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Una tarde con la alcaldesa de Vasilkov, la pequeña ciudad convertida en gran objetivo militar

Un incendio en un depósito de petróleo después de un ataque con misiles rusos en Vasilkov, al suroeste de Kiev.

Shaun Walker

Vasilkov (Ucrania) —
1 de marzo de 2022 22:56 h

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Natalia Balasynovych, la alcaldesa de Vasilkov, se despertó el jueves a las 5:13 de la mañana pensando que en la calle había un espectáculo de fuegos artificiales. Enseguida se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo en realidad: Vladímir Putin había lanzado su ataque contra Ucrania. Los misiles llovían sobre la ciudad.

A unos 30 kilómetros de Kiev, Vasilkov es una tranquila y agradable ciudad de 36.000 habitantes. Pero en ella hay un aeródromo militar y uno de los cuatro centros de control de defensa aérea de Ucrania, y eso la ha convertido en uno de los primeros objetivos militares para los rusos. Si controlan su aeródromo, podrán desembarcar soldados para avanzar sobre Kiev desde el sur.

Balasynovych estaba al tanto de todos los cálculos sobre una posible invasión rusa y, como alcaldesa, había repasado los simulacros para saber qué hacer si finalmente tenía lugar. Pero “en el fondo de su corazón” no creía que fuera a suceder, dice.

Cuando saltó de la cama el jueves, enseguida quedó claro que se había equivocado. “Tuve diez minutos de pánico corriendo por la casa y sin tener ni idea de qué hacer; luego me recompuse y me puse a trabajar”, recuerda en una entrevista en un edificio fortificado y custodiado por voluntarios con armas. La administración local está trabajando desde allí para mantener la ciudad en funcionamiento.

Trabajar entre bombardeos

Balasynovych, de 37 años, lleva en la política local desde los 20 y es conocida por defender los derechos de las mujeres y de las víctimas de violencia de género. Ahora coordina la respuesta de su ciudad a la agresión rusa.

Entre su equipo de concejales, transformados en organizadores militares y defensores locales, le ha sorprendido descubrir quiénes eran los más resistentes. “Mi secretaria tiene 19 años y está aquí prácticamente las 24 horas del día, no le asustan las bombas y es muy intrépida. No lo habría imaginado”, dice. Su asesor económico, Andriy Melnyk, se ha convertido en el comandante de las “fuerzas de defensa territorial” de Vasilkov.

Han repartido armas a todo el que se ha presentado y pide una. Balasynovych reconoce que eso podría alimentar una hecatombe de violencia doméstica en el futuro. “Pero, por ahora, la victoria es lo más importante”, dice.

Durante la tercera noche del asalto ruso, Vasilkov volvió a ser atacada con misiles. Esta vez el objetivo era un almacén de combustible que explotó con un estruendo enorme que retumbó por toda la ciudad. El lunes por la tarde seguía saliendo humo del lugar. También fue alcanzada una escuela técnica situada en la calle principal, creando un cráter enorme en el centro del edificio y arrojando tuberías y escombros en un área extensa.

En el momento del ataque, Balasynovych estaba en un sótano junto con otras 70 personas. Las paredes empezaron a temblar y todos estaban aterrorizados. “Llamé al sacerdote del monasterio local, lo puse en videollamada y rezamos todos juntos; pensé que era el último momento de mi vida”, dice.

En medio de los ataques han empezado a trabajar en serio para mantener los suministros vitales de la ciudad, como la alimentación. La escasez de comida y de combustible amenaza con hacer la vida aún más difícil a los millones de ucranianos que buscan refugio ante la agresión de Putin.

El lunes, tras el toque de queda de 39 horas del fin de semana, los residentes han podido salir para abastecerse de víveres y hay largas colas en farmacias y supermercados. Otras tiendas siguen cerradas.

Qué pasó exactamente

En medio de la confusión y de las estrategias deliberadas de desinformación de los últimos días, ha sido difícil precisar lo que ha ocurrido exactamente en muchos lugares de Ucrania y Vasilkov no es una excepción.

Autoridades ucranianas aseguran que durante el fin de semana derribaron en vuelo dos aviones de transporte Iliushin con los que el Ejército ruso intentaba trasladar soldados y material militar hasta Vasilkov. También afirman que las tropas rusas lanzaron un asalto contra la base aérea y fueron rechazadas.

Balasynovych lo confirma y su asesor económico devenido en comandante, Melnyk, dice que él mismo se enfrentó en un tiroteo con soldados rusos llegados por aire. Balasynovych dice que hubo “unas 10” bajas en el lado ucraniano y 28 personas aún en el hospital. Pero no han aparecido pruebas públicas convincentes sobre los dos aviones derribados ni sobre la llegada de paracaidistas a Vasilkov.

Según Michael Kofman, un analista militar que está siguiendo de cerca el ataque ruso, “hasta ahora no ha habido pruebas de asalto aéreo ruso a Vasilkov, aunque en los primeros momentos las fuerzas rusas pueden haber enviado hasta allí a un destacamento de fuerzas terrestres desde el norte”.

También son difíciles de confirmar las afirmaciones de Balasynovych sobre la existencia de una amplia red de agentes rusos viviendo en los pueblos y aldeas de la zona. Según la alcaldesa, muchos de ellos habrían pasado meses mezclados con las comunidades locales y ganándose la confianza de la gente para registrar meticulosamente los objetivos militares y tomar mediciones que luego hacían llegar a sus jefes en Moscú. 

Cuando se le piden pruebas o más información sobre el arresto de estos agentes, Balasynovych invoca el secreto militar. De lo que no hay duda es de los ataques con misiles contra Vasilkov. El lunes por la tarde, los estudiantes recorren conmocionados los restos destruidos de su antigua escuela técnica, a la que posiblemente alcanzó un misil dirigido a la escuela militar del otro lado de la calle.

Vínculos familiares con Rusia

Imágenes como estas han contribuido a consolidar un estado de ánimo que durante los últimos ocho años ha ido madurando lentamente en ciudades como Vasilkov, que nunca fue conocida como un foco de nacionalismo ucraniano. “Una de cada dos personas aquí tiene vínculos familiares con Rusia”, dice Balasynovych. 

Los hombres venían de toda la Unión Soviética a Vasilkov para estudiar en su academia de aviación. Uno de ellos fue el abuelo de Balasynovych. Criado en Rusia, conoció en un baile militar a una mujer local y se instaló en Vasilkov. Incluso ahora, parte de la familia de la alcaldesa vive en Bielorrusia, con un primo que es paracaidista en el ejército bielorruso. Ahora que Bielorrusia está más cerca de participar con tropas en la guerra de Putin, Balasynovych se enfrenta a la perspectiva de tener a su propio primo luchando para hacerse con su ciudad.

Mientras habla de estas divisiones dolorosas, la llaman por teléfono: en un puesto de control a las afueras de la ciudad han detenido a un grupo de saboteadores rusos. Algunos habían sido abatidos pero había uno vivo que todavía podía hablar. “Quiero mirarle a los ojos y hablar con él”, dice. Se pone un chaleco antibalas –por primera vez, según ella– y llama a una furgoneta con las lunas tintadas.

La furgoneta fue adquirida mediante una subvención internacional y se usa en tiempos normales para transportar hasta un refugio a las víctimas de violencia de género desde lugares de toda Ucrania. Balasynovych la usa ahora para recorrer la ciudad, por lo general acompañada de hombres armados.

De camino al encuentro con el ruso capturado pasa por un puesto de control en el que un hombre da lecciones para fabricar cócteles molotov, el símbolo de la nueva resistencia ucraniana. Allí está Volodímir Kravets, un veterano de las fuerzas soviéticas de 83 años, pidiendo unos cuantos cócteles molotov para lanzar desde su casa, justo al final de la calle del puesto de control. 

Kravets cuenta que en 1959 hizo su servicio militar en el extremo norte de Rusia y solía sentir afecto por el país. Pero ahora está asqueado con la Rusia de Putin y quiere luchar contra su ejército invasor. “Traté de comprar un arma pero me dijeron que era demasiado viejo; al menos quiero uno de estos para tirársela a los cabrones”, dice con una carcajada que demuestra hasta qué punto Putin ha dañado el afecto que sentían por Rusia hasta los más mayores.

La furgoneta termina dando media vuelta antes de llegar al lugar del tiroteo, con la guardia nacional acordonando el puesto de control en el último momento. La historia del grupo de saboteadores rusos es otra denuncia que no se puede confirmar.

Según Balasynovych, aunque es importante que Ucrania no se rinda, sería bueno que las negociaciones con Rusia llevaran a algún tipo de solución intermedia que evite el trauma de un conflicto prolongado. “La gente solía pensar en un coche o en un iPhone nuevos, pero nadie pensaba en la paz. Ahora soñamos con ella. Cuando los ancianos se deseaban la paz, no entendíamos lo que querían decir; ahora sí lo sabemos”.

Traducción de Francisco de Zárate

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