“Llegamos ocho gitanos a trabajar y los compañeros cerraban sus taquillas, pero les he quitado los prejuicios”
“A mucha gente en mi trabajo se le ha quitado 'el prejuicio del gitano' solo por conocerme”. Eugenio Montoya, de 27 años, pone título a ese rechazo interiorizado que ha observado en mucha gente respecto a las personas gitanas, a veces sin ser muy conscientes de ello. La mejor receta para combatir estas opiniones previas, en su opinión, requiere compartir espacios y experiencias. “Tienen una idea preconcebida de los gitanos y ya estás tú para cambiarla. No hace falta una pancarta, tu forma de ser puede cambiar eso”, sostiene el joven, que ha participado en varios programas de inserción laboral de la Fundación Secretariado Gitano.
Es lo que él ha hecho “y funciona”, dice. Eugenio cuenta una anécdota de su llegada para hacer prácticas a una tienda con otros siete jóvenes gitanos. “Allí tienen la costumbre de no cerrar las taquillas y, cuando llegamos nosotros, las cerraron. Yo ya les dije, eso te lo puede hacer un gitano o un payo, pero parece que cuando lo hace un gitano suena más que si lo hiciera otra persona”, explica. El conocimiento mutuo y trabajar codo con codo acabaron con los estereotipos y el racismo soterrados.
Para que eso ocurra, gitanos y payos deben compartir espacios en el mercado laboral, conocerse, y no siempre es fácil. La Fundación Secretariado Gitano ha celebrado este martes unas jornadas en Madrid, con participantes que han pasado por alguna de las seis ediciones de su proyecto 'Aprender Trabajando', que desarrolla con jóvenes gitanos y gitanas de entre 18 y 30 años en situación de alta vulnerabilidad social. El 66% de participantes no contaba con el graduado en ESO al acceder al programa y un 58% vivía en hogares con todos los miembros en situación de desempleo.
Eugenio Montoya fue una de esas personas. Formó parte de la primera edición de 'Aprender Trabajando', que combina cursos de formación con trabajo práctico en empresas y que tiene “una tasa de inserción laboral del 40%”, según la fundación. El joven entró con 21 años en Conforama y a sus 27 continúa en la misma compañía y se está formando para ser jefe de sección. “Me siento muy valorado, mi jefa me dice que soy su mano derecha. Eso me lo he ganado con esfuerzo y trabajo”.
Cuando eres la primera en estudiar
Para Marlene Hernández Iglesias, de 20 años, el programa le ha dado su primera experiencia en el mundo laboral, en la hostelería. Ahora trabaja los fines de semana como camarera de bodas, que compagina con las clases, porque ha retomado la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), y con la colaboración en un programa para mujeres de la fundación. “Nunca pensé que iba a llegar tan lejos. Creía que iba a llevar la vida que tenía, que seguiría casada, que tendría hijos y ya está”.
Marlene abandonó los estudios a los 13 años. “Porque me pedí y me casé a los pocos meses. Me dolió mucho dejarlo, desde chiquitita siempre había querido estudiar, pero no pude hacerlo”. Su familia no la obligó a casarse en contra su voluntad, dice la joven, sino que era lo que tocaba, lo normal. Y salirse de ese camino, sin apoyos ni referentes en su entorno de personas que hubieran estudiado, era muy complejo.
Pero lo hizo. “Me separé con 15 años, casi 16, salí de situaciones y conseguí lo que me había propuesto pasito a pasito, sola. Es muy satisfactorio”. Retomó los estudios, empezó a trabajar y a colaborar con la fundación para dar charlas a chicas que pasan por lo mismo que ella unos años atrás. “Les digo que se puede, les pongo mi ejemplo. No por nada, sino para mostrarles que no pasa nada por hacer lo que quieren, por estudiar”, sostiene.
La joven, que vive con su familia, destaca que ha abierto los ojos a sus padres “en que porque estudies, te formes y trabajes no dejas de ser gitana”. Para las “palabras necias, oídos sordos” –dice– porque esas no le dan de comer cada día.
Un ejemplo que abre puertas
De ocho hermanos, fue la única que estudió en su casa. Elisabeth Motos, técnico del departamento de Empleo de la Fundación Secretariado Gitano, lleva casi dos décadas trabajando en la organización, aunque la primera vez que entró en contacto con la fundación estaba “perdida, sin saber qué quería exactamente”. Tenía 18 años. Ahora, acumula a sus espaldas la carrera de Trabajo Social, está cursando un máster en gestión de ONG y ha recibido un premio internacional (Amazing Woman 2017, de la Fundación Orange).
Su currículum se le habría antojado impensable cuando era pequeña. “Mis padres no es que no nos dejaran estudiar, es que no habíamos tenido referentes, no nos habían inculcado que había que formarse. Cuando dije que yo quería, la reacción era 'y ¿para qué?'. Como si fuera una pérdida de tiempo. Siendo joven, estando sola, la única gitana de tu entorno que quiere estudiar... Te ves sola frente a todo y es realmente difícil salir de ahí”. Hoy sus sobrinos estudian y sus hermanos les animan a ello. “Ya hay un cambio, porque lo han visto”.
Contra los discursos de la inmovilidad del pueblo gitano, la especialista subraya el gran cambio que ha observado en los jóvenes que se acercan ahora a la fundación respecto a los que llegaban hace dos décadas. “Antes estudiar no era lo normal, sorprendía, y ahora es lo contrario. La mayoría de los jóvenes sienten que formarse es una necesidad, no una opción, que tienen que estar preparados”, indica.
En las empresas también observa una evolución, tras años trabajando para eliminar prejuicios sobre el rendimiento y la capacidad de los trabajadores gitanos. En el Hotel Fuerte El Rompido, en Huelva, hoy tienen cinco empleados gitanos entre un total de 100 trabajadores fijos. Antes de recurrir a programas de inserción laboral de la comunidad gitana, no tenían ninguno. “El resultado final de estos proyectos es que se humanizan las plantillas, se eliminan prejuicios y eso lo nota el cliente”, explica el director del hotel, Tomeu Roig.
Eugenio y Marlene esperan seguir avanzando en sus carreras. Él quiere promocionar dentro de su empresa y a ella le llama la carrera de Psicología. Aunque se sienten gitanos, y no tienen problema en decirlo si se lo preguntan, esperan que haya un día en que comunicarlo no parezca un requisito cuando accedes a un puesto de trabajo. “No sé por qué mi presentación tiene que ser: 'Soy Eugenio y soy gitano'. No, soy Eugenio y soy una persona igual que tú, con otra cultura y otra forma de crianza, sí, pero tengo dos manos para trabajar como tú”.