Así ven la Marcha del Retorno los israelíes de la zona fronteriza con Gaza
A menos de dos kilómetros de la barrera que rodea Gaza, Yossi prepara la barbacoa para celebrar el almuerzo de Shabat, que además hoy coincide con la celebración de la Pascua judía, el Pésaj. Su mujer e hijos esperan a que la carne esté lista, mientras cuatro vehículos todoterreno estacionan al lado del parque y una docena de soldados se apea para ocupar dos de las mesas a la sombra de la arboleda.
En este pequeño bosque se encuentra el memorial a la Unidad 101 del Ejército israelí que fundó y dirigió Ariel Sharon para ejecutar operaciones nocturnas de represalia contra aquellos –palestinos o egipcios– que atacasen los kibutzim y los moshavim (explotaciones agrícolas colectivas) cercanos a Gaza en la década de los 50. A las decenas de familias que viven por la zona y se acercan a hacer picnic los sábados, se unen curiosos que vienen a ver los enfrentamientos que tienen lugar en la frontera. Algunos incluso llevan consigo unos prismáticos.
“Como puedes ver, aquí conviven la normalidad de las barbacoas con la anormalidad de los disturbios que vemos allí al fondo”, comenta Nitza, mientras apunta con una mano en dirección a las tiendas de campaña blancas y al humo negro de las llantas que se percibe al fondo. Vecina de la ciudad de Sderot (la ciudad más cercana a Gaza que entra dentro del radio de los cohetes Qassam de Hamás), Nitza, se declara “convencida de que ninguna de las partes, ni Israel ni los palestinos, hacen lo suficiente para encontrar una fórmula que nos permita vivir en paz”.
Esta docente de la Escuela Universitaria Shapir, recuerda a sus 48 años cómo de joven, antes de que comenzara la primera intifada a finales de 1987, se acercaba con sus padres desde Sderot a comprar a la ciudad de Gaza. “La gran mayoría de los gazatíes quieren vivir en paz, pero creo que los de Hamás prefieren construir túneles y fabricar cohetes antes que invertir en la prosperidad de la gente”, asevera.
Uso desproporcionado de la fuerza militar
“En mi opinión, el responsable de este uso excesivo de la fuerza que vimos ayer no es el Ejército, que está ahí para proteger a los ciudadanos, sino el Gobierno, que es el que da las directrices”, concluye la profesora.
Opina que el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu está instrumentalizando la situación para provocar un estallido de violencia dentro de Gaza (si el número de víctimas continúa aumentando durante las próximas semanas) y así dar pie a que este verano tenga lugar otra guerra (que suceda a las operaciones Plomo Fundido en 2009, Pilar Defensivo en 2012, y Margen Protector en 2014). La fórmula ideal para generar más votos en el caso de adelantar las elecciones al otoño, tal como parece querer hacer si es imputado por alguno de los cuatro casos por supuesta corrupción por los que está siendo investigado.
Sea por la conveniencia política del Gobierno o por unas reglas de enfrentamiento del Ejército y de la policía que contemplan distintos niveles en el ejercicio de la violencia -según se trate de Gaza, Cisjordania, Jerusalén oriental o ciudades árabe-israelíes,– varias ONG de derechos humanos locales han exigido una investigación penal por parte de la fiscalía general del Estado y de la fiscalía militar.
Las organizaciones Adalah (con sede en Haifa) y Al Mezan (en Gaza) enviaron una carta conjunta a ambas instituciones el pasado jueves, después de que el Ejército anunciara su intención de reprimir las marchas usando la fuerza.
Dicha misiva avisaba que “disparar con munición real para dispersar manifestaciones pueden terminar causando la muerte de algunos de los manifestantes” (como así fue, pues se produjeron 15 víctimas mortales, así como unos 750 heridos por impacto de fuego real y otros 150 por balas recubiertas de caucho). El uso de francotiradores del Ejército para disparar a civiles desarmados “no sólo está prohibido por el Derecho internacional sino también por el propio Derecho israelí”, denuncia el comunicado conjunto.
Acciones de solidaridad dentro de Israel
Cerca de la valla que rodea Gaza y a las afueras del kibutz Kefar Aza, Noemi observa con una mezcla de curiosidad y solidaridad las tiendas de campaña de los gazatíes que participan en la llamada Marcha del Retorno. Acaba de llegar de Ra'anana, ciudad situada al norte de Tel Aviv.
“En estos momentos tengo unos amigos en casa que han venido desde Hungría, y quería mostrarles cómo es la Franja de Gaza”, declara. “Ahí están encerrados casi dos millones de palestinos que sufren ya muchas décadas de ocupación y que atraviesan grandes dificultades, les he dicho a mis invitados”, agrega. En opinión de esta trabajadora social, los intereses políticos son los que perpetúan la ocupación.
“Parece mentira que ahora que estamos en Pésaj y, mientras ayer celebrábamos el Seder (fecha de comienzo de la Pascua) y leíamos la Haggadá (libro que recrea la huida de Egipto en tiempos bíblicos) en el resto de Israel y en toda la diáspora, aquí estuvieran disparando contra inocentes”, reflexiona Noemi.
Para ella, también el núcleo del problema está en “Bibi (Netanyahu) y los suyos”, porque “un Gobierno de izquierdas gestionaría la crisis de otra forma”, apostilla, aunque fuera un Gobierno más progresista, con Shimón Peres como primer ministro en abril de 1996, el que dio órdenes a la artillería israelí de bombardear un campo de refugiados de la ONU situado en Qana (sur de Líbano), provocando más de un centenar de civiles muertos y varios heridos.
Otra de las organizaciones más activas en el relativamente pequeño movimiento de solidaridad con Gaza que tiene lugar dentro de Israel está siendo la Coalición de Mujeres por la Paz, que ha lanzado una campaña bajo el lema de Gaza Libre.
Llegadas desde varios puntos del país en autobuses fletados por la organización como en vehículos privados, varios centenares de simpatizantes –algunos de ellos portando banderas palestinas, lo cual no suele ser tolerado por la policía israelí, que hace pocos días se las confiscaba por la fuerza a los cristianos palestinos que las ondeaban durante la celebración del Domingo de Ramos– protagonizaban una marcha hasta el kibutz Zikim, que linda con el norte de Gaza, y luego se concentraban en el aparcamiento de la gasolinera del cruce de Yad Mordejai.
En el momento que una de las dirigentes de la Coalición de Mujeres por la Paz tomaba un megáfono y se ponía a corear en hebreo “Parad el bloqueo israelí”, uno de los clientes del centro comercial se encaró con ellas y comenzó a gritar: “Telavivim, sois unas telavivim”.
Les reprochaba que fueran de Tel Aviv, considerada una burbuja aislada en la que la gente lleva una vida hedonista y que no sufre las consecuencias del conflicto con los palestinos.
Cuando una de las manifestantes se encaró con él y le dijo que ella es de Dimona (ciudad del Néguev de bajo nivel de renta que ha sido alcanzada en alguna ocasión por los cohetes que lanzan las milicias palestinas) el individuo, ataviado con un sombrero australiano, pasó a los insultos.
Esto encorajinó a algunos de los viandantes. “Si vivierais por la zona, pensaríais de forma diferente, así que marchaos de aquí”, respondió el israelí que había aparcado momentáneamente su bici para escuchar los eslóganes coreados por el escaso centenar de manifestantes.
Poco después los participantes en esta marcha se dirigieron hacia la frontera para mostrar su rechazo a la política de bloqueo terrestre, marítimo y aéreo que sufre Gaza desde junio de 2007, en que Hamás tomó el poder por la fuerza y se hizo cargo del gobierno de facto en toda la Franja.
“La verdad es que en este país ya no te puedes expresar libremente. Cuando dices algo que va contra el pensamiento único que inculcan desde las instituciones y repiten desde los medios de comunicación, te comen”, ironiza Eileen Siegel, mientras camina de vuelta al autobús.
Siegel trabaja como profesora en una escuela de Jerusalén que promueve la coexistencia entre judíos y árabes desde el sistema educativo básico. “Mira, llevan ya más de once años con esta política de bloqueo y no han conseguido su objetivo. Hamás sigue gobernando y la gente corriente sigue sufriendo”, explica. “Me da mucha pena que esto siga así, mucha pena”, se despide mientras sube al autobús que trasladará a los participantes a la zona fronteriza con Gaza.