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Reforzar el euro, una idea de progreso
Los debates económicos suelen esconder – bajo un leguaje tecnocrático y críptico- batallas políticas e ideológicas de hondo calado. La profesión económica – con ciertos matices- está llegando a un cierto consenso sobre la necesidad de construir una arquitectura institucional para consolidar el euro como moneda de la Unión. Hay quien argumenta, (Martin Sandbu, Europe´s Orphan), que los problemas de algunas economías europeas no están originados por el euro, sino por la aplicación de políticas equivocadas para combatir las burbujas especulativas (inmobiliaria y financiera en el caso español).
Asimismo, se reconoce que quizás el entramado institucional del euro era insuficiente y débil cuando se creó, pero una vez recorrido este camino es mejor construir hacia el futuro que destruir lo realizado (Paul De Grauwe, El futuro del euro)
Incluso autores muy críticos con el euro, como los premios Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz, admiten que desmontarlo ahora sería muy complicado y probablemente una catástrofe. Se sabe también -desde hace mucho tiempo- que un Área Monetaria Óptima requiere plena libertad de movimientos de mercancías, servicios, capitales y personas, para evitar lo que los economistas llaman shocks asimétricos. Es verdad que la Unión Europea ha dado un salto adelante en lo relacionado con el movimiento de mercancías (Mercado Único), pero todavía le queda mucho por avanzar en lo que respecta al movimiento de servicios, capitales y, sobre todo, personas. Estas áreas monetarias serán tanto más eficientes, no sólo cuanto más coordinadas estén sus políticas económicas, sino cuanto mayor sea su convergencia económica. De ahí, la importancia estratégica de las políticas de cohesión y estructurales. En fin, la Unión Económica y Monetaria debe complementarse con la Unión Bancaria y la Unión de Mercados de Capitales.
La Comisión Europea ha asumido este discurso y ya ha presentado, desde el llamado documento de los Cinco Presidentes, (¡qué difícil explicar a un extraño que una organización institucional tenga cinco presidentes!), una ristra de comunicaciones e informes que desembocaron en la referida hoja de ruta. Esta hoja de ruta, por resumir, se concreta en varias claves.
Primero, la conversión del MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad), un instrumento de rescate para países en dificultades, en un Fondo Monetario Europeo, que podría acabar llamándose Fondo Europeo de Estabilización, con funciones similares a las del FMI. Segundo, un presupuesto autónomo anticrisis para sostener la inversión y el crecimiento. Tercero, la creación de un superministro económico de la UE. Cuarto, el establecimiento de un Seguro de Depósitos de ámbito europeo. Quinto, un respaldo común al Fondo Unico de Resolución (FUR) para abordar las crisis bancarias. Y, en lontananza, un seguro de desempleo europeo que actuaría como estabilizador automático, en definitiva, un instrumento que permite amortiguar los efectos mas negativos de las crisis económicas.
Ahora el debate político está planteado entre dos posiciones. La de Emmanuel Macron, por un lado, alineado con la Comisión Europea, cuyo discurso se basa en la necesidad de compartir riesgos, con un relato que pretende compaginar responsabilidad con solidaridad. Por otro, la de Angela Merkel, que tiene como prioridad reducir precisamente esos riesgos antes que compartirlos, haciendo recaer el precio del ajuste en los países deudores. Bien lo sabemos los ciudadanos españoles y griegos. Con Macron debieran alinearse los países del Sur. Con Merkel, los países del Norte, con Holanda a la cabeza. En medio está la posición española. El anterior ministerio de Economía (del Gobierno Rajoy) gestó un documento – Posición española sobre el fortalecimiento de la UEM- un poco tibio, realista dicen algunos, que no se atreve a mencionar por su nombre ni al Fondo Monetario Europeo, no hace mención tampoco a la figura del citado superministro y se olvida definitivamente de los eurobonos. Se trata de quedar bien con unos y con otros.
Ya se ha dado un primer paso, a mi juicio bastante tímido, con la presentación reciente por la Comisión Europea del Marco Financiero Plurianual. El presupuesto 2021-2027 prevé la creación de dos mecanismos para afianzar la Unión Económica y Monetaria. El primero, un fondo de 25.000 millones para apoyar a los países que acometan reformas estructurales, incluso aunque no formen parte de la eurozona. Un Fondo, como puede suponerse, muy del gusto de las tesis alemanas. Otro, un sistema de préstamos de 30.000 millones, concedidos todavía no se sabe por quién, quizás el Banco Europeo de Inversiones, garantizados por el presupuesto comunitario, para que aquellos países que lo necesiten puedan mantener el nivel de inversión pública en momentos de dificultades. Como puede verse, nada para echar cohetes. Todo muy alejado de un presupuesto fiscal anticrisis.
El euro forma parte del acervo comunitario. El articulo 3 del Tratado de la Unión Europea, en su apartado 4, dice textualmente que “la Unión establecerá una Unión Económica y Monetaria cuya moneda es el euro”. Y esto aplica a todos los países excepto Dinamarca. Así que el objetivo es que los países que ahora no forman parte de la eurozona acaben cumpliendo los criterios para poder incorporarse. Y hay que añadir que el euro, a pesar de sus limitaciones, ha funcionado razonablemente bien. La política monetaria impulsada por el Banco Central Europeo ha logrado soslayar una parte, indudablemente no toda, de las perturbaciones de la crisis. Queda por abordar los aspectos básicos de la economía real, pero esto ya no es responsabilidad de la política monetaria. Basta recordar que cuando teníamos soberanía monetaria las devaluaciones, para que surgieran efecto, también tenían que ir acompañadas de políticas (monetarias y fiscales) restrictivas.
Se acercan tiempo turbulentos, poco propensos para declaraciones de principios vacias. Primero, será necesario cerrar el diseño del proceso de reforma de la Unión Económica y Monetaria. Luego vendrán las elecciones al Parlamento Europeo, previstas en mayo del año próximo. Más tarde, una nueva Comisión presidida por una persona diferente a Juncker que, no lo olvidemos, es un europeísta convencido.
Es importante que la ciudadanía no se quede al margen de este debate. A mí juicio, defendiendo el euro a muerte. Un euro consolidado, con una arquitectura institucional sólida, es garantía de una Europa más estable y cohesionada social y territorialmente. No está de más recordar que el proyecto europeo, al fin y al cabo, una idea de progreso, tuvo su origen en un activo comunista italiano, Altiero Spinelli, cuando allá por 1941 redactó, condenado a prisión en la isla de Ventotene, un texto titulado Por una Europa libre y unida. Proyecto de manifiesto, más conocido como Manifiesto de Ventotene. Para ser del todo justo con otras figuras como Jean Monnet, Robert Schuman y más tarde el propio Jacques Delors, la creación de la Unión Europea es fruto de una alianza entre la derecha cristiano demócrata europea y la socialdemocracia, una alianza que ahora corre el riesgo de quedarse en minoría con el avance de los populismos. Poner en peligro una aventura de paz y prosperidad fascinante sería una auténtica frivolidad.
*Juan Miguel Sans es experto en estrategia y política económica
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