Los refugiados sirios temen por su futuro tras la guerra: “No podemos volver”
Cada día desde hace tanto tiempo que ha olvidado cuándo comenzó, Abu Ahmed, un comerciante sirio, vende folletos sobre el Corán en el centro de Beirut con un ojo puesto en los clientes y el otro en la policía.
Lleva seis años en la capital de Líbano, ya que la guerra ha arrasado su tierra natal y ha arrojado a millones de refugiados como él a un exilio casi permanente. Mientras el conflicto de siete años se acerca a lo que muchos creen que es una resolución en el noroeste de Siria, Abu Ahmed teme ahora que su existencia exigua, pero hasta ahora segura, esté en peligro.
Las armas de la insurgencia han quedado en gran parte silenciadas en el centro y sur de Siria y los políticos de Damasco, Beirut y Amán afirman cada vez con más vehemencia que este país arruinado del que han huido al menos seis millones de personas ahora es seguro para que regresen.
Pocos sirios en Líbano parecen convencidos. “Yo serviría a mi país con orgullo y derramaría mi sangre por él con un sonrisa, pero así no”, afirma Abu Ahmed, de 41 años y oriundo de Guta, antiguo bastión de la oposición.
“No en este caos. No podemos regresar por el riesgo de venganza de nuestros vecinos. Te delatan y te llaman traidor y cuando quieres darte cuenta estás pudriéndote en la cárcel por nada. Mi pueblo está lleno de fuerzas del régimen y matones. ¿Cómo esperan que regrese?”, se pregunta.
Donantes internacionales, trabajadores humanitarios y diplomáticos también desconfían de la insistencia en que la Siria de posguerra es segura y se preguntan cuál es la motivación que se esconde tras estas afirmaciones. Afirman que no debería confundirse la relativa tranquilidad que vive Siria con un orden duradero, y que los llamamientos del presidente Bashar al Asad probablemente no les aseguran a los refugiados una cálida bienvenida.
Durante la guerra, las lealtades de la clase política de Líbano se dividieron respecto a Siria, con casi la mitad del Parlamento contra Asad y el resto respaldándolo. Ahora, con su gobierno en una posición ganadora gracias al apoyo de Rusia e Irán, algunos opositores están intentando reposicionarse. Mientras tanto, aquellos que fueron aliados están dispuestos a hacer lo que diga Asad. El mensaje de que a los refugiados les espera un panorama de seguridad y perdón es esencial.
“Invitamos a todos los países a tratar la cuestión siria de forma realista”, afirmó el ministro de Asuntos Exteriores libanés, Gebran Bassil. “A nadie le interesa que la economía libanesa colapse bajo el peso de tanta inmigración. Las circunstancias en Siria han cambiado y muchas zonas son seguras. No hay razón para que los refugiados se queden aquí”, añadió.
En Jordania, donde el Rey Abdullah se opuso a Asad en los primeros momentos de la guerra, el clima también ha cambiado. La bienvenida que se les ofreció a los refugiados sirios desde 2012 ha sido reemplazada por una creciente hostilidad y deportaciones forzadas. Abdullah dijo a principios de esta semana al comisario de Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi: “La comunidad internacional debe enfrentar su responsabilidad para con los países que han recibido refugiados y Jordania está primero en la lista. La crisis siria ha impactado en la infraestructura jordana, en la economía, en el sector educativo y en el bienestar”.
Muchos de los que han vigilado la crisis, en la que han fallecido al menos 600.000 personas y más de la mitad de la población ha quedado desplazada, señalan que las afirmaciones de que el panorama en Siria ha cambiado son falsas.
“Los sirios deberían poder decidir si se sienten a salvo como para regresar a Siria”, señala un antiguo miembro del equipo del Gobierno británico para Siria. “Debemos recordar por qué los sirios huyeron de sus hogares en primer lugar: bombas, ciudades sitiadas, hambruna, arrestos y torturas”.
“Los millones de personas que lo arriesgaron todo para llegar a Líbano lo hicieron porque no tenían otra opción. El hecho es que muchos sirios no estarán a salvo en Siria mientras Asad siga en el poder. Corren el peligro de ser arrestados, desaparecidos, detenidos, torturados y ejecutados”.
Líbano alega problemas económicos
En el centro de las afirmaciones de Líbano está el argumento de que la cantidad de refugiados ha perjudicado su agonizante economía y ha ocupado empleos en un país donde la tasa de paro está en aumento. Human Rights Watch (HRW) sostiene que las afirmaciones no están respaldadas por pruebas y que se está tratando a los refugiados como chivos expiatorios por problemas en la economía libanesa que preceden a la guerra.
“Desde luego, la guerra siria perjudicó la economía libanesa por el deterioro del comercio, pero eso no se relaciona con la crisis de refugiados”, afirma el investigador de HRW sobre Líbano, Bassam Khawaja. Es verdad que los refugiados han sobrecargado la infraestructura libanesa, desde el sistema educativo hasta la gestión de residuos, pero por otro lado, la comunidad internacional ha entregado más de 4.000 millones de euros en ayudas desde 2011. Y los refugiados gastan dinero para todo, desde alquileres hasta comida, lo que ha fortalecido la economía libanesa.
“Los países vecinos pueden decir que Siria es segura todo lo que quieran, pero eso no lo convierte en verdad. Mientras los refugiados tengan miedos bien fundados de ser asesinados o perseguidos en Siria, será ilegal que los países que los han recibido los obliguen o coaccionen para que regresen a su país”.
En la calle Hamra de Beirut, Umm Hani, una mujer de 49 años de la zona rural de Damasco, teme justamente eso: “Tengo tres hijos, todos mayores de 18 años”, dice. “Si nos hubiéramos quedado en Siria, habrían sido obligados a alistarse en el Ejército y no quiero ni permitiré que eso suceda. ¿Qué madre quiere que mueran sus hijos? Uno de mis hijos sufre de parálisis, los otros dos trabajan todo lo que pueden, pero aun así casi no llegamos a fin de mes. Nuestro pueblo se hizo famoso por los arrestos arbitrarios y no podíamos quedarnos. Estoy contando los días para poder regresar. Echo de menos mi hogar”, añade.
Igual que muchos refugiados, Umm Hani –no es su verdadero nombre– elige sus palabras con mucho cuidado. Otros que hablan con the Guardian dicen que oyen constantemente noticias desde Siria de que los que han regresado son vigilados de cerca por las fuerzas de seguridad y corren riesgo de ser detenidos, especialmente si vienen de países asociados a la oposición.
“Una Siria con 10 millones de habitantes fiables y obedientes al líder es mejor que una Siria con 30 millones de vándalos”, señaló en julio el general Jamal al Hassan, director de Inteligencia de la Fuerza Aérea siria y unos de los principales jefes de seguridad del país, a varios colegas de alto rango de otras agencias. Estos comentarios primero fueron difundidos por el Observador Sirio de Derechos Humanos, y posteriormente fueron confirmados. “Después de ocho años, Siria no aceptará la presencia de células cancerígenas y éstas serán erradicadas completamente”, aseguró Al Hassan.
La venganza es un tema recurrente en la retórica de los funcionarios sirios que han hablado de la fase de posguerra y de la inminente ofensiva sobre la provincia de Idlib con aliados en Beirut. “Cualquiera que haya estado en su contra será castigado junto con su familia y su clan”, asegura un experimentado oficial militar libanés que está en contacto constante con sus colegas sirios. “Son despiadados y han ganado. Tienen buena memoria y ésta es su oportunidad de tener el país que quieren”.
La impunidad también parece colarse en los discursos políticos libaneses. “Los políticos del Líbano han atacado a ACNUR por decir la verdad”, indica Khawaja, de HRW. “Es verdad que no existen garantías de seguridad en Siria y que en este momento no se puede incitar a los refugiados a regresar”.
La realidad de los sirios en el Líbano es difícil. Cifras de la ONU dicen que el 74% de los refugiados no tiene residencia legal, el 76% vive bajo el umbral de pobreza y más de 300.000 niños no asisten a la escuela. Cansados de sentirse sin esperanza y presionados, un flujo regular de refugiados está regresando a Siria a pesar del peligro.
Pero Abu Ahmed no es uno de ellos. Para él, los riesgos son demasiado altos. “Cuando vemos policías, nos agachamos y corremos. No tenemos permiso de residencia. ¿Que si regresaré pronto a casa? Lo dudo. ¿Me quedaré aquí? También lo dudo”.