La frontera en Irlanda y los invisibles del Brexit: “Cruzo la frontera seis o siete veces al día ¿Qué vamos a hacer?”
Protestantes, católicos, defensores de abandonar la Unión Europea o de permanecer en ella... En un pequeño tramo de la frontera irlandesa, lo único que todos tienen en común es la sensación de haber sido invisibilizados durante la crisis del Brexit. Ni siquiera la aparición en una zanja de Kevin Lunney, un hombre de negocios de la zona que fue secuestrado, torturado y dado por muerto, llegó a formar parte del debate político en Londres. Mucho menos en Downing Street, donde Boris Johnson llegó a comparar la situación en la frontera entre las dos Irlandas con el sistema de tarifas contra el tráfico que utiliza la capital británica.
A la gente de la zona no le sorprende la falta de interés de Westminster porque siempre ha sido así. “Es Irlanda del Norte, nadie nos quiere, ni en Londres ni en Dublín”, resume David Black inclinado sobre el mostrador de una ferretería en Fivemiletown, condado de Tyrone, Irlanda del Norte. “La gente ya está cansada de ser sólo el chivo expiatorio”.
“La gente más afectada por el Brexit es la de la frontera, pero no nos explican nada sobre el tema”, dice Brian Johnston, dueño de una tienda de suministros agrícolas y equinos en Lisnaskea (condado de Fermanagh). Unos 19 kilómetros al norte de la frontera, la comisaría fortificada de su pueblo trae desagradables recuerdos del pasado.
Irlanda quedó conmocionada con la agresión que en el cercano pueblo de Derrylin se cometió contra Kevin Lunney, gerente de Quinn Industrial Holdings. Un recordatorio de las palizas del IRA y de los temores de que la ley no haya imperado en esta parte de la frontera pese al acuerdo del Viernes Santo de hace 21 años. Pero la incertidumbre sobre el Brexit está generando temores más prosaicos sobre el día a día, como los precios de la vivienda, la forma de ganarse la vida o el ruido de fondo de una disidencia creciente.
“Tratamos de vender nuestra casa el año pasado, pero nadie la quería por la frontera”, explica Leanne Thompson, agricultora con tierras en la zona. “Los interesados decían que les gustaría comprar, pero que no querían arriesgarse a vivir en la frontera”.
La frontera traza un complicado zig zag con forma de herradura entre los condados irlandeses de Monaghan y Cavan y los condados norirlandeses de Fermanagh y Tyrone. “Para nosotros, lo más importante es la frontera, ¿que si podemos viajar? Los políticos sencillamente no entienden cómo es la vida aquí”, dice Thompson. Al salir de su casa, girando a la izquierda, se llega a la República de Irlanda. Si el giro es a la derecha, estamos en Irlanda del Norte. Pero si se sigue avanzando, en cuestión de minutos se llega de nuevo a la República de Irlanda, a medida que uno se acerca a Clones.
La granja de Thompson está en Irlanda del Norte, su electricidad viene de la República Irlandesa, los niños van al colegio en Irlanda del Norte y la granja de su vecino está en la República de Irlanda. La antigua calzada a la izquierda, que conecta a Clones con las dos vías principales, ya estuvo cerrada en otra ocasión. “Ahora no podrían cerrarla porque construyeron casas encima”, dice. Uno de los frutos de la paz que después del Brexit se convertirá en una pesadilla para las autoridades, con acuerdo o sin él.
Según el propietario de un taller que hay al final de la calle, en un tramo de unos cinco kilómetros que forma parte de Irlanda del Norte, la frontera va a ser dura. “Ya hay unidades móviles de aduanas haciendo registros aleatorios por alcohol y cigarrillos”, dice el señor, de 68 años. “A poco que lo intensifiquen habrá retrasos y demoras y eso es una frontera dura, no hacen falta torres de vigilancia ni soldados”.
La carretera, un camino rural de un solo carril, es la principal arteria entre Cavan y Monaghan. Por ella pasan camiones de carga y camiones cisterna para recolectar la leche sin que los conductores se den cuenta cuándo pasan de la N54 (nombre de la carretera irlandesa) a la A3 (nombre de la carretera de Irlanda del Norte) y de nuevo a la N54.
“Cruzo la frontera seis o siete veces al día, igual que la mayoría de mis clientes, ¿qué vamos a hacer después del Brexit?”, dice Brian Johnston. Para protegerse de un posible Brexit sin acuerdo, ha abierto un segundo local en Butlers Bridge, al otro lado de la frontera. De esa manera se asegura mantener el flujo de suministros si se establecen controles obligatorios sobre los productos agrícolas.
El Brexit representa una amenaza existencial para los productores de leche de la frontera, como Leanne Thompson. No tiene mucha fe en los políticos. “Faltan menos de 40 días para el Brexit y todavía no sabemos nada, nadie nos ha dicho nada”, dice. “Si no pudiéramos recolectar la leche a diario, o si hubiera un arancel, tendríamos que cerrar”.
El floreciente negocio lácteo se ha concentrado tanto que gran parte de la producción lechera se encuentra al sur de la frontera. El Brexit ha puesto al borde del acantilado a los agricultores del norte, aunque sea cuestión de metros o de pocos kilómetros. Ahora les pagan 24 céntimos por litro, pero un arancel de la UE por importaciones a la República de Irlanda añadiría 21 céntimos al coste, haciéndoles imposible competir.
Estas comunidades sufrieron divisiones en otra época debido a los controles fronterizos, los cierres de carreteras y el sectarismo. Ahora existe el temor de que el Brexit avive las antiguas divisiones. “De las ocho carreteras que llegaban a la ciudad, sólo dos o tres estaban abiertas durante el conflicto [de Irlanda del Norte]”, dice Ciaran Mulhall, administrador del centro deportivo The Peace Link. “Por eso la gente de las inmediaciones ni se molestaba en venir a Clones”.
The Peace Link se levantó con 6 millones de libras esterlinas de dinero de la UE [unos 7 millones de euros, al cambio actual] y ha sido esencial en la construcción de relaciones posconflicto mediante el deporte.
Rosslea (la ciudad natal de Arlene Foster, líder del partido Demócrata Unionista) está a solo 6 kilómetros. Pero durante el conflicto parecía una distancia de años luz. “Esos 6 kilómetros se convertían en un viaje de 26 kilómetros para llegar a Clones debido a los desvíos que había que tomar por el cierre de carreteras”, dice Mulhall.
La gente de Rosslea solía irse a Enniskillen, a 39 kilómetros, porque era menos problemático. Clones sufrió mucho y muchos negocios desaparecieron. “No había tiendas nuevas en la ciudad, los protestantes no venían a comprar ni a tomar una copa”, dice Mulhall. “Siempre hubo desconexión. La gente vivía a tres kilómetros pero los hábitos se formaron y quedaron arraigados. Cuando llegó la paz, todavía era difícil convencerles de que vinieran a la ciudad”.
Cinco años después de su apertura, The Peace Link ha demostrado ser un elemento de cohesión social y atracción para toda la comunidad. “Tenemos gente de todas partes, personas de más de 40 que crecieron durante el conflicto, que vienen y conocen a gente que no habrían conocido antes a pesar de que vivían al otro lado de la carretera”, dice Mulhall. “Los oyes decir: ‘Oh, es un buen tipo, son todos normales’”.
“Las sospechas entre protestantes y católicos seguirán durante mucho tiempo, pero en este lugar [el centro deportivo], la religión no importa tanto como antes”, dice.
Los negocios en Clones también se han reanimado, con un par de tiendas nuevas. “Aún es una quinta parte de lo que había antes del Conflicto”, dice Mulhall. “Sólo queremos lo que nos toca por justicia, recuperar lo que perdimos durante el conflicto, y el Brexit lo está poniendo en riesgo”.
“Si hay algún control en la carretera, estas personas volverán a sus antiguos hábitos y darán marcha atrás con todo lo que ha pasado”, concluye.
Traducido por Francisco de Zárate