En un contexto en el que las maniobras contra Jeremy Corbyn están dando paso a una emboscada en toda regla, todavía es posible imaginar escenarios en los que sobrevive como líder pero resulta difícil creer que quiera serlo. No estoy de acuerdo con la afirmación de que el referéndum se ha perdido por culpa de su incompetencia, falta de liderazgo y su incapacidad por seguir centrado en este asunto y no dejarse llevar por el odio que siente hacia sus aliados conservadores.
Creo que no ha ganado porque no está a favor de permanecer en la Unión Europea.
Es tan cierto que Corbyn forma parte de la aristocracia de izquierdas como que Boris Johnson es un ricachón; la bicicleta, la barba, la honestidad y la falta de ambición personal, su pasado intachable en apoyo de los desvalidos y sus viajes a Sudamérica para completar su formación socialista. Su estirpe de izquierdas es increíblemente pura. Resulta irónico que un hombre que rechaza el elitismo recuerde siempre que tiene ocasión que sus padres se conocieron en la Sociedad de Conway Hall de Londres, en una comisión sobre la guerra civil española.
Esta historia deja entrever un legado. No se parece a la aristocracia tradicional por muchos motivos; por ejemplo, no mentiría para obtener la victoria. Sin embargo, comparte con esta un defecto: cuando el discurso gira completamente alrededor de ti y de tu pureza es difícil ser lo suficientemente ágil para que tus ideas se puedan mezclar con las de aquellas personas que son menos virtuosas, y puedas cambiar en un mundo cambiante. Corbyn se ha mostrado en contra de la UE desde la década de los setenta. Y nada de lo que ha dicho desde entonces parece indicar que haya cambiado de opinión, respeto a esta cuestión u otras.
No comparto la opinión de que ha sido un líder desastroso para el Partido Laborista; si él no hubiese estado al frente, la opción de salir de la UE habría ganado de todos modos y la conversación también habría girado en torno a la inmigración y se habría forjado la hipocresía racista.
Un líder laborista más moderado hubiese hecho más concesiones pero las voces más estridentes habrían ganado. Corbyn ha sido como un movimiento Occupy integrado por un solo hombre y ha ocupado el despacho del líder laborista en nombre de las personas (entre las que me incluyo) que sentían que el alto mando del partido estaba inerte y era víctima de un gran vacío intelectual. Ya hemos logrado transmitir lo que queríamos y ahora el aparato tiene que ponerse al servicio de un proyecto mejor.
Si todavía quieres irte, vota a los conservadores
Desde la década de los 90 que no se daba un momento más fructífero para un líder laborista. Los argumentos a favor de convocar elecciones presidenciales son constantes y se intensificarán en las próximas semanas. Cuando se haga todavía más evidente la absoluta falsedad de los argumentos a favor de una salida de la UE y sea obvio que no podrá controlar la inmigración, no habrá más dinero para la sanidad pública ni se invertirá en las zonas más desprotegidas, aumentarán las voces a favor de presentar los comicios como una revancha.
Es decir, no se pedirá otro referéndum sino frenar el artículo 50 de la Unión Europea (relativo a la posibilidad de retirada) y será el próximo gobierno el que decida la dirección a seguir. Si todavía quieres salir de la UE, vota a los conservadores. Si te has percatado, o ya sabías, que la campaña a favor del Brexit ha sido un acto vandálico, vota a los laboristas. El siguiente líder laborista podría encontrarse con algo real contra lo que luchar.
Y, sin embargo, esta vez la sustancia de los argumentos a favor y en contra de una salida será completamente diferente. Ninguno de nosotros supo explicar la belleza de la cooperación internacional; el Partido Laborista no es el único culpable. El lunes me encontraba en Berlín cuando el ministro alemán para Europa, Michael Roth, dijo: “Europa es un proyecto emocionante que todavía puede conmover a las personas”.
Yo quería sentirme conmovida. Aunque ya era demasiado tarde, lo reconozco. “Lo que tenemos de positivo”, explicó: “Es que no pensamos en blanco y negro”. Pensé que esta afirmación era la introducción de una lista pero no lo era; era el final. La esencia de esta emoción es la ambivalencia. La gran idea gira en torno a no expresarnos con mucha claridad. No es suficiente. “La UE tiene sus problemas, pero…” no es suficiente.
La razón por la cual percibimos como un bofetón el hecho de que Marine le Pen o Donald Trump nos felicitaran por los resultados del referéndum es que son racistas, autoritarios, estrechos de mente y tienen ideas caducas. Canalizan la energía del odio. Los principios que conforman la esencia del internacionalismo, es decir, la cooperación, la solidaridad, la unidad, la empatía, la apertura, canalizan amor. Los políticos solo pronuncian la palabra “amor” cuando hablan del matrimonio entre personas del mismo sexo. Sin embargo, como diría Lyndon B Johnson, los retos siguen siendo de capital importancia y la respuesta sigue siendo la misma: “O nos queremos, o nos morimos”.
El voto de la ira
Lo único positivo del resultado del referéndum es que cambiará la forma de expresarnos sobre la ira del voto. Los medios de comunicación y los políticos de ideologías diversas han hablado siempre con respeto de la ira de los desposeídos, de los que viven en el norte desindustrializado, abandonados por la globalización, de los que se esperaba que se alegraran por unas ganancias económicas de las que nunca se beneficiaban. Obviamente, este respeto no se traducía en medidas redistributivas.
En cambio, nunca se han respetado las pasiones de los partidarios a quedarse en la UE, a pesar de que suponen tres cuartas partes de los jóvenes del país. Parece interpretarse como el coto privado de los ricos del área metropolitana. El argumento clave en torno a la opción de quedarnos en la UE debería haber sido que solo así podíamos avanzar hacia el futuro con la suma de mentes brillantes y creativas del presente. Sin embargo, quedó reducido al argumento de que si nos quedábamos, todo sería más barato.
Si los partidarios de una salida hubiesen perdido, su rabia no habría disminuido. Y aunque un político les hubiese prometido cerrar todas las fronteras y hubiesen tenido un partido sin fisuras internas y partidario de poner barreras al comercio, su situación no habría mejorado.
La ira del bando progresista, sin embargo, puede canalizarse a través de otra vía: siempre dispuestos a apostar por el optimismo, la situación actual nos permite dejar de lado la ambigüedad y apostar por la claridad; dejar de lado las diferencias y apostar por la creatividad. Tal vez por vergüenza o desapego nos hemos desentendido de esta lucha durante demasiado tiempo.
Traducción de Emma Reverter