“Intenté correr, pero las olas me tragaron”: hablan las víctimas del tsunami de Indonesia
Ya se habían llevado los 106 cadáveres, pero los restos de la fiesta del sábado en el complejo de playa Tanjung Lesung, situado en la isla de Java, siguen allí. El grupo de música pop Seventeen estaba actuando allí para sus fans y gente que estaba de fiesta cuando el tsunami lo arrasó todo. Ahora el lugar, situado frente al Estrecho de la Sonda, en la costa occidental de la provincia indonesia de Bantén, está plagado de sillas rotas y soportes de escenario doblados.
En sus tareas de búsqueda, algunas con ayuda de perros rastreadores, los soldados pasan junto a fundas de instrumentos vacías y abolladas mientras los drones sobrevuelan el lugar. Un policía admite discretamente que le sorprendería encontrar más supervivientes.
“Había hombres, mujeres y bebés”, cuenta el director del resort, Kunto Wijoyo. Cuando salió el sol el domingo, Wijoyo ayudó a trasladar los cadáveres que había por todo el resort. Dice que 106 personas murieron en la zona del hotel. En el comunicado del martes de las autoridades indonesias, el número total de muertos por el desastre era de 429.
Es probable que aumente el número de víctimas fatales. Más de 1.500 personas resultaron heridas y aún hay 154 desaparecidas por un tsunami que, como ya confirmó el g¡Gobierno indonesio, fue provocado por un desplazamiento de tierras en el volcán Krakatoa.
Las olas destruyeron cientos de casas y los datos oficiales hablan de 16.082 personas desplazadas en las regiones afectadas. Persiste el temor de que haya más edificios en riesgo de derrumbe o de que sean embestidos por nuevas olas.
En plena temporada de lluvias, Kusnadi, de 56 años, es uno de los muchos que han buscado abrigo en los campamentos de refugiados gubernamentales a lo largo de la costa de Bantén.
Le preocupa la estabilidad estructural de su hogar y también su propia salud mental. El domingo por la mañana vio dos cuerpos en la orilla y eso le sacudió hasta la médula, dice, mientras juguetea con un cigarrillo.
“No vi las olas, solo oí un ruido: 'Uuuuuuuuuurg'. No hubo ni una señal de lo que estaba por venir y me caí. Las casetas arrasadas, la gente corriendo, el agua persiguiéndome (…) Corrí por mi vida. Regresé por la mañana y vi dos cuerpos en la playa. Estaban hinchados, como si hubieran tragado demasiada agua. Creo que fueron empujados contra el muelle. Ahora tengo miedo de ver el océano, incluso cuando está tranquilo. No tengo valor para regresar a casa porque está junto a la playa”.
En el resto del animado campamento hay pocas exhibiciones públicas de dolor, pese a que el Gobierno indonesio ya admitió que no tiene sistemas de alerta contra los tsunamis provocados por volcanes. El sistema de boyas indonesio para alertar por maremotos no funciona correctamente desde el año 2012, pero un miembro del Gobierno dice que en 2019 comenzarán a construir uno que podrá detectar tsunamis causados por deslizamientos de tierra submarinos. Al director del complejo turístico Tanjung Lesung le gustaría que se construyera un rompeolas en la zona.
Pero los pensamientos de la mayoría de los lugareños permanecieron cerca de sus casas. Cubierta por un poncho de plástico, Lampung Omo, de 50 años, recogía en la mañana del martes un montón de madera astillada al borde de la carretera. Hasta hace unos días, allí estaba el puesto de comida de su hermana. “Este era su único ingreso”, recuerda Omo. “No puedo dejar de pensar en su futuro. Estoy traumatizada por lo que pasó, pero a lo mejor un día podamos reconstruir este puesto”. Hace un gesto hacia dos cucharas de metal sucias recogidas del suelo. “Ahora solo estoy buscando cosas que todavía se puedan usar”.
Al menos por el momento hay decenas de voluntarios disponibles para ayudar a los desplazados. La Cruz Roja; la organización caritativa cristiana World Vision; así como ONG locales como Aksi Cepat Tanggap, brindan asistencia médica y refugio junto a los servicios gubernamentales. Algunos dicen que los suministros se están agotando.
Aula Arriani trabaja con Cruz Roja en la provincia de Bantén y dice que están teniendo problemas para distribuir la ayuda debido a las advertencias oficiales de posibles nuevas olas peligrosas: “Nos estamos dando cuenta de que las comunidades están muy nerviosas”.
Lo que pasó este martes da una muestra del nivel de ansiedad, cuando en la aldea de Sumber Jaya corrió el rumor de que otro maremoto estaba a punto de estallar. El nivel del mar parecía subir y cientos de personas entraron en pánico. Llorando y agarrando a los niños pequeños huían del lugar subiéndose a la parte trasera de los vehículos o corriendo entre los coches para alcanzar la seguridad de terrenos más elevados.
“¡Agua, corran a las colinas!”, gritaban. La policía y los trabajadores de los equipos de rescate también trataron de ayudar en la evacuación, hasta que la mezquita local reveló la verdad por su altavoz: la línea de flotación estaba más arriba debido a la subida normal de la marea.
Bahrudin, de 40 años, trata de encontrarle el lado positivo al desastre. Su camioneta fue arrastrada hasta un campo inundado por el tsunami, que arrambló con una pared de dos metros antes de llegar al vehículo. Sonríe y responde “¡sí!” con entusiasmo cuando le preguntan por el seguro de su camioneta. Un nuevo y reluciente motor está en camino.
Pero no hay rastros de sonrisa cuando recuerda el momento en que le golpeó la ola. El sábado por la noche caminaba con sus amigos por la zona de la costa cuando la violencia de la ola le derribó. “Veía que las olas eran más altas que la pared”, dice. “Intenté correr pero no hubo tiempo, me tragaron. Quedé inconsciente y me desperté a unos 200 metros de allí, en aquel arrozal. Corrí a casa y por fortuna encontré que mi familia había sobrevivido”.
Pese a las numerosas manchas rojas de heridas frescas salpicadas por todo su cuerpo, Bahrudin dice sentirse entre los afortunados, simplemente por haber sobrevivido cuando tantos murieron.
Traducido por Francisco de Zárate