Think Bask, quiere ser una red de pensamiento analítico donde aquellas personas que generan conocimiento en nuestra sociedad, como universidad, investigadores sociales, analistas, fundaciones, ONG’s, sindicatos, partidos políticos, blogs, etc... tengan un cauce de expresión y un lugar de encuentro. En este espacio caben todas las opiniones y el debate es bienvenido.
Fin de la cita
En las semanas en que coincidí con Emilio Guevara en la bancada de la Cámara vasca una de las valiosas cosas que me enseñó fue que aquel sitio se llamaba “parlamento” por algo, y no “leemento”. Guardo sabrosas anécdotas de las habilidades dialécticas de algunas señorías. Recuerdo a una nacionalista, que luego ha prosperado mucho institucionalmente, que se llevaba preparado un texto vitriólico. Pero hete aquí que minutos antes toda la oposición llegó a un acuerdo con una enmienda de transacción, lo que convertía su dureza en innecesaria. Incapaz de reaccionar por su cuenta, la citada nos espetó su proclama, fuera de contexto y ante la mirada atónita de los que habíamos tenido que ver en la componenda.
La democracia mediática, audiovisual, se ha cargado la importancia y el sentido de la brillantez discursiva. Castelar, aquel ‘Piquito de oro’, Cánovas, Sagasta, Indalecio Prieto, Vázquez de Mella o el mismo Felipe González seguirían haciendo hoy las delicias de quienes pudieran pasar los diez o veinte minutos de su discurso escuchándoles; el gran público contemporáneo, condenado al corte de veinte segundos de la tele, es pasto, no de oradores, sino de oportunistas que, para salir en el medio, confunden a sabiendas la elocuencia y la oratoria con la ordinariez y el trazo grueso. Manuel Fraga, por ejemplo, mitigaba sus pésimas condiciones de timbre y ritmo con una gran inteligencia, conocimiento del asunto, control del escenario, y capacidad para salpicar sus intervenciones con un rosario de citas ilustrativas de su objeto y facilitadoras de su intención. Dicen que la mayoría de las mismas eran apócrifas, tanto en el contenido como en la autoría. Es lo mismo: en cuestiones de retórica y argumentación, ‘si non è vero, è ben trovato’.
La inversa de algunos como los referidos es el “fin de la cita” repetido nueve veces por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Entre algún sesudo analista de izquierda que, a contracorriente de lo evidente, ha querido ver en ello un truco eficaz para desviar la atención y ganar en popularidad –trending topic del día: que hablen de mí, aunque sea bien, que decía Lola Flores- y el descojono de una televisión argentina que ha recorrido Youtube, me quedo con estos últimos. Por otra parte, autoridad, experiencia y conocimiento no les faltan después de docenas de histriónicos presidentes y presidentas peronistas.
No atesoro un gramo de patriotismo y mi convicción democrática de que el presidente de mi país sea también el mío está ya muy reblandecida, pero reconozco haber sentido vergüenza ante tamaño personaje y acción. Una cosa es que no te enerven su irrelevancia y su pereza, en contraste con la desazón de aquellos hiperactivos entrometidos que fueron Aznar e Ibarretxe. Otra cosa es que tenga todavía vivo el recuerdo de aquellos infumables discursos en directo de ZP, silabeando cada frase para darse tiempo a pensar y para buscar el momento de colocar lo que llevaba previsto vender mediáticamente esa mañana. Pero lo de Mariano no tiene nombre. Me costó horas y lecturas confirmar que efectivamente había leído textualmente las anotaciones de sus escribanos, sin entender lo que eran.
A todos los políticos de primera fila les hacen los discursos. Es normal. Nadie tiene tiempo y cabeza para hacer dos diarios, y buenos. Pero, bien que mal, los leen antes y meten alguna apostilla, les dan un toque personal o preguntan el significado de alguna frase o de alguna autoridad citada que no entienden o que desconocen cómo se pronuncia mejor. Pero nadie se aplica al “leemento” extremista y textual, y menos el día en que se la jugaba. El medio es el mensaje, que decía el McLuhan, y en cualquier actividad pública como es la política la concordancia de fines y de instrumentos es determinante. De alguien que no es capaz de distinguir el texto que le han hecho de las anotaciones técnicas del mismo no se puede esperar absolutamente nada. No es una cuestión irrelevante; es un presidente de cartón piedra, dejado al albur de lo que le vaya influyendo su alrededor.
Pero, tampoco nos sorprendamos. De alguien que lleva más de tres décadas y media en política, en puestos de relevancia, cinco veces ministro y vicepresidente y ahora presidente del gobierno, solo recordamos su hazaña de aguantar el chaparrón cuando lo del 'Prestige' y poner esa carita de circunstancias cuando todos los demás responsables huían o cazaban. El “fin de la cita” es el momento culminante de esta política que no dice nada y que lo lleva todo tan medido que no puede errar, pero que a nadie interesa.
La víspera, Inmaculada Michina, una aspirante a vendedora callejera en Cádiz, también arrasó en los medios de comunicación y en las redes sociales con un discurso improvisado, vivido, directo, sencillo pero pleno de contenido, comprensible. Es la distancia entre la vida y el artificio, el jugársela a una carta y el no dar ruido para seguir ahí siempre... ¡pudiendo vivir feliz y rico como registrador de la propiedad! Fin de la cita. ¡Ja!
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