El empoderamiento de Colette
En el París del 1900, en especial en los efervescentes círculos de artistas, se bebía la modernidad, se comía desparpajo y se respiraba rebeldía. Todo estaba por hacer, todo parecía deslumbrar, y sin embargo por lo general las mujeres continuaban encorsetadas, tanto literal como metafóricamente. Es una feliz coincidencia el hecho de que el filme Colette, coescrito y dirigido por Wash Westmoreland (Siempre Alice, 2014), llegue en plena revuelta de los movimientos #TimesUp y #MeToo, porque la escritora Sidonie-Gabrielle Colette, mejor conocida como Colette, fue una pionera de los derechos de las féminas, una mujer que nadó contra la corriente de las convenciones sociales de la época y que se convirtió en un referente de la fuerza femenina.
Protagonizada por Keira Knightley y Dominic West, en esta biopic Wash Westmoreland pone acertadamente el foco en el proceso de empoderamiento de Sidonie-Gabrielle (Knightley), en cómo poco a poco deja de ser la vivaracha chica de largas trenzas que se casa con el carismático, vividor y desastroso Henry Gauthier-Villars “Willy” (magníficamente interpretado por West), para convertirse en la figura que pasó a la historia. Del campo a la convulsionada París. Del seno familiar, a manos de un esposo de cierta fama y dudosísima reputación. Poseedora de un increíble talento para la escritura, Willy animó a Gabrielle a escribir, y durante varios años hizo las veces de ghost writer de su marido, quien firmó las famosas y exitosas historias de Claudine (1900-1903), que causaron revuelo en Francia.
En Colette se puede apreciar el desmoronamiento de la relación de complicidad entre la pareja, pero sobre todo cómo Gabrielle dejó de vivir bajo la sombra de Claudine para dar paso a la Colette que quiso compartir su vida con Missy (Denise Gough) y firmar con su nombre su producción literaria, muy a pesar del “nadie lee a mujeres escritoras”, tal como esquivaba Willy su demanda de coautoría. En el crecimiento y desarrollo de Colette como mujer y artista, Keira Knightley provee a su interpretación de una bien elaborada y delicada gama de matices; encanta con la ingenuidad de la Gabrielle de la campiña, y convence como la Colette decidida a comerse el mundo, o al menos a pisar fuerte para hacerse sentir.
Más allá de que a Knightley le sienten muy bien los filmes de época, en Colette,
presentada en el Festival de Cine de Zürich tras su paso por Sundance y Toronto,
consigue un desempeño notable, a la altura y sencillamente inolvidable.