La dificultad de conciliar cuando se migra con hijos: “Estudio y busco trabajo con mi bebé. No podía huir del país sin mis hijas”
Karem viste una camisa blanca de flores y no aleja la mirada de su bebé, Mía, de ocho meses. A ratos le da el pecho y juega con ella, mientras relata una historia que hasta el momento ha mantenido prácticamente en secreto. Quiere hablar, pero le cuesta. Karem tiene 32 años y es madre de dos niñas, Kaitlin, de cuatro años y la pequeña Mía, de ocho meses. La menor nació en Euskadi después de que su madre y su hermana mayor migraran desde Honduras. “Compré un boleto con el dinero que pude ahorrar y salí de ahí embarazada de cinco meses y con mi hija de tres años. Sabía que si me quedaba las tres estaríamos en peligro”, confiesa a este periódico. Es la única de las madres que atiende diariamente la asociación Nueva Vida que ha querido contar su historia. Su objetivo, ayudar a más mujeres que, al igual que ella, buscan salir adelante con un futuro incierto y dejando atrás un pasado que no deja de perseguirlas.
Karem llevaba años siendo amenazada por un exnovio que no aceptó que tras romper con él rehiciera su vida con otra persona. La maltrataba física y psicológicamente y, en un país en el que la mayoría de las denuncias por violencia de género caen en saco roto y cada 20 horas una mujer es asesinada, consiguió llevar su caso a los tribunales. “Siento decir que no sirvió de nada porque lo absolvieron. Las Justicia en mi país es corrupta y, según salió a la calle, me llevó junto con otros hombres a un río y me obligó a comerme la denuncia. No le deseo a nadie lo que yo pasé”, asegura con un brillo en los ojos mientras sostiene a Mía en brazos y no deja de jugar con ella. El bebé ríe sin parar mientras las palabras brotan de los labios de su madre, que pese a la crudeza del relato a ratos trata de cambiar el tono a uno más cálido cuando se da cuenta de que su hija no le quita la mirada.
Su exnovio le dio dos opciones al enterarse de que había rehecho su vida, había tenido una hija con otro hombre y, además, estaba embarazada de una segunda: huir del país o la muerte. No tenía otra opción, así que decidió marchar. Por su parte, el padre de las niñas accedió a firmar el permiso para que estas abandonaran el país y se desentendió por completo. “El padre de mis hijas tuvo varios intentos de maltratarme, pero después de todo lo que había pasado con mi anterior pareja no podía volver a pasar lo mismo. Se lo dejé claro y se fue. Jamás negaré a sus hijas la posibilidad de hablar con él, a veces lo llamo para contarle cómo estamos, pero no contesta”, reconoce.
No podía marcharme de mi país sin mis hijas porque merecen una vida mejor que la que yo he tenido
Tras las amenazas de su exnovio, Karem decidió comprar un billete de avión a España, donde su hermana llevaba años viviendo, y con su hija que por aquel entonces tenía tres años y embarazada de cinco meses llegó a Vitoria. Estuvo un tiempo viviendo allí, pero, cuando Mía nació, su hermana le confesó no poder mantenerla a ella y a sus dos hijas y le dijo que tenía que irse. “Fue algo muy duro porque me quedé en la calle con un bebé recién nacido y una niña pequeña. No sabía qué hacer”, recuerda. Acudió a informarse a varias asociaciones para salir de esa situación y, desde Zehar Errefuxatuekin le dieron la posibilidad poder quedarse en Bizkaia en un centro con otras familias refugiadas. “Allí estuvimos un mes y medio y mi hija la mayor pudo estar con otros niños. Se le veía tranquila y aunque todas las historias de las familias que allí estaban eran trágicas, los niños jugaban y jugaban entre ellos. La verdad es que son mis hijas las que me dieron la fuerza para salir de la pesadilla que estaban viviendo y para seguir día a día. Sabía que no podía marcharme sin ellas porque merecen una vida mejor que la que yo he tenido”, sostiene.
Tras solicitar asilo le otorgaron protección internacional debido al riesgo real de amenazas graves contra su vida y cuenta con permiso de residencia y de trabajo. Sin embargo, el cuidado de sus hijas le dificulta encontrar trabajo e incluso completar las 20 horas de formación que contempla el programa de refugio. En su caso, Karem superó todas las pruebas para realizar un curso de limpieza en Orduña, algo a lo que se dedicaba en su país de origen y que le gustaría seguir realizando, pero no pudo inscribirse porque no pudo acceder a la beca de comedor que le permitía compatibilizar la formación y el cuidado de sus hijas.
Actualmente, Karem vive con sus hijas en un apartamento que le facilitan desde la ONG Nueva Vida tras adquirir la protección internacional. Su hija mayor, Kaitlin va a la escuela, mientras ella realiza cursos y trata de buscar un trabajo compatible con el cuidado de las menores. “Está siendo muy difícil porque la pequeña es muy pequeña aún y, aunque puedo dejarla unas horas en una guardería, no encuentro un trabajo compatible con eso”, confiesa.
La rutina de Karem es la misma cada mañana. Se levanta y lleva en metro a Kaitlin al colegio mientras empuja a Mía que va en el carrito de bebé. La deja y, según el día, sale a buscar trabajo o sigue realizando cursos en la ONG Nueva Vida hasta la hora de comer, que tiene que volver a por la pequeña, ya que no dispone de una beca para el comedor. Por las tardes también acude a clases, pero reconoce que no se siente del todo segura cuando se separa de sus hijas. “Estudio y voy a buscar trabajo con mi bebé. Puede ser que sea por lo que he vivido, pero no me siento cómoda dejando a la pequeña aún, la mayor sé que está bien en el colegio, pero me cuesta tener confianza. Es algo que tendré que superar, poco a poco”, señala.
La joven sabe que lo peor ya ha pasado y que ya están a salvo. “Esto para mí es el paraíso, en la nueva casa Kaitlin tiene su propia habitación y, cuando la vio, no se creía que era toda entera para ella”, confiesa, con una sonrisa en los labios, aunque reconoce que le aterra pensar en el día en el que tenga que explicarle a sus pequeñas todo lo vivido. “Kaitlin ya está empezando a preguntar por su papá y no sé qué decirle cuando eso pasa. Lo menos quiero es que las hagan sufrir”, lamenta. Por el momento vive gracias a la ayuda que le dan las instituciones por tener la protección internacional, pero asegura que no descansará hasta encontrar trabajo. “En mi país trabajaba recolectando fruta y verdura, es un trabajo duro, pero a mí me encanta trabajar con la tierra y las manos. Quiero dedicarme a eso o a limpiar, que también se me da bien”, responde al preguntarle cuál sería su trabajo soñado.
Lo único que queremos es tener la vida que en nuestros países no nos dejan tener
La Karem es una de las 95.000 familias monomarentales que hay actualmente en Euskadi, las cuales en un 82,4% están encabezadas por mujeres. Con el objetivo de visibilizar situaciones como la suya, desde Nueva Vida han realizado la campaña '¿Imaginas no tener red de apoyo?', enfocada sobre todo a las personas que cuentan con protección internacional, migrantes o refugiados. “La conciliación familiar y laboral supone un verdadero obstáculo para un colectivo de mujeres que carece de opciones que les permitan compatibilizar sus obligaciones como madres y su necesidad de acceder a un empleo para garantizar su manutención y autonomía. A esto se le suma la ausencia de una red de apoyo para suplir, de algún modo, esa falta de flexibilidad laboral”, explica a este periódico Julio David García, gerente de la asociación que cuenta con sedes en Santander, Palma de Mallorca y Bilbao.
Durante el año 2022 se han gestionado un total de 4.086 solicitudes de asilo en Euskadi, una cifra que se sitúa cerca de las solicitudes tramitadas antes de la pandemia, según los últimos datos presentados por Zehar Errefuxatuekin. Hasta el 31 de mayo de este año han tramitado la protección internacional en Euskadi de 2.518 personas. La mayoría de las personas que han solicitado asilo en Euskadi en 2022, un total de 2.023, lo han hecho en Bizkaia, mientras que 1.044 personas han solicitado asilo en Álava y 1.019 en Gipuzkoa. Además, se ha concedido la protección temporal a 4.282 personas procedentes de Ucrania. “Lo único que queremos es tener la vida que en nuestros países no nos dejan tener”, lamenta Karem que lanza un mensaje a todas las mujeres que se encuentran en la misma situación en la que estaba ella: “Todas merecemos estar a salvo y ser felices, si os hacen daño, no aguantéis, salid de ahí como podáis, hay un mundo para vosotras y vuestras hijas fuera de ese infierno”, concluye.
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