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Amós Ruiz Girón, genio y figura del Disciplinario (II). Historial de la unidad

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Dejábamos el otro día a los disciplinarios de Amós Ruiz Girón a falta de documentar su periplo por los frentes vascos. Recordemos que el batallón de castigo del Ejército vasco —después tendría más entidad y llegaría a ser un cuerpo con más de 1.000 hombres- nació por iniciativa de Joseba Rezola y se estableció en Portugalete, llegando a tener un destacamento en la localidad de Ubidea. En principio, la militancia de Ruiz Girón (socialista) no sería determinante en las relaciones que establecería con todo el espectro político vasco, representado en el seno del Disciplinario. Pero su amistad con el anarquista Elíseo Pancorbo, un antiguo peluquero donostiarra que estaba al cargo de la compañía disciplinaria, no era sino el síntoma de una relación mucho más profunda con los confederales guipuzcoanos, seguramente forjada por los combates librados en aquel territorio en los dos primeros meses de la Guerra Civil, ya que se rodeó de ellos: Valentín Lascurain, Antxon Vivar, Eduardo Liquiniano y, sobre todos ellos, José Del Valle. Un joven en el que depositó toda su confianza, llegando a hacerse cargo de la unidad cuando se reponía de las heridas sufridas en Elgeta en octubre de 1936. A partir de entonces, la imagen de Ruiz Girón con el brazo en cabestrillo, ya sea en el pase de revista de la unidad de las fotos de Chim o a caballo, se haría muy popular entre los hombres, pero aquel no era “país para viejos”, y la dinámica de la guerra pondría a los hombres ante su hora decisiva en varias ocasiones hasta someter a los disciplinarios —no olvidemos, el único batallón de su clase que entró en combate durante la Guerra Civil- a tensiones inimaginables, que estallarían por primera vez con toda su crudeza en las jornadas previas a la caída de Bilbao.

Fijaremos el nacimiento del Disciplinario en un día de noviembre de 1936. Es seguro que la preocupación de los nacionalistas vascos por preservar el Orden Público y la amistad forjada entre Ruiz Girón y Rezola desde los tiempos en que este último ejercía de comisario de guerra de la Junta de Defensa de Gipuzkoa tuvieron mucho que ver en ello. Rezola, un hombre de acción preocupado por las operaciones militares que intervenía desde el propio campo de batalla si la situación lo requería, se convirtió en el hombre de confianza del Lehendakari José Antonio Aguirre en la consejería de Defensa del recién formado Gobierno provisional de Euzkadi, siendo de hecho la persona a la que podríamos atribuir la paternidad del Ejército vasco. Se trataba de una organización de carácter militar conocida como Ejército de Euzkadi o Ejército I (más tarde XIV) de las Fuerzas Armadas de la Segunda República —no confundir, como se hace habitualmente, con el Euzko Gudarostea o Milicias Vascas, que eran las propias del PNV- a la que todos los partidos políticos entregaban sus batallones formados para que los equipase, siendo posteriormente enviados a los diferentes frentes. En ella también había unidades del llamado Ejército regular, entre las cuales estuvo el Disciplinario. En diciembre de 1936 lo formaban 220 hombres, de los cuales 11 figuraban como arrestados en la llamada compañía disciplinaria (bajo el mando del capitán Pancorbo), hasta completar 32, otros 132 en la compañía de Protección y Vigilancia (capitán Del Valle), otros 26 en la compañía de ametralladoras (capitán Bengoetxea), otros 21 en la sección de servicios auxiliares y finalmente tres arrestados pendientes de ser encuadrados. Acompañaban a Ruiz Girón en el mando, el comandante intendente Diego Sánchez de la Vega, el teniente Francisco Pérez Moratinos, un teniente habilitado y dos suboficiales (1).

En las filas de los de Ruiz Girón recalaron prisioneros de guerra (los llamados “gallegos” en virtud de su procedencia, capturados por las tropas vascas en la batalla de Villarreal), presos derechistas, milicianos y gudaris en situación de arresto y a partir del 4 de enero de 1937 el aviador alemán Karl Gustav Schmidt, —único superviviente del bombardero Junkers Ju-52 derribado por Felipe Del Río en el barranco de Lisurdi, cerca de Alonsotegi-, cuya cabeza pedía una masa humana que se dirigió hasta el bilbaíno Hotel Carlton, sede de la presidencia del Gobierno de Euzkadi. Consciente de lo delicada de la situación, el propio Ruiz Girón, acompañado del capitán Adrián Unibaso, le sacó por un lateral del edificio y lo trasladó al Instituto de Segunda Enseñanza de Portugalete (actual colegio Santa María), donde fue puesto a salvo bajo la custodia de los disciplinarios. Ese día, la gente asaltó las prisiones que jalonan la cuesta de Zabalbide causando la muerte a 225 personas. La única persona que pudo entrevistar al alemán fue la novia de Ruiz Girón, la corresponsal de CNT Norte Cecilia G. de Guilarte (2). Posteriormente fue trasladado al convento de Santa Clara, donde se establecería definitivamente el cuartel del batallón de castigo vasco.

Nadie pudo prever jamás que los disciplinarios entrasen en combate —básicamente, por el peligro real de fuga de los presos como realmente sucedió, aunque el propio Ruiz Girón lo desease íntimamente-, pero al comienzo de la ofensiva del general Emilio Mola sobre Bizkaia (comenzada el 32 de marzo de 1937), el Ejército vasco agotaría todas sus reservas en un combate estéril contra un enemigo que le hacía una guerra desconocida hasta la fecha, con absoluta superioridad de medios aéreos y artilleros. Para entonces, el Disciplinario había crecido hasta contabilizar 1.044 hombres, con tres compañías de castigo, dos de protección, dos de zapadores, una de ametralladoras y secciones de enlaces-transmisiones, dinamiteros y morteros, incluso había una banda de música que dirigía el que fuese director de la de Gallarta, Dionisio Borea. La hora de la verdad para los de Ruiz Girón —que estaban haciendo una carretera para llegar hasta los embalses del Gorbea- llegó la mañana del 1 de abril de 1937, cuando los requetés tomaron la cima del mítico monte bocinero, con su simbólica cruz, desatando todas las alarmas en el Estado Mayor del Ejército vasco. Al anochecer de ese día el mando dispuso que los disciplinarios fuesen armados y enviados desde Ubidea hasta la posición de Arazar en previsión del contraataque que se preparaba para el 2 de abril, que sería protagonizado por el batallón Padura. Recuperada con éxito la cumbre del Gorbea, ya no se retirarían del frente, lo que supuso un goteo continuo de deserciones, si se puede llamar así a la fuga de prisioneros de guerra. Ubidea se perdería irremediablemente y el 3 de abril los de Ruiz Girón ocuparon una nueva línea en Arimekorta-Arralde y tres días después en Barazar, donde tuvieron ocasión de ver acción por primera vez. Luego fueron retirados a Portugalete.

El 13 de abril de 1937 fueron enviados a Mañaria para tomar parte en el ataque al Saibigain del batallón Arana Goiri, correspondiéndoles la misión de cubrir el flanco de la unidad que llevaba el nombre del fundador del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Al anochecer del 14 de abril, mientras los nacionalistas vascos tomaban la cima, dos compañías del Disciplinario lograron infiltrarse hasta el Txupilatarra. Destrozado el Arana Goiri en el envite, por la noche solo quedaban en el Saibigain los de Ruiz Girón, pero también abandonaron en apenas unas horas la posición que tanta sangre había costado. Otro monte que se perdía y una nueva retirada, pero el precio de los combates en Barazar y Saibigain había sido muy alto: 12 muertos, 28 desaparecidos (muchos de ellos pasados al enemigo), 65 heridos y 67 enfermos. El siguiente destino de los disciplinarios sería el eje Ermua-Zaldibar (Santamarinazar) y más tarde Durango. En ese momento el PNV envió cinco nuevos oficiales a la unidad para intentar, según contó el teniente Faustino Lekanda, “impedir los actos criminales que venían cometiendo con los presos los oficiales de extrema izquierda, la mayoría de la CNT [Confederación Nacional del Trabajo] y PC [Partido Comunista]” (3). Esto no debió hacerle ninguna gracia a Ruiz Girón, pero la deriva que estaba tomando la guerra determinaría su futuro más inmediato, que pasaría por controlar a los presos y arrestados en los numerosos trabajos a los que se les forzó tanto en los frentes como en el propio Cinturón de Hierro. Las bajas fueron en aumento y hubo que lamentar una docena de muertos más, incluyendo al teniente Alberto Pinedo, cuya pérdida fue especialmente sentida. De Sollube regresó el comandante Ruiz Girón gravemente herido, pero pudo recuperarse. Las numerosas deserciones que sucedían cuando los disciplinarios se desplegaban en el frente, más que su ineficacia como unidad combatiente, determinaron que ya nunca más fuesen empleados en operaciones y a finales del mes de mayo de 1937 no eran sino uno más de los batallones completados a costa de incorporar en sus filas a la población reclusa que había en Bizkaia, obviamente desafectos al régimen por causa de su ideología derechista.

Y fueron precisamente estos presos los que cobraron creciente protagonismo con motivo del avance de las negociaciones entre los italianos y los nacionalistas vascos, porque facilitar que pasasen al otro lado sería interpretado por la otra parte como un gesto de buena voluntad, además de que nunca estuvo en la mente de los líderes del PNV, imbuidos de una ideología que bebía directamente del humanismo cristiano, lo contrario, y en ello también tuvo protagonismo el Disciplinario. Sucedió cuatro días antes de la pérdida de Bilbao en poder de las fuerzas franquistas, al anochecer del 15 de junio de 1937, cuando el mando dispuso que los de Ruiz Girón cruzasen la ría a través del Puente Colgante para entregar a la Ertzaña en Las Arenas a la mayoría de los presos derechistas que había en la unidad, lo que causó un serio encontronazo al oponerse a ello algunos oficiales de izquierda:

A Pancorbo se le dio la orden de coger a los prisioneros fascistas y pasarlos a Las Arenas y dejarlos en manos de la Ertzaña. Un teniente nuestro, borracho, se negaba a ello y un ertzaña le pegó un puñetazo y se ahogó al caer al agua (4).

No sería el único incidente entre oficiales del mismo Cuerpo. Cuando se perdió Bizkaia, los de Ruiz Girón se dirigieron a Artzentales y después a Karrantza, desde donde se dedicaron a fortificar la línea que defendía el Ejército vasco en los límites del territorio cántabro. Las tensiones entre oficiales habían llegado a tal límite que cualquier problema se resolvía de malas maneras, con el consiguiente riesgo de provocar una guerra dentro del Cuerpo, lo que rompió los nervios de algunos, como le sucedió al teniente jeltzale Crispín Gárate, quien se pasó al otro lado forzado por la situación. En julio de 1937 los disciplinarios se establecieron en la localidad montañesa de Arredondo, desde donde enviaron un destacamento a Río Seco. Hasta el 15 de agosto, cuando ya había comenzado la ofensiva rebelde sobre Santander, estuvieron trabajando en un nuevo campo de aviación en Liendo y el 18 de agosto regresaron a sus tareas de fortificación a la posición de Nebros (Río Seco). Por aquellas fechas, los tenientes jeltzales Lekanda y Fernández Unibaso se dirigieron a Santander para denunciar ante el consejero del PNV Heliodoro de la Torre que Ruiz Girón se había fugado con una importante cantidad de oro. A su regreso al cuartel de Arredondo, Lekanda fue consciente de que peligraba su vida y se encaminó a Laredo y Santoña, donde los batallones nacionalistas vascos se habían concentrado en situación de rebeldía con respecto a las autoridades republicanas, si bien seguían instrucciones de sus autoridades políticas. Como había pertenecido al Arana Goiri, se hizo acompañar por 20 gudaris de este batallón a Arredondo para liberar y trasladar a Laredo a los presos nacionalistas vascos que se encontraban en el Disciplinario, cosa que hizo a viva fuerza con las armas en la mano, que no hubo que usar afortunadamente, ya que consiguió sus propósitos sin derramamiento de sangre.

Perdida Santander, los de Amós Ruiz aún tuvieron tiempo de escribir su epílogo en Asturias, al final del frente norte, entre los meses de septiembre y octubre de 1937. Para entonces ya habían abandonado la unidad los capitanes Del Valle, Bengoetxea, Gracia y Gómez, y otros oficiales. De algunos se ha podido hacer su recorrido biográfico, pero de otros nada se sabe. Primero se establecieron en Ribadesella y luego en la pequeña localidad de Sebreño; después fueron a Lastres y finalmente a Villaviciosa. El comandante y algunos oficiales pudieron llegar hasta Candás y embarcar a Francia, desde donde regresaron a la zona republicana por la frontera catalana. Allí, Amós Ruiz Girón pudo reanudar su carrera, obtener los galones de mayor y mandar un batallón de la 213ª Brigada hasta el final de la guerra. Se exiliaría a México, donde vivió muchos años. Pasó sus últimos años en Tolosa, falleciendo en el año 2.000. La historia del Disciplinario nos permite hacer un recorrido por la propia idiosincrasia del llamado “Oasis vasco” y las crecientes tensiones entre el PNV y sus socios de gobierno durante el corto periodo republicano, incluyendo aquellos que no lo eran pero que compartieron trinchera con ellos, como la CNT. Una situación que creemos que no se vivió con semejante intensidad en ninguna otra unidad del Ejército vasco.

Dejábamos el otro día a los disciplinarios de Amós Ruiz Girón a falta de documentar su periplo por los frentes vascos. Recordemos que el batallón de castigo del Ejército vasco —después tendría más entidad y llegaría a ser un cuerpo con más de 1.000 hombres- nació por iniciativa de Joseba Rezola y se estableció en Portugalete, llegando a tener un destacamento en la localidad de Ubidea. En principio, la militancia de Ruiz Girón (socialista) no sería determinante en las relaciones que establecería con todo el espectro político vasco, representado en el seno del Disciplinario. Pero su amistad con el anarquista Elíseo Pancorbo, un antiguo peluquero donostiarra que estaba al cargo de la compañía disciplinaria, no era sino el síntoma de una relación mucho más profunda con los confederales guipuzcoanos, seguramente forjada por los combates librados en aquel territorio en los dos primeros meses de la Guerra Civil, ya que se rodeó de ellos: Valentín Lascurain, Antxon Vivar, Eduardo Liquiniano y, sobre todos ellos, José Del Valle. Un joven en el que depositó toda su confianza, llegando a hacerse cargo de la unidad cuando se reponía de las heridas sufridas en Elgeta en octubre de 1936. A partir de entonces, la imagen de Ruiz Girón con el brazo en cabestrillo, ya sea en el pase de revista de la unidad de las fotos de Chim o a caballo, se haría muy popular entre los hombres, pero aquel no era “país para viejos”, y la dinámica de la guerra pondría a los hombres ante su hora decisiva en varias ocasiones hasta someter a los disciplinarios —no olvidemos, el único batallón de su clase que entró en combate durante la Guerra Civil- a tensiones inimaginables, que estallarían por primera vez con toda su crudeza en las jornadas previas a la caída de Bilbao.