Se suponía que las clases en casa de Seraphine Akwa eran un secreto. Había trabajado como profesora en un centro de educación primaria en Bamenda, en el Camerún anglófono, pero las repetidas amenazas obligaron al director a cerrar las puertas de la escuela.
Las amenazas proceden de los rebeldes separatistas, los Amba Boys, que desde hace dos años libran una lucha contra el Gobierno camerunés, francófono, para independizarse y formar su propio estado, Ambazonia. En este contexto, impusieron un boicot escolar en las regiones anglófonas para protestar contra las injusticias educativas contra los angloparlantes.
Miles de escuelas cerraron. Muchas fueron quemadas y ahora están en un estado ruinoso o invadidas por las malas hierbas. Los profesores han huido en masa de las regiones anglófonas.
En verano, el Gobierno de Camerún lanzó una campaña para promover la vuelta a la escuela, pero los enfrentamientos armados entre las fuerzas del Gobierno y los rebeldes persisten y, por lo tanto, cualquier niño que se acerque a un centro educativo cuando comience el curso escolar corre el riesgo de ser alcanzado por una bala. Hoy por hoy no se vislumbra un final claro para el conflicto.
A Akwa le costaba llegar a fin de mes [ya que desde que los rebeldes impusieron el boicot no tiene trabajo], así que cuando algunos padres que querían que sus hijos siguiesen recibiendo una educación, le propusieron que diera clase en su casa, ella accedió. Aceptó a siete alumnos con la condición de que fuera un secreto.
“[Los rebeldes] me dijeron que alguien les había contado que tengo alumnos en casa. Mentí y les dije que son los hijos de mis vecinos”, explica. “Uno de los rebeldes me mandó callar. Era el más joven del grupo. Me dijo que debía interrumpir las clases inmediatamente porque han impuesto un boicot total en Ambazonia. Yo estaba aterrorizada. Mis vecinos observaban la escena desde lejos. Les pedí disculpas y se fueron”.
El cierre de escuelas suele ser un daño colateral en muchos conflictos, pero en el Camerún anglófono la educación ha sido un importante factor desencadenante de la crisis y las escuelas y los maestros que todavía intentan trabajar se han convertido en un blanco de ataque.
Según el Centro para los Derechos Humanos y la Democracia en África, sólo 100 escuelas de un total de 6.000 permanecen abiertas. Las otras 5.900 se han visto obligadas a cerrar. Unicef señala que tras el boicot, el 80% de las escuelas tuvieron que cerrar, 74 fueron destruidas y 600.000 niños se han visto afectados por esta prohibición. El responsable de la educación básica en el noroeste del país ha afirmado que la asistencia a la escuela ha disminuido de 422.000 en 2017 a 5.500 niños.
3.000 escuelas cerradas
Las autoridades gubernamentales estiman que la cifra de escuelas cerradas asciende a unas 3.000 y han indicado que unas 200 han sido quemadas. El Gobierno afirma que han sido los separatistas quienes han incendiado las escuelas, pero los separatistas dicen que las fuerzas militares han destruido muchos de los centros educativos tras descubrir que estaban siendo utilizados como bases rebeldes.
Cuando los muchachos de Amba se fueron de su casa, Akwa canceló inmediatamente todas sus clases y abandonó Bamenda, para terminar en Logbessou, un barrio de Douala. Encontró trabajo, pero le cuesta llegar a fin de mes en la ciudad más grande de Camerún. En la ciudad no puede cultivar frijoles y maíz como hacía en el jardín de su casa y tiene que comprarlos.
A veces piensa en los alumnos que dejó atrás, como Noela, que estaba en la escuela primaria cuando comenzó la crisis, y que ya debería haber empezado secundaria. La niña no va a ir a la escuela. “Su madre le dijo que aprendiera un oficio”, lamenta Akwa.
Los líderes de la comunidad señalan que una de las consecuencias de que tantas niñas no asistan a la escuela es que la tasa de embarazos de adolescentes se ha disparado.
Por otra parte, muchos de los alumnos de más edad que interrumpieron sus estudios empezaron a ganarse la vida conduciendo motocicletas. Los habitantes de la ciudad de Kumbo explican que cuando el Gobierno decidió prohibir las motocicletas en gran parte de la región del noroeste, muchos de estos jóvenes se unieron a las filas separatistas.
George (nombre ficticio), un chico de 15 años, explica que él no fue reclutado por los separatistas porque le dan mucha importancia a la fuerza física y él no está muy desarrollado. Todavía lleva el jersey azul y blanco [de su uniforme] para abrigarse, pero no va a la escuela desde 2016. Para ganarse la vida, caza y está aprendiendo a cultivar la tierra.
“Quiero aprender. Quiero tener una educación porque quiero saber defenderme en el futuro. Lo cierto es que si este año su escuela sigue sin funcionar, el joven podría perder unos años de gran valor para su educación y llegar a la edad adulta sin estudios.
La cuestión de si deben apoyar la campaña de regreso a la escuela ha dividido a los separatistas anglófonos y a los líderes de la protesta. Según la periodista camerunesa Mimi Mefo, un líder local fue secuestrado el mes pasado cuando supervisaba las tareas de limpieza de un centro de educación secundaria.
Algunos que en su día impulsaron el boicot a las escuelas ahora abogan por su fin. Alegan que la larga interrupción en la enseñanza ha marginado aún más a las regiones anglófonas. “La protesta tenía el objetivo de mejorar lo que teníamos, no destruir lo poco que teníamos”, señala Mancho Bibixy, uno de los líderes más prominentes de la protesta.
El director de un centro de educación primaria de Kumbo se plantea volver a abrir en septiembre, pero se siente atrapado entre las exigencias del Gobierno y las amenazas de los separatistas.
“Nos reunimos [con los responsables de educación del Gobierno] y nos dijeron que las escuelas deben abrir este curso escolar”, explica el director de la escuela, que pidió no ser identificado. “Los padres quieren que sus hijos reciban una educación, pero los rebeldes nos han amenazado. Si se reúnen las condiciones de seguridad necesarias, muchos padres van a mandar a sus hijos a la escuela”.
Un alto el fuego
Sin embargo, muchos habitantes de las regiones anglófonas señalan que la seguridad no está garantizada. “[El Gobierno] no está tomando ninguna medida para demostrar que realmente quiere que los niños vuelvan a la escuela. No hay preparación”, lamenta un líder de la comunidad en Kumbo, que también pide no ser identificado porque no quiere convertirse en el blanco de las críticas. “Si Unicef y otros organismos pudieran pedir un alto el fuego, la escuela podría reanudarse sin problema”.
Este líder local ha estado impartiendo algunas clases sobre situaciones de conflicto, entrenando a los niños para que se tiren al suelo cuando escuchen disparos y para que no les resulte atractivo unirse a las filas de los Amba Boys.
Una directora de escuela ha hecho todo lo que estaba en sus manos para que su centro permaneciera abierto. Sin embargo, los padres han preferido que sus hijos se quedaran en casa porque les preocupa que queden atrapados en uno de los tiroteos entre los militares y los rebeldes.
“El año pasado, al inicio del curso escolar, pudimos inscribir a unos 43 alumnos, pero muchos dejaron de venir. Así que al final nos vimos obligados a cerrar la escuela”, indica.
Antes de esta crisis, a muchos profesores ya les costaba llegar a fin de mes. La directora del centro escolar de Kumbo incluso ofreció a sus profesores la posibilidad de trabajar en verano para que así pudieran tener otra fuente de ingresos, pero lo cierto es que los padres, preocupados por la situación, no dejaron que sus hijos fueran a la escuela; no apareció ninguno. Otros enviaron a sus hijos a Douala y Yaundé, las dos ciudades más importantes de Camerún. “Incluso si decidimos abrir las puertas cuando empiece el año escolar, ¿de dónde sacaríamos alumnos?”, se pregunta: “Todos se han ido”.
Traducido por Emma Reverter