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Políticas y tolerancias

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Quisiera comenzar haciendo unas referencias a un persona singular. Se trata de François Marie Arouet, “Voltaire”, que nació en París un noviembre de hace 330 años. Su excepcional talento y agudeza hicieron de él un hombre de extraordinaria popularidad. Más que un comentarista de su tiempo, fue un vivaz reportero de sí mismo. Buena prueba de ello es su 'Tratado sobre la tolerancia'. Dadas las particularidades de su época este tratado debe de leerse entre líneas ya que Voltaire, cortesano al fin, trató de eludir cualquier represalia que el absolutismo pudiera ejercer contra su persona. A pesar de ello este tratado sorprende por su claridad y su arrolladora valentía que la hace merecedora de la consideración debida en esta Euskadi del 2024 debido fundamentalmente a su innegable actualidad.

Tal vez valga la pena subrayar que siendo Voltaire el prototipo de cortesano al uso de su época, lo que quiere decir que tuvo que someterse a las reglas impuestas por el despotismo, no por ello dudó jamás en enfrentarse a los arduos problemas que planteaba una sociedad en plena transformación como la de aquellos días. Voltaire encarnó el arquetipo del pensador liberal de su siglo que se adelantó con mucho a su tiempo. Sorprende su valentía, agudeza y audacia cuando defiende posturas en franca contradicción con la corriente del pensamiento oficial de su época. Con ese espíritu escribió en 1763 este 'Tratado sobre la tolerancia' con motivo de la muerte injusta de un paisano, honrado comerciante de Toulouse, Jean Calas, debido a un error judicial. 

El error de Jean Calas fue uno, pero grave, practicaba una religión distinta a la de sus conciudadanos. De él dice Voltaire: “Allí en donde el peligro y la ventaja son iguales, cesa el asombre, y la compasión misma se debilita; pero si un padre de familia inocente es abandonado en manos del error, o de la pasión o del fanatismo, si los árbitros de su vida al degollarlo sólo arriesgan el equivocarse; si pueden matar inpunemente con una simple orden de detención, entonces se eleva la queja pública, cada uno teme por sí mismo. Entonces se ve que nadie puede estar seguro por su vida ante un tribunal creado para velar por la vida de los ciudadanos, y se unen todas las voces para pedir venganza”. Este tratado es tristemente actual, porque salvando la distancia, se puede observar un desagradable paralelismo con ciertas actitudes de manifiesta intolerancia que subsisten y que se manifiestan de maneras dispares en muchas manifestaciones, conductas y actitudes, desde la propias domésticas, hasta las políticas, sociales, ideológicas y partidistas, pasando por las relaciones entre diferentes instituciones, administraciones, naciones, estados, continentes, razas, culturas, concepciones de la vida y creencias.

Jean Calas murió en el patíbulo víctima de la intransigencia religiosa. Hoy en día hay todavía miles de Jean Calas, individuales y colectivos, distribuidos a lo largo y a lo ancho de un nuestro mundo con inmensas dosis de la misma intolerancia y necedad de siempre, víctimas de desafueros de todo tipo. Jean Calas, de sesenta y ocho años, ejercía la profesión de negociante en Toulouse desde hacía más de cuarenta años y todos los que habían vivido con él lo tenían como una buena persona. Era protestante, igual que su mujer y sus hijos, excepto uno que había abjurado y al que el padre le pasaba una pequeña pensión. Jean Calas estaba alejado de cualquier fanatismo y aprobó sin mayor problema la conversión de su hijo Louis, es más, tenía en casa una sirviente ferviente católica que había educado a sus hijos. Jean tenía un hijo, Marc Antoine que no podía ser abogado pues le faltaba un certificado de catolicidad que no pudo obtener. Decidió terminar con su vida. Su padre lo encontró colgado, los gritos desgarrados del padre fueron oídos por los vecinos. Y algún fanático imbécil declaró que el padre lo había colgado. Fue detenido, torturado, asesinado y calumniado.

Pero estas líneas pretenden ir de tolerancias, políticas y derivadas reflexivas. Hoy, pienso, que la política es imprescindible para reforzar precisamente la tolerancia. Únicamente la acción de la política, una política provista de valores y de sentido de la responsabilidad puede servir para apostar por la tolerancia misma. Una tolerancia entendida como solidaridad, garantía de igualdad de oportunidades, consenso y esfuerzo de todos para hacer frente a los retos que tenemos planteados cara a futuro, confianza ciudadana, preservación de derechos fundamentales, políticas sociales rigurosas, serias y avanzadas, integración comunitaria, defensa de la seguridad, preservación de los valores y formulación de nuevos proyectos colectivos. Tolerancia entendida como contrapuesta a la indiferencia, gregarismo y a las simples leyes del mercado. Es obligación de la política apostar por una tolerancia ciudadana que suponga aceptar y entender como Manuel Castells y Montanelli cuando afirmaban que identidad y globalización son dos caras de la misma moneda, una identidad mantenida pero que no precisa de ser paseada cada día como un repetitivo slogan de un combate resistencial, sino una identidad que se enriquece y amplía sus bases. Tolerancia como referente y asidero que permita no perder orígenes y razón de ser en el mundo global. 

Y es a partir de estas consideraciones que estimo, entendiendo que se discrepe, que desde el nacionalismo vasco deberíamos no radicalizar la conciencia nacional del que ya la tiene, sino extenderla al máximo a personas que carecen de ella. Creo que poco o nada sirven los discursos radicales que enfervorizan al convencido, pero que alejan a quienes no tienen voluntad de ser. Tolerancia política como trabajo serio y pertinaz. La verdad es como un espejo roto y cada persona es como un fragmento de ese espejo. Pues bien, el ejercicio tolerante de la política, como diría Salvador Espriu, el ejercicio de la tolerancia como servicio, requiere que seamos capaces de recomponer ese espejo roto. 

El bien común exige predisposición al entendimiento, pacto y a la destreza inteligente. Desde el nacionalismo democrático vasco, desde la centralidad que da el liderazgo, debemos ser capaces, creo, como diría Jacques Maritain, ser capaces, digo, de hacer política desde la amistad cívica, capaces de superar la confrontación con actitudes de permanente diálogo desde sólidos fundamentos políticos, reconociendo que no todo lo que viene del adversario es negativo y rechazable. y batiéndose por un modelo de sociedad desde una ideología, que no dogma, que partiendo del respeto a la persona defienda en todo momento los valores del humanismo, la solidaridad, esfuerzo, justicia social, deberes y derechos. Creo por ello en un nacionalismo capaz de adaptarse a las exigencias del nuevo siglo desde sus mismos cimientos ideológicos. Por eso soy miembro y milito en EAJ-PNV.

Tolerancia que empieza desde el vocabulario, las palabras y los símbolos que utilizamos. Apuesta desde la política por una tolerancia que jamás podrá ser una forma de arrogancia indeseable, ni sumisión, abuso, sometimiento, ni contraria a los valores de la democracia y de la libertad. En nuestra Euskadi, en el conjunto del “Zazpiak Bat”, tanto hacia dentro de la misma sociedad vasca, como hacia el exterior español y francés, política y tolerancia, estimo que para todos en general, son una asignatura pendiente y urgente. Tolerancia inteligente, de no imponer y de no impedir, de negociar con el otro, decidir como vascos, y de pactar con los vecinos. Desde la legitimidad del nacionalismo vasco, y desde la democracia, tenemos la oportunidad y la necesidad de adaptar nuestros contenidos y estrategias a los nuevos tiempos y nuevos retos. Lo podemos y debemos hacer, pensando en Euskadi, en su autogobierno y en su futuro, en su capacidad y derecho a decidir y en su  necesidad de pactar, pensando en todas y en cada una de las personas que viven entre nosotros y nosotras, hablen la lengua que hablen, crean lo que crean y procedan de donde procedan. Desde lo que somos, con normalidad, desde nuestra más rotunda, íntima y firme vasquidad. 

Desde la política tolerante. Y desde la tolerancia política. Sea pues.

Quisiera comenzar haciendo unas referencias a un persona singular. Se trata de François Marie Arouet, “Voltaire”, que nació en París un noviembre de hace 330 años. Su excepcional talento y agudeza hicieron de él un hombre de extraordinaria popularidad. Más que un comentarista de su tiempo, fue un vivaz reportero de sí mismo. Buena prueba de ello es su 'Tratado sobre la tolerancia'. Dadas las particularidades de su época este tratado debe de leerse entre líneas ya que Voltaire, cortesano al fin, trató de eludir cualquier represalia que el absolutismo pudiera ejercer contra su persona. A pesar de ello este tratado sorprende por su claridad y su arrolladora valentía que la hace merecedora de la consideración debida en esta Euskadi del 2024 debido fundamentalmente a su innegable actualidad.

Tal vez valga la pena subrayar que siendo Voltaire el prototipo de cortesano al uso de su época, lo que quiere decir que tuvo que someterse a las reglas impuestas por el despotismo, no por ello dudó jamás en enfrentarse a los arduos problemas que planteaba una sociedad en plena transformación como la de aquellos días. Voltaire encarnó el arquetipo del pensador liberal de su siglo que se adelantó con mucho a su tiempo. Sorprende su valentía, agudeza y audacia cuando defiende posturas en franca contradicción con la corriente del pensamiento oficial de su época. Con ese espíritu escribió en 1763 este 'Tratado sobre la tolerancia' con motivo de la muerte injusta de un paisano, honrado comerciante de Toulouse, Jean Calas, debido a un error judicial.