Espacio de opinión de La Palma Ahora
Tanausú en el olvido (I)
Tanausú, capitán del cantón de Aceró, defendió hasta la extenuación su tierra de la invasión protagonizada por unos personajes que llegaron allende los mares. Tras tenaz y heroica defensa de sus impresionantes dominios fue capturado, mediante una vil traición, en la Fuente del Pino (Barranco del Riachuelo. El Paso). Tras ser conducido a la desembocadura del Barranco de Las Angustias, fue cargado de cadenas y embarcado en una carabela hacia la Península Ibérica para ser mostrado, como trofeo, a quienes financiaron y promovieron la conquista de Benahoare. Pero Tanausú no estaba dispuesto a ser exhibido como si de una alimaña se tratase y tuvo un último gesto de valor y coraje dejándose morir de inanición durante la travesía.
Este episodio trágico de la Historia de La Palma, y en contra de lo que muchos puedan pensar, no es una leyenda, puesto que aparece fielmente relatado en los escritos que dejaron los cronistas de la conquista. Su sacrifico voluntario no tiene parangón en la anexión de Canarias a la Corona de Castilla. Además, defendió a su gente, protegida por los precipicios de Aceró, hasta la extenuación. Pues bien, a pesar de todo ello, Tanausú ha sido absolutamente olvidado por sus paisanos. Y este desprecio, a nuestro juicio totalmente injustificable, no es nuevo, sino que se ha mantenido durante los últimos 500 años, salvo por escasos ejemplos que estudiaremos en la tercera parte de este artículo. Parece como si los palmeros quisiésemos renegar de su memoria, recluyéndola al más oscuro de los ostracismos.
Sin embargo, a todos los palmeros se nos “llena la boca de agua”, especialmente cuando estamos fuera de Benahoare, a la hora de hablar de su tenacidad, resistencia y sacrificio en defensa de su pueblo ante una horda que sólo pretendía esclavizarlos o masacrarlos para ocupar y explotar sus feraces dominios. Es posible que hasta nos sintamos orgullosos de pensar que podríamos pertenecer a su estirpe. Pero ese sentimiento sólo se manifiesta en conversaciones o en escasas obras literarias de las que apenas se ha dado difusión.
Los hechos, desgraciadamente, corroboran este último aserto, es decir, que su memoria apenas ha calado en nuestra sociedad, ni siquiera en el apartado de los antropónimos. Sólo basta con que se hagan una reflexión: ¿cuántos palmeros conocen con el nombre de Tanausú?. Seguramente, y al igual que nosotros, a ninguno. Existen más Tanausú en otras islas, en cualquier caso meramente testimoniales, que en la propia tierra que le vio nacer y morir. Resulta llamativo y, a la vez, muy sangrante, que este personaje, a nuestro juicio el más importante y relevante que jamás ha vivido en Benahoare en sus más de 2.000 años de prehistoria-historia, sólo haya merecido un ínfimo reconocimiento que no va más allá de algún callejón, calle o plaza que, en la inmensa mayoría de los casos, se ubican en lugares poco significativos de los escasos municipios que han tenido a bien tener un pequeño detalle con su memoria. Seguramente, muchos de ustedes no compartan esta opinión, si bien me gustaría preguntarles que a cuántos palmeros conocen que hayan defendido a sus paisanos y su tierra, sin esperar nada a cambio, para sólo hallar dolor, sacrificio y olvido. Nadie, nadie, en esta desagradecida isla, ha hecho tanto por su gente como Tanausú. Su grito de desesperación y valor: Vacaguaré, no fue suficiente para que su llama continuase prendida en algún rinconcito de nuestros corazones.
Y si no hemos sido capaces de reaccionar ante su gesto inconmensurable de amor a su patria, mucho menos nos ha importado la conciencia, posiblemente porque durante muchísimo tiempo se nos ha intentado convencer de que sólo se trataba de “salvajes”. Sus sufrimientos, sus desvelos, sus esperanzas y su sacrificio han sido sistemáticamente obviados por todos los estamentos sociales. La destrucción y olvido de su memoria han sido tales que parece como si nunca hubiese existido y todo fuese producto de la imaginación de un reducido grupo de exaltados, radicales o independentistas. Nadie se acuerda de Tanausú pero, eso sí, somos los únicos isleños que, a día de hoy, seguimos paseando el pendón de la conquista como si de un trofeo se tratase, olvidándonos de los sufrimientos y la sangre sobre los que se gestó.
Antes de continuar queremos hacer un inciso para que no se nos malinterprete y se ofendan. Pero, bueno, allá cada cual con sus sentimientos o ideas y como decimos en La Palma “al que le pica que se rasque”. En este artículo no pretendemos opinar o criticar la calidad artística de las obras ni de sus autores a las que hagamos referencia, entre otras razones porque no tenemos autoridad suficiente para hacerlo y, al mismo tiempo, carecemos de la formación artística necesaria para opinar sobre estas cuestiones. Por otro lado, tampoco es nuestra intención criticar una serie de actuaciones que han llenado La Palma de monumentos auspiciados con la mejor de las intenciones pero que, en nuestra opinión, tienen una ubicación o una temática cuando menos cuestionable. Solamente nos duele, y por ello así lo expresamos, que se haya “sembrado” la isla con esculturas a personas, animales, episodios históricos, elementos naturales, figuras abstractas inclasificables que, muchas veces, ni siquiera tienes título o autor, y nos hayamos olvidado, casi completamente, de recordar a Tanausú. Porque, señores promotores y autoridades, de nada sirve explicar en los medios de comunicación que significan las obras de arte, si luego nos olvidamos de plasmarlo junto al propio monumento. Por tanto, no debería extrañarles que, con toda la razón del mundo, nos preguntemos qué demonios significan algunas de las obras artísticas que jalonan los paisajes palmeros.
En el resto de las islas se han creado monumentales y espléndidas esculturas de personajes aborígenes que, además, se han emplazado en sitios emblemáticos y gran afluencia de personas. Sentimos sana envidia cuando visitamos esos lugares (Candelaria, La Matanza, La Laguna, etc.) y vemos como esos canarios se sienten orgullosos de su pasado y no reniegan de episodios y gestas que han conformado su espíritu y su idiosincrasia. Sólo queremos recordar, por si alguien aún no lo sabe, que los benahoaritas medraron en Benahoare (“Mi tierra”) durante, como mínimo, 1.700 años. Nosotros apenas si llevamos 500 años sobre el mismo espacio y no tenemos el más mínimo reparo en destrozar, mutilar e ignorar su legado cultural y, lo que aún es peor, negándoles su memoria.
Sólo en Benahoare nos hemos olvidado completamente de hacer un homenaje a nuestros antepasados en forma de una escultura que recuerde su memoria en un paraje emblemático que sea fácilmente accesible. Algunos, sin duda, estarán pensando que ya tienen suficientes recordatorios en el Museo Arqueológico Benahoaritas o en los Parques Arqueológicos de Belmaco (Villa de Mazo) y La Zarza-Zarcita (Garafía). Y, hemos de reconocer que, en parte, tienen razón, al menos si tenemos en cuenta los últimos años. Pero en esos centros de interpretación sólo se cuenta una parte de la historia y, en ningún caso, se resalta la extraordinaria figura de Tanausú. Las razones de este olvido, plenamente consciente, son complejas y difíciles de entender. Aunque nos duela reconocerlo, si en algún lugar de Canarias tiene sentido el término de “aplatanados” es en La Palma. Llevamos muchísimo tiempo a la cola del Archipiélago en innumerables asuntos que no bien a cuento, pero que están en la memoria de todos. Sólo baste recordar que acaba de salir a la luz un dato para la reflexión: somos la única isla del Archipiélago que pierde población. Y, lamentablemente, a nadie le importa o, al menos, no hemos visto reacciones de ningún tipo, posiblemente, porque hemos sido incapaces de luchar por cuestiones vitales para nuestro desarrollo. En La Palma, por ejemplo, no existe una Historia Insular, sólo historias locales o de períodos muy concretos, y nos seguimos mirando el ombligo, y dándonos por satisfechos, con los datos que nos aporta Juan Bautista Lorenzo Rodríguez de, nada menos, que finales del siglo XIX. La explicación, para quienes quieran verla, se puede extraer de los escasos libros de historia sobre la isla. Los palmeros siempre hemos estado sometidos y dominados por élites sociales y culturales, tanto de derechas como de izquierdas, que sólo les ha interesado mantenernos sojuzgados bajo su poder. Hasta no hace mucho tiempo hablar de los benahoaritas, y mucho más de Tanausú, era considerado obra de extremistas, independentistas o radicales, un término que está de rabiosa actualidad. Hasta 5º de carrera, en 1985, al menos en nuestro caso, nos habían obviado completamente la existencia de un pueblo que nos precedió en el tiempo. Y aunque las cosas han cambiado, algo, todavía hoy tenemos que soportar expresiones despectivas como que eran “salvajes” o “sólo dejaron cuatro piedras”. Y esos lo siguen pensando muchos más de los que ustedes se piensan, incluso, personas con carreras universitarias. Y no crean que estamos exagerando. En más de una ocasión se nos ha cuestionado la defensa a ultranza del legado patrimonial de, aunque a muchos les cueste reconocerlo, nuestros antepasados aborígenes de los que, al menos en nuestro caso, nos sentimos muy orgullosos. Y, aunque su sangre no corra por nuestras venas, compartimos con ellos su pasión por defender su isla de ataques de todo tipo que amenazan el futuro de quienes sobrevivimos sobre este diminuto, pero maravilloso, peñasco en medio del Atlántico.
El olvido de Tanausú es, si cabe, más llamativo y sonrojante si tenemos en cuenta que los palmeros tenemos una afición desmesurada a hacer homenajes, reconocimientos y esculturas por todos lados y de todo tipo. Entre Mirca y las Curvas de San Juanito, en Tenagua, no encontramos con nada menos que cuatro monumentos, y hasta es posible que nos olvidemos de alguno. Existen ejemplos, como el de los mártires de Tazacorte, cuya única relación con esta isla es que vivieron algunos días en Tazacorte y fueron masacrados por piradas en aguas de Fuencaliente, en los que se multiplican los recordatorios: reliquias y cuadros en la ermita de Las Angustias o Las Nieves, depósito de cruces en el fondo del mar frente a la Punta de Fuencaliente y, por si eso no fuera suficiente, hace apenas unos meses, se ha levantado un monumento junto al Faro de Fuencaliente. Los palmeros somos tan “madreros” que las autoridades de los Llanos de Aridane y Breña Baja no han dudado en hacer un reconocimiento a las féminas, ¡como si fuese necesario recordarnos su papel en todos los ámbitos de la vida, sobre todo en La Palma!.
De Tanausú nadie se acuerda, ni lo menta. Pero nadie nos podrá acusar de desagradecidos. Nuestra isla está llena de una ingente cantidad de monumentos dedicados a diferentes bichos: grajas (Llano de Las Cuevas. El Paso), vacas de la tierra (San Isidro. Breña Alta), palomas de la paz en La Grama (Breña Alta), un pulpo al que creemos le sobra algún rejo (Puerto de Tazacorte), podencos canarios (La Galga. Puntallana), etc. Pero Tanausú no ha merecido ni el más leve recordatorio a pesar de que, incluso, no tenemos empacho en recordar a nuestros paisanos de otra isla, como a los gomeros, junto a la vera del Barranco de Los Gomeros. (Santa Cruz de La Palma).
Algunos monumentos son tan abstractos o indefinibles que nos dejan totalmente perplejos como los “menhires” o piedras hincadas en la recta de Padrón (El Paso), que ya nos gustaría saber qué demonios significan; el jardín de Las Hespérides junto al Barranco de La Galga (Los Galguitos. San Andrés y Sauces) en el que, al menos, se podría haber colocado una plaquita explicándonos por qué se escogió ese emplazamiento y qué significan ambas esculturas. En algunos casos, como el monumento al Universo, en el Lomo de Tajadre (Cumbres de San Andrés y Sauces), el pueblo le ha puesto un título algo menos “científico” y más mundano, puesto que ha pasado a convertirse en la Polla de César. Y es que no somos nadie en La Palma para los nombretes. Si los autores o las autoridades no le ponen título, ya nos encargaremos nosotros de dárselo, tal y como ha ocurrido con la figura humana que aparece en la Calle Díaz Pimienta, en Los Llanos de Aridane, que para el vulgo no es otro que Rosendo (si, ese mismo, el de Las Haciendas de Argual y Tazacorte); etc, etc.
No hay que ser un lince para darse cuenta de que la inmensa mayoría de ellos están situados en rotondas o junto a carreteras. A los políticos palmeros, desde hace unos años, les ha entrado la fiebre de inaugurar las vías de comunicación con la colocación de esculturas, vengan o no a cuento. Esta moda, que pensábamos sería pasajera, se ha institucionalizado de forma permanente, hasta el punto que no hay carretera que se precie que no tenga su monumento. Así que, garafianos, por si aún no se habían dado cuenta, han comenzado a dejar de ser palmeros de segunda porque la proliferación de esculturas junto a sus carreteras ha crecido sustancialmente en los últimos años: Mirador de Tanausú, cabeza de La Zarza, cruz y grupo ganadero en San Antonio del Monte, etc. Y todo parece indicar que en los próximos años asistiremos a nuevas inauguraciones.
En los ejemplos que citaremos seguidamente, queremos dejar constancia de que no entramos a cuestionar la talla intelectual y el prestigio de los homenajeados o la idea en sí, que nos parece acertada. Nuestras dudas estriban en el hecho de que se reconozca a personajes que no han aportado absolutamente nada al desarrollo de esta isla. Nos preguntamos si en La Palma no existen personas con la suficiente categoría para merecer un sincero reconocimiento de sus paisanos. Estamos convencidos de que si los hay y muchos de ellos están en la memoria de todos, aunque las envidias, las venganzas y el rencor los han recluido al olvido más escandaloso.
Porque, eso sí, a los palmeros nos encanta ser ciudadanos del mundo y nada mejor para imbuirnos de ese espíritu que levantar esculturas o recordatorios a personajes ilustres que nos han visitado con la esperanza, vana, de que se acuerden de nosotros. Así, no tenemos empacho en hacerle una escultura a una poetisa china cuya única relación con La Palma es que tuvo la desgracia de que su compañero se ahogó frente a las costas de La Fajana (Barlovento); colocamos una placa conmemorativa en Santa Cruz de La Palma a Winston Churchill, quien tuvo la delicadeza de desembarcar por la punta del muelle y aceptar como regalo una caja de puros, eso sí, palmeros, ¡aunque vaya usted a saber!. Y por si no fuera poco, ahora le vamos a hacer un monumento a Guillén Peraza, un esclavista asesino que sólo venía a Benahoare en busca de esclavos y cuyas “Endechas a la muerte de Guillén Peraza”, por si aún no se han dado cuenta, no es otra cosa que una auténtica maldición para la isla que, por otro lado, se ha cumplido con creces en los últimos 500 años años: “tus campos rompan tristes volcanes”. Del pobre Tanausú nadie se ha acordado, pero no tenemos empacho en inmortalizar a quien lo masacraron y erradicaron su cultura. Se murió Gunther Gräs, y como pasó algunos días de vacaciones en la isla, se le quiere hacer otro monumento en Puntallana, cuyos aires saludables, con toda seguridad inspiraron sus mejores obras. No sé si nuestras autoridades han pensado detenidamente en las consecuencias de la implantación de estos monumentos de talla internacional. No nos extrañaría que no hiciese falta el tsunami de Simón Day para que la isla se hunda porque la avalancha de turistas chinos, ingleses, gomeros y alemanes será de tal magnitud que Benahoare se hundirá dejando paso, ¡Dios lo quiera! A San Borondón. Para Tanausú jamás se ha aportado un céntimo para recordar su memoria pero, en cambio, somos tan espléndidos que le regalamos a un artista vasco 160.000 euros para ejecutar una obra que sólo los dioses saben en qué va a consistir. Con ese dinero se podría convertir el Barranco de La Luz (Garafía) en un parque arqueológico-etnográfico sin parangón en el resto del Achipiélago Canario, por ejemplo.
En fin, espero que nadie se nos mosquee. Se trata de disquisiciones producto de una calentura de verano. Y por si alguien aún no nos ha entendido no estamos, ni queremos hablar de política, sólo pedimos que, de una vez por todas, se haga el reconocimiento a que es acreedor, y que con toda justicia se merece, Tanausú, capitán de Aceró. Sinceramente, creemos que se lo debemos.