Los analistas políticos argentinos habían preparado argumentos para explicar este lunes el triunfo de Daniel Scioli en primera vuelta. O por qué el alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, había forzado un ballotage. Pero nadie había vaticinado el terremoto electoral que puso al peronismo apenas dos puntos por encima de la alianza opositora (38,8 contra 34,3%). Y ese nadie también incluye al Frente para la Victoria (FpV), que había preparado una fiesta multitudinaria en el Luna Park y acabó desalojando el estadio sin comentar los resultados oficiales.
El desencuentro entre los kirchneristas de pura cepa –los más cercanos a la presidenta– y los sciolistas clásicos y sobrevenidos –el gobernador de la provincia de Buenos Aires recibió el apoyo de Cristina Fernández sólo cuando no cuajó ninguna otra candidatura– se ha precipitado con los inesperados resultados en las elecciones de este domingo. Mientras el discurso oficial habla de unirse para pelear los comicios del mes que viene, los misiles de las culpas ya han empezado a volar entre unos y otros al ensayar algún tipo de explicación.
El jefe de campaña de Scioli, Jorge Telerman, apuntó directamente a Aníbal Fernández, jefe de gabinete de Cristina Kirchner. Insinuó que el rechazo a su candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires –el cargo que hoy ocupa Scioli–, lastró los resultados del presidenciable. María Eugenia Vidal, de Cambiemos, el partido de Macri, sorprendió al desplazar al peronismo de su gran bastión de poder con un 39,5% de los votos frente al 35,1% del Frente para la Victoria. Será la primera gobernadora de la historia en el distrito electoral más grande del país.
Fernández, por su parte, rechazó ser el “mariscal de la derrota” del FpV y se defendió: “No lo arrastré a él. Hay una diferencia de 600.000 votos”. Además, habló de “fuego amigo”, aunque sin acusaciones formales a compañeros: “No tengo duda que hubo gente que pateó en contra”, pero “no me hagan decir nombre de todos los que han colaborado para esto”, se escabulló.
Fernández fue acusado en un programa de televisión, semanas antes de las elecciones, de estar relacionado con el tráfico de efedrina en Argentina y con la muerte de dos personas vinculadas al narcotráfico, afirmaciones que tanto él como la presidenta rechazaron de plano y que se relacionaron con enfrentamientos internos del partido.
El silencio de Cristina
La presidenta, de momento, no ha hablado de las elecciones. Guarda silencio desde su regreso de Santa Cruz, adonde fue a votar y a acompañar a su hijo Máximo, candidato a diputado, y a su cuñada, Alicia Kirchner, que será la nueva gobernadora. El domingo no estuvo en el búnker del candidato presidencial ni en la Casa Rosada, sino que se quedó en su residencia, a las afueras de la capital.
Los analistas más críticos le adjudican gran responsabilidad en el inesperado batacazo. Y apuntan a su implicación en la campaña. “Ella dijo 'yo me pongo al frente de la campaña, yo hago las listas y vamos a salir a ganar', por eso es una derrota para la presidenta”, aseguraba este lunes Rosendo Fraga. Y precisamente el papel que la mandataria juegue a partir de ahora puede definir el resultado del ballotage. Porque según las encuestas la presidenta goza de un apoyo ciudadano que supera el 40% tras ocho años de gobierno.
Mientras unos plantean el fin del ciclo kirchnerista, otros apuntan a que quien no cuajó en el electorado fue el candidato, precisamente por poco peronista. Y las críticas se oían ya en la zona VIP del búnker de Scioli tras conocerse los primeros datos oficiales: “Macri inaugura un monumento a Perón y nosotros hacemos actos en teatros para focus groups; ¡eso no puede ser!”; “Cuando al peronismo le sacás su esencia, la gente se queda en su casa”, comentaban en un corrillo.
A Scioli, es cierto, se lo identificó desde el principio con una posición política a la derecha del actual gobierno, que él trató de matizar enarbolando en sus discursos los principios del modelo kirchnerista: redistribución, derechos de los trabajadores, soberanía de la deuda, memoria histórica... Pero personajes muy cercanos a la presidenta, como la abuela de Plaza de Mayo Estela Carlotto, dejaron clara su distancia del gobernador.
En todo caso, Macri le saca bastante ventaja en su imagen de liberal, a pesar de haber moderado enormemente su discurso y de declarar últimamente su apoyo a medidas kirchneristas como la Asignación Universal por Hijo o incluso otras a las que en su día se opuso, como la estatización de YPF. Scioli intentará tirar de esa cuerda. Este lunes ha dejado claro que el ballotage decide “entre dos modelos de país; uno en el que se va a gobernar desde los intereses de los trabajadores y otro en el que gobernaría en función de otros intereses”. Esos dos modelos quedarán expuestos el 11 de noviembre, cuando los dos candidatos se enfrenten en un debate al que esta vez sí se suma Scioli.
Macri, por su parte, sigue intentando seducir a los peronistas desencantados, los que votaron a un exmiembro del Gobierno, Sergio Massa. La figura de Massa y sus votos (más del 21%) serán claves en los próximos comicios, que se celebrarán en medio de un puente festivo. ¿Serán esos votos más opositores al actual modelo (y por lo tanto susceptibles de apoyar a Macri) o más peronistas (por lo que frente a la dualidad se decantarán por Scioli)? Ahí apuntan ahora los analistas y las encuestadoras esperando acertar un poco más. Hay que ver cómo remontan –ellos también– el chasco de esta primera vuelta.