Es obvio que los hijos son mucho más que sus notas, pero cuando traen suspensos a casa, especialmente si es en verano, se puede crear un tsunami familiar para el que hay formas de sobrevivir, sobre todo si sabemos distinguir la clase de suspendedor que es el estudiante y buscarle la mejor solución. Lo explica a Efe el psicopedagogo y profesor en la Facultad de Educación de la Universidad de Extremadura Carlos Pajuelo, que acaba de publicar “Cómo sobrevivir a los suspensos de tus hijos” (Espasa), en el que distingue hasta ocho clases de alumnos que suspenden: el sobrado, el calimero, el indignado, el lastimero, el desordenado, el pasivo, el realista y el repetidor. Pajuelo cree que suspender es una circunstancia que acompaña al aprendizaje y que los padres no deben “dramatizar” los suspensos porque también habría que recordar las notas que ellos sacaban o, por ejemplo, preguntarse si el dentista que nos atiende suspendió alguna vez. No obstante, los suspensos, “esos indeseables”, cuando aparecen tampoco se sabe cuánto tiempo se quedarán -continúa-, a pesar de que los padres hayan cumplido con su tarea de enseñar hábitos de estudio o motivarles y ser conscientes de que los que suspenden no son ellos sino el hijo. El “responsable” de los suspensos es el suspendedor -enfatiza- y hay que dejárselo “bien clarito” a los hijos, según este experto, que ha intentado que su libro sea una guía realista y práctica en la que no falte el humor. Así, Pajuelo enumera a los padres las diferentes tipologías de suspendedores, según la forma de justificarse ante un suspenso, que se ha ido encontrado en los más de treinta años que lleva en el mundo educativo. Mientras el sobrado es capaz de pensar en qué universidad estudiará cuando aún no ha aprobado tercero de la ESO, el pasivo ni se inmuta ante los sermones; para el primero, el autor aconseja animarles a ir aprobando curso a curso, y al segundo enseñarle a ser activo para resolver sus propios asuntos. El suspendedor Calimero es aquél que presenta una importante carga emocional como respuesta a un “cate” y la familia debe educarle en ser valiente porque la responsabilidad de la propia vida es de cada uno; el lastimero o una variable del anterior achaca los suspensos a su inutilidad, por lo que hay que animarle sin entrar en su juego de suspiros. El indignado es el alumno que nunca es responsable de sus resultados negativos, es hipercrítico y todo lo achaca a su mala suerte; el desordenado todo lo empieza y nada acaba, es desorganizado para estudiar y para transmitir lo aprendido, por lo que necesita ayuda para aprender a gestionar sus estudios. El suspendedor menos habitual, según Pajuelo, es el realista, el que reconoce que no ha estudiado lo suficiente, aunque su verdad no le debe eximir de la responsabilidad. El autor prefiere hablar de “consecuencias” y de “privilegios a perder” antes que de “castigos” ante un suspenso, ya que no se trata de una venganza o de querer fastidiar al hijo. Y tampoco le gustan los “premios” si se aprueba, pues sostiene que se debe inculcar que la recompensa es “el conocimiento, el saber”. Por último, Carlos Pajuelo lanza un aviso con ironía a los padres sobre sus hijos: “Están poco tiempo con nosotros”, “aunque a veces se nos hagan largos”. Y un buen clima familiar en casa no debe “contaminarse” por los suspensos.