“La prioridad es que la Comisión Europea esté en marcha el 1 de diciembre”. Esa es la frase de la resaca que deja la crisis política vivida en Bruselas los últimos diez días después de que el Partido Popular Europeo pusiera en riesgo la aprobación del nuevo gobierno comunitario con una maniobra dilatoria para satisfacer los intereses nacionales de Alberto Núñez Feijóo que le sirvió, además, para elevar la presión sobre socialistas y liberales para que apoyaran al candidato de Giorgia Meloni como vicepresidente. Pero la maniobra ha dejado heridas en la coalición que gobierna la UE.
El líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, traicionó el acuerdo alcanzado con sus homólogas socialista, Iratxe García, y liberal, Valérie Hayer, para la aprobación de los candidatos a la cúpula de la Comisión Europea. Los tres decidieron la víspera de que los vicepresidentes designados por Von der Leyen pasaran su examen en la Eurocámara dejar las evaluaciones para al final y evitar que unos fueran rehenes de otros, especialmente Ribera, que era la última y a quien el PPE condicionaba su apoyo a que socialistas y liberales se tragaran el ‘sapo’ de avalar al italiano Raffaele Fitto.
Seguidismo a Feijóo
Pero la mañana siguiente ambas se enteraron por la prensa de que el PPE no tenía ninguna intención de dar el visto bueno a Ribera ese día sino que esperaría a la semana siguiente. ¿La razón? Satisfacer a Feijóo, que se lo había reclamado a Weber para desgastar a la candidata de Pedro Sánchez y llevarse una victoria, aunque le durara solo una semana, el tiempo que faltaba para que la vicepresidenta compareciera en el Congreso.
Con esa jugada, Weber tensionó al máximo la situación y lanzó al mismo tiempo un órdago a su correligionaria Von der Leyen poniendo en riesgo la mayoría que sustenta su mandato. Incluso cuando el acuerdo estaba cerrado, el PPE forzó la máquina hasta el final al exigir la inclusión de una opinión en la carta de evaluación de Ribera en la que le dice que tendrá que dimitir si es encausada por la gestión de la DANA. Esa exigencia bloqueó el visto bueno definitivo a los vicepresidentes durante cuatro horas y se saldó con un comentario similar de socialistas y liberales en el documento de Fitto, donde le dicen a Von der Leyen que no debería ser vicepresidente. Ninguno tiene efectos vinculantes.
La ‘mayoría Venezuela’
No era la primera vez que Weber se la jugaba a la socialista y a la liberal. Unas semanas antes, cuando los jefes de los grupos parlamentarios tenían que aprobar el calendario de los exámenes de los 26 comisarios que formarán parte del gobierno comunitario, Weber se alió con las fuerzas de la ultraderecha para pactar la agenda que le interesaba. Básicamente pasaba por dejar a la socialista española para el final y, de esa manera, ligar su futuro al de Fitto.
El PPE consolidaba así la ruptura del cordón sanitario a los grupos ultras, entre los que se encuentran Alternativa por Alemania y otras formaciones filonazis, que había iniciado en la aprobación de una resolución sobre Venezuela. Los populares se levantaron de la mesa de negociación con socialistas y liberales cuando rechazaron el reconocimiento como presidente electo de Venezuela al opositor Edmundo González e impulsó un texto con las fuerzas de la ultraderecha que salió adelante desmarcándose en aquel momento de la estrategia de la comunidad internacional que pasaba entonces por presionar al Gobierno de Nicolás Maduro para que publicara las actas electorales.
En vísperas de dar el visto bueno definitivo a la nueva Comisión Europea, hubo otra ruptura de los grupos que la sustentan. El PPE sacó adelante la propuesta de Bruselas de retrasar un año la ley contra la deforestación con los votos de la extrema derecha y una parte de los liberales y aprovechó para incluir unas enmiendas que diluyen aún más la efectividad de la normativa. Socialistas, verdes, la izquierda y parte de los liberales se abstuvieron.
No obstante, los gobiernos de la UE, por una amplia mayoría a excepción de Italia y Luxemburgo, rechazaron los cambios que la derecha logró sacar adelante y ahora se inicia una negociación entre las tres instituciones en la que el mandato negociador del Consejo de la UE es menos constreñido que el del Parlamento Europeo, algo que antes no solía pasar y la balanza se inclinaba hacia unas posiciones más progresistas.
Un clima de desconfianza desde el principio
Con esos mimbres de desconfianza, arranca la legislatura en la que la mayoría que sustenta a Von der Leyen está más tocada que nunca. Fuentes socialistas intentan, no obstante, rebajar la tensión reduciendo el choque de la última semana a los tiras y aflojas de cualquier negociación.
Sin embargo, socialistas y liberales son los que más han cedido en el acuerdo al acabar cediendo con el candidato de Meloni como vicepresidente del gobierno comunitario. El pecado original está en la negociación de julio, cuando prácticamente le dieron un cheque en blanco a la alemana, a la que apenas lograron arrancar un comisario de Vivienda y poco más. Fue, de hecho, Von der Leyen la que decidió aupar a la extrema derecha a la cúpula de la UE bajo el pretexto de que seguía la estructura del Parlamento Europeo. No obstante, la familia política de Meloni (ECR, el grupo de los Conservadores y Reformistas) tiene cargos instituciones en la Eurocámara porque el PPE no le aplica el cordón sanitario.
Nada obliga ahora a Weber –ni a Von der Leyen– a ser fieles a socialistas y liberales, que son las fuerzas que integran la tradicional coalición europea. De hecho, el PPE ya sacó la patita cuando los líderes de los 27 cerraron el acuerdo para el conjunto de los altos cargos de la UE, que recaerían en Von der Leyen, el socialista António Costa como presidente del Consejo Europeo, y la alta representante, Kaja Kallas (liberal). En aquel momento, los populares europeos sólo confirmaron al portugués para dos años y medio dado que el mandato en esa institución es por ese periodo prorrogable mientras los socialistas aseguran que el pacto era para los cinco.
A finales de 2026 será, por tanto, la prueba de fuego. También porque será el momento de la alternancia en el Parlamento Europeo, donde la presidencia corresponde la mitad de la legislatura al PPE (ahora la maltesa Roberta Metsola) y la otra mitad a los socialistas (para el puesto están en buena posición los italianos, que son la principal delegación, salvo que la cedan al PSOE a cambio del liderazgo del grupo que ahora ostenta Iratxe García).
Más allá de la desconfianza, el acuerdo rubricado esta semana, que tendrá que ratificarse el miércoles en Estrasburgo con la votación del conjunto de la Comisión Europea, pone cuesta arriba el apoyo de Los Verdes. “Tras las elecciones de junio advertimos de que sólo hay una mayoría posible, la que votó a Von der Leyen en julio. Para la Comisión en su conjunto, hoy hemos perdido a esa mayoría. Ya esta misma noche ha quedado claro lo inestable que es. Una mala semana para la democracia europea”, dijo el coportavoz del grupo, Bas Eickhou, tras el acuerdo alcanzado por populares, socialistas y liberales, que incluye a ECR en la ecuación.
Los Verdes se ofrecían como garantía de estabilidad para una coalición que no puede dar por hecho el apoyo granítico de las tres fuerzas que la sustentaban en la anterior legislatura. Pero el PPE prefiere mirar a su derecha y, además, tiene capacidad para armar una mayoría alternativa y no pretende renunciar a ella, aunque suponga pactar con los ultras.