'Las Poderosas' que llevan su lucha contra la violencia al escenario: “El teatro nos ha salvado. Ya no somos víctimas, somos supervivientes”
A Adelma Cifuentes ya no le da vergüenza admitir que perdió su brazo izquierdo por culpa de la violencia machista. Antes sí. Su marido contrató a dos sicarios para que la mataran, pero le dispararon y se fueron. Estuvo dos horas tirada en el suelo de la calle hasta que sus vecinos pidieron ayuda. Cuando aquello pasó, Adelma no quería salir a la calle. No tenía miedo sufrir otro ataque, temía el 'qué dirán'. Además, su marido le decía que no saliera más, que sin brazo y después de lo que había pasado, se iban a reír de ella al verla. Ella al principio le hizo caso, pero luego dijo 'basta'. La razón que hizo que Adelma recapacitara y se enfrentara a su marido fue que había empezando a amenazar con secuestrar y violar a la hija que tenían en común, de 11 años. Esa fue la gota que colmó el vaso de una vida llena de violencia.
Adelma Cifuentes fue la primera mujer de su comunidad en Guatemala en denunciar por violencia de género a su marido y seguir el proceso judicial hasta el final, hasta lograr encarcelarlo. “Cuando fui a agradecerles a mis abogados por haberlo conseguido, fueron ellos quienes me dieron las gracias a mí por haber seguido hasta el final. Muchas otras no lo hacen”, reconoce a este periódico.
Su historia es ejemplo después de décadas para las mujeres de Guatemala y un aviso para los hombres maltratadores. “Ellas les dicen a sus maridos que, como las traten mal, van a venir conmigo a denunciarlos. Los hombres me temen”, bromea con una sonrisa. Sin embargo, no niega que su proceso estuvo lleno de dificultades, no solo por las personas de fuera que le juzgaban, sino por la violencia que llegó a sufrir dentro de su propia familia. “Mi hijo quería matarme por haber denunciado a su padre. Tenía 13 años cuando todo pasó y, sin dudarlo, se puso de su parte. Yo le dije que si su padre era inocente, saldría libre, pero si era culpable, lo pagaría y que si quería matarme, adelante, que yo no iba a quitar la denuncia”. Esa no fue la única amenaza que sufrió Adelma durante el proceso de enjuiciamiento de su exmarido, pero sí la más dolorosa. “Fue muy duro. Vinieron a mi casa a amenazarme con una pistola para que retirara la denuncia, mi marido me prometió que cambiaría y que me trataría bien si la quitaba, pero me confesó que si no lo hacía me iba a dejar peor de lo que estaba sin brazo”, recuerda.
La justicia condenó a su exmarido a 25 años de cárcel y ahora Adelma respira aliviada, pero reconoce que sin las asociaciones como la que le ayudó a ella, la Fundación Sobrevivientes, no habría podido escapar de la violencia. “Yo no tenía dinero para pagar a abogados, sin ellos no podría haber salido de ahí. Ese es el problema para muchas, que no tenemos dinero y no podemos denunciar la violencia de nuestros maridos”, lamenta.
En el escenario y fuera de él las mujeres nos apoyamos, nos acuerpamos y nos ayudamos a salir de la violencia que vivimos
Al igual que Adelma, la madre de Melany Téllez también huyó de la violencia de su marido para proteger a Melany, que entonces tenía seis años. “Yo no recuerdo mucho de mi padre, pero sé que mi madre al principio no quería denunciarle. Una amiga suya la llevó al psicólogo en secreto y ahí se dio cuenta del peligro que corríamos”, reconoce.
Ambas, junto a un grupo de otras cinco mujeres, han creado 'Las Poderosas Teatro', una compañía que lleva encima de las tablas historias reales de mujeres que han sido víctimas de violencia machista y de defensoras de derechos humanos que son amenazadas por proteger las tierras de Guatemala. “El teatro nos salvó la vida. Nos cambió. Es una herramienta de sanación. Gracias a él ya no somos víctimas, ahora somos supervivientes”, explica Adelma, cuya historia es una de las que se cuentan en la obra, pero no es interpretada por ella. “Las primeras veces, cuando participaba, solo podía llorar y llorar, ahora me he dado cuenta de todo lo que sirve a las mujeres que van a verla. En el escenario y fuera de él las mujeres nos apoyamos, nos acuerpamos y nos ayudamos a salir de la violencia que vivimos”, indica.
En el hogar de Mayra Salvador no han sufrido violencia física a manos de su padre. Según explica, él es un “hombre sensible”. Su madre es la que tiene “más carácter”. Aún así, a diferencia del resto, la violencia que ella sufrió pasaba más desapercibida, era más sistemática y psicológica. “Yo no era consciente, pero poco a poco me fui dando cuenta. A los diez años tuve que dejar la escuela y ponerme a trabajar. Me iba a las ocho de la mañana a vender y regresaba a casa a las nueve de la noche. No tenía vida. No sabía que tenía derechos porque no pensaba en mí”, explica.
No nos da miedo que nos maten, nos da más miedo dejar de ser libres otra vez
El puesto en el que Mayra vendía se encontraba al lado del centro cultural en el que ensayaban 'Las Poderosas'. Por eso, cada día, la joven las miraba cuando pasaban delante de ella. “Tenía mucha curiosidad por saber qué hacían ahí, pero las vendedoras no podíamos entrar en los edificios grandes”, detalla. Un día, sin esperarlo, la vieron y la invitaron a pasar. Ese día cambió la vida de Mayra. “Encima del escenario me olvidaba de todo, podía ser quien quisiera, me di cuenta de que yo también tengo derecho a cumplir mis sueños”, sostiene ahora, seis años más tarde.
La obra de teatro que protagoniza Mayra es la que cuenta la historia de las defensoras de la tierra y los derechos humanos de Guatemala. Historias reales, pero contadas de forma anónima, de mujeres que hoy en día están siendo amenazadas y sus vidas corren peligro. “Las hemos entrevistado y hemos estado con ellas. Tienen miedo, pero van a seguir haciendo lo que hacen porque, como ellas dicen y contamos en la obra 'no hay libertad para ninguna si no hay vida digna para todas'”, señala.
Desde su creación en 2007, el trabajo de 'Las Poderosas Teatro' ha sido presentado en diferentes países, festivales y espacios comunitarios de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua y España. Este viernes han actuado en Bilbao y tras ofrecer actuaciones y talleres en distintas ciudades y pueblos de Euskadi, viajarán a Madrid y a Sevilla, donde llevarán su arte. “No nos da miedo que nos maten, nos da más miedo dejar de ser libres otra vez”, concluyen.
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