Leslie Kern: “Los gobiernos han acelerado la gentrificación privatizando funciones que son de la administración pública”
“La gentrificación se ve facilitada por fuerzas mucho más poderosas que la del propietario promedio de clase media: están los gobiernos, los inversores, los especuladores y las plataformas digitales que, desde lejos, crean nuevas formas de lucrarse con el espacio urbano”. Leslie Kern, canadiense, doctora en Filosofía en Estudios sobre las Mujeres e investigadora especialista en geografía urbana, disecciona el problema de la gentrificación en su último libro 'La gentrificación es inevitable y otras mentiras' (Bellaterra Edicions), pero también desmenuza las vías para acabar con ella y recuperar las ciudades para quien vive en ellas. La meta, que las personas tengan voz y voto a la hora de decidir cómo debe ser el espacio en el que habitan.
Me gustaría empezar por el final de su último libro, 'La gentrificación es inevitable y otras mentiras'. ¿Qué opciones hay para acabar con la gentrificación? ¿Cómo se hace? ¿Por dónde se empieza?
A nivel individual se puede empezar por organizarse en las comunidades donde se vive. Lo primero, conoce a tus vecinos. Después, descubrir qué asociaciones y qué organizaciones están trabajando en temas de vivienda, de desahucios o de pobreza, por ejemplo. Hay que tomar conciencia y comunicar las prioridades de una comunidad y sus necesidades y hacerlas llegar a las administraciones, a quienes tienen poder en el sector de la vivienda. A un nivel más amplio, hacer que los gobiernos empleen las herramientas que tienen para estabilizar los alquileres, para ampliar los derechos de los inquilinos, reducir los desahucios o definir los desarrollos urbanísticos. Con todo esto se puede frenar la gentrificación.
De todos esos pasos, ¿cuál es el más efectivo?
Los gobiernos son los que tienen la responsabilidad final para tratar de gestionar y mitigar la crisis de vivienda que hay en muchas grandes ciudades, porque la gentrificación es una parte, pero la crisis de la vivienda es algo más amplio. Son los gobiernos los que tienen capacidad de cambiar las regulación, controlar los nuevos desarrollos o ayudar a quienes tienen menos recursos a que puedan quedarse en sus hogares y en sus comunidades.
¿Y como individuos? ¿Cómo influimos en los gobiernos para que cambien sus políticas de vivienda?
Por ejemplo, con el activismo y las asociaciones. Lo vemos con lo que han conseguido en temas de vivienda, por ejemplo, los movimientos antidesahucios. Es una forma de llamar la atención de los gobiernos y hacerles responder de una forma positiva.
En el libro comenta que hay un nexo entre la gentrificación y el poder y los sistemas políticos. ¿Cómo se ha construido esa relación?
Buena pregunta. Creo que en las últimas décadas, desde que empezamos a ver la gentrificación, desde que se le puso nombre en los años 60, ha habido una transformación. Los gobiernos han sido activos a la hora de crear oportunidades para que se dé la gentrificación, que se ha visto como un modo de revitalizar algunas zonas de las grandes ciudades. Han creado incentivos porque se veía la gentrificación como una forma de llevar dinero a esas zonas y la han acelerado, haciendo que el sector privado llevase a cabo funciones en la configuración de las ciudades que correspondían a las administraciones públicas.
¿Y los ciudadanos hemos tenido un papel en impulsar la gentrificación?
Los individuos a veces aceleramos esa gentrificación. Somos responsables al elegir dónde y cómo queremos vivir. Como he dicho, hay que empezar conociendo a los vecinos, comprando en las tiendas de tu barrio, sabiendo qué pasa en tu comunidad, qué problemas hay. No es luchar solo por proteger tus derechos como propietario o tu vivienda como inversión, sino reconocer que eres parte de una comunidad.
¿Qué diferencias hay entre el desarrollo urbano en Estados Unidos y Canadá frente a Europa?
En Canadá y en Estados Unidos se prioriza la propiedad de la vivienda y, sobre todo, la vivienda unifamiliar como lo más deseable. Se ve la propiedad de una vivienda como una especie de red de seguridad, como un activo en el que puedes confiar si te va mal en lo económico. Por ejemplo, en Estados Unidos, si tienes una factura médica que no puedes pagar, la casa es un activo contra el que se podría pedir dinero prestado o la puedes vender. También es un ahorro para la jubilación. En Norteamérica hay una fuerte dependencia de la propiedad de la vivienda como una especie de sustituto de una red de seguridad social más amplia. En Europa, en muchas ciudades, no en todas, se prioriza el alquiler, hay modelos de alquiler asequible y puedes ver inmuebles donde viven arquitectos, profesores y gente que se dedica a la limpieza porque no se ve la vivienda como un símbolo de estatus. Son diferentes ideologías a la hora de ver la vivienda.
¿Ve algún país o alguna ciudad que lo esté haciendo mejor?
Austria y, en particular, Viena. Tienen un bagaje en vivienda social y en reinvertir en vivienda social. En otros sitios, como en Canadá, en Estados Unidos o en Inglaterra se han hecho viviendas sociales o asequibles, pero se han vendido, no se mantuvieron o no se invirtió en ellas. En cambio, en Viena han continuado invirtiendo y aumentando el stock de viviendas sociales. Creo que casi la mitad de la población vive en algún tipo de vivienda social. Es el ejemplo, pero no es algo que puedas decir “está bien, ahora vamos a hacerlo en esta ciudad”. Es un compromiso a largo plazo.
¿Y ciudades que estén dando pasos para reducir la gentrificación?
Es difícil decir si hay una ciudad que realmente esté haciendo un buen trabajo. Sí hay ejemplos de diferentes ciudades que están probando distintas estrategias. Barcelona, por ejemplo, está tratando de tomar medidas enérgicas respecto a Airbnb y los alquileres a corto plazo y el tipo de turismo que impulsan. También Nueva Orleans; o Berlín, que ha votado a favor de expropiar viviendas de grandes propietarios para devolverlas al control municipal, aunque ya veremos qué resultado tiene. Son buenos ejemplos. Cuando hay un movimiento fuerte para defender los derechos de los inquilinos, se puede impulsar el cambio. Y hay muchos movimientos, en muchas ciudades, para hacer proyectos comunitarios, por ejemplo con las viviendas y los edificios vacíos, para que se haga algo acorde a las necesidades de la comunidad donde están.
En España se está negociando en el Congreso la que será la primera Ley de Vivienda de la democracia. En ella, se recoge la vivienda como un derecho, pero, al mismo tiempo, la vivienda sigue siendo una inversión. ¿Esa visión ha fomentado, por ejemplo, la gentrificación?
Sí, absolutamente. La vivienda se ve como un activo, como una inversión, una forma de obtener rentabilidad. Tanto individuos, en particular, como los grandes propietarios o las corporaciones transnacionales multimillonarias, que invierten en viviendas con el interés de que se vuelvan cada vez más caras. Sí, la vivienda se ve como un activo a escala global. Y eso contrasta con la visión de que la vivienda es un derecho humano, porque implica comprender que no todas las viviendas pueden ser lucrativas y que los gobiernos tienen una gran responsabilidad a la hora de asegurar que todos los ciudadanos pueden acceder a una vivienda, ya sea a través de subsidios de algún tipo o construyendo viviendas asequibles. Las dos ideas entran en conflicto, pero es alentador ver que al menos se está debatiendo.
Se está debatiendo pero aún no hay un consenso.
Pero es esperanzador que esa conversación esté teniendo lugar. Durante demasiado tiempo se ha ignorado la idea de que la vivienda es un derecho humano. Al menos, hablar de ello, es un paso en la dirección correcta.
¿Esa visión de la vivienda como inversión es una consecuencia del liberalismo o del neoliberalismo?
Creo que están conectados y que lo han acelerado. Bajo el neoliberalismo, nosotros como individuos y como hogares, se supone que somos responsables de nuestro propio éxito, de nuestro bienestar, de la creación de riqueza. Y se ha acumulado riqueza a través de la vivienda, como inversión. Al final, para la mayoría de personas, adquirir una vivienda es la compra más importante, también en cuantía, que se hace en la vida. Y, si los gobiernos retiran apoyos, subsidios, ayudas, al final se recurre a la vivienda como activo que genera ahorro y riqueza.
En España tenemos menos de un 2% de vivienda en alquiler social o asequible. En buena parte de Europa es más de un 20% o en Viena es más, como mencionaba antes. ¿Debería haber un porcentaje, un mínimo de parque público de viviendas asequibles?
Depende de la ciudad, pero tendría sentido averiguar qué porcentaje de hogares de una ciudad destina más del 30% de sus ingresos a la vivienda, sea al alquiler o a la hipoteca, porque de ahí se puede saber cuántas personas están en una situación más precaria y qué necesidad hay de vivienda social. Eso puede servir para hacerse una idea de la situación.
En este libro habla también de la relación entre el género y la gentrificación. ¿Cómo están relacionadas?
Una perspectiva feminista sobre la gentrificación comienza por descubrir cómo las mujeres, en particular, se ven afectadas, qué impactos tiene sobre ellas en términos de asequibilidad de la vivienda, riesgo de desplazamiento, riesgo de desalojo, etc.
Si hay un papel activo de las mujeres en el diseño urbano, ¿las ciudades son diferentes?
Las mujeres viven las ciudades de forma diferente a los hombres, en el uso del espacio urbano, en cómo se mueven por la ciudad, las horas del día. Y muchas veces los hombres no son conscientes de esto porque no tienen las mismas experiencias. Por ejemplo, en las responsabilidades vinculadas al cuidado de los niños, las relacionadas con el hogar, con el cuidado de los ancianos. Al final son diferentes formas de usar la ciudad, ya sea el transporte, los servicios sociales, los espacios públicos, la seguridad. En todo esto hay cuestiones de género. Por tanto, tener más mujeres presentes en los poderes públicos puede hacer que esos problemas sean visibles.
¿Y cambia el enfoque de la ciudad?
Las mujeres, ya sea a través del activismo o de su participación en la planificación y la política urbana, han marcado una diferencia. En la década de 1970, por ejemplo, se prestó muy poca atención a cómo las mujeres usaban el espacio público, ya sea en términos de seguridad, en términos de si por una calle se podía empujar un cochecito o se podía cambiar a un bebé o amamantarlo. Y ahora estas cosas se han incorporado a la planificación de la ciudad de una manera más visible. Es un largo camino por recorrer, pero, al menos, hay un reconocimiento de que el género importa y de que hay que tener en cuenta algunos de estos temas.
Las grandes ciudades tampoco están diseñadas para las personas mayores.
Absolutamente. Creo que las personas mayores quedan muy al margen de la planificación urbana, en cuanto a sus necesidades de accesibilidad. Nuevamente, sus preocupaciones de seguridad, por ejemplo. Una vez te jubilas, no sales de casa para ir a trabajar, pero eso no significa que te tengas que quedar todo el día en casa. ¿Cuáles son los espacios públicos o las actividades públicas que están disponibles para las personas mayores, que satisfagan sus necesidades, que los mantengan conectados con la comunidad y no aislados? En la mayoría de naciones occidentales, nuestras poblaciones están envejeciendo. Cada vez son más las personas que se jubilan. A menos que queramos que las personas queden atrapadas en sus hogares, necesitamos encontrar formas de asegurar que la ciudad sea accesible, segura y amigable para las personas mayores.
¿Y cómo se hacen ciudades más inclusivas?
Tenemos que dejar de ver esos esfuerzos de inclusión solo como una forma de ayudar a pequeños grupos de personas. Hay que reconocer que una sociedad más inclusiva beneficia a todos. Todos necesitamos la accesibilidad física en algún momento de nuestras vidas, ya sea para llevar un carrito, para empujar el carro de la compra, para estar seguros cuando se camina en invierno. Tenemos que cambiar de mentalidad. Y luego, hablando en términos prácticos, creo que debemos asegurarnos de que haya mecanismos para que las personas, los ciudadanos, puedan participar en el diseño y la planificación de la ciudad, ya sea que formen parte del Gobierno o que haya más consultas con las comunidades, más oportunidades para que las personas de los grupos marginados hagan oír su voz.
Me gustaría terminar la entrevista con una llamada a la esperanza, en cuanto a la gentrificación y al diseño urbano.
Al escribir el libro, encontré esperanza al buscar ejemplos de resistencia en diferentes ciudades del mundo. No siempre es una protesta o una manifestación, aunque esas cosas son geniales, pero la gente también resiste a través del arte y de proyectos creativos. La gente resiste a través de la organización comunitaria, se crea una especie de solidaridad en todos los temas, ya sea que estén relacionados con el género, la raza o el cambio climático. Soy profesora y veo cómo los jóvenes entienden muy bien que todos estos problemas están conectados entre sí y les importa mucho. Definitivamente los jóvenes me dan mucha esperanza.
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