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Chile en estado de emergencia: casi 10.000 soldados patrullan las calles para contener las protestas

A las ocho de la noche todavía no oscurece en Santiago de Chile, pero las calles se vacían y empiezan a sonar, puntualmente, cacerolas, ollas y silbidos desde terrazas y balcones. La capital acaba de quedar bajo toque de queda y los ciudadanos muestran su rechazo a esa privación de libertad que impera desde el sábado. Pese a la hora, en toda la ciudad todavía hay gente en la calle que se apresura para llegar a sus hogares. 

En el barrio de Las Condes, uno de los más acomodados y hasta el cual ha llegado la masiva manifestación pacífica que se ha celebrado en el centro de la capital, los soldados ocupan las calles puntuales. Pasados 15 minutos empiezan a desplegar las tanquetas por las calles, empujan a los manifestantes y disparan al cielo. Siembran el caos entre la gente mientras van gritando: “¡Váyanse a la casa, váyanse a la casa!”

Este lunes fue el cuarto día de movilizaciones masivas en Chile y el tercero bajo estado de emergencia, decretado por el presidente Sebastián Piñera la madrugada del viernes, luego de una semana de protestas en contra del alza del precio del transporte público. Desde entonces, se ha confirmado la muerte de al menos 13 personas, dos de ellas por impactos de proyectiles de los militares, y de centenares de heridos. Según datos de la Defensoría Penal Pública, 1.957 personas han pasado a control de detención en las últimas horas.

El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) ha interpuesto 12 querellas por denuncias de torturas y sostiene que hay detenidos que acusan “haber sido víctimas de uso desmedido de la fuerza al momento de la detención, vejaciones injustas a niños/as, malos tratos, golpes en rostros y muslos, torturas, desnudamientos a mujeres y vejaciones sexuales, entre otras vulneraciones”. En las últimas horas, la Fiscalía ya ha llevado ante la Justicia al primer militar imputado por disparos en contra de un civil.

“Vivir, no sobrevivir”

Una de las imágenes de este lunes fue protagonizada por las largas colas en los supermercados, rebosados de gente alarmada por si se llega a una situación de desabastecimiento. “Hay que comprar por si [los establecimientos] quedan sin comida”, dice la señora María, una de las muchas que espera paciente su turno en la cola. Los bancos también han cerrado este lunes y sólo quedó operativa una única línea de la red de metro, que ha sufrido daños en 77 estaciones –una veintena de ellas incendiadas– de las 136 que tiene. El aeropuerto es otro de los puntos críticos, con cientos de vuelos cancelados.

La otra foto de la jornada fue la de las protestas pacíficas que siguen ocupando las calles. Este lunes la más grande se emplazó en Plaza Italia, en pleno centro de la ciudad, con miles de personas –entre 10.000 y 15.000 según el gobierno regional– que durante seis horas cantaron, bailaron, y golpearon sus cacerolas para expresar su indignación. “Protesta popular por la dignidad de la vida, salud y educación”, decía un enorme lienzo colgado en la parada de un autobús. “Vivir, no sobrevivir”, se leía en otro.

La movilización de este lunes también quiso responder a las polémicas declaraciones que el presidente Piñera pronunció la noche del domingo: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, que está dispuesto a usar la violencia sin ningún límite”, indicó, en referencia a los responsables de los incendios, saqueos y destrozos en el espacio público que han sido otra cara de las protestas. El discurso provocó tal nivel de controversia que incluso el propio general Javier Iturriaga –a quien el mandatario encargó la defensa nacional bajo el estado de emergencia– se desmarcó de los dichos y apeló a la calma: “Soy un hombre feliz y la verdad no estoy en guerra con nadie”, aseguró. También los manifestantes le respondieron: “No estamos en guerra”. El lema se tomó las redes sociales y los cánticos de las protestas durante todo el día: “Será guerra cuando nosotros también tengamos armas”, decía una joven.

Buscando “un acuerdo social”

La ola de protestas en Chile inició hace poco más de una semana. El Ejecutivo ordenó el aumento de precio del metro y el bus interurbano, pero los estudiantes de secundaria respondieron con una llamada a no pagar el billete del transporte público: “¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!”, gritaban los jóvenes mientras saltaban por encima del torniquete para llegar a los andenes. 

Esas acciones, que los adolescentes enmarcaron dentro de la desobediencia civil, se replicaron rápidamente por toda la ciudad. El Ejecutivo optó por mandar a la policía para reprimir a los evasores y pronto llegaron los fuegos y altercados, que Carabineros no dudó en reprimir duramente.  

La violencia policial junto con una acumulación de malestar e indignación detonaron la reacción de la ciudadanía, que hace años que reclama políticas que garanticen el derecho a la salud, la educación y pensiones dignas. El precio del metro fue la gota que rebalsó el vaso. Algunos expertos y analistas comparan los hechos de estas últimas horas con las movilizaciones de los chalecos amarillos en Francia, y hablan de un descontento profundo y de la frustración de una clase media duramente castigada por la desigualdad.

Desde entonces, la escalada de tensión ha ido cada día en aumento. Las protestas no cesan y la situación de caos e incertidumbre se mantiene día tras día. El presidente chileno ha convocado para el martes una reunión “de trabajo” con partidos del gobierno y la oposición para encontrar un “acuerdo social” que permita superar la crisis, pero ni el Partido Comunista ni la coalición de izquierda Frente Amplio quieren sentarse a dialogar mientras militares sigan el las calles.

El desafío que enfrenta la clase política chilena es mayúsculo. Santiago no vivía bajo toque de queda desde el 7 de enero de 1987, en plena dictadura, una época que ha vuelto a la memoria de muchos y muchas en los últimos días. Más allá dar marcha atrás con el aumento de las tarifas del transporte, una decisión que el presidente tomó el sábado, el Gobierno chileno no ha anunciado una agenda de medidas que rebajen la tensión del conflicto. Al contrario. La tarde de este lunes Piñera mantuvo su discurso lleno de referencias a la “violencia”, sin enfocarse en las demandas de la ciudadanía, y llamó a las familias a cuidarse. Mientras, casi 10.000 efectivos de las Fuerzas Armadas y de Orden siguen patrullando por las calles.