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Sobre este blog

En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Mientras la muerte parecía invadirlo todo, las imágenes de mi nieta mantenían mi ánimo

Amanecer desde Las Breñas (7.45 h.)

Antonio Castaño Moreno

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Tendremos defectos en nuestra familia, pero puedo asegurar que la improvisación no entra en ese listado. Estábamos juntos en la sobremesa, esperando que la tarde se fuese llenando de nuestros pequeños caprichos que tanta emotividad nos proporcionan, cuando escuchamos las palabras del presidente del Gobierno.

Todo llegó como un vendaval, además un enemigo inesperado. En poco tiempo programamos nuestra resistencia, según los valores de nuestra familia, teniendo en cuenta cómo defender mejor cada uno de nuestros frentes. Afortunadamente, disponíamos todos de una mochila donde habíamos ido guardando herramientas necesarias en caso de emergencia. No importaba la distancia, las herramientas funcionaban en cualquier tesitura, apenas visibles, pero de efectos demoledores ante el daño que nos quería infligir el enemigo.

Un silencio preñado de grandes incertidumbres se adueñó de nuestras vidas, activando en cada uno de nosotros la alarma para sacar lo mejor, compartiéndolo entre todos.

En mi caso, tuve que aprender a vivir con la soledad, haciéndole frente con la más estricta disciplina para llevar a cabo las actividades que siempre me mantuvieron activo. Solo necesitaba cambiar el escenario. Ello me permitió plantarle cara al enemigo en las mejores condiciones. Dosis diarias de lectura, escritura, fotografía, videoconferencias familiares, llamadas telefónicas, celebraciones familiares creativas, gastronomía, solidaridad, tareas domésticas y especialmente nuestra pequeña nieta se convirtieron en pequeñas aventuras diarias para fortalecer mi sistema inmunitario, una barrera para protegerme física y mentalmente.

Empezar el día con la contemplación del amanecer es un privilegio en tiempos de coronavirus. He fotografiado todos los amaneceres para darme los buenos días, recibiendo la energía necesaria para hincarle el diente a días donde el rival nos tenía encerrados en nuestro campo. Pero la defensa es el mejor ataque, y muy pronto nuestras fuerzas obligaron al enemigo a retroceder.

Muchas horas de lectura de la prensa para estar al día acerca del enemigo con el que estábamos jugando el partido, como siempre atento a mensajes poco fiables acerca de otros equipos, del rival, lectura de libros con muchas páginas aparcados en la biblioteca con un siempre para otra ocasión y a los que al fin les llegó el turno, ahora confinado.

No soportaba que la muerte invadiera a diario nuestro territorio, a veces de gente muy querida. La vida estaba arrinconada, por lo que la llegada de imágenes de nuestra nieta desbordaban emociones que después compartíamos por videoconferencia. Busqué en casa cómo podía contribuir a potenciar la vida. Tan sólo disponía de lentejas y patatas para su siembra. Gran emoción cuando nacieron las primeras lentejas, ahora al subir la persiana me saludan cada día con su verdor inmaculado. He conseguido al fin meterle un gol al rival.

Mi alma de Quijote estaba saliendo a flote más que nunca, llevando a cabo aventuras desde la distancia, como escribir cartas a enfermos de la COVID-19 ingresados en los hospitales.

Pero de todas, mi preferida: “Cerraba en ese momento la vitrina del supermercado donde acababa de recoger una botella, cuando al girarme, me encontré de sopetón con la cara de mi hija. ¡Qué alegría! ¡Qué emoción! Desde la distancia, ante la sorpresa, pues no habíamos quedado ahí, hubo segundos que se nos paralizó a los dos la respiración. Hay momentos que se quedan grabados a fuego en la memoria, este será uno de ellos”.

Ella seguía con su gran sonrisa en los ojos, los dos nos vimos más delgados, lo único visible que nos dejó el virus. Esta mañana, viajando hacia el reencuentro, será especial.

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