Foto: Aministía Internacional
La inauguración del Mundial de fútbol de Brasil pareció discurrir siguiendo un guión escrito hace meses. En el Estadio Itaquerão de São Paulo ocurrió lo previsible: triunfo de la Canarinha, goles de Neymar, fiesta de las hinchadas y silbidos para la presidente Dilma Rousseff. En las calles, tampoco hubo sorpresas: muchas más banderas que los días anteriores y manifestaciones. Incluso el tumulto de la manifestación de São Paulo, convocada en la estación de metro de Carrão se podía prever: gas lacrimógeno, algunos miembros de black block, 31 detenidos y muchos heridos.
Tal vez un detalle se salió de los planes: Shara Darlington, corresponsal de la CNN, fue herida por la Policía Militar. Quizá por eso el texto publicado en la web de la CNN fue especialmente duro: “La policía brasileña lanza gas lacrimógeno a los manifestantes contra el Mundial”. La crítica nota que lanzó Amnistía Internacional Brasil, en la que denunciaba el “desproporcional uso de la fuerza de la Policía Militar”, también entra en la crónica del Mundial anunciada que todos esperaban desde que brasileños tomaron las calles en junio de 2013.
La tesis del caos durante la Copa acabó de construirse hace dos semanas en un reportaje del Estado de São Paulo: “Black Blocs prometen caos en la Copa con ajuda del Primeiro Comando de la Capital” (el temido grupo mafioso que domina las cárceles). Una entrevista con apenas 16 presuntos miembros de los black blocs (reportaje muy criticado por los movimientos sociales) sirvió para que la tesis del Mundial Caos se expandiera por la sociedad. “Tengo miedo, habrá violencia exagerada”, comentaba a este diario un taxista el pasado miércoles.
La estrategia de la gradularidad de la que hablaba Chomsky en sus Diez estrategias de manipulación mediática hizo el resto: lo inaceptable se acaba aceptando como algo lógico. Los medios de masas hablaron de vandalismo y violencia de los manifestantes, no sobre el “desproporcional uso de la fuerza de la Policía Militar”. Muy cerca de la estación de metro de Carrão de São Paulo, donde se registraron los incidentes, la voluntaria de la FIFA Sonia Petit aseguraba al eldiario.es que “es un absurdo manifestarse con violencia”. Luiz, un fanático de la Canarinha que buscaba desesperadamente comprar dos entradas en la puerta del Itaquerão, manifestaba su oposición “a ensuciar la imagen de Brasil con manifestaciones”. Algunos vecinos aplaudían la llegada de las fuerzas especiales al metro de Carrão.
En realidad, ayer no existió manifestación en São Paulo. Fue abortada. La concentración contra el Mundial en la salida de la parada de metro Carrão de São Paulo fue disperasada con gases lacrimógenos antes de que empezase. La policía impidió la llegada de los manifestantes al acto, al que habían confirmado 10.200 personas en la página de Facebook. La parada de metro de Carrão incluso fue cerrada. La estrategia represiva incumple todas las leyes. Amnistía Internacional, en su nota, afirma que “la libertad de expresión y manifestación pacífica son derechos humanos, incluso durante la Copa del Mundo. ”Con el aval del pánico planteado por los medios, la Policía Militar paulista reprime las protestas antes de empezar“, escribía el activista André Takahashi.
¿Y qué ocurrió en São Paulo? ¿Ganó por goleada el entusiasmo del Mundial? ¿Se desinflaron los gritos de Não Vai Ter Copa? Ni lo uno ni lo otro. La ciudad amaneció visiblemente más volcada con su selección: más banderas, más camisetas, más sonrisas. Pero algo no encajaba con el clima habitual de un Mundial. En la favela de Moinho, que puede desaparecer del mapa con los nuevos planes urbanísticos de São Paulo, el Comité Popular de la Copa organizó una Copa Política en la que un muñeco del exjugador Ronaldo (crítico habitual de los manifestantes) fue colgado como Judas.
El Trofeo Copa do Povo reunió en una ocupación en Itaquera, cerca del estadio, a “sin techo”, barrenderos, sindicalistas del metro y militantes de izquierda. Y las críticas ácidas, continuaron inundando redes y calles. “La apertura de la Copa está usando indígenas guaranís de la aldea Krukutu que está al sur de São Paulo. No dicen que el Gobierno Federal congela la demarcación de sus tierras de esos mismso guaranís”, tuiteaba el paulistano Thiago Aguiar. En los muros de São Paulo, muchos “Fuck FIFA”.
Pancarta de Fuck FIFA en la Fan Fest de la FIFA de Copacabana. Foto: Paula Kossatz
La ola de manifestaciones más importante de Brasil ocurrió en Río de Janeiro, donde el acto Nossa Copa é na Rua reunió a miles de personas. Y pudieron verse pancartas gigantes con el lema Fuck FIFA en muchos lugares de la ciudad, incluso en frente del Estadio Maracanã (ocupando un edificio entero) o en la mismísima Fan Fest en la playa de Copacabana, en la que activistas desplegaron un cartel en la auto proclamada Fun Fest. La jornada también acabó con fuerte represión policial.
A las 14.07 horas, el colectivo de periodismo independiente Rio na Rua divulgaba el siguiente párrafo: “Mucha represión policial en el acto Nossa Copa é na Rua. Bombas de gas, tiros de balas de goma, spray de pimienta y mucha violencia física contra los manifestantes”. También se produjeron detenciones de activistas, como denuncia el Coletivo Mariachi. En Fortaleza, los manifestantes cortaron temporalmente el acceso a la Fan Fest. En Belo Horizonte, la manifestación acabó con 11 heridos (entre ellos un fotógrafo de Reuters).
La inauguración del Mundial no fue lo que la FIFA esperaba. Pero tampoco el caos de manifestaciones masivas esperado por los activistas. ¿Consiguió el sistema paralizar a los movimientos con la tesis de la granularidad de Chomsky? ¿Continuarán las manifestaciones? ¿O se diluirán según avanza la fiesta programada de la FIFA y los goles de Neymar? ¿Qué influencia política tendrán los acontecimientos?
Los vagones del metro de São Paulo y las inmediaciones del estadio, durante el festivo día de ayer, podrían servir de laboratorio y / o metáfora. Los torniquetes sobre los que la multitud y el Movimiento Passe Livre saltaban reclamando transporte gratuito tenían todos un hashtag: #EuSouBrasileiro. La frase del himno nacional “Verás que um filho teu não foge à luta, habitual en las jornadas de junio de 2013, ondeaba en una bandera gigantesca al servicio de la FIFA. Desde Tatuapé hasta Itaquerão (unos diez quilómetros), algunos edificios tenían carteles publicitarios enormes, con hashtags tipo #TorçeBrasil (apoya a tu equipo Brasil). Y el esquema de la FIFA y de los patrocinadores parece encajar con el macro Brasil diseñado desde despachos y agencias. La salida del metro de Itaquerão apenas conducía a la calle a través de un centro comercial: en él, miles de fanáticos del fútbol se entretenían en espacios preparados por los patrocinadores del Mundial. Afuera del shopping Poupa Tempo, con el paisaje de ladrillos de las casas humildes de Itaquera, un joven componía el anticlimax FIFA. Tiago Angelo, un trabajador metalúrgico, despotricaba contra el Mundial mientras rellenaba con cerveza barata una botella de la cerveza oficial: ”La FIFA viene a por dinero. Los vecinos no estamos invitados. Los precios han subido muchísimo en el barrio, ha sido todo un desastre en esta Copa“.
Algo no acaba de encajar en que el Gobierno de Brasil y la FIFA daban por hecho hace apenas dos años. Y una escena del previsible día de ayer en São Paulo insinúa además que durante el Mundial está en juego el futuro político de Brasil. A la salida de la parada de Artur Alvim dos ancianos repartían unas banderas de Brasil con el lema ImcomPTentes, con el logo del Partido de los Trabajadores. Y confesaban que les pagaban cincuenta reales por día (15 euros) por repartir las banderas. En el reverso, un texto definía la bandera como “una iniciativa particular contra los corruptos de Brasilia” y daba instrucciones para desplegar la bandera dentro del estadio en el momento que sonase el himno nacional. “Hay mucha gente en el barrio contratada”, afirmaban. ¿Quién paga a una legión de repartidores con un lema usado por la derecha brasileña contra el PT? ¿La misma clase media alta y blanca que silbó a Dilma durante la inauguración y sueña con sacar a la izquierda del poder? Probablemente. La paradoja es que esa élite comparte indignación con los colectivos, redes, activistas y movimientos populares que tomaron las calles durante la primera jornada del mundial de fútbol.