ENTREVISTA

Cenizas, escombros y luz solar: Majd Mashharawi, la empresaria que convierte la destrucción israelí en resistencia para Gaza

“Cuando empezó el bloqueo de Gaza yo tenía 12 años. En mi familia hemos perdido nuestra casa varias veces y he vivido las guerras de 2008, 2012, 2014, 2020, 2021 y 2022”, asegura Majd Mashharawi acompañando con un golpe en la mesa cada año de esta triste serie numérica. “Perdí a dos de mis mejores amigas. Las mataron delante de mí cuando tenía 14 años y crecí en una infancia en la que quería venganza, pero no sabía cómo”, añade la joven de 28 años durante una entrevista en Madrid, donde asistió hace unos días a la conferencia Mujeres por el Mediterráneo, organizada por el Secretariado de la Unión por el Mediterráneo.

Hace 15 años, las autoridades israelíes impusieron un firme bloqueo sobre Gaza que, en palabras de la ONU, la aisló “del resto del mundo”. Los gazatíes no pueden salir y entrar libremente y “el bloqueo ha suscitado preocupación por castigo colectivo y otras posibles violaciones del derecho internacional humanitario”, señala un informe de este año de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios. El 62% de la población necesita asistencia alimentaria; los cortes de electricidad son de 11 horas al día de media (2021); el 78% del agua corriente no es apta para el consumo humano; y el desempleo es del 44% –en el resto de Palestina es del 13%– y, entre los jóvenes, alcanza casi el 60%.

Majd y su familia tuvieron que dejar su casa y mudarse al centro de la ciudad tras la guerra de 2014, en la que murieron 2.251 palestinos –551 niños y 299 mujeres—, 12.600 edificios quedaron totalmente destruidos y 6.500 sufrieron daños graves. “Pero muchas familias no tienen el dinero para hacerlo y algunos siguen esperando que la ONU les dé el cemento para reconstruir sus casas”, cuenta la joven. De hecho, en septiembre se produjeron protestas frente a la sede de UNRWA (ONU) por el retraso en el proceso de reconstrucción. El acceso al cemento está restringido en la franja y, en ocasiones, bloqueado porque Israel lo ha considerado un material de doble uso (bienes civiles que pueden ser utilizados con propósitos militares).

Si algo sobraba en la Gaza de 2014 eran escombros y cenizas. Entonces Mashharawi puso en marcha Green Cake, una compañía para fabricar y vender ladrillos hechos a base de las cenizas y los escombros de la destrucción. “Más de 250 casas han utilizado estos ladrillos y 100.000 personas se han beneficiado”, cuenta Mashharawi. “También hemos hecho mucha formación de mujeres ingenieras y contratamos a algunas de ellas”, relata. La emprendedora, nacida en Gaza y graduada en ingeniería civil, cuenta que el proyecto le generó algunos problemas con las autoridades israelíes, que la interrogaron para saber si sus ladrillos se podían utilizar en la construcción de los túneles de Hamás.

“Creo que esto es una forma positiva de resistencia. Algunos sienten que lo mejor es coger un arma, otros escriben un artículo y otros lo hacen educando a sus hijos. Mi forma es crear capacidades en mi país, crear empleos y construir una economía estable”, dice. “Yo he puesto en marcha mi propia solución porque estoy cansada de la política”, añade. Mashharawi cuenta que ha sido invitada en varias ocasiones a reunirse con el primer ministro y lo ha rechazado: “Nunca he aceptado porque soy de la gente y trabajo para la gente, no para el Gobierno”.

En este sentido, la joven asegura que le “da igual” el resultado de las elecciones en Israel. “Eso no cambiará la realidad de la ocupación. La ocupación es un hecho, pero la gente se cree que es algo político. He renunciado a la política. Estuve involucrada mucho tiempo, pero nadie piensa en la gente. Alguien que vive en un palacio no sabe qué se siente al vivir en un campo de refugiados”, apunta.

Energía solar contra el apagón

Su segunda idea de emprendimiento social, SunBox, surge, en parte, de las dificultades con los ladrillos. “No podía fabricar mis ladrillos de construcción porque no tenía electricidad constante. A veces iba a la fábrica a las 10 de la noche, a las tres de la mañana… tenía una producción inestable y un negocio no sostenible. No podía poner en marcha un generador que cuesta más que el material de construcción”, cuenta. “¿Por qué no usar la luz solar para llevar energía de forma asequible a Gaza y las comunidades más desfavorecidas de Oriente Medio?”, pensó.

En 2017 empezó a ofrecer equipos de energía solar para dar electricidad a una región que a veces pasa días enteros sin luz. “Empezamos tres personas y ahora somos 15, tenemos unos ingresos de un millón de dólares y hemos llevado electricidad a más de 75.000 personas. También trabajamos en el sector del agua dando electricidad a plantas desalinizadoras y 35.000 personas reciben agua limpia y gratis gracias a ello”, cuenta. Una forma de poder vender los sistemas a un precio asequible y con un margen de beneficio que permita la sostenibilidad de la empresa es que varias familias compartan el equipo y dividan los costes. “Así, en lugar de pagar 1.000 dólares, pagan 350, por ejemplo”, dice. “También he recaudado decenas de miles de dólares con crowdfunding para financiar el producto y prácticamente todas las familias que lo compran reciben una ayuda que, en ocasiones, alcanza el 100%”, añade.

Aun así, SunBox se enfrenta a dificultades diarias a causa del bloqueo y la situación política. “Es prácticamente imposible meter los materiales necesarios en Gaza. Necesitamos un permiso independiente para cada componente y también hay un día específico de envío para cada parte”, detalla. “No entendí lo difícil que era emprender en Gaza hasta que empecé a salir”, describe. “El mayor desafío para mí ha sido convencer a la sociedad de lo que quería darles. Gaza es una sociedad muy política. Es difícil convencer a los israelíes de que no vas a dar el sistema a alguna familia de Hamás y, en una ocasión, me interrogó el Gobierno de Hamás y me preguntó qué garantía les podía dar de que el producto no tuviese dispositivos de seguimiento”. 

Para poder poner en marcha su nueva compañía, Mashharawi necesitaba salir de Gaza, pero tampoco fue fácil. “Lo intenté muchísimas veces. Para salir, necesitas cuatro permisos diferentes: uno de Hamás, otro la de Autoridad Palestina, otro de Israel y otro de Jordania. Cuando consigues uno, no consigues los otros tres”, cuenta. En 2017, consiguió salir por primera vez a Japón y después logró estudiar en EEUU pese a las preocupaciones de su padre, que sabía que si le pasaba algo, no podría ir a ver a su hija. “Para irme, Israel me ponía enormes dificultades y cada vez que volvía me interrogaban los de Hamás. Tras salir de los interrogatorios necesitaba dos semanas de terapia mental”, reconoce.

“Nos costó alrededor de un año y ocho meses conseguir el primer producto. Los israelíes me interrogaron muchas veces. Me encerraban en una sala durante 20 o 30 horas sin agua, sin teléfono… nada”, recuerda. El salir y entrar de Gaza también ha levantado algunos recelos entre la población. “Se piensan que trabajas para los israelíes y ven conexiones ocultas. Lo que no ven son las horas que he pasado intentando solicitar el permiso o corriendo de una agencia a otra para que aceptasen hacer la solicitud en mi nombre”, dice. “Nadie que sale de Gaza vuelve. Nadie. Cuando sales de prisión, ¿cómo es posible que vuelvas?”, consultaban. Ella volvía.

Al día siguiente de volver de estudiar en EEUU, le dijo a su padre que quería crear SunBox y lo único que le contestó fue: “Si lo haces, que sea fuera de casa”. La respuesta tenía un motivo: tras crear Green Cake, había llenado su casa de cenizas y escombros para fabricar ladrillos. “Ahora tengo que decir que mi mayor almacén es mi casa”, añade entre carcajadas. Rápidamente recupera la seriedad. Su padre, que tanto había dudado, invirtió en la empresa y ahora tres de sus hermanos trabajan en SunBox. 

A pesar de los disgustos con la ceniza en casa, Mashharawi dice que su madre siempre creyó en ella. “Mi madre es abogada. Es la primera mujer en trabajar en un tribunal religioso para gestionar el divorcio a mujeres. Es una mujer muy fuerte y siempre ha sido mi inspiración”, cuenta. El hecho de ser mujer también ha sido muy importante para la empresaria. “Mis padres pensaban que nadie se querría casar conmigo y eso genera mucha presión interna porque ves cómo te mira la gente y tú, sin embargo, sigues adelante”, añade.

“Haber nacido y crecido en Gaza es lo mejor que me ha pasado nunca”, asegura convencida. “He aprendido cosas que no habría aprendido en ningún otro lugar del mundo y no sería la persona que soy hoy. Me enseñó a resistir, a ser paciente, a amar y a dar, que creo que es lo que el mundo necesita hoy en día. La gente se está volviendo muy materialista y egoísta”, opina.

“No me gusta que la gente me trate como una víctima. Trátenme como un éxito. Apóyenme para ser exitosa, no para sobrevivir”, concluye.