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Peter Norman, el tercer hombre en la icónica foto del black power en México 68

Peter Norman no levantó el puño como Tommie Smith y John Carlos, pero sí lució en el pecho la insignia del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos.

Javier Martín Galindo

21 de julio de 2021 22:25 h

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Por su significado y trascendencia, se trata de una de las imágenes más poderosas de la historia del deporte. La fotografía de Tommie Smith y John Carlos en el podio del Estadio Olímpico de Ciudad de México, ambos con las miradas fijas en el suelo y los puños enguantados apuntando al cielo, mientras suenan los acordes del himno de los Estados Unidos, se ha convertido en un icono del siglo XX.

Los dos atletas estadounidenses acababan de ganar el oro y el bronce en los 200 metros de los Juegos Olímpicos de 1968 y decidieron escenificar un gesto ante el mundo entero, pero su osadía tuvo consecuencias. El precio inmediato por protestar por la discriminación racial y reivindicar los derechos civiles de las minorías étnicas fue tener que abandonar inmediatamente la Villa Olímpica. El precio a largo plazo fue peor: la marginación y el rechazo.

La historia de Smith y Carlos está muchas veces contada, pero en la célebre fotografía hay un tercer protagonista que suele pasar desapercibido, Se trata del australiano Peter Norman, que había conseguido la medalla de plata, intercalado en la línea de meta entre Smith y Carlos. La actitud de Norman en la foto del podio parece ser la habitual, alejada del ademán reivindicativo que muestran sus dos rivales en la final. Sin embargo, a veces, las apariencias engañan. El australiano no se limitó a ser un simple convidado de piedra en el podio del black power, y su vida y su carrera también se verían marcadas por aquel acontecimiento.

Octubre de 1968: el mundo está cambiando

A change is gonna come, cantaba Sam Cooke en 1964 como denuncia contra el racismo y testimonio de lo que se estaba gestando en Estados Unidos. La canción fue adoptada en seguida por el Movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos y se convirtió en la banda sonora de una época convulsa. El 4 de abril de 1968, solo seis meses antes de celebrarse en México los Juegos Olímpicos, había sido asesinado a tiros Martin Luther King, el gran impulsor del movimiento. En otoño de 1968, el país se encontraba en plena ebullición debido al creciente clamor a favor de las libertades sociales. Un cambio estaba llegando, pero era desesperadamente lento.

No eran ajenos al estado de agitación general los atletas afroamericanos de Estados Unidos, héroes nacionales en el estadio pero ciudadanos de segunda al abandonar la pista. Durante los meses previos a los Juegos, el colectivo se planteó seriamente no acudir al evento para dejar patente su descontento y su hartazgo, pero finalmente se descartó el boicot. También se desechó una protesta común y se resolvió que cada deportista tuviese libertad para hacerlo a su manera.

Tres hombres en el podio

Una vez en México, dos días antes de que Bob Beamon ejecutara su estratosférico salto hacia el futuro, sus compañeros Tommie Smith y John Carlos se disputaban la victoria en la prueba de los 200 metros lisos. Los dos corredores estadounidenses eran los dominadores de la distancia y los grandes favoritos para la final. No obstante, en la misma línea de meta, un semidesconocido velocista australiano adelantó a Carlos y se coló en el segundo escalón del podio. Contra todo pronóstico, Peter Norman conseguía la plata, batiendo además el récord nacional de su país, vigente aún hoy.

Concluida la carrera, llegó el momento para la historia. La protesta se fraguó justo antes de la entrega de medallas, en la sala donde los tres atletas aguardaban la ceremonia. Peter Norman no se mantuvo al margen de la conversación de los dos atletas estadounidenses, sino que les brindó su apoyo y manifestó su intención de sumarse al acto. Smith y Carlos lucían en el pecho sendas insignias del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos (OPHR, en sus siglas en inglés), una organización creada por los atletas afroamericanos para alzar la voz contra el racismo en el mundo del deporte, y Norman les preguntó si tenían otra para él. Finalmente, Paul Hoffman, componente del equipo de remo estadounidense y miembro también del OPHR, le dio su insignia y con ella subió Norman al podio para recibir su medalla.

Se podría pensar que la reivindicación de dos negros estadounidenses le resultaba lejana a un deportista australiano de raza blanca. Sin embargo, Norman tenía también muy presente el racismo que en su propio país se ejercía contra los aborígenes y su sentido de la justicia le empujó a sumarse a la protesta. La participación de Norman sirvió además para universalizar el gesto. Ya no se trataba solamente de una reivindicación particular de la comunidad negra estadounidense, sino que involucraba a cualquiera que creyera en la lucha por la igualdad. Tommie Smith resumió la conducta del atleta australiano: “Aunque él no levantó el puño, levantó la voz”. “Yo esperaba ver miedo en los ojos de Norman, pero en lugar de ello vi amor”, recordaba tiempo después John Carlos.

Repudio, olvido y restitución

Smith y Carlos fueron apartados del equipo americano y expulsados inmediatamente de la Villa Olímpica. Al regreso a Estados Unidos, llegó el oprobio y la marginación, tanto deportiva como social. Sufrieron amenazas de muerte, sus amistades se esfumaron y encontrar un trabajo se convirtió en una odisea.

El gesto de Peter Norman también le valió el repudio de la sociedad australiana de la época. Pese a lograr de forma holgada la marca mínima para participar en los siguientes Juegos Olímpicos, Munich 72, el equipo australiano decidió dejarlo fuera. Ninguna razón deportiva podía justificar tal decisión. No volvió a competir después de esa decepción y siguió ignorado en su país durante el resto de su vida. Fue el gran ausente en los actos celebrados con motivo de los Juegos Olímpicos de Sidney en 2000. Las autoridades del país organizador no se acordaron del mejor velocista de su historia. 

Norman falleció en 2006, víctima de un ataque al corazón, sin que en su país se le reconociera su contribución a la batalla contra el racismo. En su funeral, mientras sonaban los acordes de la banda sonora de Carros de fuego, Tommie Smith y John Carlos portaron hasta la tumba el féretro del que fue un día rival, más tarde cómplice y finalmente amigo.

Por fin, en 2012, el parlamento australiano aprobó una moción para disculparse y restituir la imagen del atleta olvidado: “Nos disculpamos ante Peter Norman por el daño causado por Australia al no enviarlo a los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, a pesar de haber logrado repetidamente la clasificación, y reconocemos tardíamente el poderoso papel que Peter Norman jugó en la promoción de la igualdad racial”. En 2019 la ciudad de Melbourne levantó una estatua en honor al atleta que una tarde de octubre, en Ciudad de México, decidió sumar su granito de arena a la lucha por la igualdad y los derechos humanos. Un reconocimiento tardío, pero absolutamente necesario.

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