Los horrores de Bucha han cambiado la forma en que los ucranianos vemos la guerra
“Es el segundo mes desde que Rusia empleó toda la munición posible para bombardear la región de Lugansk. Ahora están trayendo más equipos y movilizando reclutas... La batalla de aquí va a ser la más dura”, me dijo el gobernador de la región de Lugansk, Serhiy Gaidai, durante un encuentro reciente en el este de Ucrania.
Las intenciones de Rusia son claras con el Kremlin llamando “operación especial para liberar al Donbás” a su guerra contra Ucrania. Este 9 de mayo se celebra el aniversario de la victoria rusa en la Segunda Guerra Mundial y antes de esa fecha Moscú necesita algunos éxitos concretos para presentarlos en casa. Tras el fracaso de las tropas invasoras, que no han conseguido vencer al Ejército ucraniano para tomar Kiev y otras ciudades importantes como Járkov, Rusia se ha centrado en ocupar las partes del Donbás aún bajo el control del Gobierno ucraniano.
Según Moscú, hasta dos millones y medio de personas viven en el Donbás no ocupado. El territorio ya ha sufrido mucho desde que comenzó esta guerra, sobre todo en el sur. Según Pavlo Kyrylenko, gobernador de la región de Donetsk, “el 90% de Mariúpol no va a poder ser reconstruido”.
“Hasta 5.000 civiles podrían haber muerto durante el asedio que comenzó el 1 de marzo. Todavía quedan allí hasta 120.000 personas. La ciudad de Volnovakha, al norte de Mariúpol, ha sido sencillamente arrasada”, dijo. Nacido hace 35 años en Donetsk, Kyrylenko es un exfiscal que ahora forma parte de la lista de personas a matar en el territorio ocupado. Lleva ocho años sin volver a su casa en el Donbás y ha dejado de tener contacto con sus familiares allí.
Ser médico en una guerra
En este momento, los militares ucranianos solo controlan tres grandes ciudades industriales de la región de Lugansk. Severodonetsk, la ciudad más poblada y capital administrativa, sigue siendo bombardeada intensamente. Hace poco pasé unas horas allí y pude escuchar el sonido constante de las explosiones. Pocas personas tenían luz o buena señal en el móvil.
Roman Vodianyk, médico jefe del principal y ahora único hospital de Severodonetsk, puede hablar por teléfono gracias a una conexión satelital de Internet que se puso en marcha para darle comunicación a las instalaciones clave. La consulta de Vodianyk está repleta de medicinas pero él necesita cirujanos y más insulina. En la ciudad vivían 100.000 personas y ahora quedan unas 30.000.
Hace poco me reuní con Vodianyk en su lugar de trabajo y recorrí unas modernas instalaciones que habrían sido la envidia de muchos hospitales regionales. Pero los proyectiles habían alcanzado las bombonas de oxígeno traídas dos meses antes y uno de los departamentos había quedado seriamente dañado. Vodianyk me contó que su propia casa había sido destruida.
En los pasillos yacían los pacientes en sus camas. No es que el hospital estuviera lleno, sino que preferían estar lejos de las ventanas. Allí conocí a una mujer llamada Lyuba que había sobrevivido a un ataque producido unas horas antes. Los equipos de rescate la habían sacado de los escombros de su casa.
Preparados para un nuevo asalto
Yana, una profesora de inglés de 45 años, no tuvo tanta suerte. Llevaba desde el invierno escondida en el sótano del hospital junto a su hijo de 18 años Nikita, que tiene autismo. Decidió volver a casa con el objetivo de coger ropa más ligera para la primavera pero ella y su hijo fueron alcanzados por un proyectil en la calle. Yana murió y Nikita perdió una mano. Cuando lo conocí en el hospital, la mano que le quedaba no se separaba de la de Larysa, su abuela.
El gobernador Kyrylenko ha pedido a los habitantes de Donetsk que abandonen la zona. Está inquieto preparando a la región para un asalto colosal. El objetivo no es mostrar heroísmo sino salvar vidas. Su colega de Lugansk lamenta que muchas personas no entendieran la necesidad de evacuar antes de que las casas de sus vecinos fueran destruidas.
Las autoridades ucranianas tienen cuidado en no hacer pública la información sobre los lugares a los que están evacuando a los civiles, por temor, explican, a que las grandes concentraciones de personas puedan convertirse en objetivo militar.
Kyrylenko me habló de las lecciones aprendidas durante los últimos meses y de los preparativos del Donbás para nuevos ataques. Los supermercados y los almacenes han sido atacados así que el plan es entregar más alimentos y almacenarlos en instalaciones diferentes. Las caravanas de evacuación se dividirán en grupos más pequeños después de que el primer convoy de evacuación a Mariúpol, compuesto por 50 autobuses, fuera atacado y 20 vehículos fueran destruidos.
Desde Kiev, mi ciudad natal, me han perturbado las imágenes que llegan de Bucha y de Irpin. Son ciudades periféricas de clase media donde viven muchos de mis colegas y amigos. He visto fotos de una fosa común y he leído testimonios de violaciones y torturas. He contemplado la imagen de un anciano al que dispararon en su bicicleta y he escuchado una descripción de cuerpos mutilados en una morgue local. Llevo ocho años informando sobre la guerra en el este de Ucrania, especialmente sobre víctimas civiles y violaciones de los derechos humanos, pero nunca habíamos visto nada comparable con esto.
La sensación es que tras la masacre de Bucha vamos a tener que cambiar la forma de tratar esta guerra. Antes procurábamos comprender la estrategia militar de Rusia para prepararnos mejor. Pero el caso de una violación en un pueblo cercano a Járkov, las minas colocadas en el jardín botánico de Trostyanets, o los disparos contra hombres maniatados en los apacibles suburbios de Kiev no se pueden comprender sino como un deseo de castigar a los ucranianos.
Luchar por el Donbás
Gaidai, el gobernador de Lugansk, solía ser un gestor de crisis muy capaz. Se echó a llorar cuando le pregunté por Severodonetsk, su lugar de nacimiento. “Siento dolor porque estos cabrones están bombardeando todo, hospitales, guarderías. Hace poco reconstruimos una piscina, mi madre me enseñó a nadar allí, ¿esa piscina era culpable de algo?”, decía mientras se secaba las lágrimas. “No puedo mirar mi móvil sin ver peticiones de ayuda, esto es dolor reconcentrado”.
Gadai y Kyrelynko me contaron que el 24 de febrero los llamaron desde Rusia instándoles a ponerse del lado de Moscú. “Fue antes de aquella frase 'buque de guerra ruso vete a la mierda'”, recordaba Kyrylenko. “A mí no se me ocurrió una forma tan elocuente de responder, así que bloqueé el número”. Más tarde, los dos recibieron amenazas de muerte. Han amenazado a muchos alcaldes y autoridades del Donbás ucraniano, así como a sus familias.
El temor, explican, es que Occidente, y los que quieren llegar a cualquier acuerdo con Rusia, tengan la tentación de dejarle el Donbás a Vladímir Putin. Una estrategia de salida que permitiría al presidente ruso salvar las apariencias.
Tras conocer los horrores de Bucha, me aterra pensar en lo que le puede pasar a la gente del Donbás que durante los últimos ocho años se ha mantenido fiel al Estado ucraniano. No estamos hablando solo de burócratas y militares. Los habitantes de la zona trabajaban para empresas ucranianas y enseñaban en colegios ucranianos.
Antes de irme del Donbás fui a visitar a un amigo al que conocí hace ocho años durante un viaje como reportera. Mi amigo ha puesto en marcha una exitosa frutería. Aunque su mujer y su hija se han ido al oeste de Ucrania, él sigue en la zona para ocuparse de su empresa. Le di un abrazo y le insistí en que dejara lo que estaba haciendo y se fuera. Después de Bucha, no hay otra opción para Ucrania que luchar por el Donbás. La batalla podría ser larga y despiadada.
* Nataliya Gumenyuk es periodista ucraniana especializada en conflictos y asuntos exteriores, autora del libro La isla perdida: historias de la Crimea ocupada.
Traducción de Francisco de Zárate
6