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Las elecciones más inciertas de la historia de Brasil: Lula preso, izquierdas divididas

La improbable candidatura de Lula se cierne sobre una izquierda dividida en Brasil y da más margen a la derecha.

Bernardo Gutiérrez / Bernardo Gutiérrez

Por primera vez desde que Lula ganó las elecciones en 2002, la campaña presidencial del Partido dos Trabalhadores (PT) no tiene director de marketing. João Santana, el último marketeiro petista, está preso, acusado de cobrar en B las campañas de Lula en 2006 y de Dilma Rousseff en 2010 y 2014. Duda Mendonça, el marketeiro que inició la mitología Lula y conquistó la presidencia en 2002, también tiene problemas judiciales tras la operación Lava Jato. Mendonça aceptó una delación premiada para permanecer en libertad, a cambio de aportar informaciones sobre irregularidades en las elecciones de 2014. El PT no tiene marketeiro oficial porque en Brasil corren malos tiempos para la lírica del marketing político. Y porque está aprovechando la campaña que la realidad le ha puesto en bandeja. Lula como víctima. El líder ausente como candidato moralmente superior.

Desde una celda de quince metros cuadrados, en el cuarto piso de la Superintendencia de la Policía Federal de Curitiba, Lula es el marketeiro de su propia campaña. Y se apoya en la persecución tenaz del justiciero juez Sérgio Moro para multiplicar su mito. Moro y Lula, cuál púgiles de boxeo, lanzan golpes desde las sombras de la ciudad de Curitiba, intentando averiguar el movimiento de su enemigo.

Lula, guionista y protagonista al mismo tiempo, dirige al milímetro la trama electoral. Está preso por “corrupción pasiva y lavado de dinero” sin pruebas palpables. Sabe que es un buen escenario. Los enemigos de Lula preveían despedazar la figura del ex presidente más popular de la historia con su prisión. Ocurrió lo contrario: fue despedido con un baño de masas en la sede del Sindicato dos Metalúrgicos de São Bernardo do Campo. Allí arrancó su carrera en los setenta. Allí renacía en abril. Allí se casó con su mujer, Maria Letícia, recientemente fallecida, afectada por el ring de este combate inesperado. De filho do Brasil a viudo septuagenario, su mito crece.

El guión parece inmejorable. La bonanza económica de sus gobiernos, frente a la galopante crisis económica, refuerza su aureola invencible. Lula lidera todas las encuestas. Hasta el Comité de Derechos Humanos de la ONU se ha puesto de su lado. Sin embargo, su candidatura tiene los pies de barro. El PT ha registrado la candidatura de Lula, sabiendo que es difícil que la justicia lo permita. Hace unos meses, el PT no tenía plan B. Campaña de una única carta, samba de uma nota só: Lula. En los últimos días, el PT deja entrever que Fernando Haddad será su candidato presidencial y la joven Manuela D’Ávila, del Partido Comunista do Brasil (PCdoB), candidata a vicepresidenta. Primer problema: la transferencia de votos de Lula al plan B es un enigma.

Si hace un año era viable una candidatura única para las izquierdas, 2018 avanza con tres candidaturas: Lula, Ciro Gomes (Partido Democrático Trabalhista, PDT) y Guilherme Boulos (Partido Socialismo e Liberdade, PSOL). ¿Qué ha pasado? ¿El plan A, Lula, ha dividido la izquierda? ¿Qué pasará si alguna de las tres llega al segundo turno?

Plan B

Hasta el mes de junio, ante la trama judicial de Sérgio Moro, muchos barones del PT habían aceptado sumarse a la candidatura de Ciro, aportando el candidato a vicepresidente. El PT centraría sus esfuerzos en las elecciones regionales (gobiernos de Estados) y legislativas (congreso y senado). No sabían que el plan estaba desbaratado antes de nacer. Como Lula, Ciro Gomes es popular en el nordeste. Ex alcalde de Fortaleza, ex governador del Estado de Ceará, ex ministro de Integración Nacional, Ciro parecía el heredero natural de Lula. Sin embargo, el expresidente escogió a Dilma Rousseff en 2008. No había espaciopara Ciro en la mitología Lula. Sólo para patriarcas subalternos. Nacía una íntima rivalidad. No es casualidad que Ciro fuera el único presidenciable de izquierda que no se despidió de Lula en abril en São Bernardo do Campo. Ciro quería ser presidente. Lula, hombre y mito, no se lo perdonó: vetó el plan Ciro.

Desde su celda, Lula lanzó ganchos, bailó con los pies, para aislar a Ciro. Lula consiguió que el Partido Socialista Brasileiro (PSB), el segundo en importancia en la izquierda, se alejara de Ciro. El PT retiró candidaturas en cuatros estados donde el PSB tiene oportunidades. A cambio, el PSB se mantiene neutral en la elección presidencial y se retira de Minas Gerais, para favorecer la reelección del petista Fernando Pimentel y la carrera de Dilma Rousseff como senadora.

¿Por qué ha ocurrido este combate fraticida? Lula no está disputando sólo la batalla presidencial. Prolongar hasta el final la marca Lula favorece las alianzas del PT en las elecciones regionales y ayuda conseguir diputados y senadores. Imposible hacerlo con marca Haddad. “Sería el momento de un frente democrático. Pero hay muchas divergencias programáticas y la hegemonía del PT no dejaría que evolucionase”, asegura Esther Solano, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). “El PT prefiere dividir la izquierda y entregar el segundo turno a Alckmin y Bolsonaro que perder la hegemonía”, asegura Roberto Andrés, vinculado la coalición electoral legislativa Muitas, del PSOL y el Partido Comunista do Brasil (PCB).

¿Tiene alguna posibilidad el plan B del PT? Las alertas empiezan a sonar. La justicia vetó a Lula en los dos debates televisivos celebrados. El PT se negó a enviar a Fernando Haddad, jugando al candidato ausente. “No hay presencia de candidatos, empieza a parecer importante”, afirma Esther Solano. Cuanto más tarde se visibilice la candidatura de Fernando Haddad y de Manuela D’Ávila más difícil será llegar al segundo turno. Haddad no es profeta en su tierra. Perdió en el primer turno en 2016 el ayuntamiento de São Paulo. Y es un desconocido en el nordeste. Manuela D’Ávila, blanca y portoalegrense, no conecta con el imaginario popular del nordeste y norte del país, aunque su partido gobierne Maranhão. Sin Lula en la televisión, el plan B peligra.

La izquierda soñada

Antes de entrar en prisión, Lula se deshizo en elogios con Guilherme Boulos. Muchos interpretaron que Boulos, líder del Movimento dos Trabalhadores Sem Teto (MTST), era el escogido. La real politik 2018 alejó esa posibilidad. Boulos es el candidato presidencial del Partido Socialista e Liberdade (PSOL). Sônia Guajajara es la primera candidata indígena a ser vicepresidenta. La candidatura de PSOL es el sueño húmedo de los militantes de izquierda.

La chapa Boulos-Guajajara representa todo lo que el petismo defiende en privado y niega en público (derecho al aborto o reforma agraria, por ejemplo). Y rellena dos de los grandes agujeros del lulismo: el urbanismo y la cuestión indígena. Lula creó Ministerio das Cidades y le encargó al mítico Olívio Dutra, ex alcalde de Porto Alegre, una reforma urbana. El sueño duró dos años. Lula entregó en 2005 el cargo al conservador Partido Progressista (PP) en aras de la gobernabilidad.

La espectacular reforma se aparcó. Y los problemas se multiplicaron en todas ciudades. Las revueltas del Movimento Passe Livre (MPL) de junio 2013 apuntaban al mal funcionamiento del transporte público, bajo un marco de “derecho a la ciudad”. Boulos quiere continuar el sueño inacabado de Olívio Dutra. Boulos también es hijo de junio de 2013.

La elección de Sônia Guajarara, líder de los guajararas de Maranhão, insunfla aire fresco a una izquierda brasileira que no prioriza las cuestiones indigenistas y ambientales. Aldo Rebelo, histórico diputado del PcdoB, fue un arduo defensor de la hidroeléctrica de Belo Monte en la Amazonia y el máximo artífice del nefasto Código Forestal. La candidatura del PSOL es la única de las tres que se aleja del extractivismo que cerca las reservas indígenas. De hecho, la candidata a vicepresidenta de Ciro Gomes es Katia Abreu, ex ministra de agricultura de Dilma y lobbista de los ruralistas. Que Sônia Guajajarás entregara a Katia Abreu en 2010 el premio (satírico) de Greenpeace (la Motosierra de oro) refuerza el relato de la candidatura de Boulos: derecho y la ciudad y cosmopolítica indígena.

En los dos debates televisivos, Guilerme Boulos se ha exhibido como un auténtico animal político: fresco, seguro, sensible, propositivo. En el primer debate, Boulos afirmó que en el plató había “50 tonos de Temer”, en referencia a Michel Temer, que asumió la presidencia tras el injusto proceso de impeachment de Dilma Rousseff. La candidatura Boulos-Guajarara difícilmente llegará al segundo turno. Pero marca el debate de las izquierdas, rompé tabúes. Y su apoyo legitimará al candidato de izquierda del segundo turno.

Sin embargo, la izquierda no tiene garantizada presencia en el segundo turno. El ultra derechista Jair Bolsonaro, candidato del Partido Social Liberal (PSL), arrasa en la encuestas. Geraldo Alckmin, del conservador Partido de la Social Democracia Brasileira (PSDB), tiene el apoyo de todos los partidos del centrão, que en las cuatro elecciones anteriores apoyaron al PT. Su apoyo, su tiempo de espacio televisivo y el 48% del presupuesto público de publicidad.

La narrativa golpe

Pablo Ortellado, profesor de políticas públicas en la Universidad de São Paulo (USP), considera que “narrativa del golpe” del PT es un problema. En su columna Auto engano de la Folha de São Paulo, afirma que la narrativa del golpe contra Dilma interpreta “todo el proceso como una orquestación conservadora contra los avances sociales”. La narrativa tapa los errores del gobierno Dilma y su giro al centro. Y esconde las alianzas de Lula con el Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB) de Michel Temer y con caciques conservadores de todo el país. La narrativa rebaja las expectativas a cualquier cambio brusco. “El PT, con Lula o sin Lula, debe reeditar un programa limitado, proyectando un horizonte de cambios insuficientes”, apunta Ortellado.

La narrativa golpe tensa el tablero electoral con una polarización extrema. Para las izquierdas sólo existen dos lados: el golpe y quienes lo denuncian. Consideran la Lava Jato una artimaña del arribista juez Sergio Moro. No valen las medias tintas. 50 tonos de Temer o la izquierda, golpe o democracia. Esta narrativa encierra un doble riesgo. El primero, entregar la pauta anticorrupción a la derecha. El segundo, apostar por una narrativa dura, roja, que deja fuera los discursos más ciudadanistas que populares que emergieron en las revueltas de 2013. Parte de esa juventud indignada puede irse a la abstención. La periferia está decantándose, como revela el estudio de Rosana Pinheiro-Machado y Lucia Mury, por las recetas populistas de Jair Bolsonaro que invocan el miedo.

La dura campaña del petismo contra Marina Silva completaría el mapa. El marketeiro Jõao Santana optó por destruir a Marina Silva en el primer turno de 2014. Marina, que fue ministra de Lula, históricamente vinculada al centro izquierda, natural del estado amazónico de Acre, con sangre negra e indígena, era la rival más dura de Dilma. Por eso el PT la empujó hacia el centro y la tildó de derechista: para eliminarla como competencia de izquierda.

Marina nunca se recuperó del golpe. Tras apoyar al derechista Aécio Neves en el segundo turno de 2014 –su error más grave– Marina navega en un mar de ambigüedad. Defiende la Lava Jato y apoya pautas progresistas como el desarme. La salud y educación públicas y políticas conservadoras, como la intervención militar en Río de Janeiro. Sus políticas económicas resbalan en un liberalismo con fondo social. Sin embargo, Marina, candidata del partido REDE Sustentabilidade, con apoyo del Partido Verde (PV), aparece bien en las encuestas sin Lula. ¿Llegará al segundo turno? ¿A quién apoyará si no llegar?

Segundo turno

El escenario favorito del petismo es un segundo turno polarizado entre el ultra derechista Jair Bolsonaro y Fernando Haddad. El PT recogería los votos de la izquierda, muchos del PSDB y de Marina Silva, sin necesidad de coalición. Aún así, el escenario más probable es un cara a cara entre el PT y el PSDB. Dicho combate podría escenificar, por primera vez, una chapa petista sin aliados de derecha. El PT podría componer un frente de izquierdas, con el PcdoB, el PSOL, el PDT y el PSB. Los partidos del centrão, sin Lula candidato, seguirían con Geraldo Alckmin. Faltaría despejar la incógnita Marina. La narrativa del golpe la dejaría fuera de esta coalición, a no ser que el PT tienda un puente o ella haga un gesto defendiendo a Lula. Es posible que una alianza de partidos de izquierda alrededor de Fernando Haddad y Manuela D’Ávila, que simbolizan cierta renovación, sea suficiente para ganar. El apoyo de Marina sería, eso sí, definitivo.

Marina tiene un electorado fiel en las clases populares en algunas regiones. En el primer turno de 2014, Marina ganó en los barrios más pobres de Río de Janeiro. A su vez, Marina sigue teniendo el apoyo de activistas urbanos y ambientalistas de centro izquierda. Es una figura clave para los millones de votantes evangelistas.

Cuando el obispo Marcelo Crivella se convirtió en alcalde de Río de Janeiro se visibilizó la incapacidad de la izquierda de entender el mundo evangélico. Douglas Belchior publicó un texto mapeando grupos evangelistas progresistas, citando la Teologia da Missão Integral, una especie de teología de la liberación. La evangelista Marina Silva, que defiende el Estado laico, podría conectar al bloque de izquierdas con ese mundo incógnito. La REDE podría ocupar el lado derecho de una coalición que se parecería al Frente Amplio uruguayo o a Alianza País ecuatoriano (ambos tienen partidos de centro). El PT cambiaría al PMDB (Temer) y al corrupto centrão por Marina. Aún así, es difícil que esto ocurra en estas elecciones. El petismo y el marinismo (porque el partido REDE casi no existe) se repelen.

El animal político Guilherme Boulos hizo un gesto sutil en el segundo debate televisivo: elogió a Marina tras su diatriba verbal contra Jair Bolsonaro. ¿Comienzo del deshielo izquierdas-Marina? La llegada de Ciro Gomes al segundo turno compondría un escenario similar. Menos preso a la narrativa golpe, Ciro podría facilitar la aproximación con Marina Silva. El peor escenario sería un duelo entre la extrema derecha de Jair Bolsonaro y el neoliberal Geraldo Alckmin.

Lula y Moro siguen estudiando los movimientos de su enemigo. Lanzan pocos golpes. Prefieren moverse. Se miran. Se esquivan. Saben que este combate no se gana por KO. Será por puntos. Será un combate largo. La construcción del frente amplio de izquierdas se pospone a 2022.

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