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Alejandra cumplió 9 años y toda la calle salió a cantarle desde los balcones

Alejandra, en el centro, junto a su familia en el balcón de su casa. / Marta Maroto

Marta Maroto

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Los aplausos de las ocho duraron unos minutos más de lo normal en aquel tramo de la larguísima calle Embajadores. El martes Alejandra cumplió 9 años y todos sus vecinos salieron a cantarle a los balcones.

Con pancartas de felicitación, algunos disfrazados y otros agitando osos de peluche, decenas de personas compartieron con la pequeña, risueña aunque escondida tímida entre los brazos de su madre, un cumpleaños diferente sin salir de casa.

Alejandra tiene ganas de contar cómo pasó su cumpleaños. Es su primera entrevista con un medio de comunicación y cuenta, desde el balcón de su casa, que todas las tardes sale junto a su familia a aplaudir “a los médicos por el trabajo que están haciendo”. Es muy consciente del alcance y efectos de esta crisis mundial sanitaria, ve las noticias a diario, tiene familiares en otros países, que tampoco pueden salir, y hace poco una compañera suya contrajo la COVID-19 y pasó varios días con una fuerte neumonía. “Siempre quedábamos juntas a comer y jugábamos”, recuerda.

Días previos al cierre de los colegios, en el suyo comenzaron a aparecer carteles indicando cómo taparse al toser y recordando a los niños que se lavaran habitualmente las manos. Le dio algo de pena tener que dejar de ir a clase porque dejó de ver a sus amigos, pero reconoce que el confinamiento “tampoco es tan malo, porque te puedes quedar en casa cocinando o pintando”.

Su madre, Mercedes, sale de vez en cuando a ayudar a sus padres y a hacer la compra, y su padre, Raúl, sigue teniendo que ir a su puesto de trabajo –en el sector de la banca, donde muchas personas no tienen la opción de teletrabajar–. Así que Alejandra y su hermana mayor, Patricia, de 14 años, han tomado posición y colaboran mucho más en las tareas domésticas. “El otro día cuando llegué me emocioné, las dos habían limpiado todas las habitaciones”, cuenta Mercedes.

Pintando, haciendo los deberes que el colegio le manda por Internet y en sesiones maratonianas de juegos con su hermana, así pasa Alejandra su cuarentena. Hasta que llegó su noveno cumpleaños, el último día de marzo, y todo el barrio se volcó en celebrarlo. “Por el día me felicitaron todos pero se callaron la sorpresa de más tarde”, cuenta asomada de puntillas. Pasó horas contestando llamadas y por la tarde le mostraron un vídeo que recogía las felicitaciones enviadas por sus amigos y familiares: “Duraba más de 15 minutos”, señala Patricia.

Y después, llegadas las ocho, la sorpresa fue mayor cuando la calle entera le cantó el cumpleaños feliz. El día anterior sus vecinos, Blanca y Juan Luis, que tienen tres niños de edades muy parecidas y son amigos de la familia, sacaron un cartel gigantesco en el que avisaban de la fiesta para Alejandra. Y surtió efecto, cuenta Blanca desde la terraza, que vive en un piso más arriba y tiene que hablar más alto para que su voz llegue a la calle. Al día siguiente, puso una nueva pancarta felicitando a la pequeña e incluso hizo una lista de canciones que resonaron en todo el barrio.

El cumpleaños de Alejandra, charlan las dos familias, sirvió para generar un ambiente de mayor complicidad en el edificio y con los inquilinos de las viviendas de enfrente. Ahora se saludan más, se preguntan los nombres, por su salud y por la de sus personas cercanas. Se ha creado una sensación de unidad y comunidad que arrastra con optimismo a Madrid: músicos que comparten su arte desde las terrazas, carteles de apoyo a la sanidad pública, charlas a distancia desde las ventanas con los vecinos que pasean al perro… En mitad de esta crisis que confina al mundo entero, el tiempo parece haberse parado dentro de las casas y se estira pidiendo más escucha y menos prisa.

Cuando todo esto termine, Alejandra va a volver a abrazar a sus abuelos, a quienes echa mucho de menos y con cuya felicitación por teléfono se emocionó. E irá al campo para celebrar tardíamente su fiesta. Le gustan los animales y montar a caballo, tanto que de mayor dice que quiere ser granjera –“Y nos hemos venido a vivir al centro de Madrid…”, sonríe entre dientes Raúl, su padre.

Antes de cerrar el balcón, y seguramente inventarse juegos con su hermana hasta la hora de cenar, Alejandra lanza un mensaje para el resto de niños que, como ella, esperan pacientes la vuelta de la normalidad. Y para los padres que luchan por salir adelante con el mejor ánimo pese a la incertidumbre: “Que seguro que esto acaba pronto y que se queden en casa”.

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