e informó la situación al equipo, los contratos ya habían sido firmados. Antes de que Satoshi pudiera cruzar el Atlántico, el equipo estaba obligado a llevar el barco a Gibraltar donde sería removido del agua, mediante un proceso llamado “dique seco”, para realizarle reparaciones esenciales y renovar los certificados.
El cruce del Atlántico comenzó el 3 de diciembre. Harris –que no había renunciado, agradecido por el contrato de cuatro meses de duración en medio de la pandemia– lo encontró extrañamente encantador. Con solo aproximadamente 40 personas a bordo en lugar de las usuales 2.000, la atmósfera era relajada, incluso un poco irreal. Entre otras cosas, P&O había dejado 5.000 botellas de vino y 2.000 de otras bebidas espirituosas. Harris le preguntó a Koch si quería cobrarle las consumiciones a la tripulación, pero Koch, generoso por naturaleza, dijo que no. “Obviamente, lo restringimos a tres bebidas por día”, dijo Harris. “De otro modo, no habríamos tenido tripulación”.
Mientras la travesía continuaba, aumentaba la presión de las preguntas sobre cuál sería el funcionamiento concreto del proyecto una vez que el Satoshi hubiese arribado en Panamá. Según Harris, Elwartowski creía que podría convencer a las autoridades panameñas de que permitieran que el barco estuviera permanentemente anclado en sus aguas y de que lo removieran del registro de embarcaciones para que pasara a ser considerado una residencia flotante y así esquivar algunos de los requerimientos más estrictos de la legislación marítima. Sin embargo, aunque Panamá estaba feliz de tener al barco en su costa, especificó que debía permanecer oficialmente designado como embarcación. Eso trajo consigo otra dificultad: la descarga de aguas residuales. Aunque el barco contaba con un avanzado sistema de gestión de residuos que podía transformarlas en agua apta para el consumo, no tenía permitido verter sus aguas residuales en el territorio marítimo panameño, por lo que debían navegar unas 12 millas cada 20 días aproximadamente para vaciar los tanques en aguas internacionales.
Esta clase de obstáculos hacían que el barco fuera una propuesta desalentadora para las aseguradoras. Nadie accedía a cubrirlos. “Ni siquiera nos explicaban por qué no éramos asegurables, solo seguían diciendo que no”, dice Romundt. “Es difícil remediar algo si no sabes cuál es el problema”. Ninguno de los muchos expertos en seguros a los que pregunté al respecto quiso opinar sobre este caso, aludiendo a su falta de experiencia. Seguramente se deba a que ninguno de ellos había intentado asegurar un crucero convertido en una cripto-comunidad flotante. De todos modos, Harris tenía sus teorías: las aseguradoras, adversas al riesgo, estaban recelosas tanto del comercio con criptomonedas como de un barco que, probablemente, estuviera poblado en gran parte por estadounidenses que no se demorarían en litigar.
Tras haberlo intentado con múltiples aseguradoras y corredores de bolsa, Romundt comenzó a darse cuenta de que el sector de cruceros estaba, en sus propias palabras, “plagado de sobre-regulaciones”. (Según Harris, integra el podio junto a las aerolíneas y la energía nuclear). El gran proyecto de Ocean Builders por la libertad, cuyo propósito intrínseco era ofrecer un escape a las reglas opresivas y la burocracia, estaba siendo coartado por las reglas opresivas y la burocracia. Como diría Elwartowski en Reddit unos meses después: “Un crucero no es muy bueno para quienes quieren ser libres”.
Para Romundt, el negocio de los cruceros comenzó a parecerse a una impenetrable red de viejos muchachos. Estimaba que, si les hubiesen dado seis meses, podrían haber contratado a un grupo de expertos en legislación marítima y sortear todos los vacíos legales. Pero a mediados de diciembre, el Satoshi ya estaba a mitad de camino en el Atlántico, quemando galones de combustible y con una tripulación de 40 personas a la que debían mantener a bordo, incluso mientras estuviesen estacionados en Panamá, porque un barco requiere mantenimiento constante. Un barco puede costar, incluso anclado en una dársena, un millón de dólares mensuales en mantenimiento. “Porque, ya sabes”, dice Romundt, “es enorme”.
Solo el combustible les costaba unos 12.000 dólares por día. Según Harris, Koch quiso intentar hacer más eficiente al barco instalando un motor más pequeño, creyendo que podría hacerlo mientras el barco permanecía anclado. “Decíamos ‘¿Cómo vas a hacer, sobre un costado del barco, un agujero lo suficientemente grande para sacar el motor, que está bajo el agua, y no hundir el barco?”. Harris sacude la cabeza, recordando a Koch con cariño y cierta perplejidad. “Todo el tiempo le decía ‘No, Rudi, no puedes hacer esto; no, Rudi, no puedes hacer esto otro’”.
Antes que el Satoshi tuviera las blancas arenas panameñas a la vista, Romundt, Koch y Elwartowski debían hacer una llamada. No podían costear tener al barco estacionado y vacío durante meses mientras intentaban solucionar el problema del seguro, un problema que ni siquiera sabían si podrían resolver. Tenían el seguro para navegar la embarcación, y podían hacerlo, pero no era su intención dirigir una compañía de viajes. Querían dirigir una sociedad flotante integrada por amantes de la libertad que pensaran parecido y dispuesta en forma de B de Bitcoin. Ni siquiera estaba claro que hubiera suficiente gente que quisiera hacer eso. Koch le admitió a Harris que las cabinas no estaban vendiéndose.
“Casi que era una fantasía salida de una película de James Bond”, dice un conocedor del sector de cruceros. “Pero les reconozco que creían en eso”.
Se dieron cuenta de que el sueño se había terminado incluso antes de comenzar. El proyecto estaba muerto, aunque no del todo, ya que todavía eran dueños del barco que seguía cruzando el Atlántico con Koch, Harris y la tripulación a bordo. El Satoshi, que ya había recorrido miles de las 5.500 millas náuticas totales de su travesía, había ido demasiado lejos como para dar la vuelta en medio del océano, así que siguió yendo hacia delante. Los Ocean Builders se dieron cuenta de que debían venderla, pero ¿quién iba a estar lo suficientemente loco como para comprar un crucero en medio de una pandemia? Solo una compañía que quisiera desarmar la embarcación. El 18 de diciembre, aún en altamar, el equipo anunció que el Satoshi había sido vendido a un desguace en Alang, India. Una vez más, el Satoshi estaba destinado a ser desmembrado.
El 19 de diciembre, Elwartowski anunció en el sitio web de Viva Vivas que la travesía del Satoshi estaba llegando a su fin. “Hemos perdido esta ronda. La nueva normalidad, el Gran Reinicio se han cobrado otra víctima”, escribió, vinculando el colapso del Satoshi con la popular teoría conspirativa que dice que la pandemia de COVID-19 y la respuesta a ella fueron montadas por una élite global. (En los meses siguientes, Elwartowski volvería a referirse a asuntos vinculados a la COVID-19 en Reddit, como cuando dijo sospechar de los programas gubernamentales de vacunación). Romundt envió un correo a su lista de potenciales clientes para hacerles saber el destino de la embarcación. Los depósitos por las cabinas fueron devueltos.
El Satoshi arribó en Balboa, Panamá, el 22 de diciembre. En Nochebuena zarpó a la costa de Colón. Allí, Romundt se unió a Koch y a la tripulación a bordo. Elwartowski, por su parte, permaneció en la ciudad de Panamá. “No quería subir a bordo”, dice Romundt. Una noche, Koch habló por teléfono con Joe Quirk, sentado en la cafetería del barco mientras bebía una botella de vino, arrepentido porque el hospital a bordo para emprendedores médicos que había planeado no existiría. A pesar de eso, Koch permanecía “completamente incólume”, dijo Quirk en una publicación en el blog del Seasteading Institute titulada Cómo el Grinch robó el crucero.
Romundt, un hombre guiado más por los asuntos prácticos al alcance de su mano que por el simbolismo romántico de sus proyectos, se dio cuenta de que, aunque el plan hubiera fracasado por completo, él seguía siendo uno de los dueños de un gigantesco crucero. Decidió pasar Navidad a bordo junto a la tripulación. Con la llave maestra en la mano, se paseó por todo el Satoshi, asegurándose de entrar a cada habitación que decía No entrar. Recorrió la sala de máquinas y se sentó en el solárium. En Navidad trabajó, porque no puede evitarlo, pero también fue solo a los toboganes acuáticos. (Harris dice que los puso en marcha especialmente para el Día de Navidad). Aunque Romundt no suele beber, tomó una copa de vino, llamó por teléfono a todos sus amigos y les dijo “¡Estoy pasando la Navidad en mi propio crucero!”. Estaba divirtiéndose como solo es posible cuando has cometido un error increíblemente caro, nacido del deseo de inventar una forma de vivir completamente nueva y que involucra la compra de un enorme navío flotante. “¡Era el rey del barco!”, dice, aún maravillado.
Incluso desarmar el Satoshi fue un desastre. Una vez cerrado el trato con el desguace indio, el equipo de Ocean Builders se dio cuenta de que, de acuerdo con la Convención de Basilea, que regula el desecho de residuos tóxicos, no tenían permitido enviar el barco desde un país signatario (Panamá) a uno no signatario (India). El contrato con el desguace debió ser cancelado.
No todo estaba perdido, al menos para el Satoshi. La industria de los cruceros es un ecosistema compacto. El cotilleo hizo lo suyo. Un corredor de barcos supo del aprieto en el que se encontraba el Satoshi, se dio cuenta de que era precisamente la clase de barco que un nuevo cliente suyo estaba buscando e hizo una oferta de inmediato.
Su cliente era Ambassador Cruise Line, la primera nueva línea de cruceros de los últimos diez años. Según el entusiasta director de Ambassador, Gordon Wilson, el nombre de la compañía busca reflejar la muy optimista idea de que los embajadores, al igual que los cruceros, toman lo mejor de su cultura donde sea que vayan. El Satoshi sería el primer barco en la nueva flota de la empresa, que ofrecerá viajes para mayores de 50 años. Muchos en el nuevo equipo de Ambassador provienen de Cruise and Maritime Voyages, que había estado a punto de comprar el Satoshi antes de que quebrara. Entonces, conocían bien el barco, lo que aceleró la adquisición. Wilson no pudo confirmar el monto –“consideraron que era un buen precio” – pero la prensa comercial reportó que Ocean Builders había vendido la embarcación por 12 millones de dólares: más de lo que habían pagado por ella, aunque posiblemente no lo suficiente para cubrir los costes de haber mantenido un crucero vacío durante tres meses.
El 23 de febrero de 2021, el Satoshi zarpó desde Panamá para volver a cruzar el océano que recientemente había atravesado. Arribó en Bar, Montenegro, el 27 de marzo. Wilson fue a visitarlo y, al igual que Romundt, se deleitó con la experiencia de subirse a su nueva propiedad. Explorar las salas de máquinas de un crucero vacío parece haberles otorgado a estos hombres una sensación peculiar: quizá sea la emoción de ser dueño de algo tan vasto y poderoso, una excitación mecánica y propietaria.
Mientras tanto, el equipo de Ocean Builders regresaba a sus cometidos privados. Elwartowski está en un período sabático, cuenta Romundt. No quiso hablar conmigo para esta historia. Koch, que también rechazó ser entrevistado, está construyendo su propio bote en Panamá y trabaja con Romundt en los SeaPods. A través de Zoom, Romundt me ofrece un tour por la fábrica de SeaPods, en el que muestra orgulloso las enormes placas de fibra de vidrio que conformarán el molde estructural. “Se siente como tocar un ovni”, dice acariciando su invento.
Al ver la forma naciente de los SeaPods, siento la necesidad, tan pragmática como aburrida, de preguntarle a Romundt lo que pasaría si, a flote, uno necesitara comprar una botella de leche. Mi pregunta parecía no comprender la idea central, tan alejada de las añejas nociones de localismo y conexión humana. Los Pods habían sido diseñados para tener una escotilla en su techo, dice Romundt. Está en contacto con fabricantes de drones e imagina a las personas volando a sus Pods de forma independiente, aterrizando en el techo y entrando a través de la escotilla. Quizá así es como obtendrían su leche.
Por su parte, en su nuevo hogar en Montenegro, Satoshi necesitaba ser acicalado. Por cuarta vez en sus tres décadas en el agua, fue rebautizado. “Creemos que Ambience (Ambiente) es un nombre encantador para un barco”, dice Wilson, pronunciándolo a la francesa, Ambi-ence. “Este es un barco muy elegante”, agrega orgulloso. “Luce como un crucero, no como un bloque de viviendas flotante”.
Cuando el Ambience finalmente inicie su viaje inaugural, desde el dique industrial en la localidad de Tilbury hasta Hamburgo a través del mar del Norte en abril de 2022, ofrecerá a los pasajeros una experiencia más tradicional. “De regreso a lo que los cruceros son en verdad”, dice Wilson. La atmósfera será refinada. Habrá paseos por la cubierta y muchas oportunidades de fotografiar al horizonte devorándose el sol al atardecer. Habrá tragos en el bar, una cena de cinco pasos y un espectáculo lleno de brillos. Es poco probable que las criptomonedas sean aceptadas como pago. Los toboganes acuáticos serán removidos.
Traducción de Julián Cnochaert.
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