El “príncipe de las vacunas”, el millonario que dirige la fábrica de dosis de AstraZeneca más grande del mundo
Más de la mitad de las dosis de AstraZeneca, destinadas a cientos de millones de brazos por todo el mundo, las produce un multimillonario indio de 40 años aficionado a los jets privados y a los cuadros de Picasso.
Adar Poonawalla, autoproclamado “príncipe de las vacunas” es el director ejecutivo del Serum Institute of India (SII), el mayor productor mundial de vacunas. Una empresa que, antes de la irrupción del coronavirus, ya fabricaba más de 1.500 millones de dosis de vacunas para enfermedades como la polio, la difteria, el tétanos, la rubeola, el sarampión, la hepatitis B o la tuberculosis.
Las vacunas son el motivo por el que Poonawalla y su familia se han unido al club de los ultra ricos. Según el diario Times of India son la sexta familia más rica del país, con una fortuna estimada en más de 10.000 millones de euros.
La vida lujosa de Poonawalla
Entre su cartera de propiedades está Lincoln House, la mansión en Mumbai en la que estuvo alojada la Embajada de Estados Unidos en India. Pagó más de 100 millones de euros por ella y, cuando la compró, en 2015, era la casa más cara de la historia de India.
Poonawalla, educado en la St Edmund’s School de Canterbury, que cuesta 35.000 euros al año, y en la Universidad de Westminster firmó este año el contrato de alquiler de una mansión en el barrio de Mayfair, en Londres, por un precio récord, 58.000 euros a la semana.
La propiedad, de 2.300 metros cuadrados, es 24 veces mayor que la media de los hogares ingleses. En ella hay una casa para invitados y tras ella se abre uno de los jardines secretos del barrio. Se la alquila a la multimillonaria polaca Dominika Kulczyk, que pagó más de 60 millones de euros por ella hace un año.
Poonawalla, casado y con dos hijos, viaja en helicóptero y avión privado. Posee cuadros de Picasso, Dalí, Rembrandt y Rubens y tiene una colección de 35 coches exclusivos. Puro lujo. Ferrari, Bentley, Rolls Royce y un Mercedes 350 convertido en Batmobile.
En su página web reconoce que su estilo de vida puede parecer exagerado. “Es fácil creer que Adar Poonawalla es un niño pijo … que se hace fotos con caballos de carreras”, dice su web. “La ostentación es una pose”. En realidad, es “un joven serio formado por un jefe difícil, su padre Cyrus Poonawala”.
El mundo debía estar listo para una pandemia
Producir vacunas no fue idea suya sino de su padre, Cyrus, que fundó SII en 1966 como negocio paralelo a su criadero de caballos de carreras de 81 hectáreas, Poonawalla Stud. Al principio, utilizaron suero de caballos de raza pura para producir vacunas contra la difteria, el tétanos y la fiebre escarlata-.
Pero Poonawalla convenció a su padre para apostar fuerte por las vacunas después de asistir a una charla de Bill Gates en 2015. El cofundador de Microsoft, multimillonario también, convertido ahora en filántropo, advertía entonces de que el mundo no estaba listo para una nueva pandemia.
Poonawalla dijo a the Hindustan Times que “quería estar preparado para una pandemia desde que escuché la charla Ted de Bill Gates en la que habló con claridad de que deberíamos estar más preocupados y preparados para situaciones como esa”.
Multiplicó por dos la capacidad de producción de su empresa y comenzó a fabricar más vacunas para países en vías de desarrollo por encargo de la Organización Mundial de la Salud y la alianza Global para las Vacunas y la Inmunización (Gavi), una de las organizaciones sin ánimo de lucro financiadas por Gates en la que Poonawalla ocupa un puesto directivo.
El apodo de “príncipe de la vacunas” quedó asociado a Poonawalla cuando lo nombraron director ejecutivo de SII en 2011. Sucedió en el cargo a su padre que pasó a ser presidente del grupo.
La necesaria aportación frente a la COVID-19
Cuando el coronavirus comenzó a golpear al planeta, Poonawalla tenía que tomar una decisión: “No hacer nada y ver cómo se desarrollaban los hechos o ponerse al frente”. Asumió el riesgo.
SII colaboraba por entonces con la Universidad de Oxford para desarrollar una nueva vacuna contra la malaria y sus empleados pidieron colaborar con la vacuna que estaba desarrollando el equipo dirigido por la doctora Sarah Gilbert.
En mayo de 2020, Poonawalla mantuvo una videollamada con el consejero delegado de AstraZeneca, Pascal Soriot, y negociaron un contrato por el que SII fabricaría 1.000 millones de dosis en 12 meses. Más o menos la mitad del total.
Ese mismo mes, llegó un paquete al inmenso campus de SII en Pune, 150 kilómetros al sudeste de Bombay. Envuelto en hielo seco, había un vial con los ingredientes necesarios para comenzar a fabricar la vacuna de Oxford: sustrato de células para hacerla crecer siguiendo una serie de instrucciones. Lo que no llegó entonces fue el resultado de los ensayos clínicos ni las autorizaciones que garantizaban que la vacuna no solo fuera efectiva, sino segura. Todavía apenas habían empezado los ensayos.
No obstante, Poonawalla dio la orden de que tres de sus fábricas –que en aquel momento producían otras vacunas muy lucrativas- pasaran de inmediato a fabricar la de Oxford/AstraZeneca para el coronavirus, con el nombre AZD1222.
“Nadie desea una pandemia, pero nosotros estábamos diseñados en la práctica para una pandemia”, dijo durante una entrevista concedida este mismo año a the Guardian desde la oficina que tiene en su Airbus 320, un avión al que él mismo se refiere como “parecido al Air Force One”.
“Producimos 1.500 millones de dosis de vacunas anuales. Nunca nos imaginamos que el mundo entero dependería tanto de nosotros pero nadie tiene nuestra capacidad de incremento en la producción”, dijo. La decisión de invertir, según él, fue fácil. “Somos una empresa privada y ”no rendimos cuentas ante inversores, banqueros ni accionistas“.
“Consistió en una conversación de cinco minutos entre mi padre y yo”. “Fue una gran apuesta, muy grande. La gente decía que estaba loco o que era estúpido por una apuesta tan grande en un momento como ese”.
Cuando la vacuna fue aprobada por primera vez por el regulador de productos farmacéuticos del Reino Unido (MHRA, en sus siglas en inglés) en diciembre de 2020, SII ya había fabricado 40 millones de dosis. La Organización Mundial de la Salud la aprobó en febrero igual que la agencia del medicamento de la UE. El regulador de Estados Unidos aún no la ha aprobado.
SII produce ahora 80 millones de dosis al mes y espera llegar pronto a los 100 millones. Un incendio en una de sus fábricas ha supuesto un gran piedra en el camino para cumplir su objetivo.
Su gran capacidad de producción ha colocado a la empresa y a Poonawalla en el foco político global. El mundo pelea por las dosis existentes e India, que ve como aumentan sus casos de COVID-19, quiere que la vacuna fabricada en el país les inmunice a sus ciudadanos antes de exportarse.
El mes pasado Poonawalla tuiteó: “Queridos países y gobiernos, mientras esperáis los suministros de Covishield [nombre de la versión de la vacuna de AstraZeneca fabricada por el SII] pido con humildad que por favor seáis pacientes, el Serum Institute ha recibido instrucciones de priorizar las necesidades de India… hacemos lo que podemos”.
El retraso en la vacuna para otros países
La semana pasada, el Gobierno indio aprobó una prohibición de facto que durará dos o tres meses a la exportación de vacunas que tendrá consecuencias para Europa y los países de ingresos medios y bajos que forman parte del sistema Covax de la Organización Mundial de la Salud.
De regreso en India, Poonawalla está construyendo otra fábrica. Las instalaciones, que costarán 400 millones de dólares y se espera abrir en 2024, están diseñadas para producir 1.000 millones de dosis de vacunas anuales. Puede ser demasiado tarde para ayudar en el proceso de vacunación contra el coronavirus pero Poonawalla tiene la cabeza en la próxima pandemia.
“Quizás no suceda en lo que me queda por vivir, pero al menos durante la vida de mis hijos habrá otra pandemia”, dijo a Bloomberg. “Y estoy listo para apostar a que será mucho peor que esta”.
Traducido por Alberto Arce.
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