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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sí, a veces hay que hacerse el harakiri

Andoni Ortuzar

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Todo dictador, todo sistema de fuerza, necesita guardar las apariencias y homenajear a Montesquieu en las formas. Es como la hipocresía en estado terrenal. Por eso todos tienen su poder ejecutivo bien amarrado, atado y bien atado (y, sobre todo, atornillado), un judicial provisto de correlevitas, y un legislativo con mayordomos que tienen la obligación de saber aplaudir muy bien luciendo una perfecta sonrisa Profidén. O todo a la vez: reír sin ganas y aplaudir sin ganas, pero que todo parezca con ganas, con muchas ganas… ¡Con ganísimas!

Eso fueron las Cortes franquistas: a los diputados les llamaban Procuradores y había entre ellos obispos y saharauis con sus túnicas. No aprobaban nada, pero se lucían bien. En las grandes ocasiones se ponían casacas blancas que con el bigotito recortado les hacía parecer una película de Jorge Negrete, pero sin mariachis. El primer presidente del Congreso franquista fue el vasco Esteban Bilbao, un carlista que había sido ministro de Justicia y se había hinchado firmando penas de muerte y terminó presidiendo las Cortes a golpe de discurso patriotero. ¡Qué bien lo hacía!

Franco no tenía Senado, pero sí el llamado Consejo Nacional del Movimiento, un lugar lleno de consejeros que, en lugar de aconsejar al Caudillo, cada cierto tiempo iban al palacete del dictador él y les aconsejaba a ellos. Y todo en base al aplauso enfervorizado. Todo esto terminó con un pleno famoso en 1976 donde los Procuradores franquistas, a lágrima viva, se hicieron el harakiri a petición de Adolfo Suárez y desaparecieron como los mohicanos, aunque, luego, su camaleonismo les hizo aparecer como políticos de AP, de UCD y hasta de Fuerza Nueva. ¿Les suena aquella “Indar Berri” de Blas Piñar?

Andoni Ortuzar dijo que no se va iba hacer el harakiri. Anteriormente aseguró que él iba de lo analógico a lo digital en plan progre, pero de eso del harakiri, nada de nada. Pues menudo problema tenemos porque los franquistas dieron paso a un sistema más democrático que el anterior y, si Ortuzar, en plan búlgaro, quiere seguir a aplauso limpio no le auguro buen augurio al venerable partido. Todo lo contrario. En la Asamblea post elecciones europeas del 9 de junio, el 'amado líder' leyó su descargo y ante los pésimos resultados, analizando los datos, no reconoció nada (como si de un hamaiketako de percebes en Zierbena se tratara). No asumió responsabilidad alguna y se dedicó a echar la culpa a los blogs y al Grupo Vocento. Se olvidó de Deia: hasta la gloriosa infantería está dejando de comprarlo.

Solo hay que recordar los males que acechaban a España para Franco eran los separatistas y la francmasonería como dos puñales clavados en el corazón de la Madre Patria. Para Ortuzar son los blogs, las redes sociales, y el precitado medio editorial español.

Pues bien. No hubo aquella noche del lunes 17 de junio ni una sola pregunta en la citada Asamblea Nacional. Y todos mirando por si, como en aquella última asamblea de la “Real” Federación española de Fútbol presidida por el presunto corrupto Rubiales, o como en aquellas Cortes franquistas, alguien no aplaudía con suficiente entusiasmo y, hasta, en plan norcoreano, tomando nota de quién no lo hacía hasta con las mismísimas orejas. Y es qué sé de qué va el rollo y, sé perfectamente que muchas y muchos asistentes se jugaban las alubias. Pero, insisto, nadie preguntó nada. Resulta extraño, pero, cuando digo nadie, es nadie. ¡Y es que cualquiera se expone en público! Sé lo que es el ostracismo, sé lo que es la censura, sé lo que es la presión en nombre de no sé quién, y sé lo que es el veto sistemático. También sé que fuera debe hacer mucho frío. Y todo eso lo sé porque lo he sufrido directamente en mis propias carnes. Afortunadamente, me la trae al pairo, pero, evidentemente sé de lo que hablo. Y es que, ahora, al parecer, debo haberme convertido en un elector “blando” del montón.

Ciertamente, todas y todos los aplaudidores dependen, de una forma u otra, directa o indirectamente, del señor Ortuzar y de la señora Atutxa, así que a ver quién es el guapo que saca la patita. Por eso ya no se llaman asambleas “a la búlgara” sino asambleas “a la Ortutxa”, palabra compuesta de Ortuzar y Atutxa: el tándem que controla el movimiento. Y quien se mueva, no sale en la foto y se queda sin puestito. Y eso no está bien. Y no está bien porque, sencillamente, no está bien. Como para no aplaudir o como para preguntar algo que pueda llegar a incomodar al Politburó.

Sinceramente (y no es coña) creía haber entendido que habían detectado eso de la imagen negativa referente a ese “clientelismo” que decían haber percibido en su electorado tradicional. Pero, al parecer, estaba del todo errado. Cuando pensaba que habían tomado “buena nota” tras unos ineficaces procesos de “escucha activa”, pues, la primera en la frente. Antes de la campaña electoral de las europeas no tienen mejor ocurrencia que la de reubicar con fórceps a un acomodador de VIP en los mítines al frente del buque insignia de la cultura en Bizkaia, el Palacio Euskalduna.

Llegados a este punto, o ya no entiendo nada (que va a ser que no es así), o no tienen remedio, o no tienen voluntad, o no pueden, o no quieren, o han visto en ese tipo de prácticas algo normalizado. Y nada más lejos de la realidad: Las papeletas en las urnas hablan por sí mismas. Algo nuevo deberían innovar en tiempos de desolación, pero, empeñados en no hacer mudanza mientras se quema la casa o se hunde el Titanic, llegamos a la conclusión de que, aunque los músicos y palmeros sigan tocando, las cosas que realmente se ha debido estropear en ese barco parece algo metastásico: la brújula, el radar, el telégrafo y el cansancio de todos y todas las oficiales de puente. Encima, se ha atorado el timón. Mala pinta tiene cuando, encima, al capitán le da por echar la culpa a los marineros de la sala de máquinas al tiempo que les dice por la megafonía que echen más carbón a la caldera al grito de “¡blandos!”.

Está claro que, si esa nave a la deriva se llamara “Punta Galea”, la prepotencia y altanería del capitán puede que le lleven a intentar “salvar” (en plan capitán Sorrentino) un transatlántico de 15 pisos en el puerto de Elantxobe. Pero si esa nave se llamase “Yamato”, suponemos el final del capitán y el de todas y todos los oficiales del puente de mando.

Sí. A veces, si uno no puede salvar la embarcación, a la marinería y el pasaje, hay que hacerse el harakiri. Y, si no, los “blandos” veremos el pecio embarrancado desde la barandilla de los balcones de nuestras casas… Las casas de los “blandos” que ya, hace tiempo, ni sonreímos con las gracietas y bravuconadas de ese capitán al que, si por un casual le diese por hacerse el harakiri en la plaza pública, de forma recíproca, tampoco nos iba a “conmover”, aunque, miren por dónde, igual nos vuelve a dar por aplaudir… Y, ya puestos, por volver a votar.

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