Sherin fue una de las milicianas que en 2014 detuvo en Kobane el aparentemente invencible empuje del Estado Islámico en territorio sirio. La combatiente kurda de apenas 23 años pagó un alto precio por liberar a su pueblo del yugo del califato y ahora recuerda aquellas jornadas críticas y sangrientas.
¿Cómo era tu vida antes de la batalla de Kobane?
En 2011, cuando comenzó la guerra, estudiaba en el instituto. En aquel entonces surgió la amenaza del Frente Al Nusra (Al Qaeda) y no me pude unir a la primera llamada a filas para la autodefensa. En cuanto cumplí 18, en cambio, me puse rumbo al frente con otras tres mujeres de Kobane. Con la Confederación de Estudiantes de Rojava fuimos al cantón de Jazira, que estaba sufriendo el ataque de Al Nusra. Estuve tres meses allí sin ninguna clase de formación militar.
Cuando el frente se apaciguó, retomé mis estudios. También ayudaba a los estudiantes que estaban fuera. Después de cuatro meses, sin embargo, el Estado Islámico atacó los poblados del cantón de Kobane.
¿Qué situación generó esa ofensiva?
ISIS se acercaba por el Este y ocupaba los pueblos. La gente huía a la ciudad. Después comenzó a tomar los pueblos al oeste del Éufrates y cada vez más gente se concentraba en Kobane. Había dificultades con los alimentos y las personas se hacinaban en los sótanos. Finalmente, la batalla llegó a la ciudad. Cuando escuché el sonido de las explosiones, supe que Kobane sería destruida.
Algunas personas se suicidaban para no caer en manos de Daesh, porque era muy habitual que torturasen a quienes capturaban. Además, el Estado Islámico disparaba a quienes huían y estuve tres meses ayudando a los heridos en los hospitales de campaña turcos. Al final, no aguanté más la situación y volví a Kobane. La ciudad estaba devastada.
¿Volviste a combatir?
Sí, en tres días estaba en la línea del frente, ya que tenía muchos amigos en las YPG (Unidades de Defensa Popular). Carecíamos de medios y todo era muy complicado; no había comida ni agua para lavarse, el agua potable la asegurábamos con mucho esfuerzo.
Por no tener, no disponíamos ni de uniformes, peleábamos con ropa de calle. Estuve en la Calle 48 durante mes y medio y después mi destino fue Calle Aleppo. Los combates allí eran espeluznantes y estaba todo plagado de minas. Muchos milicianos cayeron ahí.
¿Cómo viviste aquello?
Psicológicamente fue muy duro y vi morir a muchos amigos. Durante la liberación de Kobane me movía de un grupo a otro con una ametralladora BKC y al final me hicieron líder de una unidad.
Poco antes de comenzar los bombardeos de la Coalición Internacional no quedábamos más de 100 combatientes en Kobane y Daesh controlaba el 85% de la ciudad. Aún así, estábamos allí porque queríamos, ya que tuvimos oportunidad de escapar. Teníamos la certeza de que íbamos a morir y estábamos dispuestas a hacer el sacrificio.
Gracias a esa mentalidad compartíamos todo lo que teníamos, la mayoría éramos voluntarios de Kobane sin formación militar. Ya sabíamos que el equilibrio de fuerzas no estaba de nuestra parte, pero la lucha no era solo por nosotras, era por toda la humanidad.
¿Cómo fueron los días anteriores a recibir la ayuda de la Coalición Internacional?
Cuando iniciamos la defensa de Kobane no esperábamos la ayuda de nadie. Daesh era muy poderoso y controlaba una gran extensión de territorio. En cambio, nosotros éramos una pequeña ciudad. Peleamos para que no destruyeran Kobane y cuando llegaron los bombardeos de la Coalición nuestra moral subió, combatimos aún más y vencimos al Estado Islámico.
A posteriori, parece evidente que los países de la Coalición debían intervenir y apoyarnos. De otro modo, ISIS hubiera prevalecido y atacado otras muchas naciones.
Tras liberar Kobane continuaste en la lucha.
Sí, emprendimos una campaña para liberar las aldeas de los alrededores también. Yo ingresé en un grupo de combatientes experimentados en Hassake y Sere Kaniye. Avanzamos rápido y vencimos al ISIS poco a poco.
Aún así, Daesh utilizaba a civiles como escudo humano, o se infiltraba entre ellos y sus suicidas se inmolaban con cinturones explosivos. Dos de mis compañeros fallecieron así.
En ese frente sufriste heridas graves.
Sí, en la aldea de Jaada. La tomamos sin resistencia, hablamos con los habitantes y buscamos miembros del ISIS. No dimos con ninguno. A las ocho de la mañana nos atacaron. Fue una batalla terrible, ya que los residentes árabes ayudaron a Daesh a tendernos la emboscada; nos dejaron entrar para lanzarse sobre nosotros.
En mi grupo éramos 12 y murieron 8. Yo estaba en una colina para controlar el pueblo. De repente, hubo una explosión y perdí el conocimiento. En ese momento no sentí nada, apenas que tenía la cabeza húmeda y que no veía por un ojo. Los que no murieron en esa explosión cayeron en manos de francotiradores.
El compañero que proveía de balas mi ametralladora resultó herido en la cabeza y no ha vuelto a ser el mismo. Ha perdido completamente la memoria. Las YPG nunca han perdido tantos voluntarios en una sola batalla.
¿Qué te ocurrió después de la explosión?
Enviaron refuerzos y nos sacaron de allí en ambulancia. Tenía esquirlas en la espalda y en la cara. Tras recibir atención médica primaria vieron que no podían hacer nada más por mí y me enviaron a un hospital de Turquía, a Urfa y luego a Gaziantep.
Necesité cuatro intervenciones quirúrgicas y, al final, una médica me dijo que tenía que darme una mala noticia. Me retiró la venda frente al espejo y vi que me faltaba un ojo. En el lugar en el que estaba solo había un vacío. Sonreí. Ella me preguntó sorprendida por qué. Yo le respondí que todos dejamos algo en la batalla de Kobane, en mi caso, un ojo.
En el combate asumimos que perderíamos la vida o una parte de nuestro cuerpo. Con el ojo de cristal estoy más guapa que antes (risas).
¿Cómo ha afectado eso a tu vida?
Lo que vi en Kobane me transformó. Yo no me arrepiento de nada, combatí convencida y motivada, quería librar del Daesh todo el mundo, no solo Kurdistán. En ese pueblo árabe no lo entendieron así y ayudaron al Estado Islámico.
Ahora participo en la autoadministración que las organizaciones kurdas han impulsado. No me voy a quedar en casa. Hemos avanzado pese a disponer de muy pocos recursos. Además, ver que Kobane está siendo reconstruida y que la gente vuelve a la ciudad porque se siente arraigada en ella, me llena de felicidad.
¿Qué certeza te ha dejado esta experiencia?
La necesidad de fortaleza psicológica. Un cuerpo no sana si la mente no goza de salud. La guerra ha destruido mentalmente a mucha gente y nosotros intentamos tratar a todo el mundo, incluso a los combatientes de Daesh, pese al daño que han provocado. Hay gente que no lo entiende.
La asistencia psicológica es fundamental. Más aún teniendo en cuenta que hemos vivido situaciones extremas. Por ejemplo, varios niños fueron secuestrados por el Estado Islámico. Tras unos meses conseguimos rescatarlos y ya no eran los mismos. Se habían fanatizado y llamaban infieles a sus padres. Llevó mucho tiempo solucionar el lavado de cerebro que el ISIS había llevado a cabo en unos simples meses.