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Diario de un huido del fascismo en Galicia: los señoritos “animaron a unos cuantos fanáticos para que nos diesen muerte”

Fragmento de una fotografía de Manuel Coto Chan recluido en el campo de concentración de Brunete (Madrid), en octubre de 1944

Daniel Salgado

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Los muertos de aquel verano -así tituló el novelista Carlos Casares su libro de 1987- aparecían en cunetas, fosas, caminos forestales, cementerios irregulares. Manuel Coto Chan, nacido en Cuntis (Pontevedra) en 1896, vio no pocos. “Sembraron las carreteras, que por Galicia cruzan en todas direcciones”, escribe en la parte de atrás de un cuaderno de inspección de su carnicería, “de cadáveres de esos pobres infelices que no solamente fueron asesinados, sino también martirizados”. Los señores de misa, “que más que hombres parecían monjas”: “Vociferaron y animaron a unos cuantos fanáticos para que, unidos a los guardias, nos persiguiesen y diesen muerte”. Él escapó. Pasó dos años y cuatro meses primero en el monte y después en casa solidarias. Su relato, no muy extenso pero sí estremecedor, conservado en la causa militar que le abrieron después de que una cuadrilla falangista lo atrapase el 28 de noviembre de 1938, es ahora un libro, publicado por la Deputación de Pontevedra con añadidos de contexto. Se titula Memorias dun proscrito.

“Que lejos está la doctrina de Jesucristo de estos cristianos modernos”, continuaba el autor, “que roban y asesinan a manos llenas y después hincan las rodillas y piden perdón, como si con eso quedasen perdonados de las injusticias que están cometiendo en todo momento y en todas partes”. Pero los apuntes de Manuel Coto Chan no son únicamente un pliego de cargos contra sus perseguidores, los alzados en armas contra la II República, sino también el rastro de la vida diaria de los huidos. El hambre y el frío, las guaridas camufladas entre helechos, el terror ante el mínimo ruido no identificado, dormir hasta las doce de la mañana para ahorrar el desayuno, la supervivencia como obsesión. Y, de fondo, la incomprensión por lo que estaba sucediendo: “Yo y mi inseparable compañero Manuel Vázquez nos retiramos juntos y fuimos a parar a Portela, a la espera de que acabase ese estado de cosas y que hubiese paz y perdón para todos los que éramos inocentes”. Nunca sucedió.

Cárcel y expolio en el Bieno Negro

Cuando Alfonso XIII huyó vía puerto de Cartagena (Murcia) y un comité revolucionario proclamó la República -era 14 de abril de 1931-, Manuel Coto Chan, entonces de 35 años, formaba parte del Partido Republicano Radical Socialista. Ni siquiera militaba en el ala izquierda del republicanismo. Pero al estallar la Revolución de Asturias, con las derechas en el Gobierno, cae preso, acusado de participar en acciones de sabotaje. A Estrada (Pontevedra), donde Coto Chan regentaba una carnicería, había quedado sin conexión telefónica ni telegráfica en la madrugada del 5 al 6 de octubre. La revuelta asturiana, recuerda Marcos Borrageros Vilela en el ensayo histórico A vida das memorias que acompaña al escrito de Coto Chan en la edición del ente provincial de Pontevedra, era apenas uno de los episodios más visibles de la huelga general convocada por UGT contra el Gobierno reaccionario. El caso es que el carnicero y otros dos compañeros fueron condenados a un año, ocho meses y 21 días de prisión por el Tribunal de Urgencias de Pontevedra.

“Durante el tiempo que pasa en la cárcel, primero en el calabozo de A Estrada, después en la ciudad de Pontevedra y finalmente en El Dueso (Cantabria)”, explica a elDiario.es Adrián Coto Couceiro, bisnieto de Manuel y prologuista del volumen, “expoliaron su carnicería”. Su medio de vida desapareció. Él no cumplió la pena íntegra, se la redujeron por trabajo, y en febrero de 1936 una multitud lo recibiría en su pueblo, cuenta Borrageros. Manuel Coto Chan tenía entonces dos hijos, Lolita y gerardo. El triunfo electoral del Frente Popular, la alianza de las izquierdas que acabaría con el dominio conservador y el Bienio Negro, supuso la amnistía de los encausados por los hechos del 34. La reacción, sin embargo, no descansó.

Las anotaciones en el diario comienzan el 18 de julio de 1936. “La noticia [del golpe de Estado fascista] corrió como un reguero de pólvora y comenzaron a llegar en avalancha elementos del Frente Popular, de tal forma que a las ocho de la noche había ya unos mil hombres armados de escopetas y pistolas para defender el Ayuntamiento de un posible ataque faccioso”, dice. A Coto Chan lo nombraron delegado de Orden Público. El cargo no le duró más que cuatro días. “Durante ese tiempo no se molestó a ningún vecino, reinó el orden más absoluto y el mayor respeto para todos los ciudadanos sin distinción de matices políticos”. Tampoco eso duró. Los fascistas se hicieron con el control y Coto Chan se echó al monte. “Quedé solo, sin saber qué camino tomar. Tenía alimento para un día, pero pasaron dos y el hambre ya me vencía”, inicia su relato.

El republicano aguantó dos años y cuatro meses. Lo prendieron a finales del 38. Borrageros Vilela cuenta su arresto. La Guardia Civil recibió un chivatazo y “un tal Antucho Rey” les indica donde se esconde Coto Chan, junto a Xosé Silva Rey e Hixinio Carracedo Ruzo: en Castro Ramiro, un lugar de la parroquia de Somoza, en A Estrada. Al día siguiente, 28 de noviembre, una partida de 25 falangistas y cuatro números de la Benemérita se presentaron en el lugar. Según el auto del arresto, Coto Chan, escondido en un doble fondo, llevaba encima un mosquetón cargado, una pistola, un libro de título Defensa contra el clericalismo y la libreta de inspección en la que había redactado sus memorias de huido. Estas sirvieron de prueba en su contra, recuerda el bisnieto Adrián Coto, en el Consejo de Guerra que lo condenaría a muerte. Pero antes sufrió todo tipo de vejaciones y torturas. “Después del arresto, el bando falangista ató a Coto Chan al rabo de una yegua montada por un sargento de la Guardia Civil”, narra Borrageros, “apalizado, ensangrentado y cubierto de todo tipo de excrementos, fue arrastrado por las calles de A Estrada”.

Acusado de “rebelión militar”

Coto Chan sufrió Consejo de Guerra en marzo del 39 y es condenado a muerte por el delito de “rebelión militar”. Los que se habían rebelado contra la democracia republicana eran ahora los que acusaban a los perseguidos de hacerlo. Seis meses más tarde, le conmutaron la pena por la de cadena perpetua. En octubre de 1941, ingresó en el Campamento Penitenciario de Trabajadores de Brunete (Madrid). Lo excarcelaron tres años más tarde. Pero las secuelas de años de persecución, tortura, prisión y trabajos forzados no desaparecieron. El 11 de febrero de 1946, con 49 años, murió de una tuberculosis. “Obviamente no llegué a conocerlo”, dice Adrián Coto, “pero en la memoria familiar se quedó lo que pidió a su hijo, mi abuelo, y a sus descendientes: que no se implicasen en política”.

Estas Memorias dun proscrito sobrevivieron entre los papeles y documentos de la causa militar que lo condenó a muerte. Las encontró el profesor Xoán Carlos Garrido Couceiro hace ya algunos años. La edición de la Deputación de Pontevedra incluye el texto, originalmente escrito en castellano, traducido al gallego, la reproducción facsímil del cuaderno de la carnicería, la introducción de su bisnieto Adrián, la contextualización histórica de Borrageros Vilela y un relato literario del escritor estradense David Otero. “Es, sobre todo, una restitución emotiva de su memoria. En el fondo, somos afortunados, porque hay muchas familias que ni siquiera saben dónde están los restos de los suyos”, concluye Adrián Coto.

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