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El barrio con las rentas más bajas de Madrid activa la ‘Operación Botijo’ para combatir los efectos del cambio climático

Foto térmica de la plaza Cura Tomás en San Cristóbal, uno de los refugios climáticos del barrio

Nerea Díaz Ochando

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Desde hace varios años pasar el verano en Madrid se ha convertido en un infierno para muchos. La capital vivió su agosto más cálido de la historia en 2023 y todo apunta a que continuará batiendo récords de temperaturas este año. El calor extremo se ha convertido en una gran problemática para toda la ciudad, aunque el riesgo de padecer sus consecuencias directas ha pegado mucho más fuerte en los barrios más vulnerables. Es el caso de San Cristóbal de los Ángeles, en el distrito de Villaverde, uno de los más afectados por el cambio climático y, casualmente, el más pobre de Madrid.

Con una renta media por hogar que ronda los 20.000 euros, se ubica entre el 6% más pobre de España y ocupa el quinto lugar en el ranking de los diez barrios más vulnerables del país según los Indicadores Urbanos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2023. La posición económica de sus vecinos es una de las razones por las que, además de ser la zona con las rentas más bajas de Madrid, es uno de los barrios más azotados por el cambio climático en la capital.

Las dificultades para conllevar el calor son consecuencia directa de la vulnerabilidad de sus habitantes. La antigüedad de sus edificaciones, los altos índices de contaminación y la pobreza energética de los hogares provocan que para los vecinos de San Cristóbal sea cada vez más complicado sobrellevar el verano.

Sin embargo, cuentan con una ventaja: un rico tejido vecinal dispuesto a convertir el barrio en un territorio de innovación social frente al cambio climático. De este propósito nace la Operación Botijo, una iniciativa con la que, gracias a Redes por el Clima, Komons y la Asociación Vecinal La Unidad de Villaverde, vecinas y vecinos del barrio podrán aprender cómo afecta la crisis climática a sus calles, experimentan en directo la realidad de sus impactos y compartir métodos populares para combatirlo.

Esta iniciativa nace en el marco de la semana cultural de San Cristóbal de los Ángeles, que tendrá lugar entre el martes 2 y el jueves 5 de julio y se desarrollará en dos espacios públicos muy conocidos en el barrio: el parque de los Pinos y la plaza Pinazo. Será en esta última en la que, a las 19.00 horas de este miércoles, se llevará a cabo este taller climático en el que, a lo largo de una hora, cualquiera que se acerque podrá disfrutar de una exposición de fotografías térmicas de distintas zonas del barrio que mostrarán el efecto de elementos que funcionan amortiguando el calor, como pueden ser arboledas, toldos o fuentes de agua.

Esta muestra fotográfica, obra de Marianna Papapietro, arquitecta y mediadora cultural en Redes por el clima, permitirá conocer a los vecinos del barrio de una forma más visual los efectos de las altas temperaturas en un barrio que cuenta con escasos refugios climáticos. “Se están poniendo en marcha algunos refugios climáticos”, explica Papapietro, aunque el principal problema está en las viviendas, que son un auténtico hervidero durante el verano.

La intención de la iniciativa va más allá de concienciar, sus impulsores también quieren enseñar mecanismos accesibles y sencillos para combatir el calor a los vecinos, centrándose en dos que aún hoy en día se usan: el botijo y las telas mojadas. Se darán consejos para aclimatar domicilios particulares pero también zonas públicas, de modo que la conversación tratará tanto las soluciones individuales como colectivas para mitigar el efecto del aumento de las temperaturas como la instalación de toldos, el mojado de patios y zonas comunes, el uso de telas humedecidas que aprovechen el viento o la instalación de vegetación, tanto en terrazas privadas como en zonas comunes, entre otras.

Cuando no existe la posibilidad de costear sistemas de climatización, es especialmente importante conocer este tipo de mecanismos, aunque también es necesario contar con espacios públicos preparados para ello: “El verano es una época en la que la gente pasa más tiempo en la calle y hacen falta más árboles, más fuentes para refrescar el ambiente”. Por suerte, un 61% de las calles de Villaverde cuentan con arbolado, una ventaja de la que no disfrutan otros distritos como Tetuán o Carabanchel.

Para Marianna, una de los aspectos más importantes de la iniciativa es que todo el mundo sepa la capacidad que tiene de mejorar su entorno con pequeñas acciones, “un deber que tiene la administración pero que en muchas ocasiones no se cumple”. Por eso, entre otras cuestiones, la arquitecta explica por qué Villaverde es el distrito con mayor índice de contaminación de Madrid y uno de los más afectados por el aumento del calor en los últimos años.

El cambio climático: más duro y pronunciado en barrios pobres

Un estudio reciente del Grupo de Investigación en Arquitectura, Urbanismo y Sostenibilidad (GIAU+S) de la Universidad Politécnica de Madrid, en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Instituto Eduardo Torroja, centrado en la ciudad de Madrid, desarrolla el índice crítico de riesgo de pobreza energética, un indicador multidimensional que incorpora aspectos sociales y económicos al análisis de la eficiencia energética de la edificación, dos elementos totalmente relacionados.

Según este estudio, los niveles críticos de vulnerabilidad urbana se unen a valores también críticos en el índice de pobreza energética en seis barrios madrileños: Pan Bendito, Picazo, Villaverde Alto Este, Villaverde Alto Sur, San Cristóbal y Amposta. En ellos se combinan una alta vulnerabilidad socioeconómica con carencias en el estado de conservación de la edificación, una mala accesibilidad residencial y el mencionado índice crítico de riesgo de pobreza energética. 

La mayor parte de las zonas calificadas como de riesgo en los barrios madrileños tienen en común que sus edificios se construyeron antes de 1979, cuando los requerimientos de aislamiento y calidad de los materiales eran más laxos que en la actualidad. Asimismo, y de acuerdo al estudio técnico sobre la pobreza energética de Madrid de Ecologistas en Acción, Villaverde cuenta con elevadas cifras de vulnerabilidad energética en domicilios.

Unas rentas más bajas se traducen en menores posibilidades para costear viviendas que cuenten con condiciones óptimas para evitar el calor o combatirlo. Muy pocos hogares pueden permitirse mejores ventanas que aíslen de las altas temperaturas o aires acondicionados, que además de ser costosos en su instalación también suponen un importante desembolso en las facturas de la luz.

Los trabajos también son más precarios y conllevan mayor exposición al sol y el calor, una cuestión que puede afectar gravemente a la salud, provocando insolaciones o golpes de calor que pueden resultar mortales, como ya ocurrió en 2022 con un barrendero que se encontraba trabajando con 39 ºC en Puente de Vallecas. Aunque los colectivos más vulnerables en este sentido son los niños y las personas mayores, que durante el verano pasan más tiempo en casa.

A todo esto se suma otro factor, San Cristóbal es uno de los barrios con mayor variedad de nacionalidades de Madrid, una cuestión que también endurece la vida de sus vecinos durante los meses de calor. “En esta zona conviven personas procedentes de 80 países distintos y muchas de ellas no están acostumbradas a las condiciones climáticas de aquí”, señala Marianna.

El botijo como símbolo de resistencia climática

La iniciativa, planteada bajo el nombre de Operación Botijo, pretende que las personas hagan una reflexión sobre lo que los vecinos de San Cristóbal y la población en general pueden hacer para mejorar su entorno y estar más frescos, con acciones sencillas y sin gasto energético, muy adecuadas para luchar contra el cambio climático.

El principio físico de los botijos es el llamado “enfriamiento evaporativo”, que aprovecha la porosidad del barro para refrigerar su interior, del mismo modo que los abanicos enfrían el vapor cercano a la piel, las telas mojadas disminuyen la temperatura del entorno, o los árboles y plantas a través de las estomas, unas pequeñas aperturas en sus hojas que liberan el agua que contienen haciendo que esta se evapore, bajando así el calor a su alrededor. 

Por esta razón, los impulsores de la iniciativa han escogido el botijo como símbolo de la resistencia ante el cambio climático. “No hacen falta tecnologías de última generación para combatirlo, un mecanismo tan simple como el de un botijo consigue mantener el frío y evitar el calor”, cuenta Marianna.

Durante la semana cultural se usarán y pondrán en práctica ejemplos de conocimiento ancestral como estos y otros, que ayudan a refrescar espacios no solo individuales sino también comunes y basándose en esta técnica, como pueden ser toldos, recubrimientos vegetales o humidificación de ambientes.

Las iniciativas de San Cristóbal suponen un ejemplo de innovación ciudadana frente al cambio climático y trabajan en dar respuestas a su impacto desde la ciudadanía a través de diferentes proyectos. Los más importantes del momento son Redes por el clima, para fortalecer las acciones comunitarias que promueven la movilización ciudadana a favor de la lucha climática, Zonas Amarillas Sensibles Sostenibles (ZASS) un proyecto para reconectar el barrio con sus espacios verdes y el colegio Navas de Tolosa, que ha conseguido crear un patio resiliente al cambio climático con un diseño en el que ha participado todo el barrio y que quedará este verano abierto al público.

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