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Wallace Stevens y un cineasta gallego: poesía y cine en el suburbio residencial estadounidense

Fotograma de 'A foreign song', de César Souto

Daniel Salgado

16 de febrero de 2023 06:00 h

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La cámara se desplaza en paralelo a una interminable hilera de majestuosas viviendas unifamiliares. Su ritmo es reflexivo, no lento, sí moroso. Observador. Hay nieve. No se trata de mansiones, tampoco de casas de clase trabajadora. Es Hartford, en Connecticut (Estados Unidos), la ciudad de 120.000 habitantes donde transcurrió la mayor parte de la vida del abogado Wallace Stevens (1879-1955), que además fue uno de los poetas decisivos del siglo XX. El cineasta gallego César Souto ha dedicado su último y premiado filme, A foreign song, a indagar en él, en los lazos que atan la existencia cotidiana y la escritura, la vida común y el canto del pájaro dorado. El misterio de poemas “sin sombras, sin grandeza, / la carne, el hueso, lo sucio, la piedra”, nacidos en la cabeza del hombre que camina al trabajo.

Stevens es uno de los autores de cabecera de Souto (Noia, 1975), periodista de profesión y él mismo poeta. Esa cercanía lectora fue la que lo condujo a embarcarse en A foreign song, su segundo largo tras codirigir junto a Luís Avilés Os días afogados en 2015. Eso y un sin fin de dudas. “Llegó un momento en el proceso de hacer la película que dejé de preguntar y pedir consejo. Que no se entienda como soberbia, pero tenía que hacer mi apuesta”, explicó en un coloquio posterior a un pase privado de la película. Y su apuesta fue una obra construida a partir de las imágenes en movimiento hermosamente captadas de los espacios vitales de Stevens, el rescate de metraje encontrado de época, fragmentos de sus cartas y algunos versos leídos por diferentes voces -incluida la del poeta-, y un delicado tratamiento sonoro musical que se aparta de los tropos más habituales del denominado Novo Cinema Galego y se instala en un territorio de sugestivo hado poético. A foreign song obtuvo los premios a la mejor película española y a la mejor dirección en el último Festival de Gijón. Ahora continúa su recorrido por otros certámenes.

Destruir el ego del autor

“Evíteme, por favor, contar los datos biográficos. Soy abogado y vivo en Hartford. Estos hechos no son divertidos ni reveladores”, escribía Wallace Stevens en 1922 al director de la revista The Dial. La obsesión por destruir el ego del artista y escapar de los lugares comunes del romanticismo se encuentran en el corazón de su poesía. “La poesía no es un asunto personal”, dice uno de sus aforismos más citados. Vanguardista pero como lo fueron los vanguardistas estadounidenses -nada de efusividades explícitamente políticas-, modernista anglosajón, calificado con el perezoso adjetivo de hermético y defensor de la autonomía absoluta del arte, para él “un poema no necesita tener un significado, y, como muchas cosas en la naturaleza, muchas veces no lo tiene”. A foreign song, sin embargo, se esfuerza por detectar como ni siquiera su poesía consigue romper los vínculos con el tiempo y el lugar. Tampoco con la historia.

Las imágenes de la película fueron registradas en tres viajes a los Estados Unidos entre 2019 y 2022. El suburbio residencial donde se ubicaba su domicilio -“lo más importante que he hecho en mi vida ha sido comprar una casa”, llega a asegurar- o la zona financiera en la que tenía sede la compañía de seguros que lo empleó durante décadas, lugares de Hartford o Nueva York, aparecen en perspectivas amplias. No hay rostros en primer plano. Sí la multitud trabajadora, las oficinas, el transporte de los obreros, las fábricas. La fantasmagoría del dinero, afirmó Souto, en última instancia el fundamento material de los Estados Unidos de América. La cuidada fotografía, siempre a distancia de observador externo, corrió a cargo de Alberte Branco. “Estudiamos a fondo a Saul Leiter y su fotografía borrosa. Aunque nosotros usamos una gran definición, nos interesaba esa sensación”, expuso este al final de la mencionada proyección.

Trance en América del Norte

Al fin y al cabo, A foreign song es algo así como el retrato imposible de un poeta que detestaba los retratos, las biografías, el periodismo cultural. No concedía entrevistas. Y solo publicó su primer libro, Harmonium, a los 44 años. Era 1923, justo cuando Kodak colocó en el mercado un primer prototipo de cámara doméstica. Esta coincidencia funciona como uno de los ejes de la película. Souto no ha localizado filmaciones de Stevens y solo utiliza su voz recogida en un recital. “Aunque encontrase imágenes de él no creo que las utilizase”, confesó en la presentación. La película circula por vías poco convencionales y acaba por sumergir al espectador -gracias también a un fluido montaje- en una especie de trance por la América del Norte, entre la clase media y los que viven de sus brazos, un movimiento que no se mueve. “La poesía nace de la poesía y vuelve siempre a la poesía”, asegura otro de los adagios del poeta que se escucha en A foreign song.

Y, con todo, el filme encarna esa contradicción, la que contiene una escritura insondable -“o una poesía viva que trate de todo o ninguna”- facturada en la paz social de la urbanización. Stevens lo relata en una de las cartas usadas, cuando explica cómo escribe sus poemas en la cabeza mientras se dirige a pie a la oficina, tomando algún apunte que pasa a limpio al llegar al despacho y por la noche retoca. A pesar de que a esa hora no puede leer “más que los periódicos”, debido al cansancio de la vida diaria. Ni así uno de los poetas fundamentales de la literatura estadounidense -tan influyente en generaciones posteriores como lo fueron William Carlos Williams, Allen Ginsberg, Sylvia Plath, Adrienne Rich o John Ashbery- fue capaz de evadir la historia. La otra historia. Lo admite una secuencia estremecedora, elaborada a partir de un trávelin sobre esas viviendas unifamiliares encarnación del sueño americano, en la que una voz lee correspondencia de Stevens durante la Segunda Guerra Mundial. En ella narra cómo las bajas -eufemismo militar para muerte- de soldados movilizados en el vecindario iban normalizándose. Hasta que ya nadie se extrañaba. “Y los hombres resecos, / Morenos como el pan, pensando en pájaros / Que huyen de países en llamas y de oscuras orillas”, escribió en el poema Pan seco, de Partes de un mundo (1942).

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