El hijo del rey saudí toma las riendas de las reformas y de la guerra
En todas las vallas de las carreteras que bordean las relucientes torres de Riad aparece un anciano de mirada bondadosa pero estricta. A la derecha del rey Salmán bin Abdulaziz se sitúa su sobrino, el príncipe heredero Mohamed bin Nayef, un hombre de mediana edad y con gafas. A la izquierda del monarca, se sienta su hijo preferido, Mohammed bin Salman. El joven príncipe es el segundo en la línea de sucesión. “Prometemos escuchar y obedecer”, afirma el lema que acompaña a la fotografía. Los tres hombres visten la tradicional túnica suelta y se cubren la cabeza con la ghutra.
Este mensaje de la familia real saudí, lleno de humildad pero no del todo convincente, marca el primer aniversario del turbulento reinado del rey Salmán. Durante este periodo, se han producido importantes cambios en el reino, en los países vecinos y en Oriente Medio. La caída del precio del petróleo, la guerra en Yemen, los recientes gestos de Estados Unidos hacia Irán, las tensiones sectarias y los violentos yihadistas del Estado Islámico también han dejado huella. “Arabia Saudí es más autoritaria, menos previsible y probablemente más volátil que antes”, afirma un diplomático residente en Riad.
Salmán, de 80 años, es el último hijo del rey Abdulaziz Ibn Saúd, el fundador del país que lleva su nombre, que tendrá el título de custodio de las Dos Mezquitas Sagradas, en referencia a La Meca y Medina. La elección de Bin Nayef como su príncipe heredero en la primavera pasada implica que la siguiente generación asumirá el control del reino en el futuro.
Sin embargo, en los últimos meses es Bin Salman, el ministro de Defensa y el todopoderoso responsable de la economía del país, el que ha sido noticia. El hijo del rey ha liderado la estrategia en torno a Yemen y ha impulsado reformas para controlar el déficit presupuestario y prepararse para el fin de la era del petróleo que, según insinúan algunos, podría arrastrar al autocrático Estado rentista que sostiene.
El príncipe, de 30 años, es tan alto como su venerado abuelo pero más rechoncho. Alguien manipuló las imágenes de ambos y las convirtió en una, que se convirtió en viral en las redes sociales. Atrae el entusiasmo de sus conciudadanos y la atención internacional. Nació en 1985 y su edad es parecida a la de muchos de sus compatriotas. “Realmente sabe qué es la PlayStation”, afirma un sonriente admirador de mediana edad que, como muchos otros entrevistados, prefiere no dar su nombre.
Propaganda y adulación
Eficacia, innovación e independencia son las consignas de una campaña de relaciones públicas estudiada hasta el último detalle y que los medios de comunicación saudíes transforman en adulación con bastante frecuencia. “Las voces que normalmente son más críticas ahora cantan al unísono”, indica un observador internacional con mucha experiencia. “Sí, es listo, pero tiene demasiado poder y poca experiencia, y eso preocupa a la población”, dice una académica saudí.
Además, la transparencia brilla por su ausencia. Los rumores sobre la monarquía se multiplican en Twitter. El uso que hacen los saudíes de esta red social no tiene precedentes en ningún otro país del mundo. Los rumores y las denuncias sobre excesos, corrupción y las luchas internas, en su mayoría anónimos, son imposibles de verificar, aunque los más interesados parecen estar informados de todo. “Sin duda hay príncipes que temen el poder de Bin Salman”, señala el diplomático: “Se están distanciando de él para que la culpa recaiga sobre sus espaldas si algo va mal”.
El resentimiento hacia la riqueza y los privilegios de la familia real es fácil de apreciar, incluso en una conversación informal sobre, por ejemplo, la elevada suma de dinero que se pagó a los príncipes por unas tierras de su propiedad bajo las que se tenía que construir el metro de Riad, un ambicioso proyecto que interrumpe el tráfico y causa grandes embotellamientos en el centro de la desgarbada capital.
“Los Al Saúd son lo mejor de lo peor”, dice un funcionario de mediana edad. “Son como unos 40.000 miembros. Sin ellos, estaríamos como los yemeníes”. La sangrienta guerra del país vecino, que estalló en marzo, se percibe como una cuestión de autodefensa aunque el elevado coste y la duración de este conflicto son causa de preocupaciones.
Según la sabiduría popular, la familia gobernante no propiciará su propia caída con luchas intestinas porque los conflictos descarnados de los Al Saúd y sus rivales les han enseñado una lección: las luchas intestinas deben evitarse a toda costa. “Todas las familias tienen desacuerdos”, indica el banquero Talal Rizk: “Y los Al Saúd no son una excepción, pero se respetan”.
Heredero hasta que se deja de serlo
Bin Nayef, de 56 años, “el hombre que mantiene el país unido” según una expresión árabe coloquial, sigue siendo popular, sobre todo porque él derrotó a Al Qaeda hace una década, cuando Osama bin Laden y sus seguidores representaban un grave peligro. A los gobiernos de Occidente, deseosos de que la cooperación antiterrorista se mantenga, también les gusta.
Sin embargo, el segundo en la línea de sucesión, mucho más joven que él, le está robando protagonismo. Los saudíes especulan en voz baja sobre la posibilidad de que el rey Salmán abdique en favor de su hijo y se salte a Bin Nayef, que no tiene descendencia masculina (sí tiene dos hijas). El año pasado se marcó el precedente: el rey retiró el título de príncipe heredero a su hermanastro y puso en su lugar a Bin Nayef. Sin lugar a dudas, se trata de un título importante, aunque no siempre vitalicio.
Los saudíes desprecian a los extranjeros que están fascinados por las intrigas de sus sigilosos gobernantes. “En Occidente os encantan estas maquinaciones, pensáis que es como Las mil y una noches o Juego de tronos”, sentencia un joven intelectual con una carcajada. La mayoría piensa que la familia real se mantendrá unida por interés. Las predicciones sobre la desaparición del reino, debido a luchas internas, una crisis o la quiebra, han existido desde que se fundó en 1932. Hasta ahora los agoreros, entre los que se incluyen los opositores más optimistas, se han equivocado.
El nuevo ambiente de cambios que se respira en los palacios de Riad solo convence a parte de la población. En el último año, también ha aumentado la represión, aunque no se dispone de información. Los más críticos con estas medidas se muestran reacios a hablar. E incluso los que creen que un cambio es posible son conscientes de las limitaciones. “Este país se encuentra en un momento decisivo”, indica Mohamed al-Zulfa, historiador y exmiembro del consejo consultivo saudí (Majlis al-Shura). “Las nuevas generaciones son más exigentes con el Gobierno. El Gobierno quiere satisfacer sus deseos y necesidades pero los dirigentes religiosos se oponen”.
Abdulá, el predecesor del rey Salmán, promovió los derechos de las mujeres y la educación superior, se enfrentó a los poderosos ulema (doctores en Derecho islámico) y cuestionó los pactos que estos habían hecho con su padre cuando se fundó el país. Sin embargo, el actual rey, que durante décadas fue el gobernador de Riad, siempre ha tenido una relación muy estrecha con los ulema.
Está en juego algo más que la ausencia de salas de cine y de otras actividades de ocio, que lleva a muchos saudíes a pasar el fin de semana en Dubái o Bahréin, donde pueden relajarse, tomar bebidas alcohólicas y llevar una vida menos austera. Los ambiciosos planes de Bin Salmán para el desarrollo del turismo en la impoluta costa del Mar Rojo tampoco recibirán una buena acogida. “La oposición de los ulema a cualquier iniciativa de reforma contribuyó a la formación del Estado Islámico”, indica Mazen Sudairi, un hombre de negocios.
El ministro de Educación, Ahmed al-Issa, que ha publicado un libro en el que critica los planes de estudios de las escuelas, ha intentado reducir el poder de los ultraconservadores wahabíes. Pese a ello, una de las primeras medidas de Salmán fue sustituir al hombre a quien Abdulá había confiado la jefatura de la policía religiosa (Haya) y nombrar a un partidario de la línea dura.
El príncipe Turki al Faisal, miembro de la realeza y exjefe del servicio de inteligencia, explica que se han limitado las muestras de “exceso de celo” pero puntualiza que “ningún gobernante saudí prescindirá o disolverá la policía religiosa porque es una parte esencial de la ley islámica, la sharia”.
Aumento de las ejecuciones
Los aires de cambio tampoco llegan a la pena de muerte. En el primer año de reinado de Salmán se han llevado a cabo un gran número de ejecuciones, entre las que se incluyen las de los 43 terroristas de Al Qaeda condenados recientemente y la del clérigo chií Nimr al-Nimr, al que el Gobierno presentó ante la opinión pública como un subversivo violento y sectario. Estas sentencias de muerte contaron con el apoyo popular y se interpretaron como una medida necesaria para detener al Estado Islámico y a Irán, los dos principales enemigos del reino.
Los saudíes a menudo se quejan de que los medios de comunicación internacionales no los entienden y tergiversan la realidad. Sin embargo, algunos sectores de la población se han percatado de que para que mejore la comprensión se necesita algo más que una buena campaña de relaciones públicas.
Su mala imagen en lo referente a las violaciones de los derechos humanos no ha hecho más que empeorar con el caso del bloguero Raif Badawi, que defiende la libertad de pensamiento y que fue condenado a recibir mil latigazos, y el caso del poeta palestino Ashraf Fayadh, que se enfrenta a una condena a muerte por el crimen de “apostasía”. Sus amigos creen que lo quieren castigar por un vídeo que colgó en Internet, que mostraba a la policía religiosa de la ciudad de Abha azotando a un hombre en público.
Los más progresistas están consternados. “Harán mucho daño y total, para nada”, dice uno. Sin embargo, son pocos los que culpan al rey Salmán o a los “dos Mohammed” o cuestionan su promesa de “escuchar y obedecer”. Señalan a los jueces intolerantes que quieren promover la dureza de la ley islámica. “Badawi no es más que el hueso lanzado por nuestro Gobierno para apaciguar a los conservadores” dice un hombre de negocios de Yeda, que pide permanecer en el anonimato a cambio de hablar públicamente sobre una cuestión tan delicada. Y concluye: “Los extremistas matan”.