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Frank López, el anarquista gallego defensor de Sacco y Vanzetti perseguido por el Gobierno de Estados Unidos

Una de las escasas fotografías conocidas de Frank López, anarquista gallego emigrado en Estados Unidos

Daniel Salgado

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Su biografía, difusa e incompleta, está sin embargo marcada por la Idea, que decían los viejos libertarios. “Yo creo en educar, enseñar y decirle al pueblo cómo mejorar sus condiciones”, declaraba el 25 de junio de 1918 tras su primera detención en Boston (Estados Unidos), “diciendo eso, yo estoy orgulloso de ser anarquista”. Ese arresto de Frank López desembocaría, siete años más tarde, en su deportación. Pero antes, a este emigrante gallego, nacido en una pequeña aldea de Miño (A Coruña), marinero ocasional, ebanista y organizador sindical, combatiente en la Revolución Mexicana, le daría tiempo a convertirse, según los servicios de información del Gobierno estadounidense, en “el único líder anarquista de habla española de la Costa Este”. Y en una figura central en la defensa de los célebres anarquistas italianos Sacco y Vanzetti. El historiador Bieito Alonso ha dedicado un libro, Inimigos ás portas (Galaxia, 2024, en gallego), a reconstruir su historia militante.

Frank López, Francisco López García, procedía de Bemantes, una parroquia en la sinuosa costa que va de A Coruña a Ferrol. Entró por primera vez a Estados Unidos el 28 de agosto de 1906. Tenía 21 años y llegaba a Nueva York a bordo del Sardinia, un vapor alemán que había hecho escala en Galicia. De su vida en el país natal no se sabe apenas nada. “En realidad, no se sabe mucho de él”, se resigna divertido Alonso (Ourense, 1958) en conversación con elDiario.es, “como tampoco de tantos otros anarquistas”. Lo que se sabe, y conforma la materia principal con la que ha trabajado el investigador, lo contenían los informes policiales. En concreto, documentos desclasificados del Bureau of Investigation, predecesor del FBI, actas de interrogatorios, descripciones proporcionadas por agentes secretos del servicio de Inmigración, autos judiciales, textos de abogados. “No siempre eran acertados en sus consideraciones, pero sí muy minuciosos”, concede. Si un cierto retrato de López ha sido posible en 2024 se debe, paradójicamente, a sus perseguidores. Y al certificado pulso historiográfico de Alonso.

Según esos papeles, Frank López ya vivía en Boston en 1909. A la vez que se aproximaba a la Unión de Fogoneros -el sindicato que agrupaba a marineros de habla española-, lo hacía también al bullicioso movimiento libertario. Hacia 1914 estaba integrado en un grupo de sindicalistas afiliado a los legendarios International Workers of the World, los wobblies, anarquistas y socialistas revolucionarios. No durante mucho tiempo. Las rupturas y reconciliaciones políticas eran frecuentes en el mundo radical estadounidense. “Él es fundamentalmente anarcocomunista, también los ambientes en que se mueve”, señala Alonso. Y aunque partidario de la organización y de la entrada en estructuras sindicales, no todos los anarquistas lo eran, se relacionaba con los ilegalistas de Galleani, cuyo órgano de expresión era el periódico en italiano Cronaca Sovversiva. “El gran debate que fractura el anarquismo de habla española en Estados Unidos se da entre organizadores y los antiorganización”, añade el historiador. A López, un hombre con un “carácter particular, serio y retraído”, poco sociable, hubo quien lo definió como un leninista con discurso libertario.

La paranoia antibolchevique y la represión de los radicales

Su activismo, en todo caso, fue incansable. Intelectual orgánico del movimiento -así lo define Alonso, en referencia a Gramsci-, promueve periódicos, acumula fuerzas con el grupo Fraternidad, a finales de 1911 una fotografía lo sitúa en el México revolucionario, donde el Partido Liberal vehiculaba, pese al nombre, las ansias revolucionarias del anarquismo mundial. Cuatro años más tarde prepara la intendencia para tres conferencias de Emma Goldman, quizás la anarquista más célebre de la historia, en Boston -La mujer y la guerra, Significación revolucionaria del drama moderno, Cómo y por qué los pobres no deben tener hijos. Es la hidra de la revolución sobre la hidra de la revolución descrita por los historiadores Marcus Rediker y Peter Linebaugh. Pero esta frenética actividad lo coloca en el punto de mira de las autoridades. Eso y el giro represivo de los Estados Unidos a partir de 1914, cuando empieza la Primera Guerra Mundial.

“El anarquismo de los inmigrantes siempre había preocupado a las autoridades del país”, relata Alonso, “pero a mediados de la década de los 10, con la Gran Guerra y la Revolución Rusa, la represión se intensifica”. Inimigos ás portas dibuja con precisión un medio ambiente político y legislativo en el que la paranoia se adueña de la vida social. J. Edgar Hoover, más tarde siniestro director del FBI, comparece en escena. Los métodos entonces ensayados contra el radicalismo de izquierdas, fundamentalmente anarquistas y simpatizantes bolcheviques, avanzan el macarthismo posterior a 1945. El 18 de febrero de 1918, Frank López cayó detenido. Agentes del Departamento de Justicia de Boston asaltaron la redacción de Cronacca Sovversiva, el periódico de Galleani, y en la lista de suscriptores aparecía el anarquista gallego. La pista los condujo, sin orden judicial, al local del grupo Fraternidad.

Lo acusaron de violar la ley de inmigración y de “promover o enseñar la anarquía, el derrocamiento del Gobierno de Estados Unidos y de todas las formas de ley y el asesinato de las autoridades públicas”. Aquello supuso su entrada y salida de presidio, interrogatorios y comparecencias ante los jueces durante casi siete años. Hasta que su apelación a la Corte Suprema contra su orden de deportación fue denegada. El 25 de mayo de 1925 saldría expulsado del país en el que había entrado en 1906 como trabajador migrante procedente de A Coruña. “Antes de ser arrestado la primera vez no me hubiera imaginado que mi insignificante y modesta labor aportada al campo de la lucha pudiera lastimar en lo mínimo al colosal monstruo que todos conocen con el nombre de Estado”, escribía en el periódico Cultura Obrera , “después sí que me convencí de que, por muy insignificante que sea la cooperación de un hombre con convicciones, esta contribuye a derrocar el sistema que nos esclaviza”. En realidad, su labor no había sido tan modesta e insignificante. Por lo menos no lo fue durante un tiempo.

Proceso y ejecución de Sacco y Vanzetti

López mantenía cierto contacto con las tendencias anarquistas más importantes de la Costa Este. El Gruppo Autonomo pertenecía a una de ellas, la del anarcocomunismo antiorganizador. Y en él militaban Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, cuya detención acusados de asesinar al pagador de una fábrica, juicio y ejecución supuso un trauma para la izquierda estadounidense. Bieito Alonso recurre al novelista John Dos Passos. “En su novela The Big Money (1936) recordaba que, para los militantes de izquierda, la ejecución […] definió el discurso político de la época mediante la polarización de los Estados Unidos”, escribe “y del mundo en dos naciones”. De un lado de la barricada, el movimiento popular y progresista que luchaba para salvar la vida de los dos anarquistas italianos. Del otro, las fuerzas reaccionarias que sostenían el capitalismo, “desde el nativismo americano hasta el fascismo italiano”.

Las relaciones de López con el Gruppo Autonomo lo condujeron, indica el historiador, al Sacco-Vanzetti Defense Comittee, primero como testigo de la defensa y más adelante como secretario del comité. Su dominio de los idiomas -hablaba y escribía en inglés, italiano, español o portugués- hizo que sus funciones y responsabilidades se fuesen ampliando. “Lo necesitaban. Es él quien, en un trabajo de propaganda brutal, establece la conexión con los compañeros anarquistas de Argentina, Cuba o Brasil”, relata Bieito Alonso. Su intenso trabajo de agitación contribuyó a elevar el caso, “un paradigma de lawfare, ahora que está de moda la palabra, estaban condenados antes de empezar el proceso”, a controversia prácticamente mundial. La película de Giuliano Montaldo, protagonizada en 1971 por Gian Maria Volonté, y sobre todo su banda sonora y la emblemática canción de Joan Baez, lo acabaron de convertir en uno de los mitos de la izquierda estadounidense. Hasta que las disensiones políticas, buscar una defensa más amplia en relación con el movimiento obrero o mantenerla dentro de las comunidades anarquistas, provocaron un duro debate interno, una ruptura traumática y la salida de Frank López. Enseguida llegó la deportación. A Sacco y Vanzetti los asesinaron en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927.

Galicia y el cosmopolitismo radical

La expulsión de los Estados Unidos provocó el único regreso, temporal, de López a su tierra natal. El barco que lo sacó de Nueva York fondeó en la ría de Vigo. Camaradas gallegos habían planeado una operación de huida en barca antes de que tocase tierra. Fracasó. Acabó desembarcando en la ciudad gallega. “Sabemos muy poco de esta etapa. Solo que se escapa y vuelve a entrar en Estados Unidos un año y medio después. Lo hace por la frontera terrestre, posiblemente por Canadá, pero no es seguro”, dice Alonso. Galicia había desaparecido de la existencia de Frank López mucho tiempo atrás. “Él jamás se expresa en relación a Galicia, ni siquiera de manera romántica. Solo una vez, que me conste, en Detroit, durante un picnic obrero. Escucha una gaita gallega y deja traslucir cierta morriña”, afirma. Su película, añade, era otra. Y es la que llamó la atención del historiador.

Alonso encuadra la figura de Frank López dentro del denominado cosmopolitismo radical. “Los anarquistas eligieron una alternativa”, se extiende en la introducción de Inimigos ás portas, “abrazaron una ideología que se oponía tanto a la americanización como a los nacionalismos del Viejo Mundo, cortaron sus vínculos con sus estados de origen mientras se resistían voluntariamente a la asimilación en la sociedad de acogida”. Su único horizonte, el internacionalismo proletario, la solidaridad obrera, la inminencia del estallido revolucionario. “Me atraía enormemente esa inmigración no identitaria. No eran estadounidenses y mucho menos españoles. No estaban en los centros gallegos y en el caso de López, era muy duro con los migrantes por motivos económicos”, señala. Bieito Alonso tropezó con Frank López cuando trabajaba, ya en 2006, sobre el rastro de los anarquistas gallegos en la prensa de la emigración en Estados Unidos. “Una cosa llevaba a otra y su nombre [además de seudónimos como José Marinero] aparecía por todas partes”, recuerda.

López volvió a entrar clandestino en el país al que arribara en 1906. Su biografía entre finales de los años 20 y comienzos de los 50 es un enorme agujero negro. En 1953 se casó con una camarada ucraniana, Rose Pesotta, pero el matrimonio acabó dos años después tras un episodio de violencia machista. “No sabemos mucho más de aquello, es evidente la distancia entre un pensamiento avanzado y la permanencia de la masculinidad tóxica, por lo demás muy presente en el mundo cerrado de los anarquistas peninsulares en Estados Unidos”, escribe Alonso. En todo caso, López nunca renunció el ideal libertario. Todavía en 1965 su nombre -ahora Alberto Martín, vivió el resto de sus días con esa identidad- aparecía como colaborador económico del Comité Pro-Presos de Nueva York en el periódico Tierra y Libertad de México. Murió el 16 de abril de 1967 en Kings County Hospital de Brooklyn, en, precisamente Nueva York. “¿Cómo escribir sobre alguien que apenas existe?”, arranca el libro de Bieito Alonso sobre Frank López. Son 284 páginas que finalmente es como si ilustrasen la emocionante canción de Leo Ferré, Les anarchistes: “No hay más que uno de cada cien y sin embargo existen / la mayoría españoles a saber por qué / quizás en España no los comprenden / los anarquistas”.

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