¿Qué tiene Nueva Zelanda para arrinconar a los partidos populistas? Gobiernos que funcionan bien y una prensa de calidad
La primera ministra laborista de Nueva Zelanda acaba de ganar las elecciones. Reconocida en todo el mundo como un freno al crecimiento global de la derecha y a la llegada al poder de hombres como Donald Trump y Jair Bolsonaro, Jacinda Ardern gobernará de nuevo, esta vez con mayoría absoluta.
Pero la histórica victoria de su partido de centroizquierda –con 64 de los 120 escaños, el mejor resultado en 50 años– no es la única forma en que las elecciones neozelandesas se han opuesto a las tendencias mundiales: los ciudadanos también han mostrado su rechazo a las consignas de algunos candidatos en favor del populismo, las teorías de la conspiración y el escepticismo sobre la COVID-19.
El escaso tirón que han tenido los movimientos populistas y extremistas se debe, según los analistas, a la satisfacción que desde hace tiempo siente una mayoría de los neozelandeses con el rumbo que ha tomado el país, mantenido durante gobiernos de centroderecha y de centroizquierda a lo largo de más 20 años.
“Mirando las cifras, los neozelandeses llevan básicamente desde 1999 contentos con su gobierno”, dice Stephen Mills, responsable de UMR, la empresa de sondeos del Partido Laborista. Desde entonces, y contando con el primer mandato de Ardern, ha habido dos primeros ministros laboristas y dos del Partido Nacional (centroderecha) que han encabezado gobiernos bastante moderados.
20 años de valoración positiva en las encuestas
Una pregunta que se repite en las encuestas desde 1991: “¿Considera que el país va por buen camino?”. Durante los últimos 21 años, la valoración ante esa pregunta en los sondeos de UMR se ha mantenido en “principalmente positiva”. Incluso durante la crisis financiera mundial y durante la pandemia de la COVID-19, que está provocando la mayor recesión de las últimas décadas.
Según Mills, durante el momento de máxima reacción de Nueva Zelanda al coronavirus, “la gente estaba profundamente satisfecha con el gobierno”. Ardern se ha ganado elogios en todo el mundo por las decisiones tomadas durante la crisis, situando al país entre los que menos fallecimientos han registrado. “Durante la COVID-19 se registraron récords en ese número [indicador de la satisfacción]. Si lo piensas, no es nada común para una pandemia”, dijo Mills.
En Curia Market Research, la empresa de sondeos del Partido Nacional, también incluye la pregunta sobre si la nación va en “la dirección correcta o en la equivocada”. Según David Farrar, fundador de la compañía, la respuesta lleva registrando un “fuerte resultado neto positivo” desde 2008. Es decir, la población, en su mayoría, piensa que el país va en la dirección correcta.
“Tenemos un sistema político que funciona, tenemos un parlamento de una sola cámara y unos servidores públicos imparciales”, dice Farrar. En comparación, señala, Estados Unidos lleva la mayor parte de los últimos 40 años con “resultados netos negativos”, lo que significa que la gente siente que el país va en la dirección equivocada: “Cuarenta años de sentimiento negativo. Eso es corrosivo”.
La prensa
En Australia, donde los medios de comunicación de Rupert Murdoch son criticados por promover la política de la confrontación y por aumentar el sentimiento populista, los sondeos sobre la “dirección correcta” también han sido a menudo negativos.
“Una gran razón por la que la política de Nueva Zelanda no está tan extremadamente polarizada ni tan lejos de la gente es que ya no hay medios de Murdoch y nunca se han afianzado”, afirma David Cormack, cofundador de una empresa de relaciones públicas y exjefe de políticas y comunicación en el Partido Verde, de izquierdas.
En Reino Unido antes del referéndum del Brexit de 2016, cuando el 52% votó por abandonar la UE, una mayoría sentía que el país iba en la dirección equivocada. En opinión de Farrar, ese sentimiento fue el que permitió que los movimientos populistas ganaran impulso, algo que la satisfacción de los neozelandeses ha evitado en gran parte.
La cultura local también contribuye a que se dé poca importancia a las opiniones marginales, en un país donde las exhibiciones públicas dramática son consideradas como algo ligeramente vergonzoso.
Creado para las elecciones de 2020, el partido Advance NZ [Adelante Nueva Zelanda], se hizo famoso por su campaña contra las restricciones de Ardern por la COVID-19, así como contra las vacunas; contra Naciones Unidas; y contra la tecnología 5G. Dos días antes de las elecciones, Facebook eliminó la página de Advance NZ por difundir información errónea sobre la COVID-19.
El partido solo cosechó el 0,9% de los votos: 21.000 papeletas entre un total de 2,4 millones, un resultado insuficiente para entrar en el Parlamento. “Son cínicos, narcisistas oportunistas y esto es absolutamente lo que se merecían”, dijo en la noche de las elecciones Emma Wehipeihana, analista política en la cadena 1 News. Sus comentarios fueron ampliamente aplaudidos en las redes sociales.
“No somos inmunes”
Pero para Farrar, Nueva Zelanda no puede declarar ganada la batalla contra las teorías de la conspiración. “No somos inmunes”, dice el encuestador, quien considera que no se puede hacer como si no existieran las 1.000 personas que acudieron a la presentación electoral de uno de los líderes de Advance NZ.
A su juicio, la definición de lo aceptable dentro del discurso político se ha ampliado debido a la campaña de Advance NZ. “Había una fuerza ahí, está madura y lista para ser recogida”.
Winston Peters, líder de New Zealand First, fue uno de los políticos que mejor personificaron el término populista en este ciclo electoral. Su carrera política podría terminar tras estas elecciones, en las que su partido no obtuvo el mínimo de votos para regresar al Parlamento.
Antes de la votación, Peters dijo a The Guardian que había llegado la hora de poner “fin a esa tontería de que de alguna manera el populismo es una categoría para gente sospechosa”. El 2,6% de los votos que cosechó este sábado (en 2017 obtuvo el 7,2%), hace pensar que la ayuda que los activistas pro-Brexit Arron Banks y Andy Wigmore dieron a su campaña no trajo la oleada de apoyo populista esperada.
Banks y Wigmore fueron dos de los hombres clave en la campaña ‘Leave’ para que Reino Unido abandonase la Unión Europea. Antes de las elecciones, el líder de New Zealand First y los “chicos malos del Brexit” habían dicho al medio de comunicación Newshub que con la campaña de Peters planeaban sembrar el “caos” en el voto neozelandés. Pero no pasó.
“A mí, desde luego, no me pareció que su campaña tuviera algún impacto real, aparte de redes sociales un poco más estridentes y una especie de agresividad exagerada en Internet”, dice Ben Thomas, exmiembro del gobierno nacional y consultor de relaciones públicas.
Según Thomas, el tono rebelde y opositor no le funcionó a Peters porque él fue parte del gobierno. “El Brexit fue un movimiento antisistema y Peters fue el viceprimer ministro”, dijo. Para Mills, director de la empresa de sondeos UMR, el paso de Peters al populismo fue el menor de sus problemas. “Tenía pinta de ser una campaña absolutamente ineficaz”.
El día después de las elecciones, otro conocido diputado que cayó en la retórica de la teoría de la conspiración –según él, sin darse cuenta– admitió su “enorme error”: Gerry Brownlee, líder adjunto del Partido Nacional, sufrió una derrota sorprendente con la pérdida del escaño de Ilam (Christchurch) que había ocupado durante un cuarto de siglo. Ahora está planteándose su futuro en política.
Aunque la derrota no puede atribuirse a un solo factor, el domingo recordó los comentarios que había hecho en agosto sobre la COVID-19, cuando sugirió que el Gobierno sabía más sobre el brote de lo que había contado a los ciudadanos.
“Hice un comentario frívolo que entonces fue lógicamente interpretado como si yo hubiera sugerido algo que no había sido mi intención transmitir”, dijo el domingo durante una entrevista en Radio New Zealand. “No creo que algo como la COVID-19 deba tratarse de otra manera que no sea con una extrema seriedad”.
Traducido por Francisco de Zárate
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