Los peligros del 'rasca y gana' en mujeres y menores: “Son adicciones invisibles, en cinco segundos pierdes lo ganado”
Son las 16.30 de la tarde y un grupo de amigas se sienta en una terraza a tomar el café de después de comer. A los pocos minutos pasa un simpático vendedor de la ONCE con varios cupones encima. “¿Queréis probar suerte?”, pregunta al grupo de mujeres jóvenes. “Venga va, dame un 'rasca'”, responde Laura. A su derecha, Marta confiesa que nunca ha comprado ninguno, pero al haber sobrado unos euros del 'bote' de la comida, la primera le anima. Y a los pocos segundos de rascar se da cuenta de que tiene premio. “Lo echado, genial”, esboza con una sonrisa. Pero la Laura insiste: “Ahora tienes que comprar otro con el dinero que has ganado”. Así lo hace y en menos de cinco minutos lo pierde todo.
“Los rascas son una modalidad de juego que cuentas con numerosas características para hacerlo adictivo: tienen un precio bajo, son fáciles de jugar y no requieren ninguna habilidad, todo depende del azar y las probabilidades. Cuentan con precios entre uno y cinco euros, y dedicando menos de diez segundos ofrecen premios más altos que las máquinas tragaperras, que ofrecen un máximo de 500€. Cuanto mayor es la cuantía máxima posible de ganar en una modalidad de juego, éste resulta más peligroso, ya que en aquellos con problemas de juego crea el pensamiento mágico de que si ganan el premio pueden recuperar todo lo perdido. Son adicciones invisibles o no tan visibles como otros juegos, aunque en cinco segundos pierdes lo ganado”, alerta la psicóloga y experta en adicciones Jaione Berraondo.
La escena de Laura y Marta es real, pese a que sus nombres no lo son. Laura confiesa en un primer momento comprar “muchos” 'rasca y gana', pero a los segundos se retracta. “Bueno, muchos no, pero cuando voy a otro pueblo suelo coger alguno. Aunque no más de dos al mes”, sostiene. “Es un engaña bobos porque no toca más de un euro y luego con lo que has ganado te terminas comprando otro y pierdes todo. Te pones ahí a rascar y te da adrenalina. Tengo una amiga que ganó 700 euros, pero no es lo normal”, reconoce, para después añadir que “normalmente los vendedores están en la calle parados o en quioscos, pero muchas veces estando comiendo en un restaurante o tomando algo, van por las mesas. Eso me parece mal”, reconoce.
Es un engaña bobos porque no toca más de un euro y luego con lo que has ganado te terminas comprando otro y pierdes todo. Te pones ahí a rascar y te da adrenalina
Esa adrenalina de la que Laura habla está causada por la inmediatez, según explica Berraondo. “El juego es más adictivo cuanto menor es el tiempo entre que juegas y sabes el resultado. Por eso, la tragaperras o la ruleta, que son inmediatas, son tan adictivas. De hecho, en las apuestas deportivas se han dado cuenta de eso y ahora se apuesta no solo el resultado, también las jugadas a lo largo del partido de fútbol. La lotería, por ejemplo, no es tan adictiva porque pasa un tiempo entre que compras y conoces el resultado y, por eso, tiene menor capacidad de adicción. En el caso de los rascas, en menos de diez segundos sabes si ganas o no, por lo que la inmediatez hace que sea algo súper adictivo”, detalla.
Para Berrondo, la población a la que más afectan este tipo de juegos son los menores y las mujeres. “A los menores porque no tienen ningún tipo de control y el coste es muy bajo comparado con lo que puedes llegar a ganar. Tienes accesibilidad, es algo inmediato, no tienes que tener ningún tipo de habilidad y tiene un coste muy bajo. Los pocos estudios que hay dicen que el 40,7% de los menores de entre 14 y 18 años reconoce haber comprado en alguna ocasión un rasca. En el caso de las mujeres, como las mujeres tienden a jugar a juegos más azarosos, consideramos que son más vulnerables a este tipo de juegos”, reconoce la experta.
Otro de los motivos por los que las mujeres se sienten atraídas a estos juegos es la publicidad. “Al igual que los anuncios sobre apuestas deportivas o casas de apuestas van dirigidos a los hombres, la lotería y los rascas buscan cada vez más atraer a mujeres porque entienden que es su público. Además, al ser de la ONCE, hay quien lo ve como una obra social y tiene una aceptación social mayor”, explica.
Cuando nos llega una denuncia de que alguno de nuestros vendedores ha vendido algo a algún menor, abrimos una investigación con una seriedad tremenda, porque nos va la vida en ello
En este sentido, desde ONCE indican a este periódico que sus juegos suponen “solo el 4,2% del total del mercado de juego en España” y que, todo lo obtenido, que calculan que son cerca de “2.400 millones de euros anuales” lo dedican a la “acción social”. “Llevamos 85 años en el mercado del juego en España, somos un porcentaje muy pequeño y nunca hemos generado problemas, todo lo contrario, se trata de un modelo único en el mundo de juego seguro, responsable y social que emplea directamente a 20.000 personas, todas con discapacidad, y da pie a la gestión de servicios sociales para las personas ciegas y con discapacidad en España y se extiende solidariamente a varias partes del mundo, como la UE y 19 países de américa latina, con cooperación al desarrollo. Hacemos mucho ruido social porque la mayoría de los trabajadores tienen algún tipo de discapacidad, pero todos reciben al menos dos veces al año formación sobre el juego responsable”, detallan. Insisten, además, en que si un jugador, ya sea a través de la página web que tienen como de los puntos de venta habituales “se pasa”, es decir, gasta más de 500 euros semanales, se le da un aviso. Si sigue con ese consumo, se le prohíbe la compra de más boletos, ya sean lotería o rasca y gana.
Desde la entidad reconocen que sus empleados tienen “trucos” para vender, que pueden llegar a incluir “acercarse a bares o a estaciones de servicio”. No obstante, en el caso de que “haya alguna denuncia” por la venta de alguno de sus productos de juego a menores de edad, aseguran que “abren una investigación”. “Cuando nos llega una denuncia de que alguno de nuestros vendedores ha vendido algo a algún menor, abrimos una investigación con una seriedad tremenda, porque nos va la vida en ello”, reconocen.
En el caso de los posibles problemas de adicción que acarrea el juego, desde ONCE detallan que en su página web cuentan con un cuestionario con el que el propio usuario puede comprobar si “tiene un problema con el juego”. En dicho cuestionario, se pregunta si se “niega u oculta su verdadera conducta de juego ante posibles críticas”, si se han tenido “problemas familiares, laborales o económicos por culpa del juego” o si se siente “con frecuencia impulsado irremediablemente a jugar”. Con más de dos síes, se recomienda ponerse en contacto con alguna asociación o profesional que trate la ludopatía.
Hay mucha estigmatización en los problemas del juego, sobre todo en las mujeres. Está muy mal visto que una mujer tenga un problema de adicción.
Dos de esas asociaciones son Ekintza Aluviz, y Alubiz Bilbao, especializadas en ayuda a ludópatas en Bizkaia y donde Berraondo lleva tiempo trabajando a atender a personas con esta problemática. “Nos dedicamos a la prevención en los colegios centrada en adicciones al juego, desde apuestas deportivas hasta los videojuegos. Luego, también hacemos intervenciones con personas con adicciones con y sin sustancia, como por ejemplo las adicciones a las compras o a la pornografía”, detalla la psicóloga.
Para tratar la ludopatía cuentan con terapias individuales, familiares y de grupo, pero reconoce que en muchas ocasiones, el paso más complicado es admitir que se tiene un problema. “Hay mucha estigmatización en los problemas del juego, sobre todo en las mujeres. Está muy mal visto que una mujer tenga un problema de adicción. También cuesta reconocerlo en pueblos pequeños, porque se piensa más en el qué dirán”, por ello, en algunos casos considera que las terapias con el entorno social y familiar del paciente pueden ayudar a desestigmatizar la ludopatía, sin embargo, en otros no. “Tener a alguien en su entorno con un problema patológico puede ser una mochila demasiado grande, por eso, dependiendo de cómo sean las personas, es mejor no contarlo, justo por esa estigmatización que sigue latente en nuestra sociedad”, concluye.
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