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Entrevista Expresidente de la Xunta de Galicia

Emilio Pérez Touriño: “La Unión Europea no son los Estados Unidos ni ese es un modelo que deba seguirse”

El expresidente de la Xunta de Galicia, Emilio Pérez Touriño

Daniel Salgado

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Emilio Pérez Touriño (A Coruña, 1948) presidió, entre 2005 y 2009, el último gobierno gallego de signo progresista. socialista, lo hizo al frente de una coalición con el BNG. “La construcción de una alternativa al PP en Galicia pasa por un entendimiento entre el nacionalismo y la socialdemocracia, aunque desde el Partido Socialista no siempre se haya comprendido así”, asegura 14 años después de que Núñez Feijóo derrotase a la coalición por un escaño -y 100.000 votos menos que la suma de PSdeG y Bloque. Profesor universitario ya jubilado de economía y político reflexivo, con militancia inicial y significada en el Partido Comunista, estos días presenta su último libro, El horizonte europeo (USC Editora, 2022). Es una defensa de la idea comunitaria como único horizonte posible, afirma, para reconstruir las políticas progresistas y socialdemócratas. No olvida, eso sí, sus defectos. “Hay una Europa que se construye desde los Estados, todavía no hay una Europa que se construya desde la ciudadanía”, dice, “necesitamos mayor densidad democrática”. Y alerta contra la tentación de imitar a los Estados Unidos de América: “No es un modelo que deba seguirse”.

¿Por qué es necesario a estas alturas escribir un libro para defender la Unión Europea?

La idea surgió allá por 2015. En ese momento la Unión Europea creaba bastante recelo y había cierta deslegitimación de su papel. Todavía se notaba la resaca y las consecuencias de la Gran Recesión. Estaba la crisis de los refugiados y una cadena de atentados en suelo europeo. Aparecieron movimientos populistas que cuestionaban en algunos casos las limitaciones de la Unión Europea y en otros todo el proyecto. Paradójicamente aquella crisis, provocada por los excesos del neoliberalismo, la pagaron más caro gobiernos progresistas. Ahí nace el libro, para saber qué está pasando desde una perspectiva socialdemócrata.

El libro no evita cierta mirada crítica. Recoge, por ejemplo, los reparos de algunos economistas al diseño del euro. ¿Hasta qué punto esas críticas impugnan el modelo de la Unión Europea?

La historia nos muestra con claridad la importancia estratégica y decisiva del proyecto de construcción de una Europa unida. Con sus limitaciones, a las que después me referiré. En la segunda mitad del siglo pasado heredamos un continente destrozado por las guerras, los nacionalismos expansivos y los fascismos. El proyecto de construcción de la Unión Europea hizo posible una senda de paz, democracia y bienestar social. En el siglo presente vivimos tres grandes crisis: la Gran Recesión, la crisis del COVID y la crisis derivada de la invasión rusa de Ucrania. Si uno examina cada una de ellas, concluye que no tendrían salida si no hubiese una respuesta desde la Unión Europea, común y compartida. Los Estados nación por sí mismos, aisladamente, no tienen instrumentos para afrontarlas.

Durante la Gran Recesión esa actuación fue desde luego cuestionable.

Incluso en ese caso a la altura de 2012, cuando la economía de tres países europeos estaba intervenida –Grecia, Irlanda, Portugal–, fue necesario el rescate de dos sistemas financieros –España e Italia– y la crisis de la deuda soberana estaba a punto de entrar en Francia, no es la respuesta desde cada Estado nación la que resuelve la situación. Fue la toma de posición del Banco Central Europeo, alterando su línea fundacional, con la famosa declaración de Draghi. Con la pandemia está más claro, hay un salto adelante decisivo: es el BCE el que toma una posición federalizante y asume todo el gasto público, toda la deuda emitida por los Estados miembros, y suministra crédito. La Unión Europea emite deuda conjunta por primera vez y pone en marcha el plan de recuperación.

¿Pero no se trata, precisamente, de una corrección respecto de la actuación en 2008 y 2012?

Hay que entender que Europa es un proceso inacabado, en construcción permanente. No podemos mirar una foto fija. Aún ahora la conclusión que debemos extraer es que necesitamos más Europa. Cada crisis acumulada sobre la anterior debe hacernos pensar que necesitamos una Europa más capaz económicamente, con más instrumentos comunitarios, con mayor densidad democrática y capacidad de respuesta. No trato de construir una crítica a la Unión Europea, sino una reflexión positiva sobre su papel decisivo. La respuesta adecuada no es la respuesta de los populismos de los nacionalismos de Estado, ni la extrema derecha, ni Hungría ni conservadores tipo Trump. Lo que ellos llaman la patria no nos puede proteger frente a los riesgos de la globalización.

Pese a la rectificación de las políticas comunitarias, la brecha entre el norte y el sur no acaba de suturar.

Hasta ahora, la Unión Europea no fue capaz de resolver la auténtica convergencia, ni económica ni en términos políticos, de los distintos Estados nación que la componen. La crisis de 2008 se caracterizó, entre otras cosas por una brecha brutal entre los países del norte y del sur. Entre países muy endeudados y otros menos. Los países del norte, encabezados por Alemania, cargaron la crisis sobre el sur y obligaron a los países del sur europeo a una devaluación generalizada a un coste social brutal. Sin embargo, la crisis del COVID o la actual, derivada de la invasión de Ucrania son más transversales.

¿En qué sentido?

Afectan por igual a todos los países, lo que facilita que haya una respuesta más unitaria. Y hay un salto histórico. Es la primera vez que la Unión Europea toma medidas que, frente a la tradición de acuerdo entre gobiernos, ponen en marcha objetivos e instrumentos compartidos. Es un avance sin precedentes en la necesaria federalización de la UE. Pero los ciudadanos no solo viven en mercados. Los ciudadanos vivimos en comunidades territorialmente organizadas en Estados y estos forman la Unión Europea. Éste es un proyecto muy complejo, porque se construye a partir de los Estados y va poniendo en común elementos de federalización. Pero la política se desarrolla todavía en el marco estatal. Los Estados siempre tendrán un papel.

Hay una crítica recurrente, y estimable, a la Unión Europea: lo que falta en Europa es pueblo soberano, el demos común.

Por esto la Unión Europea es un proyecto único y diferente. Es imposible definirla, no tiene parangón. No son los Estados Unidos de América ni pueden llegar a serlo ni es un modelo que deba seguirse. Es un modelo diferente y construido históricamente de otra forma. Es un proceso vivo, irrepetible, singular, construido a partir de una alianza en principio económica que después va tomando transcendencia política a través de Estados que obviamente van a seguir existiendo. Hay una Europa que se construye desde los Estados, todavía no hay una Europa que se construya desde la ciudadanía. Los ciudadanos no somos soberanos.

No es un asunto menor.

En la medida en que las crisis se suceden -no olvidemos que desde 1980 hay seis grandes crisis financieras sistémicas-, vemos que cada Estado no es capaz de encontrar por sí solo una solución. Necesitamos compartir competencias y ceder espacios de soberanía. La soberanía clásica de los Estados nación cada vez es más un residuo de los siglos anteriores. Los grandes desafíos no tienen respuesta desde el Estado nación: piénsese en el cambio climático, en la transición a la economía digital, en los cambios migratorios, en la regulación de los mercados financieros o en la lucha contra la desigualdad creciente y la precarización. Creo que éste es un proceso histórico irreversible. Y creo que un día llegaremos a una constitución europea que pueda proclamar: “Nosotros, los ciudadanos”.

En el inicio del libro asegura que podemos estar ante el retorno de las políticas públicas y de la intervención del Estado. Pero la construcción del Estado de bienestar europeo fue resultado de una coyuntura muy concreta: la Segunda Guerra Mundial, un potente movimiento obrero y la existencia de la Unión Soviética. Eso ha desparecido. ¿Cómo se vuelve a edificar un sistema así?

Es cierto que los 30 años dorados de la socialdemocracia están asociados a una etapa histórica muy determinada. La historia difícilmente puede repetirse en esos términos. ¿Qué ocurre? El New Deal de Roosevelt -la respuesta más socialdemócrata a la Gran Depresión del 29- se produce debido a que, a raíz de la profundidad de la crisis, todas las posiciones políticas, incluso sectores de la derecha liberal, perciben la necesidad de la intervención de lo público. El papel del Estado. En el nacimiento de la UE, tras la debacle de la Segunda Guerra Mundial, sucede algo parecido: hay un consenso socialdemócrata en el que entran también los democristianos y el liberalismo político.

Pero hoy no existe.

Hoy la situación es radicalmente diferente, pero la pandemia hizo que la mirada volviese de nuevo hacia el sector público. Asumimos políticas de gasto público que eran inasumibles. Asumimos la necesidad del endeudamiento público tras 40 años de hegemonía neoliberal. Hay un cambio de paradigma y aparece la necesidad de un Estado emprendedor y capaz de ser motor de tracción del crecimiento económico. Aparece la necesidad de una regulación pública para luchar contra el cambio climático. Aparece la necesidad de lo público para superar la desigualdad y la precarización. Eso puede abrir la puerta a que una socialdemocracia revisitada en alianza con otras fuerzas progresistas pueda volver a tener un papel político relevante.

¿Percibe, entonces, una salida para la crisis que atravesó la socialdemocracia en las últimas décadas?

No necesariamente tiene por qué ocurrir eso. No hay nada automática en la vida política y en la vida socia. Pero sí es verdad es que el mercado por sí mismo, tal y como defiende los conservadores y neoliberales, no es capaz de resolver la crisis climática, ni regula el empleo ni la cohesión social, ni garantiza la estabilidad económica. Desde el mercado no hay capacidad de respuesta a los grandes temas que se plantean en la actualidad. Pero precisamente por eso necesitamos más Europa. No es posible avanzar en un espacio de políticas socialdemócratas o progresistas si no tenemos más Europa y mejor Europa. En el ámbito de un Estado es imposible materialmente avanzar en respuestas progresistas y respuestas socialdemócratas. La otra respuesta es el autoritarismo, sistemas autocráticos, populismos de derechas y la puesta en riesgo del modelo social.

Esa respuesta reaccionaria también implica intervencionismo estatal, pero a favor de políticas autoritarias.

Muchas veces se afirma que para la izquierda y la socialdemocracia todo lo resuelve el Estado. Y no. En un momento de crisis todos recurrirán al Estado, desde la derecha y desde posiciones de no derecha. Pero la cuestión no es que tenga que haber más Estado, sino que haya políticas diferentes.

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