El primer transporte eléctrico de Tesla tiene más de un siglo (y no lo hizo Musk)
“El mundo se mueve despacio y es difícil ver las nuevas verdades”. Fue la respuesta del inventor Nikola Tesla (1856-1943) al ver el revuelo que había creado él mismo tras la presentación de su nuevo modelo de transporte eléctrico e inalámbrico el 8 de diciembre de 1898 en el Madison Square Garden de Nueva York. Entonces la novedad del invento de Tesla no estaba en sus motores eléctricos: el primer coche eléctrico había visto la luz en 1830 y nueve años más tarde lo hacía el primer barco. De hecho, y por increíble que parezca, para la década de 1880 las calles comenzaban a contemplar los primeros vehículos eléctricos para el día a día.
Lo que verdaderamente resultó novedoso de aquel invento de Tesla a finales del siglo XIX fue que el vehículo se movía por sí solo. Para muchos aquello era más un truco de magia que algo que tuviera que ver con la tecnología. Por aquel entonces, pocas personas conocían que las ondas de radio existían y Tesla era visto como un excéntrico que, a menudo, traspasaba todas las fronteras de la ciencia con sus disparatados inventos. Aunque lo que muchos no sabían es que no era un barco eléctrico más, sino que estaban ante el precursor de la tecnología autónoma.
El 1 julio de 1898 Nikola Tesla había presentado ante la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos su método y aparato para controlar el mecanismo de movimiento de buques y vehículos. En el documento explicaba que su tecnología no precisaba de claves ni de conductores a bordo y describía un dispositivo inalámbrico al que llamó teleautómata que funcionaba por ondas de radio y que era capaz de mover desde barcos y globos hasta automóviles. Ahora solo le faltaba mostrarlo, para lo que escogió la neoyorquina Electrical Exhibition celebrada a principios de diciembre de ese mismo año.
Allí se instaló una piscina para la ocasión y, sobre ella, se colocó una pequeña embarcación de poco más de un metro de largo. La expectación comenzó cuando Tesla, desde la distancia y con una especie de caja con palancas en la mano, fue capaz de mover el bote e incluso encender y apagar sus luces.
Parte de la culpa del gran revuelo que se generó la tuvo el propio Tesla quien, en un principio, les decía a los presentes que el bote seguía sus instrucciones verbales cuando, en realidad, lo movía a través del dispositivo inalámbrico. Aunque para muchos era inexplicable, la tecnología tenía todas las respuestas.
Así funcionaba la barca sin conductor de Tesla
El bote de Tesla estaba equipado con una antena que recibía las ondas de radio emitidas por el aparato de control remoto. A esta antena situada en el centro de la embarcación se sumaban otros dos receptores colocados en la proa y la popa y pequeñas bombillas. Estas luces ayudarían a cualquiera a medir la posición y la dirección del barco en la oscuridad.
Además, el barco contaba una hélice de tornillo, una quilla y un timón situados en las mismas posiciones que las de cualquier barco. Dentro del casco había dos motores eléctricos, uno encargado de hacer girar la hélice y otro que era el sustituto del conductor a bordo y movía el timón.
Ambos motores eran alimentados por una batería de almacenamiento, que también servía para hacer funcionar el resto del mecanismo de transformación de las señales de radio en movimientos del bote.
Para ello, la otra pieza imprescindible era el puesto de control a distancia. Creado por el propio Tesla, se trataba de una especie de caja con un disco en su interior. Este tenía codificados los movimientos del barco y, según se movía, los transmitía por ondas hertzianas a la embarcación. Así, estos impulsos provocaban variaciones en los campos eléctricos y magnéticos del mecanismo del barco, que lo accionaba en una dirección u otra.
Él mismo recogía en la patente admitida el 8 de noviembre de 1898: “Mi invención se diferencia del resto de los sistemas que se utilizan para mover objetos con cables o cualquier otra forma de conexión mecánica o eléctrica. Yo logro resultados similares en una forma mucho más práctica al producir ondas, impulsos o radiaciones que son recibidas a través de la tierra, agua o atmósfera por un aparato colocado en el objeto en movimiento y así causar las acciones deseadas siempre y cuando el cuerpo permanezca en la región activa de las ondas, impulsos o radiaciones.”
Así que, como era de esperar, la sorpresa fue máxima. No obstante, los planes de Tesla iban mucho más allá de lograr impresionar a la alta sociedad estadounidense de la época.
Con fines bélicos y el principio de los robots
Con la presentación de Tesla, los titulares de los periódicos prefirieron centrarse en el uso del dispositivo como un torpedo controlado de forma inalámbrica para la guerra. Era algo que el propio Tesla ya había pensado y, de hecho, él mismo intentó venderlo sin éxito, junto a otras propuestas similares, al ejército de Estados Unidos para la guerra hispano-cubana. Sin embargo, la duración del conflicto -de poco más de tres meses- no le dio ninguna posibilidad.
También en la patente describía que su barco podía utilizarse para “llevar cartas, paquetes, provisiones, instrumentos, objetos o cualquier tipo de material, y para establecer comunicación con regiones inaccesibles o explorar las condiciones existentes en las mismas” e incluso “para otros propósitos científicos, de ingeniería o comerciales”.
Aun así, los planes de Tesla eran ambiciosos. En una carta al profesor B.F. Meissner de la Universidad de Purdue (Estados Unidos) en 1890, él mismo explicaba que sus trabajos todavía podía ser mucho más novedosos: “Traté de abordar este campo desde cualquier ángulo; no me limitaba sólo a mecanismos controlados a distancia, sino que consideré la posibilidad de máquinas que desarrollasen su propia inteligencia (...) Creo que no habrá de pasar mucho tiempo antes de que esté en condiciones de presentar un autómata que, por sí mismo, se comporte como ser dotado de razón, sin necesidad de enviarle órdenes siquiera”. Incluso auguraba: “Sean cuales sean sus posibilidades prácticas, estoy seguro de que marcará el inicio de una nueva era de la mecánica”.
Además, como recoge Margaret Cheney en su biografía ‘Nikola Tesla: un genio al que le robaron la luz’, cuando se le preguntaron por el potencial de su barco teleautómata, respondió: “No es únicamente un torpedo inalámbrico, es el principio de una raza de robots, hombres mecánicos que harán el laborioso trabajo de los humanos”.
Ahora, después de más de un siglo, podemos decir que Tesla no iba del todo desencaminado: Elon Musk, a través de la empresa que rinde homenaje al inventor, no solo ha revolucionado el sector de las baterías eléctricas, sino que, tal y como le ocurría a Tesla, ha hecho de la inteligencia artificial una de sus grandes obsesiones.
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