A 24 horas de la votación decisiva de este martes, todo está como el pasado 16 de noviembre. O como el 14 de diciembre. O como el 25 de noviembre. En realidad, nada se ha movido desde el acuerdo de 585 páginas firmado entre el Gobierno británico y la UE, el mismo acuerdo que fue fulminado por los Comunes en una derrota histórica el 16 de enero.
Y no hay nada nuevo, fundamentalmente, porque los diputados británicos han sido capaces de tumbar todo tipo de iniciativas, pero han sido incapaces de reunirse mayoritariamente en torno a una propuesta que Theresa May pueda llevar a Bruselas: May no tiene nada concreto porque en realidad los Comunes no le han dicho qué quieren.
Ni los británicos saben qué hay que retocar exactamente en el acuerdo de retirada para poderlo votar, ni tampoco saben qué relación futura quieren con la UE para poder diseñarla a tiempo de que no entre en vigor el backstop, la salvaguarda británica que tanto pavor da en Londres: como si fueran a quedarse atrapados eternamente en la unión aduanera de la UE por culpa de una frontera invisible entre las dos irlandas.
Los británicos tienen que cumplir el Acuerdo de Viernes Santo –no puede haber una frontera dura en la isla de Irlanda–, pero tampoco quieren que se parta Reino Unido: por un lado la isla de Irlanda y por otro Gran Bretaña –Inglaterra, Escocia y Gales–. Por esto último rechazaron la última propuesta agónica del negociador jefe de la UE, Michel Barnier, el pasado viernes: porque permitía a Reino Unido salirse de la unión aduanera cuando quisiera, pero eso significaría la frontera entra las islas, anatema para Londres.
Así, pues, este lunes, a 24 horas de la primera de las votaciones decisivas que afronta May esta semana, nada hace indicar que podrá llevar ningún plan nuevo y que sufrirá una sonora derrota. “Siguen los contactos a nivel técnico, pero no hay prevista ninguna reunión política esta semana, si bien en la Comisión Europea siempre estamos abiertos a todas las reuniones”, ha afirmado este lunes el portavoz del Ejecutivo comunitario, Margaritis Schinas.
El domingo por la noche hablaron por teléfono Theresa May y el presidente del Comisión Europea, Jean Claude Juncker, y, según lo relatado por Schinas, no hicieron mucho más que ponerse al día de lo negro que se presenta el panorama: no hay novedades, no hay reuniones, no hay propuestas encima de la mesa. No hay nada, salvo rumores que las partes no confirman de una reunión in extremis este lunes por la noche. De momento, Juncker y May han vuelto a hablar por teléfono al mediodía, sin que hayan trascendido avances. “La situación es fluida”, dicen fuentes británicas. “Seguimos trabajando y hablando”, dicen fuentes comunitarias.
Y la fecha prevista de salida del Reino Unido de la UE sigue siendo el 29 de marzo.
“Nuestro plan A es que Reino Unido se vaya con acuerdo de la UE el 29 de marzo”, ha dicho Schinas. Pero, a día de hoy, es el escenario más improbable de todos. Tal y como están las cosas, lo más probable es que May, si no pospone la votación, pierda el martes; lo siguiente, es que el miércoles los comunes voten en contra de un Brexit sin acuerdo y que, el jueves, voten a favor de posponer la salida del Brexit.
Y, en pleno Torneo de las 6 naciones, los diputados británicos den una patada hacia adelante, como en el rugby: pero el ensayo debe llegar, como mucho, antes del 2 de julio, día de la constitución del nuevo Parlamento Europeo, para que no se produzca la paradoja de que un Estado miembro de la UE no tenga representación en la Eurocámara.
Pero, claro, de aquí al 2 de julio hay muchos meses: suficientes para que May dimita y convoque elecciones; o para que se convoque un nuevo referéndum, bandera que ha empezado a coger, aunque tímidamente, el líder de los laboristas, Jeremy Corbyn, quien está intentando que el ruinoso proceso del Brexit acabe por tumbar al Gobierno de May y devolviendo Downing Street al Partido Laborista.