El modo de vida de nuestra sociedad actual incluye la posibilidad de muchas conductas nocivas. Una de ellas consiste en un consumismo desenfrenado, que nos impulsa a comprar muchos objetos que -más temprano que tarde, muchas veces casi sin uso- terminarán en la basura. Pero también está el riesgo de que no terminen en la basura.
Esa dificultad para desprenderse de las cosas y desecharlas está en el origen del trastorno de acumulación compulsiva, un problema que lleva a muchas personas a habitar en viviendas en las que hay tantos objetos, que alteran y perjudican la propia vida cotidiana.
Sucede, en esos casos, que las cosas no son guardadas solo en armarios, trasteros u otros espacios de almacenaje, sino que se amontonan sobre las mesas, escritorios, encimeras, cocinas, sillones, escaleras y cualquier otro sitio donde puedan estar. En ocasiones, al punto de que solo queden estrechos pasillos por los que apenas se puede circular.
Aunque las cifras varían bastante de unos a otros estudios, en función de los criterios utilizados para el diagnóstico, se estima que hasta el 5% de la población -esto es, una de cada veinte personas- podría padecer algún problema relacionado con la acumulación de objetos.
Consecuencias de no poder desprenderse de las cosas
La acumulación se considera un trastorno cuando “interfiere en el desarrollo normal (personal, profesional, económico, familiar y social) de la persona afectada, causándole un significativo estrés”, señala un estudio realizado por expertos del Departamento de Salud Ambiental de Madrid.
Hasta hace unos años, se incluía entre los trastornos obsesivos compulsivos (TOC). Pero desde la última edición del ‘Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales’ (DSM-5), publicada en 2013, se lo considera una entidad independiente.
Ese estrés se deriva sobre todo de la angustia que le produce a la persona la mera idea de desprenderse de esos objetos, y el disgusto y enfado cuando alguien se los quita o los tira a la basura.
A menudo se tiende a confundir el trastorno de acumulación con el llamado síndrome de Diógenes, pero en realidad no son lo mismo: este último implica guardar objetos inservibles y basura.
No obstante, el problema presenta grados. En los casos leves, las repercusiones en la vida no son tan importantes; pero pueden tratarse del comienzo de un problema que en el futuro genere graves consecuencias.
Algunas de esas posibles consecuencias son accidentes domésticos (caer al tropezarse con algún objeto o sufrir golpes o aplastamientos si algo pesado se le cae encima), incendios (si se acumula mucho papel), presencia de insectos y roedores que ponen en riesgo la salud, descuido personal, conflictos familiares y aislamiento social.
A menudo se tiende a confundir el trastorno de acumulación con el llamado síndrome de Diógenes, pero en realidad no son lo mismo. Este último sería una especie de forma grave y extrema de acumulación. Implica guardar un tipo de cosas en particular: el de objetos inservibles y basura.
Y también otros rasgos, como un abandono extremo del cuidado personal -la persona vive en condiciones higiénicas insalubres y no pone atención ni a su alimentación ni a su salud- y un aislamiento social muy marcado. Afecta sobre todo a adultos mayores, aunque también se registran casos en personas más jóvenes.
¿Es el coleccionismo un síntoma del trastorno de acumulación?
No. La Fundación Internacional de Trastornos Obsesivos Compulsivos (IOCDF, por sus siglas en inglés) explica que quienes coleccionan cosas (estampillas, coches de juguete, cromos, etc.) las mantienen ordenadas y clasificadas y las exhiben con orgullo.
Los acumuladores compulsivos, en cambio, guardan de todo, tienen sus cosas desordenadas y por lo general no les interesa mostrarlas, sino que procuran conservarlas en el ámbito de lo privado. De modo que la afición del coleccionismo no debe provocar esta preocupación.
Señales y síntomas de la acumulación compulsiva
¿Cuándo sí hay que preocuparse? La IOCDF enumera los principales indicios de una acumulación compulsiva:
- Dificultad para desechar objetos y angustia ante la idea de hacerlo. Se guardan objetos que “podrían servir” pero que suelen carecer de valor real, como periódicos, ropa, repuestos de aparatos, etc.
- Gran desorden, no solo en el hogar sino también en otros espacios: la oficina, el coche, el garaje, almacenes, etc. Tal desorden dificulta los desplazamientos y hace que los muebles, sanitarios o electrodomésticos no puedan cumplir la función para la que fueron diseñados, o que esto resulte muy incómodo o complicado.
- Extravío de documentos, dinero o artículos o dificultades para encontrarlos, también como consecuencia del desorden y la gran cantidad de objetos.
- Sensación de agobio ante el hecho de que las cosas se “apoderen” de un determinado espacio. En los casos graves, los objetos acumulados pueden ocupar hasta tres cuartas partes del total de la casa, o más aún, y algunas estancias quedan prácticamente canceladas, pues apenas puede ingresar una persona en ellas.
- Comprar productos que no se necesitan solo porque están en oferta o “para abastecerse”.
- Dejar de invitar a familiares o amigos a la casa, por vergüenza, para evitar recibir críticas, dar explicaciones, sentir humillación, etc.
- Impedir el acceso a la casa también de otras personas, como técnicos encargados de hacer reparaciones, instalaciones, limpieza, fumigación, etc.
Causas y tratamiento del trastorno de acumulación
No se conocen las causas por las cuales una persona se convierte en acumuladora, y por lo tanto, no se pueden formular medidas de prevención, explica un documento de la Clínica Mayo, de Estados Unidos.
Lo que sí hay son algunos factores de riesgo, como un temperamento indeciso o la existencia de antecedentes familiares, aunque no por posibles razones genéticas, sino por el aprendizaje y la adopción de costumbres -de forma inconsciente- a través de la imitación.
El trastorno “suele iniciarse en grado leve en la adolescencia y empeora gradualmente con la edad”, apunta por su parte el Manual Merck de Diagnóstico y Terapia.
No obstante, también puede desencadenarse en la edad adulta a partir de un episodio traumático, como la pérdida de un ser querido, una separación, un incendio, un desahucio, etc. Por lo tanto, lo que conviene es poner atención y no desdeñar los indicios iniciales del problema, pues cuanto antes se detecte más fácil resulta tratarlo.
La forma primaria del tratamiento consiste en la terapia cognitivo conductual. En ciertos casos, además, el médico puede indicar el consumo de fármacos, sobre todo si la persona también sufre de otros problemas, como ansiedad y depresión.
La mayor dificultad suele radicar en el hecho de que, en general, los acumuladores no advierten que sufren un problema, no reconocen su impacto negativo y, por lo tanto, no creen necesitar tratamiento alguno.
Debido a ello, resulta todo un reto que la persona comience a cuestionar sus propias creencias y sensaciones en relación con los objetos que conserva, la conveniencia de deshacerse de ellos, poder salir de casa sin comprar o recolectar cosas nuevas, etc.
Es un proceso que lleva tiempo y que puede incluir recaídas: hay que tener paciencia. Lo que no soluciona el problema -explica la IOCDF- es que otras personas realicen una limpieza profunda sin el consentimiento del acumulador.
Aunque se haga con la mejor voluntad, esto producirá una profunda angustia en la persona y la llevará a volver a acumular cosas, a aferrarse más a ellas y a oponerse de manera más categórica a nuevos ofrecimientos de ayuda que reciba en el futuro.
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