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La discoteca más grande del mundo reabrirá tres décadas después del cierre de KU, el local de la España felipista

La cantante Rocío Jurado actúa durante el certamen "Lady España" 1989, celebrado en la discoteca Ku de Eivissa.

Pablo Sierra del Sol / Marcelo Sastre

Eivissa —
26 de octubre de 2024 11:24 h

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De vez en cuando, la literatura regala una Piedra de Rosetta. Hay escenas que, narrando algo muy concreto, desvelan un código, ofrecen un lenguaje, permiten leer una época. La fiesta en la azotea romana sería una de ellas: el prólogo de La grande bellezza convirtió el hedonismo en un jeroglífico comprensible. La conquista del placer, en muchas de sus formas, con bastantes de sus sombras, está condensada en el cumpleaños de Jepp Gambardella. La historia de KU también puede imaginarse como una gran coreografía bajo las estrellas. Esa marca, en los ochenta, configuró el modelo de club nocturno que, replicado por la competencia, convirtió a Eivissa en la meca de la electrónica. Como Gambardella y sus amigos, KU tuvo que enfrentarse a la resaca.

Cerró puertas, acuciada por las deudas, 13 años después de haber prendido la primera canción en 1978. Renombrada como Privilege, en los noventa, ostentó con orgullo el título de ser la macrodiscoteca más voluminosa del mundo: capacidad, 10 mil personas. Muchas noches durante muchos años se vendió todo el papel. Al igual que KU, Privilege parecía un Titanic insumergible. Al igual que KU, Privilege también naufragó. 

Ahora, tras cinco años cerrado, el gigantesco edificio volverá a cobrar vida en la primavera de 2025. Empresas Matutes y Ushuaïa Entertainment, los actuales propietarios, pondrán en marcha un nuevo proyecto. Se llamará [UNVRS] y se pronunciará universe, en inglés. Lo definen sus promotores, sin dar más detalles, como “el primer hyperclub del mundo”. Will Smith es su embajador internacional y un platillo volante, el logo. Su publicidad domina la terminal de es Codolar -el aeropuerto de la isla- y las vallas de la autovía que conduce al aeropuerto. Sobre la macrodiscoteca, grúas y andamios. Fuentes de la propiedad aseguran que las casas que rodean a [UNVRS], algunas a menos de cien metros, no se verán afectadas por ninguna clase de ruido, que la estructura quedará completamente insonorizada. En paralelo, Santiago Llorens, un empresario con larga experiencia en el sector de la noche, ha anunciado que quiere reflotar la marca KU Ibiza abriendo un nuevo local en la isla. Todavía no tiene espacio ni se ha reunido con ninguna institución para tramitar la licencia ni, tampoco, concreta la inversión a realizar, pero ya comercializa merchandising a través de su página web. El atractivo de la mística es tentador.

Al escuchar testimonios, revisar hemeroteca, detenerse en los detalles de las fotografías en blanco y negro que se tomaron en KU, cualquier detalle podría insertarse en la secuencia de la película con la que Paolo Sorrentino ganó un Oscar en 2014. No sabemos si el director napolitano se inspiró en este templo nocturno para inventarse los que quizás sean los ocho minutos más famosos de su filmografía. Sí que, al acumularse tantas historias tremendas durante los quince veranos que duró la vida ibicenca de KU, sobraría material para escribir una escena, nueva, que nada tendría que envidiar a aquel baile terminado, a cámara lenta, entre el humo de un cigarro y los ecos de Mueve la colita, mientras suena la voz de Toni Servillo: “De chavales, mis amigos daban siempre la misma respuesta: la fiesta. Yo, en cambio, contestaba que el olor de las casas de los viejos. La pregunta era: '¿Qué es lo que más te gusta en la vida?' Estaba destinado a la sensibilidad”.

Nadie echaría de menos a los mariachis, la enana, la performer sadomasoquista, la voz de Raffaella Carrà, la caja de ritmos de Bob Sinclair o el cartel de Martini porque, si algo sobró en KU, fue la extravagancia que se obtiene al mezclar lo inesperado. Vaquillas el día de San Fermín, rúa de carnaval brasileño en pleno agosto; concursos de chicas en tanga o camiseta mojada, y de señoras mediáticas en traje-chaqueta; un restaurante de nueva cocina vasca en pleno Mediterráneo; el funk en directo de un crepuscular James Brown, las incipientes bases electrónicas de Front 242 (lo viejo y lo nuevo); deejays residentes, tan anónimos que firmaban con su nombre de pila (DJ Gerardo y DJ Patrick), pinchando, primero, new wave y, al final, house primigenio; abanicos de Locomía; los pulmones de Montse y Freddie cantándole a Barcelona. 

No eres nadie si no estás en el KU

La fauna que iba a aquellas fiestas y conciertos era otro guiño al cine de Sorrentino. La juventud y la senectud se agarraban en un tango hasta bien entrada la madrugada. Confluían en KU una pléyade de caras conocidas (actores, cantantes, escritores, pintores, modelos y diseñadores) y no tan conocidas (promotores, representantes, galeristas, conseguidoras) bailando muy cerca de algunos de los políticos más poderosos de la sociedad felipista. También, de ejecutivos con negocios internacionales, Javier de la Rosa, y hasta del encargado de controlarlos a todos, Mariano Rubio, el gobernador del Banco de España. Ambos, De la Rosa y Rubio, acabarían condenados a penas de cárcel por delitos fiscales y financieros. 

La fauna que iba a aquellas fiestas y conciertos era otro guiño al cine de Sorrentino. La juventud y la senectud se agarraban en un tango hasta bien entrada la madrugada. Confluían en KU una pléyade de caras conocidas bailando muy cerca de algunos de los políticos más poderosos de la sociedad felipista

A raudales y sin freno. Así corría el hedonismo en la primera farra masiva que se pegó Eivissa. Hasta entonces, los felices ochenta, ningún otro local presumió de un adjetivo que crearía escuela: macrodiscoteca. KU Ibiza fue la primera. La mítica. La más popular (años después, quienes habían gozado allí seguían llamándolo “el KU”, el artículo subrayando un sentimiento de cercanía y pertenencia). La que cambió la manera de entender el ocio en una isla donde el ocio representa casi un tercio de la riqueza que genera la economía insular. Los cargos públicos y los empresarios locales que querían pintar algo en la Eivissa del momento también estuvieron en las fiestas de KU.

“KU fue un proyecto muy moderno y avanzado en su momento. Poner música para ser bailada en el exterior fue algo muy ibicenco y, si alguien apostó por ese formato, fue KU. Aquel lugar tenía una terraza maravillosa, muy amplia. Se situó allí la pista de baile. La terraza pasó a ser el lugar donde todo debía suceder. Allí y en cualquier club. Si a eso le añades un buen equipo de sonido y un cuidado máximo en la parte musical, tanto de los deejays como de los conciertos que se celebraron, que fueron una infinidad y de muy alto nivel. Después de haber conocido Privilege, ahora me intriga saber cómo será [UNVRS]”. Luis Costa descuelga el teléfono a la vez que los pliegos de Balearic vuelven a entrar en imprenta. Cuatro años después, el libro que escribió con Christian Len (como Costa, periodista, deejay y catalán) está a punto de reeditarse. Aquel trabajo tiene un subtítulo muy preciso: Historia oral de la cultura de club en Ibiza. Es, ni más ni menos, que eso: un coro de casi cien voces donde quienes lo vivieron, lo cuentan. Como la historia está narrada en estricto orden cronológico (de las protosalas de fiestas de los sesenta, o incluso, los cincuenta, hasta los hoteles-discoteca justo antes de la pandemia), KU ocupa un lugar preeminente en la primera parte de Balearic

Costa y Len no pudieron entrevistar a sus tres fundadores, dos donostiarras y un alavés. José María Santamaría y José Luis Anabitarte ya estaban muertos. Javier Iturrioz, todavía no, pero no participó en el libro. La información sobre la macrodiscoteca, sin embargo, es desbordante gracias al testimonio de secundarios con muchísimo protagonismo. Es el caso de Brasilio de Oliveira, un brasileño que convirtió un bar del puerto de Vila, el Coco Loco, en la barra más famosa de KU: fue el cerebro que estuvo detrás de muchas de las fiestas y eventos que convirtieron en leyenda lo que sucedió en aquella terraza repleta de vegetación. Escriben los cronistas sociales de la prensa insular de aquellos ochentas –los más leídos, presumían desde sus columnas de ser amigos de los dueños de la discoteca– que no había fiesta en KU en la que, a altas horas, los más alegres no terminaran en el agua. Aquellos magníficos jardines tenían piscina porque, unos años antes, el lugar había sido un centro deportivo, enclavado en una urbanización setentera, el Club San Rafael. El negocio lo regentaba un tipo de ojos claros que cargaba con una biografía pesada. Era Sigfried Meir: cantautor en París, empresario turístico en Eivissa, y, antes de todo, un niño judeoalemán que sobrevivió al horror que exterminó a su familia: Auschwitz. Con él cierra el triunvirato vasco la compraventa del Club San Rafael. 

El negocio lo regentaba un tipo de ojos claros que cargaba con una biografía pesada. Era Sigfried Meir: cantautor en París, empresario turístico en Eivissa, y, antes de todo, un niño judeoalemán que sobrevivió al horror que exterminó a su familia: Auschwitz

La Ibiza de Juan Carlos y Suárez

Verano, 1978. La Constitución se votará unos meses más tarde. Juan de Borbón sigue pasando sus vacaciones náuticas en Eivissa, el exilio estival que le concedió Franco al padre de quien está a punto de convertirse en el jefe de Estado de una monarquía parlamentaria. Adolfo Suárez, el presidente, también navega en yate por la isla. Es entonces cuando nace KU. Los propietarios le dan un giro radical a su adquisición. La misma vuelta al calcetín que Alfonso Guerra proclamará al ganar el PSOE con una mayoría aplastante las elecciones generales del 82 (“A España no la va a reconocer ni la madre que la parió”) empieza a producirse cuatro años antes en la fiesta ibicenca. KU es una miniatura del desenfreno que vivirán la isla, el país peninsular y, también, los representantes políticos del puño y la rosa durante su primera legislatura en La Moncloa. La OTAN, la Unión Europea, el IVA. Txiki Benegas, barón socialista de Euskadi, único no nacionalista que ha ganado en votos unas autonómicas, y secretario de organización del partido que organiza España, es, de hecho, uno de los mejores clientes de KU. Asiste a la cabalgata organizada por sus paisanos. Como si fueran tres reyes magos, Iturrioz, Anabitarte y Santamaría vuelven a Eivissa cada temporada turística para regalar glamour. En dosis cada vez más grandes. 

“KU sentó las bases de la organización del club moderno. A nivel mundial”, dice Costa, y no solamente se refiere al fondo: “Hubo un esfuerzo muy grande por cuidar la estética: prueba de ello son los carteles, encargados específicamente a diseñadores de la época. La dinámica de entretenimiento era otra. El mundo actual es muy diferente, más capitalista y acelerado. Obviamente, KU era un negocio, pero los pases de modelos o las jornadas de cine que allí se organizaron ahora serían impensables en un club de electrónica por una simple cuestión de beneficio empresarial. Los socios poseían un espíritu libre y no les daba miedo experimentar; de alguna manera, se notaba que venían de una experiencia exitosa con la discoteca que, bajo el mismo nombre, habían abierto unos años antes en el monte Igeldo, un lugar muy especial de San Sebastián”.

El mundo actual es muy diferente, más capitalista y acelerado. Obviamente, KU era un negocio, pero los pases de modelos o las jornadas de cine que allí se organizaron ahora serían impensables en un club de electrónica por una simple cuestión de beneficio empresarial. Los socios poseían un espíritu libre y no les daba miedo experimentar

Luis Costa Coautor del libro 'Balearic'

Desde los 209 metros que mide el Igeldo, la perspectiva de La Kontxa, la playa, la bahía y el islote de Santa Klara quita el sentido. La terraza de KU estaba a una cota menor, pero ante ella se desplegaban los llanos que conducen hasta la capital de la isla. Una vista tan despejada que, todavía ahora, pese a los polígonos y barrios de casas más o menos diseminadas que han ido apareciendo entre la discoteca y la ciudad, se otean las murallas de Dalt Vila -la ciudad de Eivissa- y la silueta de la catedral. Hubo, por tanto, terreno para ampliar el palacio y, a mayores eventos, mayor logística: año a año, KU Ibiza creció y creció. De restaurante mutó en discoteca… sin dejar de ser restaurante: los dueños eran tan vascos que uno de ellos, Anabitarte, se hacía llamar por el nombre de su caserío, Gorri (una costumbre también muy arraigada en el minifundio ibicenco), y otro, Santamaría, había sido futbolista de la Real Sociedad. 

Polanski, Rocío Jurado, George Michael... todos al KU

La parafernalia hace posible la locura: junto a la piscina donde se simulan encierros cada 7 de julio –el Grand Prix antes del Grand Prix– chefs como Pedro Subijana o Pello Aramburu, mano derecha de Juan Mari Arzak, dan de cenar a George Michael, Frank Zappa, Ryuchi Sakamoto, Grace Jones o Michael Douglas que conviven con Miguel Bosé, Teresa Gimpera, Mònica Randall, Laura Valenzuela, Rocío Jurado, Micky Molina o la cara de los telediarios, una jovencísima Concha García Campoy. Cada vez que vuela a la isla, en una de aquellas mesas se sienta Roman Polanski. Su mujer, la actriz francesa Emmanuelle Seigner, con quien el cineasta polaco se casa en agosto del 89, se convierte ese verano en la imagen oficial de KU. Ambos son habituales en la penúltima copa que se toma al cerrar la discoteca en el cercano chalé de Iturrioz. 

Eran asiduos al KU figuras como George Michael, Frank Zappa, Grace Jones, Michael Douglas, Miguel Bosé, Laura Valenzuela, Rocío Jurado o Roman Polanski. Su mujer, la actriz francesa Emmanuelle Seigner, con quien el cineasta polaco se casa en agosto del 89, se convierte ese verano en la imagen oficial de KU

1100 Bel Air Place ha cambiado la vida de Julio Iglesias. El álbum que le compuso Albert Hammond en 1984 ha vendido 9 millones de discos; casi la mitad sólo en Estados Unidos. Gracias a esas cifras estratosféricas, y al millón de entradas que despachó durante la gira de más de cien conciertos con la que recorrió el planeta, al madrileño lo conocen ahora en cualquier rincón del mundo. La noche del 17 de julio de 1988, Julio Iglesias besa la calva de Abel Matutes. Están en KU, donde ambos son vips entre los vips. El cantante viste un jerseicito blanco, el comisario europeo de Crédito e Inversiones, una camisa rayada. Iglesias va repeinado, con ese look fresco, recién salido de la ducha, con el que ha atravesado generaciones y con el que ha aparecido en tantas portadas de discos. Matutes lleva puestas unas gafas de vista, gigantescas y de doble puente, muy del momento. La mano izquierda de Julio acuna la barbilla de Abel, la mano derecha de Abel toca el brazo izquierdo de Julio. El que besa entorna los ojos, el besado esboza una sonrisa y, entre los dedos de la mano derecha, sostiene un puro. Una mujer de pelo rubio y varios fotógrafos, enfrentados al que capta la foto, miran la escena. Me va, me va, me va / Hacer amigos, andar caminos, me va, me va

Piti Urgell, uno de los fundadores del Grupo Pacha, que en Eivissa abrió discoteca en 1971, dice en Balearic: “El gran cambio fue cuando llegó la coca. Antes, podías poner música y bajar de ritmo y volver a subir –bajabas y subías–, pero cuando llegó la coca, ya no podías bajar: marcha, marcha, marcha, marcha, marcha... Del 78 al 80 estuve fuera de Ibiza porque me fui a Nueva York a operarme del corazón, y estuve allí un año y medio o así. Estuve en Studio 54. Ya había estado antes, cuando empezaba la música disco. Cómo bailaban, con todos esos pasos en las pistas de las discotecas... Ya empezaba a ser pum-chi, pum-chi, que es adonde ha ido a parar la música, a lo más fácil... En ese momento hicieron el KU, que antes era el Club San Rafael, y lo cogieron los vascos, que nos hacían competencia desleal, por decirlo de alguna manera, y nos fastidiaban. Los vascos fueron los segundos que vinieron a la isla”.

Su hermano Ricardo añadía: “A ver, la discoteca que más éxito tiene es la que le dejan hacer lo que le da la gana. Yo he visto follar en discotecas o gente haciéndose rayas descaradamente y metérselas, como en KU. Allí se hacían rayas por todas las esquinas. Eso es lo que fomentó que Ibiza fuera un lugar de ocio. El ocio es hacer lo que te da la gana. Había libertad. Esta es la base de Ibiza. (...) El Club San Rafael me lo iba a quedar yo, pero al final no pudo ser. Aquellos jardines eran verdaderamente fabulosos. No podías poner música, pero se puso, porque [José Antonio] Santamaría era amigo de [Abel] Matutes, y lo camuflaron. Aquello era totalmente ilegal, pero estaba protegido por Matutes”.

Abel Matutes tenía una copia de las llaves de la discoteca. No era, ni mucho menos, un privilegio reservado a este banquero, hotelero y político (desde 1986, el delfín que había renunciado públicamente a suceder a Manuel Fraga al frente de Alianza Popular: el jefe de la oposición al felipismo sería otro). La llave la tenían Matutes, el hombre más poderoso de la isla, y muchas más personas. Se trataba de un privilegio colectivo. Había más de un centenar repartidas por la isla. Algunas, guardadas en los bolsillos de los dueños, gerentes y encargados de cualquier negocio relacionado con KU.

Cada llave daba derecho y acceso a la macrodiscoteca por la puerta de detrás. Evitaba las colas, conducía directamente a la zona noble. El ibicenco medio, sin embargo, no sólo era bienvenido en la macrodiscoteca. Como también explican varios personajes de Balearic, entradas y copas corrían a costa de la casa en las aperturas y clausuras de la temporada. Y eran unas fiestas realmente divertidas. Una conversación de sobremesa con un grupo de boomers ibicencos conducirá antes o después a alguna anécdota vivida en el KU. El éxito en los tiempos del éxtasis, que irrumpe para convivir con la cocaína, es tal que los primeros afters empiezan a celebrarse en Amnesia. Son posibles gracias a los clientes que salen de KU, situada a apenas un quilómetro de distancia. Como quieren seguir la fiesta, se reúnen en torno a un deejay que pincha estilos muy raros. Las mezclas de Alfredo Fiorito están alumbrando el techno y el trance. “El pum-chi, pum-chi” que según Piti Urgell lo pondrá todo del revés. También Pacha.

Abel Matutes tenía una copia de las llaves de la discoteca. No era, ni mucho menos, un privilegio reservado a este banquero, hotelero y político (desde 1986, el delfín que había renunciado públicamente a suceder a Manuel Fraga al frente de Alianza Popular: el jefe de la oposición al felipismo sería otro). La llave la tenían Matutes, el hombre más poderoso de la isla, y muchas más personas

Cierra la discoteca: cien trabajadores, al paro

Tejiendo esta red de relaciones públicas, el triunvirato vasco se ganó fama de benefactor para buena parte de la sociedad insular. No los veían como unos forasteros que estuvieran haciendo el agosto. Los ibicencos querían a KU, KU quería a los ibicencos. Era una simbiosis indestructible. O eso parecía. 

En Balearic, Pepe Roselló achaca a las quejas de los vecinos el decreto que obligó a las discotecas del municipio de Sant Antoni de Portmany a techar sus terrazas. La hemeroteca de Diario de Ibiza da, en cambio, una visión diferente a la de este empresario del ocio, que precisamente entonces, 1989, saltaba desde sus locales en Sant Antoni –llamados Playboy, uno de los primeros bares ibicencos donde se pincharon discos– para alquilar Space, la que se convertiría una década más tarde en la discoteca más laureada del mundo. Es, según varios artículos firmados por Nito Verdera, la patronal de hoteles quien ejerce como lobby para que el Ayuntamiento deje de mirar hacia otro lado. Varios rafelers, que en aquel momento formaban parte de la directiva de la asociación de vecinos del pueblo, no recuerdan que hubiera “presión popular” contra KU, pero sí que el ruido se colaba en sus casas. Uno de ellos llegó a grabar varias cintas en un magnetofón para corroborarlo. También dicen estos ancianos que el aforo de un restaurante al que iban, como mucho, cuatrocientas personas cuando todavía se llamaba Club San Rafael se había multiplicado por diez cuando al transformarse en discoteca. 

Al estirón de KU le siguieron los de Amnesia –que ya no era la casa payesa que Antonio Escohotado había convertido en garito–, Es Paradís e Idea. Las dos últimas, además, estaban junto al casco urbano de Sant Antoni. Rodeadas de hoteles. Ninguna, excepto, KU tenía licencia de actividad y KU tampoco tenía todas las licencias que necesitaba. La evolución de los equipos de sonido y la aparición de nuevos géneros electrónicos generaban un nivel de decibelios que molestaba a los turistas. Eso esgrimía Vicent Cardona, presidente de la Federación Empresarial de Hostelería. “Hay que cubrir”, sentenció el alcalde. Toni Marí Tur, de Can Botja, toma entonces la decisión que sus predecesores (hubo tres entre 1979 y 1987) no habían tomado: las discotecas tienen un año para dejar de incordiar. 

Al principio, la sensación es de que todo está bajo control. Iturrioz, Anabitarte y Santamaría consiguen una moratoria de un año extra para tapar los 6.500 metros cuadrados de KU, que ya tenía el tamaño de un hangar aeronáutico. La temporada de 1990 se vive con normalidad. Hasta que en septiembre, la gota fría arranca las placas del nuevo techo. Las miserias quedan al descubierto. De alguna forma, la suerte de KU ya está echada, aunque la mayoría de ibicencos todavía no lo sepa. 

El 22 de marzo de 1991 se descubre el pastel: Angime, la sociedad de los tres vascos, anuncia su quiebra. Las deudas con los acreedores ascienden a más de 500 millones de pesetas. Será imposible abrir puertas ese verano. Terminan catorce temporadas de vino y rosas. Cien trabajadores se van a la calle. El cierre de KU le da la puntilla a Ibiza ‘92, el festival creado por el promotor italiano Pino Sagliocco que juntó a Mercury y Caballé, y puso al escenario de la macrodiscoteca ante los ojos de cientos de millones de espectadores. La marca se diluye entre la efervescencia del verano ibicenco. Del todo a la nada en apenas unos meses. Queda una de las dos galerías que los empresarios habían abierto bajo el mismo nombre, una en las mismas instalaciones de Sant Rafel y la otra en el puerto deportivo de Vila. Es un hielo flotando en el océano cuando el iceberg ya se resquebrajó. Aunque entre los cuadros de alguna vernissage y en compañía de su pareja, la socialité cubana Elena Tablada, se deje ver Javier Iturrioz, el gerente del triunvirato, es obvio que ya nada está bajo control. 

¿Quién se quedará KU? Es la pregunta que todos se formulan durante el principio de 1992, el año de la Expo y los Juegos. La respuesta es compleja. Hay un agujero económico y una cúpula por cubrir. La macrodiscoteca es ahora un elefante blanco levantado entre tierras cultivables. El vergel y la piscina ya no son visibles desde la distancia. Les ha crecido un amasijo de hierros que está por terminar. Los vascos buscan soluciones desesperadas. Proponen a las viejas amistades un sistema de pequeñas participaciones –entre 10 y 20 millones por cabeza– que no funciona. La esperanza de los impagados es encontrar un comprador. Podría ser un grupo de capital neerlandés, Trancedance; Iturrioz les apoya, sus acreedores no se fían. Los meses pasan, la temporada se acerca peligrosamente. Paradoja: KU, el epicentro de la fiesta va a perderse el verano más festivo que se recuerde en España, el arco que atravesará el país para ingresar en la modernidad.

No será así, o no del todo. Bifuse, una empresa catalana, alquila el club a principios de julio con el beneplácito de los acreedores. Setenta operarios trabajan a contrarreloj para que KU reabra sus puertas. Lo hará en pleno furor olímpico, el 1 de agosto. En la víspera, un anuncio a toda página avisa en Diario de Ibiza que no habrá invitaciones a diestro y siniestro. La señal de que los tiempos han cambiado. Se anuncia un concierto de Julio Iglesias para antes de que acabe el verano. Acabará el verano y Julio Iglesias nunca actuará. La operación para reflotar KU es un fiasco. Los nuevos gestores no llegan a abonar ni siquiera los cinco millones de pesetas que cuesta la licencia de actividad.

Bifuse, una empresa catalana, alquila el club con el beneplácito de los acreedores. Setenta operarios trabajan a contrarreloj para que KU reabra sus puertas. Lo hará en pleno furor olímpico, el 1 de agosto. Se anuncia un concierto de Julio Iglesias para antes de que acabe el verano. Acabará el verano y Julio Iglesias nunca actuará. La operación para reflotar KU es un fiasco

La empresa que puja más alto en la subasta que permite a los fundadores de KU escapar de la pesadilla en la que se han metido se llama Batanza. 130 millones de euros se ponen sobre la mesa, abonados con la ayuda bancaria del Hispanoamericano, que entra en juego ante el interés del Santander. Todo quedará, no obstante, en manos vascas. Guipuzcoanas para ser más exactos.

José María Etxaniz, la cabeza visible de los compradores, es de Azkoitia y tiene fama de buen hostelero después de haber dirigido el restaurante de la Real Sociedad Hípica de San Sebastián. Su despacho de abogados es el de Fernando Múgica Herzog, histórico socialista, íntimo de Txiki Benegas. El acuerdo aparece en La Prensa de Ibiza el 27 de noviembre de 1992. Aún quedan casi tres años largos para que ETA asesine al abogado Múgica en Donostia, pero menos de dos meses para que la banda terrorista ejecute a José Antonio Santamaria, uno de los fundadores de KU. Al exfutbolista lo matan el 19 de enero, víspera de San Sebastián. Un tiro en la nuca mientras cenaba con unos amigos en la sociedad gastronómica Gastelupe, Parte Vieja. Tres semanas antes, el Día de los Inocentes, había sido detenido junto a veinticinco miembros de la Guardia Civil en el marco de la Operación Navajas, una investigación contra el narcotráfico en la que se vieron envueltos varios mandos del cuartel de Intxaurrondo. 

José Antonio Santamaria, uno de los fundadores de KU, fue asesinado por la banda terrorista ETA. Al ex futbolista lo matan el 19 de enero, víspera de San Sebastián. Un tiro en la nuca mientras cenaba con unos amigos en la sociedad gastronómica Gastelupe, Parte Vieja

Como en 1978, todo vuelve a cambiar con la muerte de KU. Etxaniz rebautiza la macrodiscoteca. Pasa a llamarse Privilege en 1995. Los platos de la cabina ignoran al “rock alternativo o la new wave y el pop con sintetizadores” y escupen la potencia sonora de “las grandes fiestas de las promotoras británicas, sobre todo de Mánchester”, como recuerda Luis Costa, “puramente electrónicas”: “Tras la desaparición de KU comienza una era completamente diferente, el modelo del ocio al aire libre ha caído y las empresas tienen que reconvertirse. Llega una hornada de promotores más jóvenes, con una mentalidad más ambiciosa. Muchos de ellos vienen huyendo de las restricciones al ocio nocturno que años antes había impuesto Thatcher en el Reino Unido. Los eventos de Privilege se replicarán en todas partes y empezará una guerra total por controlar la mayor cuota de mercado en la escena del clubbing ibicenco. Son los años noventa”. El final de una era.

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