“Entiendo la autodefensa cuando el Gobierno no te protege”
Mdalena Kachurets cuenta que por Kiev circulaba esta broma: “Si ves a una persona con máscara y un palo, seguro que tiene dos doctorados y habla tres idiomas”. Fue una de ellas. No llegó a portar un arma, pero pasó noches en vela, se enfrentó a la policía y formó parte de ese ente heterogéneo llamado Maidán. Esta ucraniana de 25 años puede relatar esa pertenencia desde los primeros días.
Han pasado seis meses. Y en la plaza de la Victoria (de donde procede el nombre del colectivo, pues 'maidán' es plaza en ucraniano) se funden las tiendas de campaña con las casetas de los partidos políticos que se presentan a los comicios del 25 de mayo. Los acampados esperan a esta fecha para dejar un espacio que llevan ocupando de forma continua más de dos meses. No hay rastro de estudiantes ni de familias, los que predominaban al principio. Sí de civiles vestidos de militares que han encontrado en esta lucha un motivo para vivir: muchos de ellos, asegura Kachurets, provienen de otras provincias y se niegan a regresar. “Dejaron sus trabajos, sus casas, y no piensan rendirse. Algunos se han encontrado a sí mismos”, defiende.
Casada y con una niña, valora los episodios ocurridos en su país como algo que le ha enseñado a saber “quién es valiente y quién no hace nada”. En su caso, el ímpetu que le empujó a protestar fue algo tan sencillo como la homologación de títulos universitarios a nivel europeo. Después de haber pasado seis meses en EEUU, donde descubrió que era “mucho más libre en Ucrania”, y otro en Cracovia con una beca, se dio cuenta de los problemas que tenían los estudiantes ucranianos para cursar una carrera en otro país o para que les convalidaran un diploma. Eso, unido al clamor popular contra las medidas de los mandatarios, desembocó en un potente germen de indignación contra sus gobernantes. Y en la formación del colectivo estudiantil del que es una de las portavoces, el Consejo de Coordinación de Estudiantes, que conecta a las universidades del país para poner en marcha diversas formas de activismo. Sin sede ni estatutos.
“No tienes que estar organizado cuando quieres protegerte. La mayoría de asociaciones que existían en el país solo sirven a la Administración y no a los estudiantes. Ese recelo ha hecho que dijeran que nos respaldaba la ultraderecha e incluso EEUU”, desmiente.
“Cuando empezamos a protestar no apoyábamos a ningún partido o candidato, sólo queríamos que fueran honestos”, explica esta licenciada que prepara su tesis sobre Derecho Penal. Esa actitud la llevó, junto a algunos compañeros, a promover por las redes sociales una concentración en el centro de Kiev. Calculaban una asistencia de 30 personas y aparecieron mil.
Era la última semana de noviembre, antes de que el Ejecutivo aceptase o declinase un pacto de libre comercio con la Unión Europea. Siguieron yendo los siguientes días hasta que congregaron a 20.000 personas y la protesta tuvo algo de repercusión mediática. Decidieron quedarse a dormir en la plaza y fueron expulsados de una forma que ella define como “crueldad intolerable”: “Fueron 200 policías con el equipo completo para disolver a poco más de un centenar de personas. A cincuenta se las llevaron a sus dependencias sin ningún motivo y casi todas resultaron heridas. Algunos han pasado más de dos meses arrestados”, apunta.
El impacto de esta acción policial tuvo tanto eco que al día siguiente centenares de miles personas colapsaron la almendra central de Kiev. La respuesta del gobierno: una ley de seguridad ciudadana en enero que impedía formar grupos de más de cinco personas o juntarse cinco coches. “¡No podrías ni asistir a un funeral!”, exclama. “Sería gracioso si no fuera en serio. En esa situación no queda más remedio que levantarse y luchar”.
Sus recuerdos de esos días dibujan una especie de bruma en su rostro: amigos que cargan con los cuerpos sin vida de las personas que fueron tiroteadas, madres llevando comida cada tarde a los puestos de la plaza o una ola de fabricación artesanal de escudos y artefactos protectores. ¿Apoyas la violencia? “Entiendo la autodefensa. Cuando el Gobierno no te protege, tienes que luchar por tu cuenta”, responde. “Decidimos que había que cambiar el discurso pacífico. Cuanto más pacíficos, más les permitíamos”, afirma con una voz dulce mientras remueve un café con leche. “Es difícil mover ficha en el tablero cuando el contrincante rompe las reglas”, reflexiona.
Aquello significaba “el alto precio” que estaban dispuestos a pagar “para cambiar el país”, según resume. Un coste que en estos momentos se traduce en un Gobierno interino “paralizado” por la separación de una de sus regiones y el anhelo de otras, por los enfrentamientos entre partidarios de formar parte de Rusia o del autogobierno de las regiones, y defensores de la unión ucraniana. “La gente quiere unir a su país con sus propias reglas. Hay que cambiar las cosas. Están todos corrompidos por su forma de hacer dinero fácil”, aventura antes de reconocer que aún no sabe a quién dará su confianza. “Lo que queremos es vivir en un país civilizado. Un país donde los políticos se preocupen por los ciudadanos y la gente sepa sus derechos y los de los demás”, concluye.