El insólito trazado urbano del centro de Palma que sugiere la presencia de un teatro romano
Decía Montaigne que un antiguo romano no podría reconocer su ciudad si de nuevo caminase por ella. En el viaje que en 1581 emprendió el filósofo y humanista francés a la antigua 'caput mundi' se mostró complacido de deambular por encima de las estructuras de los viejos edificios: “Muchas calles se encuentran a más de treinta pies de profundidad por debajo de las de ahora”, dejó anotado en el diario de su periplo por Italia mucho antes de que, a partir del siglo XVII, artistas y escritores convirtieran Roma en parada obligatoria de su 'Grand Tour' por Europa. Montaigne llegaba incluso a afirmar que lo que se conocía de la ciudad era tan solo un saber “contemplativo y abstracto”, puesto que las construcciones que antaño habían dominado la superficie se hallaban ahora engullidas bajo los sótanos de palacios y basílicas levantados sobre ellas mucho tiempo después.
Fue a partir del siglo XIX cuando los cimientos de la Roma republicana e imperial comenzaron a brotar del subsuelo fruto de las ambiciosas excavaciones impulsadas desde entonces. La aparición de los antiguos Foros, la Domus Aurea de Nerón, la casa de las vírgenes Vestales, las termas o los mercados, entre otros muchos, arrojaron una idea más exacta de lo que un día fue el epicentro de la antigua Roma. Con su desentierro, dejaban de ser refugio de dioses paganos, como habían sido considerados en tiempos medievales. La popularizada alocución 'Roma quanta fuit ipsa ruina docet' ('Qué grande fue Roma, dicen sus ruinas') empezaba a cobrar sentido.
Sin embargo, más allá de los vestigios que han logrado aflorar a la superficie, aún restan bajo tierra numerosas edificaciones que han condicionado la estructura de las posteriores construcciones erigidas en el lugar y que toman la forma de aquellas sobre cuyos muros se sostienen. La persistencia del plano, como llamó a este fenómeno el historiador Pierre Lavedan. No son visibles, pero la presencia de las antiguas estructuras se adivina a través del parcelario urbano.
Estructura “extraordinariamente sospechosa”
“Cuando sobre el plano del casco antiguo de una ciudad aparece ante tus ojos una manzana de casas cuya estructura arquitectónica es insólita y diferente del resto, nace la intuición de la presencia oculta de algún elemento urbano o edificio antiguo que pudiera ser el condicionante de esa extraña disposición constructiva”, señala el arquitecto mallorquín Luis Moranta, quien se encontraba trabajando en la rehabilitación de varios edificios del centro de Palma -en el punto en el que hoy se ubica el emblemático Bar Bosch- cuando se percató de la presencia de una estructura “extraordinariamente sospechosa”, con una inusual forma radial. Fruto de sus investigaciones, nació la hipótesis de que en el subsuelo de tales inmuebles se esconderían los restos fósiles de un antiguo teatro que, hace 2.000 años, recibiría a todo aquel que desembarcase en el puerto de la Palma romana.
"Cuando sobre el plano del casco antiguo de una ciudad aparece ante tus ojos una manzana de casas cuya estructura arquitectónica es insólita y diferente del resto, nace la intuición de la presencia oculta de algún elemento urbano o edificio antiguo.
Precisamente, un año antes de iniciar sus pesquisas, el arquitecto había estado en Roma. Allí le llamó la atención la estructura ovalada de una hostería situada en las proximidades del río Tíber. Su forma respondía a que había sido construida sobre los cimientos de uno de los ángulos del antiguo Teatro Pompeyo, que, en el 55 a.C., se convirtió en el primer edificio de la ciudad levantado con mármol. En uso hasta el siglo V d.C., durante la Edad Media pasó a ser utilizado como cantera de piedra y, más tarde, sus restos fósiles sirvieron de base para la la construcción de las edificaciones más modernas.
A partir del instante en que Moranta descubrió algo parecido en la capital balear se sumergió en una aventura compleja pero repleta de insólitos hallazgos: la de intentar demostrar que, mientras el emperador Augusto vestía Roma con mármol, termas y acueductos, en Palma -fundada como colonia romana en el año 123 a.C. por el cónsul Cecilio Metelo, quien rompió con los 7.000 años de aislamiento en que Mallorca había estado inmersa- veía la luz un teatro para disfrute y entretenimiento de residentes y recién llegados. Según sus cálculos, hasta 800 espectadores podían congregarse en el edificio. Estaría emplazado, además, donde “estaba el jaleo”, explica el investigador en declaraciones a elDiario.es: al lado del primitivo puerto romano -espacio que hoy ocupa la actual plaza Juan Carlos I-, fuera del casco amurallado, allá donde se aglomeraban los pescadores y se llevaban a cabo los intercambios comerciales.
Hasta entonces, nadie había reparado en la fragmentación parcelaria de las viviendas allí construidas ni en la disposición rítmica de sus muros. Mucho menos habían sido equiparadas -como comenzó a hacer Moranta- con la estructura de los teatros clásicos o con los diagramas de Vitruvio, quien, bajo la tutela del emperador Augusto, en el siglo I a.C., estableció las reglas teórico-geométricas que debían regir en cada uno de los elementos dispositivos de estas infraestructuras.
Y es que, en virtud de los cánones del ingeniero romano, autor del tratado más antiguo sobre arquitectura que se conserva en la actualidad, De architectura, los teatros debían seguir unas instrucciones de proyecto muy concretas -cuáles debían ser los emplazamientos de los accesos a la cavea (gradas) o de los portales de la scena, la longitud del escenario o proscaenium...-, de forma que sus partes estuvieran perfectamente interrelacionadas y proporcionadas. De este modo, como subraya Moranta, es posible perfilar una imagen aproximada de un edificio original a partir de los elementos conocidos gracias a la comparación con otras estructuras ya investigadas.
Disposición similar a la de los anfiteatros de Florencia o Lucca
El arquitecto mallorquín se topó así con un conjunto de paredes medianeras entre los distintos edificios cuya estructura radial recuerda a la de los anfiteatros de Florencia o Lucca, en Italia, cuyos cimientos se reutilizaron para edificar viviendas. Comprobó así que los muros finalizaban o desviaban su orientación a la misma distancia del centro y presentaban unos ángulos de separación entre ellos prácticamente idénticos en todos los casos, entre 20 y 22,5º, conformando así una especie de cuñas incrustadas en un esquema de diseño regular y geométrico. Desde el centro se pudieron trazar, además, varias circunferencias concéntricas, produciéndose coincidencias entre las paredes transversales que a su vez enlazaban las paredes radiales.
“¿Qué pudo motivar que los diferentes propietarios de siete fincas independientes, cuyas parcelas y fachadas son de distintas tipologías, épocas y características, decidieran ponerse de acuerdo para realizar esta curiosa y regular subdivisión del territorio?”, se pregunta Moranta, para quien “no parece lógico complicarse con unas parcelas radiales o edificios en cuña, creándose problemas de apoyo de envigados y de formación de tejados y cubiertas en épocas en las que se buscaba ante todo una economía constructiva. Por el contrario, sí tiene explicación que por esa misma economía se aprovechasen restos existentes de un anterior edificio”, señala el investigador en su libro El teatro romano de Palma. Una hipótesis y sus primeras comprobaciones, editado por el Colegio de Arquitectos de Balears.
Al respecto, el arquitecto incide en que todas las construcciones posteriores a la época romana se caracterizan en general por su escaso interés por las regulaciones geométricas, por lo que considera incongruente construir de nueva planta unos muros convergentes, con destino a un patio mancomunado semicircular, de cara a utilizar los espacios trapezoidales resultantes para ubicar en ellos viviendas o talleres, con el consecuente desaprovechamiento del espacio. De hecho, explica que las numerosas riadas que asolaron la zona a lo largo de los siglos acabaron destruyendo gran parte de las antiguas edificaciones, por lo que sostiene que “era más fácil reedificar aprovechando los restos de cimientos y muros más sólidos y profundos” que ya tenían por sí mismos una distribución perfectamente ordenada en forma de abanico.
Sobre la composición de la estructura, Moranta sostiene que el patio mancomunado en el que, en la actualidad, convergen los muros radiales correspondería a la orchestra del antiguo teatro, de unos cinco metros de radio, que con el paso del tiempo se habría mantenido abierta como espacio público -tipo pequeña plaza semicircular-, lo que justificaría la distribución arquitectónica de los edificios que asoman al patio, más propia de una calle debido a la presencia de balcones en sus fachadas. La cavea, por su parte, tendría un radio de unos 16 metros hasta la última grada.
No solo eso. En el cénit de sus investigaciones, comprobó que las dimensiones y la ubicación de cada uno de los elementos encajaban a la perfección con los cánones de Vitruvio, entre ellos, la orientación de la estructura (Norte Este - Sur Oeste), de tal modo que los espectadores daban la espalda al recorrido solar, como recomendaba el ingeniero romano, quien aconsejaba que los teatros estuvieran abrigados “de los vientos meridionales” y se evitase que el calor “abrasara, recociera y chupase el jugo de los cuerpos”.
'CAESAR AVGV'
Moranta decidió además superponer el plano de la estructura con el diagrama del teatro de Pollentia, ciudad fundada por los romanos de forma simultánea a la de Palma en su conquista de Balears (dos polos estratégicos con amplias bahías al frente y bien comunicados tanto con el interior como con el exterior de la isla, un aspecto que siempre se consideró primordial en la planificación territorial romana). En base a ello, el arquitecto descubrió que tanto el supuesto teatro palmesano como el de Pollentia compartían proporciones similares: en los dos casos, el diagrama de diseño era el mismo para un teatro de pequeñas dimensiones. La única diferencia entre ambos radicaba en su orientación, totalmente inversa: mientras que en el de Palma se seguían perfectamente las reglas de Vitruvio, en Pollentia los espectadores miraban hacia el sur en lo que se consideraba una solución obligada para aprovechar la pendiente natural del terreno.
Las hipótesis del investigador se vieron finalmente reforzadas con la aparición de un bloque de mármol proconnesio -uno de los más utilizados en la antigua Roma- en una vivienda próxima a la iglesia de Sant Nicolau, a escasos metros del lugar en el que se emplazaría el teatro. Sobre la cara frontal de la piedra, una inscripción, 'CAESAR AVGV', que pondría el colofón a una frase más extensa que abarcaría unos seis bloques consecutivos situados en la parte superior de un arco o de uno de los accesos a la antigua edificación romana.
Las pesquisas permitieron, gracias a la colaboración de propietarios e inquilinos, ahondar en sótanos y entresuelos de la zona en busca de antiguos vestigios. Sin embargo, la habitabilidad de los edificios -que albergan tiendas y viviendas- impide llevar a cabo derribos para efectuar excavaciones que ayudasen a alcanzar una constatación definitiva, pendiente en la actualidad de futuras comprobaciones. “Del edificio-teatro solo quedan trazas, pero bajo el patio o junto a algún muro debe quedar algún cimiento, alguna cerámica, alguna moneda: los arqueólogos tienen la palabra”, concluye el arquitecto.
Badalona toma la palabra: el antiguo teatro de Baetulo
Algo contrario a lo que sucedió en Badalona, adonde fueron trasladadas las investigaciones de Moranta. Como resultado del trabajo del arquitecto mallorquín, la arqueóloga Pepita Padrós propuso impulsar una intensa colaboración con el objetivo de aplicar los mismos criterios de investigación sobre una isleta de casas del municipio barcelonés, en el actual barrio de Dalt la Vila, donde se ubicaba la ciudad romana de Baetulo, fundada en el año 100 a.C. Al igual que en el caso de Palma, las edificaciones presentaban una disposición semicircular.
Las pesquisas, en ese caso, sí permitieron llevar a cabo una intervención arqueológica que posibilitó localizar, de forma ordenada y constante, varios muros radiales así como un pavimento de opus signinum perteneciente a una pared semicircular de más de 3,5 metros de altura. También fue hallada una franja sin edificar de unos 80 cm de ancho, situada en el eje principal de simetría del teatro, que respondería a una antigua canalización de aguas pluviales (al igual que sucedía en los teatros de Sagunto o Tarraco) para evacuar a través de la orchestra las aguas de la cavea.
“La grandiosidad de esta cimentación -42 m2 en planta con una profundidad de 1,50 m- nos indica que debía sustentar una construcción muy potente, de grandes dimensiones”, indican Padrós y Moranta en el estudio La ciutat i la memòria. El teatre romà de Baetulo, editado por el Museu de Badalona. El de Baetulo constituye en la actualidad uno de los más importantes yacimientos arqueológicos de la época romana en España.
El caso del estadio Domiciano, bajo la plaza Navona de Roma
En Italia, uno de los casos más paradigmáticos de edificaciones que emergen del actual trazado urbano es el del antiguo estadio de Domiciano, situado bajo la superficie de la actual plaza Navona (Roma), que conserva sus dimensiones y su forma originales. La infraestructura, único ejemplo conocido de un estadio de mampostería en la antigüedad, estaba destinada a la celebración de competiciones atléticas y tenía una capacidad para unos 30.000 espectadores. Medía aproximadamente 275 x 106 metros. En la actualidad, sus ruinas se conservan a unos 4,50 metros por debajo del nivel del suelo y conforman una de las mayores áreas arqueológicas de la ciudad.
La experiencia de indagar cómo era una ciudad hace mil o dos mil años se sitúa a medio camino entre la exploración geográfica y la investigación criminal -debe descifrarse una trama, en este caso urbana-.
En línea de lo que en su día manifestara Montaigne, el arquitecto e historiador francés del siglo XX Pierre Pinon aseguraba que el plano antiguo no puede ser jamás reconstruido en su totalidad puesto que los emplazamientos urbanos no podrían ser íntegramente excavados para investigar en sus profundidades. Solo la reconstrucción a partir de los vestigios (“El vestigio es el presente del pasado”, afirmaba) permitiría aproximarse al conocimiento de la Antigüedad. Una experiencia, la de indagar cómo era una ciudad hace mil o dos mil años, que el arquitecto Carlos García-Delgado Segués, autor de la obra Las raíces de Palma. Los mil primeros años de la construcción de una ciudad, llega incluso a situar a medio camino entre la exploración geográfica y la “investigación criminal” por cuanto “debe descifrarse una trama, en este caso urbana”.
“Los planos catastrales son una importante fuente de información sobre los monumentos”, concluye por su parte Moranta, quien apunta que el análisis detallado del trazado urbano, tal como hizo a la hora de investigar la existencia del teatro ubicado en la antigua Palma romana, permite detectar pervivencias de antiguas formas urbanas en los tejidos más recientes. “Son indicios esenciales para conocer las estructuras soterradas”, añade, haciendo hincapié en cómo la disposición de calles, plazas o viviendas han conservado el recuerdo de su existencia. “La ciudad se ha convertido en su propio archivo”, sentencia.
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