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ENTREVISTA Presidente de Colombia

Gustavo Petro: “Crece una derechización que tiene un efecto: la destrucción democrática”

El presidente colombiano, Gustavo Petro.

Andrés Gil

Bruselas —

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El presidente Gustavo Petro (1960) recibe a elDiario.es en la residencia del embajador en Bruselas. Ha llegado para dos días de una cumbre UE-Celac (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe) que no se celebra desde 2015 y que se produce después de una pandemia mundial, en medio de una crisis climática y con una guerra abierta en suelo europeo. Petro encarna el primer gobierno de izquierdas en Colombia, después de un proceso de paz que terminó con la actividad de las FARC y de buena parte de los paramilitares del país.

Durante la entrevista, Petro alerta del cambio climático y sus consecuencias, reclama una profunda transformación económica y democrática global para superar la crisis climática antes de que sea demasiado tarde y señala los riesgos de la extrema derecha que crece en EEUU y en Europa y que, tras el 23J, también puede entrar en el Gobierno de España.

Cuando estuvo en España hace un par de meses dijo que ojalá la cumbre UE-Celac que se está celebrando en Bruselas fuera un hito de cambio más que un evento que no se recuerde. ¿Cómo lo ve ahora?

Durante este año que llevo de gobierno he priorizado a nivel internacional lo que podríamos llamar la lucha contra la crisis climática. Para mí tiene un origen, obviamente, en el sistema económico del mundo y, fundamentalmente, en el sistema construido por los países más poderosos de la tierra, que se llama capitalismo. Así de simple. Olvidamos ponerle ese nombre, pero ese es el nombre del sistema económico que ha producido la crisis. Si ahondamos un poco más en relación a la definición del capital y sus lógicas, encontramos en la economía política la explicación de esta crisis.

La lógica del capital es acumular para ganar, para valorizarse. Ese huracán de acumulación, que se ha vuelto global, va consumiendo cada vez más energía derivada del petróleo y del carbón, y expulsada a la atmósfera.

Es decir, el cambio químico en la atmósfera está relacionado con la acumulación del capital.

Entonces, ¿cómo se puede superar la crisis climática?

Aquí viene el problema político y el problema de la humanidad. Si se quiere superar la crisis climática, hay que cambiar las lógicas del capital, superar el capital. Es decir, hay que alcanzar otro modo de producir y otra relación de los seres humanos frente a la producción. Y esta tesis puede sonar muy radical porque es la que se esgrimía a principios del siglo XX y a finales del siglo XIX, pero hoy está sobre la mesa.

¿Entonces, qué hacen los presidentes representando sus gobiernos, sus países, cuando para realmente superar la crisis tienen que reformar en profundidad el sistema económico? Lo que hacen es retórica, que es una forma de evadir el problema. Es el avestruz. La retórica va llenando los escenarios, los foros, las reuniones políticas, las COPs, etcétera.

Lo que he visto en este año es mucha retórica, pero prácticamente ninguna acción que tenga que ver con lastimar lo que podríamos llamar el capital fósil, que es el que se tiene que superar en primer lugar.

¿No ve que se está reaccionando?

Las estadísticas van mostrando que la energía fósil crece. Aunque va aumentando la energía limpia, no se está sustituyendo la energía fósil. Y la crisis climática no se puede resolver si no hay un reemplazo total. El crecimiento del capital fósil dentro de la economía mundial es el efecto de la lógica misma del capital. Es decir, el capitalismo parece no tener la capacidad de superar el problema que produjo, el Frankestein que creó, que es la crisis climática.

Si el capital no puede superar la crisis, le corresponde hacerlo a la humanidad, si quiere sobrevivir en el planeta. Y provoca unas tensiones políticas inmensas que se van traduciendo en los éxodos crecientes del sur hacia el norte en todos los continentes; en la derechización, casi fascistización, de la política europea o de la política norteamericana; los muros; los campos de concentración; las miles de personas que se van ahogando tratando de llegar al norte; y también la desestabilización democrática del sur.

Es como un balbuceo de lo que yo llamo 1933 global. Lo que yo observo de cumbre en cumbre es retórica.

Hay un rechazo al otro, al diferente, por el color de sus ojos o de su piel, o su lengua, o su religión. Ese rechazo es el que sustenta el crecimiento de la derecha

Usted está proponiendo un canje de deuda del sur por acción climática.

Recientemente, hace unos 15 días más o menos, se organizó una reunión en París con Macron para reformular el sistema financiero mundial. Si quisiéramos una superación de la crisis, hay que comenzar por una nueva arquitectura financiera mundial.

Desde Colombia hemos planteado (aunque no es un invento nuestro, sino que viene construyéndose desde muchos movimientos sociales) una propuesta que consiste en cambiar deuda por acción climática. Esto significa una emisión de dinero, de derechos de especiales de giro del FMI, con destino a los tenedores de bonos y de deuda pública de todos los países, en una proporción que debería ser progresiva, es decir, mayor porcentaje para países pobres que para países ricos. Así se liberaría automáticamente un espacio presupuestario dedicado a pagar deuda de todos los países, que se podría dedicar a financiar acción climática, sea para adaptación, sea para mitigación.

Eso, a escala mundial, sería una especie de Plan Marshall climático. En mi opinión, podría incluso hasta reactivar el capitalismo en crisis, porque una acción de estas implica un cambio de paradigma del neoliberalismo a una especie de keynesianismo mundial.

¿Y qué recepción está teniendo la propuesta?

La propuesta viene siendo discutida en África, en América del Sur. Se dialogó con el presidente Biden, con varios presidentes, la traemos para la reunión CELAC-Unión Europea, irá a África ahora, en el marco del encuentro de la Unión Africana de septiembre y, seguramente, podrá llegar con cierta potencia en la COP que se realizará en Dubai.

Pero los bancos centrales, que son los que tomarían las decisiones, tanto los presidentes, como el mismo FMI, mantienen una postura ortodoxa, y ni siquiera los 100.000 millones de dólares prometidos en Copenhague se han vuelto realidad.

Hoy, 100.000 millones de dólares al año es absurdamente insuficiente para afrontar la crisis. Algunos economistas, como Nicholas Stern, han hecho cálculos y hablan de 30 veces más. Se está muy lejos de alcanzar un tipo de transición de esa magnitud, lo cual va indicando que el capital tiene un límite, porque no se invierte donde no hay rentabilidad, esa es su lógica. La transición energética no goza de rentabilidad suficiente en la magnitud que se necesita y, por tanto, aunque se puede pensar en que el capital haga obras complementarias allí donde hay rentabilidad, la tarea de superar la crisis climática cada vez recae más en una acción planificada de los Estados, de los poderes públicos.

Entonces, un paradigma construido hace 40 años se está derrumbando: vuelven a aparecer, para superar esta crisis de la humanidad, las palabras planificación y poder público con más capacidad que la palabra mercado y capital privado.

Hablando de la transición, en Europa estamos viendo cómo las derechas y la extrema derecha son capaces de moverse bien electoralmente con los potenciales perdedores de la transición en el campo, de una ganadería y agricultura sostenible, de las personas que buscan alternativas a regadíos ilegales, por ejemplo.

En cada rama de producción existe una tecnología, más o menos descubierta, y seguramente se podrán perfeccionar en el tiempo.

Se puede hablar de agricultura descarbonizada, se puede hablar de industrias descarbonizadas, y en general se puede pasar un relato tecnológico, que me parece un poco ilusorio. Aunque tecnológicamente se tienen las herramientas para salir de una economía carbonizada, no se saldrá sin cuestionar el poder político, las relaciones sociales, como se llamaba antes.

Voy a poner un ejemplo: la energía solar. Tiene una tecnología específica, que incluso es eficiente, pero por sus costes no se puede poner sino donde hay sol. Eso genera una geografía y una geopolítica, donde las partes del planeta que reciben más sol al año es donde más eficaz puede ser la energía solar. Pueden ser los techos de las casas, como se ven en Europa: un hogar que genera la energía eléctrica y que la puede vender. En el caso colombiano lo hemos planteado con comunidades indígenas, comunidades energéticas.

La energía solar permite una democratización de la generación de la energía. Y si usted ve la estructura de generación de la energía actual, son grandes empresas que han, en cierta forma, oligopolizado la generación de la energía, incluso en el mundo a escala global: grandes corporaciones privadas que se jactan de decir cuántos gigas de electricidad producen. Son dos mundos y son dos lógicas, la de la gran corporación que quisiera tener las grandes granjas solares ahí donde cae el sol, usando el territorio, y el hogar o la comunidad que podría hacer exactamente lo mismo, incluso en las mismas dimensiones, pero usando la distribución de la población en el territorio.

La primera lógica es capitalista y la segunda lógica ya no se puede llamar así. Tampoco lo podríamos llamar socialismo al viejo estilo, porque la granja solar tendría que ser del Estado para llamarlo de esa manera. Y aquí lo que está apareciendo es un nuevo poder en la comunidad y en el hogar. Defínase el hogar como se quiera, porque puede hacer lo mismo que la corporación generando energía si la ley lo permite. Y eso va generando una tensión política: ¿quién controla la generación de la energía, el capital o la sociedad?

Esto irá en aumento, en la medida en que vaya creciendo este tipo de tecnología, pero no está el tema en la tecnología en sí misma, sino en el tipo de relación de la sociedad alrededor de la generación de la energía, lo que puede producir un tipo de transición energética como esta.

No era lo mismo cuando la energía la producía la gran hidroeléctrica o la gran termoeléctrica, la gran refinería de petróleo, en donde la posibilidad de un hogar o una comunidad de generar energía no existía. Hoy sí. Y así uno puede ir examinando cómo la descarbonización trae otras relaciones sociales de producción diferentes.

Y el problema de fondo es político.

Este es un tema que yo creo que va a provocar una tensión política in crescendo. Si uno hace un examen de los famosos 100.000 millones de dólares anuales que se tenía que invertir en la transición energética y se pregunta por qué no se ha producido esa realidad, no es porque en el mundo haya faltado dinero. No es porque no se hayan hecho reuniones y cumbres sucesivas hablando de lo mismo: hay un problema político, 100.000 millones de dólares que tienen que transferirse al sur para que el sur salve la vida.

El sur no es el generador de la crisis climática, es víctima, como todo el mundo, de la crisis. Si una transferencia aún pequeña, como 100.000 millones de dólares, que no alcanzarían sino para cuatro países, no se produce es se trata de una transferencia de poder hacia el sur.

En América, por ejemplo, Estados Unidos ha decidido invertir 600.000 millones de dólares para su propia transición energética. Le saldría más barato si esa cantidad de dinero generara energía limpia en Suramérica para ser transmitida por cable eléctrico hacia Estados Unidos. Y habría una descarbonización en los Estados Unidos más barata, pero eso significaría una transferencia de esa magnitud hacia América del Sur y, por tanto, una potenciación de América del Sur de tipo político que no quieren.

Y entonces terminamos en una ineficacia total, porque lo que está en juego es la geopolítica, el poder mundial.

Cuando usted estuvo en España, dijo en su intervención en el Congreso que jamás en 20 años de diputado había tenido una ovación tan larga. Y fue, entre otras cosas, para intentar contrarrestar el hecho de que la bancada de la extrema derecha abandonara el Congreso. En España hay elecciones en apenas cinco o seis días en las que esa extrema derecha podría llegar al Gobierno, como ya ha pasado en otros países de Europa, como usted ha dicho. ¿Cómo analiza este fenómeno?

¿Por qué crece el fascismo en Europa después de una experiencia tan amarga como la de mediados del siglo XX? Murieron 50 millones de personas luchando contra el fascismo. ¿Por qué crece de nuevo en juventudes, en sectores sociales, en el mismo proletariado, en los obreros? Porque aparece una diferencia, cada vez más evidente, a la que se le tiene miedo. El miedo es el gran constructor de la derecha y, sobre todo, de la extrema derecha. Hay varios miedos que se pueden cruzar en el mundo contemporáneo: el miedo a la mujer libre, que aparece en el hombre patriarcal; el miedo a la pérdida de confort, que viene con el cambio climático; el miedo al inmigrante, que también es producto de la crisis climática y las guerras. Y esos miedos también van a in crecendo, y una organización política de extrema derecha puede perfectamente capturar los beneficios de los miedos.

Y por eso crecen en este tipo de agrupaciones en cada país europeo, en los mismos Estados Unidos, incluso en Latinoamérica y en otros países del mundo. Va creciendo una derechización que tiene un efecto: la destrucción democrática. Es posible que la democracia sea un cadáver de la crisis climática y lo que tengamos es una barbarie: los campos de concentración en las fronteras van mostrando esa barbarie, las nuevas esclavitudes de los éxodos... Nosotros tenemos en Colombia un caso físico en el tapón del Darién. Colombia no es un país de inmigrantes, no teníamos esa experiencia, incluso no éramos gente que saliera del país. Sin embargo, hoy está creciendo un éxodo por las fronteras hacia el norte. La frontera de Colombia con Panamá por tierra es una selva terrible, muy espesa, muy difícil de cruzar y por ahí han cruzado 250.000 personas, entre esas 40.000 niños y niñas, que quedan expuestas a la muerte o al asesinato y la violación sexual.

Una serie de mafias van creciendo en el interior de los éxodos. Es posible que de 250.000 personas pasemos a 1 millón que se juntan a las a los éxodos centroamericanos y mexicanos hacia el norte. Y esa realidad hace que, en Estados Unidos, tanto el Partido Republicano –muy en la derecha– y el Partido Demócrata terminan coincidiendo en una política, la política antiinmigración, cuando Estados Unidos es un país de inmigrantes total.

Eso, en los sectores más radicales, significa fascismo, campos de concentración y muerte de inmigrantes. Es un rechazo al otro, al diferente, por el color de sus ojos o de su piel, o su lengua, o su religión. Pero ese miedo es el que sustenta el crecimiento de la derecha.

Cuando yo llegué al Parlamento español, y yo he sido parlamentario 20 años, el hecho de que una bancada no escuche y se vaya es lo contrario al Parlamento. El Parlamento se hizo para hablar, el nombre sale de ahí, es para hablar entre los diversos, entre los distintos. Es una construcción indudablemente democrática. Pero ese hecho de no hablar, no escuchar, es una destrucción del concepto mismo de Parlamento, es una destrucción democrática.

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