Un año después, ¿qué sabemos sobre el origen del coronavirus?
Eran las vacaciones de Navidad del año pasado y Maria van Kerkhove estaba con su hermana en Estados Unidos, desde donde seguía revisando los correos electrónicos, como hace siempre. Según la viróloga de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuyo rostro y nombre se harían conocidos en cuestión de semanas, todos los días hay indicios de posibles problemas.
“En Navidad siempre pasa algo. Siempre hay una alerta, o una señal por un caso sospechoso. Los últimos años fue el MERS [síndrome respiratorio de Oriente Medio], algún posible contagiado viajando desde Oriente Medio hacia Malasia, Indonesia, Corea o algún lugar de Asia. Siempre hay algún tipo de alarma. Siempre hay algo sucediendo”, explica.
Confirmar las sospechas de contagios, a menudo en lugares remotos del mundo, forma parte de la vida de van Kerkhove y de un selecto grupo de expertos, entre los que figuran Christian Drosten, en Alemania; Marion Koopmans, en los Países Bajos; y personal de Salud Pública de Inglaterra y de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de EEUU. “Estoy acostumbrada a que ocurra eso durante las vacaciones. Por lo general no es un gran problema, pero esta vez fue diferente”.
Recibieron los informes de un grupo de casos de neumonía de origen desconocido en China. El correo electrónico incluía un mensaje de ProMED, la red de alerta de la Sociedad Internacional de Enfermedades Contagiosas: en la tarde del 30 de diciembre, la Comisión de Salud Municipal de Wuhan, en el sur de China, había publicado en Internet un “aviso urgente” pidiendo a todas las instalaciones médicas que estuvieran alerta y pusieran en marcha sus planes de emergencia. El lugar donde sospechaban que se había originado el brote era el mercado de mariscos de Huanan.
“Supimos que debíamos tomarlo en serio”
“Supimos al instante que era algo que había que tomar en serio, y activamos nuestros sistemas de inmediato”, explica Van Kerkhove. No ha tenido descanso desde entonces.
En pocos días supieron que no era SARS, MERS, gripe, legionela u otra serie de patógenos. Era algo nuevo.
Van Kerkhove, quien explica con detalle dos veces por semana la evolución de la pandemia en sesiones informativas de la OMS por Zoom, es experta en sistema respiratorio y ha trabajado mucho con los coronavirus, incluyendo el MERS. “Inmediatamente pensé que podría tratarse de un nuevo coronavirus, porque hay literalmente cientos o miles de coronavirus circulando entre los animales”, cuenta. Es el motivo por el que los coronavirus formaban parte del plan de investigación y desarrollo de la OMS para epidemias. El peligro estaba ahí y había sido reconocido desde la erupción del SARS, en 2003.
Ahora sabemos que, en el momento en que Van Kerkhove leyó el correo electrónico, al menos 124 personas habían enfermado ya y algunas habían muerto en la provincia china de Hubei, tras contraer un virus nuevo contra el que los humanos no tenían defensa. Algunas de esas personas se habrían contagiado a mediados de noviembre. De las 124, 119 estaban en Wuhan, la capital de provincia. Los otros cinco habían pasado por allí antes de enfermar.
Wuhan tenía un sistema de supervisión excelente así como un laboratorio de bioseguridad de nivel mundial que más tarde caería bajo sospecha. El brote fue detectado en Wuhan, pero sigue siendo una posibilidad que haya venido de otro lugar. Tal vez nunca se encuentre al paciente cero.
La primera víctima de la epidemia del ébola, en África occidental, resultó ser un niño pequeño, llamado Emile Ouamouno, que en diciembre de 2013 murió en una zona remota de Guinea. Pero el ébola es tan letal y diferente a la mayoría de las enfermedades que el trabajo de indagación fue más fácil. La COVID-19, como la llamamos ahora, era parecida a una neumonía aguda cuando terminaba con la vida de personas frágiles y ancianas. Es posible que las primeras personas en contagiarse no tuvieran síntomas.
La primera pista: el mercado
La primera pista fue el mercado, lo que hizo pensar que la investigación sería sencilla. Ahora, sin embargo, no parece tan claro. De una muestra de 41 contagios confirmados en los primeros momentos, el 70% estaba formado por dueños de puestos, empleados o clientes habituales del mercado de Huanan, donde se vendían mariscos y también animales vivos, a menudo capturados ilegalmente en estado salvaje y sacrificados frente al cliente. Pero el primer caso confirmado no parecía tener ninguna conexión con el lugar.
El 1 de enero las autoridades chinas cerraron el mercado, lo limpiaron y lo desinfectaron exhaustivamente. La decisión fue positiva para la higiene del lugar, pero destruyó pistas. Aún así, las pruebas de hisopado mostraron rastros del virus en áreas donde se habían mantenido animales salvajes.
A finales de enero, en la tienda Da Zhong del mercado, especializada en animales domésticos y salvajes, apareció un inventario que daba una idea de lo que allí se vendía: crías de lobo vivas, cigarras doradas, escorpiones, ratas de bambú, ardillas, zorros, civetas, salamandras, tortugas y cocodrilos. También vendían partes de animales, como vientres, lenguas, intestinos y colas de cocodrilo.
A pesar de todo, no se puede afirmar con certeza que el virus tuviera su origen en el mercado. Existe la posibilidad de que un humano contagiado lo hubiese introducido allí. Nadie da, sin embargo, mucho crédito a las últimas afirmaciones de los medios estatales chinos acerca de que el causante podría haber sido una persona procedente de otro país.
“No tiene por qué haberse originado en China”
“Aunque China fue la primera en informar de los casos, no significa necesariamente que el virus se originase en China”, dijo a finales de noviembre de 2020 Zhao Lijian, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, durante una sesión informativa. “El rastreo del origen es un proceso continuo que puede involucrar a múltiples países y regiones”.
Por el bien de la seguridad del mundo es importante saberlo. La OMS lleva investigándolo desde que comenzó el brote. Lo ideal hubiera sido comenzar el trabajo de investigación en Wuhan en enero, hablando con las primeras personas que se enfermaron, con sus familias y sus colegas. Pero la ciudad estaba cerrada y sus calles desiertas. Y el resto del mundo no había entendido aún a lo que se enfrentaba, señala Bruce Aylward, el médico y epidemiólogo canadiense nombrado por la OMS a principios de febrero como responsable de su misión de investigación en China.
“Cuando aterrizabas en China, entendías que te enfrentabas a algo muy serio que el resto del mundo no estaba comprendiendo”, explica Aylward. “Bajarse del avión en el aeropuerto desierto de Pekín era absolutamente asombroso, tus pasos resonaban en los enormes salones del aeropuerto de Pekín, que habitualmente está lleno de gente día y noche”. Aylward recuerda que se quedó inmediatamente impresionado por la seriedad con la que el gobierno chino se tomaba el brote, teniendo en cuenta el coste que representaba para el país un cierre tan generalizado, también de fronteras.
En ese momento, China estaba haciendo lo que tenía que hacer y lo que muchos países no pudieron hacer. Estaban acabando con el virus antes que buscar su origen. Aún así, el 11 de enero los científicos chinos ofrecieron al mundo una pista de enorme valor. El mismo día en que se informaba de la primera muerte –un hombre que solía acudir al mercado–, se hacía pública la secuencia genética del nuevo virus.
Esa secuencia y muchas otras que se publicaron después demostraban la probabilidad de que que el SARS-CoV-2, como se denominó, tuviera al menos un antepasado lejano en un virus que afecta a los murciélagos de herradura de la provincia china de Yunnan. Las muestras recogidas y almacenadas después del SARS de 2003 demostraban que el virus RaTG13 de los murciélagos era similar en un 96% al nuevo virus responsable de la COVID-19.
No era suficiente. Como en los casos del SARS y del MERS, dos coronavirus originados en murciélagos, debía haber un huésped intermedio. Los virólogos Eddie Holmes, Andrew Rambaut, y otros, publicaron en marzo un análisis en la revista Nature con las conclusiones que se podían extraer a partir de los datos genéticos. Concretamente, la proteína de los picos por la que el nuevo coronavirus se había hecho conocido tenía un “dominio de unión al receptor” que enlazaba con el ACE2, un receptor de las células humanas. Los virus de murciélago no lo tenían, escribieron, pero los coronavirus de los pangolines malayos, sí.
Los pangolines se convirtieron en sospechosos. Aunque no aparecían en los listados del mercado de Huanan, eso no significa que no pudieran encontrarse allí.
Sin embargo, hay otros animales mucho más comunes que probablemente podrían transmitir un virus de este tipo a los humanos. Para la OMS, que en verano comenzó una investigación oficial, es crucial determinar qué especie fue la intermediaria y si podría haber un reservorio duradero de virus. Según los datos publicados en julio, “hasta ahora, los estudios desarrollados en varios países han demostrado que los gatos domésticos, hurones, hámsteres y visones son particularmente susceptibles al contagio”. Los gatos pueden contraer el virus y transmitirlo a otros gatos. En casi un 14% de los más de 100 gatos analizados en Wuhan se obtuvieron muestras positivas. En Dinamarca, Países Bajos, y después en toda Europa y EEUU, se han encontrado visones de granja portadores del virus que han sido sacrificados.
Las teorías de conspiración
A pesar de las sólidas pistas genómicas, en abril comenzaron las desenfrenadas teorías para culpar a China en redes sociales y portales de noticias de extrema derecha, argumentando que el virus había sido fabricado por el laboratorio del Instituto de Virología de Wuhan. Fueron descartadas en un artículo de Nature, con Kristian Andersen, del Instituto de Investigación Scripps de California, como primer autor: “Nuestros análisis muestran claramente que el SARS-CoV-2 no es una construcción de laboratorio ni un virus manipulado de forma deliberada”.
Según Josie Golding, coordinadora de pandemias en la organización Wellcome, era necesario decirlo: “Un grupo de investigadores destacados se reunieron para decir que esta es la razón por la que no creemos que se haya hecho en un laboratorio: nunca se desarrollaría un virus como este y tiene demasiados vínculos con otros virus que se han encontrado en la naturaleza”.
Golding trabajó en una instalación de alta seguridad en Pirbright, Surrey, y tampoco ve probable que el virus haya escapado por accidente del laboratorio de Wuhan. La idea de que una persona se contagiara en el laboratorio y lo propagara al mundo entero es de película, explica. “Enséñenme las pruebas... No parece muy realista”. Es mucho más probable que los animales se contagiaran y que la gente se contagiara de los animales.
Sea cual sea su origen, la ventaja de China y otros países asiáticos fue entender la amenaza. Según Aylward, muchos países occidentales siguen sin comprenderlo. Tras haber pasado por el SARS, la preocupación en China era que estaba ante un virus grave. Para Occidente, era, sin embargo, una enfermedad grave. Y por eso, en su opinión, no se ha logrado poner fin a la pandemia. Si Occidente tiene 1.000 casos, pondrá en el hospital a los 100 que están graves. “Nadie tiene idea de dónde están los otros 900… no se puede ganar de esa manera”, indica. “La gran diferencia fue el extraordinario esfuerzo realizado en China para asegurarse de que efectivamente se aislaban a todos los casos moderados o leves”.
Independientemente de su origen, o de quién tiene la culpa, la única manera de enfrentar un nuevo virus es tomarlo en serio. Según Aylward, “China lo vio así desde el primer día”.
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