Soberanía alimentaria y agroecología como recetas ante la crisis alimentaria
Recuerdo cómo al comienzo de la guerra de Ucrania algunas voces ya alertaban de una posible crisis alimentaria. No olvidemos que Ucrania y Rusia son dos de los grandes graneros del mundo y que Rusia exporta el 20% de todos los fertilizantes nitrogenados que se utilizan a nivel global. En aquellos momentos, recuerdo cómo expresar esos temores te convertía inmediatamente en una tremendista y se me acusó de querer asustar a la ciudadanía.
Hoy, varios meses después, nos encontramos frente a frente con una crisis alimentaria de consecuencias impredecibles, que va a poner al descubierto las costuras de nuestro modelo globalizado de producción de alimentos.
Las noticias que van llegando son alarmantes y sumamente preocupantes. Cada día nos encontramos con titulares como los siguientes: ‘Guatemala registra diez departamentos en emergencia alimentaria’, ‘Chad declara la emergencia alimentaria’ o ‘La FAO anuncia que la inseguridad alimentaria mundial crece a un ritmo alarmante’…
Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a vivir en un planeta donde, al día, mueren 20.000 personas de hambre, y no por escasez de alimentos, sino por un modelo perverso que hace que las políticas alimentarias no tengan como objetivo satisfacer las necesidades de la población, sino engordar los bolsillos de grandes empresas que especulan con los alimentos. En un mundo donde se desperdicia el 40% de la comida que se produce, la solución al hambre pasa por una justa distribución y no por intensificar nuestros procesos productivos.
Pero volvamos a la crisis que nos ocupa, y no piensen ustedes que esto es cosa de cuatro agoreros, porque tanto la FAO, como la ONU, como el Banco Mundial llevan tiempo alertando del riesgo de hambrunas, y hay ya bastantes países que han declarado la emergencia alimentaria en sus territorios.
Si analizamos las causas tenemos que apuntar hacia, obviamente, el conflicto bélico en Ucrania (el granero del mundo) y las consecuentes sanciones a Rusia que han encarecido el precio de los fertilizantes y de la energía, pero a esta coyuntura política hay que sumarle los efectos devastadores del colapso climático que nos tiene sumidos en una terrible sequía habiendo países como India sufriendo olas de calor nunca antes vistas, y que les ha llevado a prohibir la exportación de trigo para garantizar la seguridad alimentaria de su país. Todo esto es el cóctel perfecto para generar un escenario donde el modelo de producción de alimentos globalizado, altamente dependiente de insumos externos y producciones externas, pueda entrar en colapso.
Aquí en nuestra tierra, en Extremadura, la terrible sequía que estamos viendo ha hecho que se restrinja el uso del agua para muchos cultivos. Uno de ellos, el arroz, verá disminuida la superficie en un 50%. Estamos hablando de un grano básico para la alimentación que garantiza la seguridad alimentaria. ¿No debería ponerse eso en la balanza a la hora de decidir qué regamos? En una coyuntura como la que estamos, ¿vamos a regar producciones orientadas hacia la exportación y los mercados especulativos cuando pende de un hilo la seguridad alimentaria de la población?
Últimamente hemos escuchado hablar de soberanía alimentaria a grupos políticos que hasta ahora siempre han defendido el mercado libre y las reglas del juego capitalista y neoliberal, rehuyendo siempre de entender la alimentación como un derecho de la población y su posible intervención pública.
Cuando se habla de soberanía alimentaria estamos precisamente hablando de intervención del Estado en la alimentación. También estamos hablando de modelos de producción, distribución y consumo más resilientes, no dependientes de insumos externos y por supuesto no dirigidos a mercados externos que no piensan bajo la lógica de satisfacer necesidades alimentarias sino exclusivamente de hacer negocio.
La globalización, que hasta ahora regía todos los procesos, se está deshaciendo como un castillo de naipes y nosotros deberíamos tener claras algunas cuestiones en esta crisis de alimentos que estamos viviendo.
Primero, necesitamos proteger la agricultura y ganadería familiar que son las que construyen cooperativas, mantienen abiertos nuestros pueblos y alimentan a nuestra ciudadanía. La subida de insumos puede expulsar a muchas familias agricultoras porque al final solo grandes empresas con economías de escala pueden hacer frente a crisis de precios de este tipo.
Segundo, debemos ayudar a las familias agricultoras y ganaderas en la transición a modelos más resilientes, a adoptar técnicas más ecológicas que no necesiten fertilizantes químicos, e insumos petrodependientes. Quienes crean que de esta salimos apostando por la digitalización como única vía están muy equivocados. Necesitamos adaptar las prácticas agrícolas y ganaderas a la crisis climática.
Tercero, debemos apostar por circuitos de comercialización más cortos, que generen mayor valor añadido a los productores y nos permitan tener más control sobre los eslabones de la cadena.
Y por último, debemos de pensar en otra clave, que es la de garantizar las necesidades de alimentación de los pueblos y dejar de lado las políticas especulativas de los alimentos.
¡Qué tremendo error sería volver a quedarnos impasibles viendo como países enteros mueren de hambre pensando que aquí eso no nos va a pasar! Lo mismo que cuando asistíamos incrédulos ante las imágenes del pueblo chino luchando contra la Covid en un primer momento, pensando que eso nunca llegaría aquí. Lo que sucede en la otra parte del mundo nos va afectar de una u otra manera y es necesario que estemos preparados. Soberanía alimentaria y agroecología son las recetas para esta crisis.
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