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La donación de sangre se va de vacaciones mientras los hospitales la siguen necesitando: “Los pacientes no esperan”

Dos mujeres donan sangre en el Centro de Transfusión de Madrid.

Aurora Santos-Olmo

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Amanece un día cualquiera de verano en Madrid. A las 10.30 de la mañana, el calor ya casi ha terminado de imponerse y ha ganado al ligero fresco que se respiraba a primera hora en la ciudad. En el Bulevar José Prat, una calle del barrio de Valdebernardo, las terrazas tienen algunas mesas ocupadas por personas que están desayunando mientras observan cómo otras realizan tareas cotidianas en esa misma acera de la calzada, como ir al banco o a comprar. Andando en línea recta, al final del camino, está el Centro de Transfusión de la Comunidad. En la última semana de julio ha hecho un llamamiento “urgente” a los ciudadanos para que se acerquen a donar: hay cuatro grupos en alerta roja y la situación podría pasar a ser “crítica” si no se responde. 

“En Madrid lo habitual es que necesitemos 900 donaciones diarias. Es lo que consumen los hospitales”, habla Pilar de la Peña, enfermera y responsable del Área de Promoción en el Centro de Transfusión. Aunque la caída en las donaciones sea algo que ocurre cada época de vacaciones, como la estival, la Navidad o la Semana Santa, por el éxodo de los ciudadanos, en la primera parte del mes de julio han bajado cerca de un 20% en comparación con el mismo periodo de 2021. Tras el reclamo, en la segunda quincena el descenso ha sido del 6%. “La pequeña subida de la última semana se debería mantener para poder recuperar las reservas. En estos momentos estamos aún en un 65% del nivel óptimo y ¡queda mucho verano por delante!”, explica.

La bajada de este año en comparación con el anterior se debe, entre otras cosas, según esta especialista, a “las dos olas de calor que hemos tenido, en las que a la gente no le apetece salir de casa, o también a la subida en la incidencia de COVID”. Esto último, dice esta enfermera, baja la presencia de donantes, porque, aunque “no hay ninguna evidencia de transmisión a través de la sangre”, tienen que esperar para no contagiar el virus a los profesionales o a otras personas presentes en el lugar. 

“Nosotros todos los días tenemos que reponer las reservas de los hospitales, por eso tenemos que tener las nuestras llenas. Porque además hay que contar con imprevistos, como accidentes de avión o de tren, o del clima, como Filomena”, dice De la Peña mientras pasea junto a elDiario.es por la primera planta del centro, donde hay varios laboratorios en los que se están analizando las muestras de días previos. “Aquí se mira si tienen virus, como el VIH o la Hepatitis B o C”, explica enseñando las máquinas. “En esta otra sala, se comprueba el grupo sanguíneo y ahí se analizan los parámetros básicos. El requisito mínimo para donar es tener entre 18 y 65 años y estar sano”.

Mientras la enfermera explica cómo es el proceso de donación, la planta de abajo va teniendo cada vez más gente. “¡Bien, sí! ¡Muchos donantes!”, celebra con una sonrisa que traspasa su mascarilla, aún obligatoria en los centros sociosanitarios. “Parece que el tirón está funcionando”, dice, para añadir que, a pesar de todo, sigue sin ser suficiente. “Cuando vienes aquí se te da un cuestionario con tus datos de filiación, salvo que ya hayas donado antes, y se te pide que respondas a unas preguntas sobre salud y hábitos de vida, después pasas a consulta con un médico y ya estás listo”. 

Una decena de sillones ocupan la sala de donaciones. A sus lados, máquinas y sacos preparados para extraer la sangre y enfermeras que se encargarán de llenarlos y custodiarlos. Aunque el perfil medio del donante en la región es el de un varón de unos 45 años, a las 11.30 horas hay tres jóvenes en tres de los sofás, a los que se sumarán otros que se irán prodigando a lo largo de la mañana y la tarde.

“Yo estoy encantado”. Sergio tiene 20 años y lleva proporcionando sangre desde que cumplió 18. Ha acudido al Centro de Transfusión, que le pilla “al lado”, con otro amigo de la misma edad. Ambos donan cuatro veces al año, el máximo permitido en hombres. Las mujeres pueden hacerlo una menos, porque, expresa De la Peña, tienen menos glóbulos rojos y “hasta cierta edad” pierden mensualmente sangre con la menstruación, que hay que reponer. 

“Me parece que esta es una buena labor”, dice Sergio mientras aprieta una pequeña pelota en forma de gota azul que sostiene en su brazo izquierdo, del que le están extrayendo la sangre. El joven explica que no dona porque lo viese en su entorno, sino porque era algo que tanto él como su grupo de amigos querían hacer nada más cumplir 18. “Dentro del campo sanitario esto es lo más sencillo para ayudar. Se puede donar órganos también, pero ya es más complicado. Hay que morirse y como que no es plan”, bromea. “Tiene delito no venir, sinceramente”.

En la parte de enfrente, al lado de la vitrina que conecta la sala a la que se acude para reponerse después de donar, en otro de los sofás está Alejandro. Es uno de los amigos que viene con Sergio a proporcionar sangre y lleva también haciéndolo desde los 18 años. “Yo he dado una vez más que él, porque cumplo en agosto”, expresa. El joven dice “comprender” que haya menos donantes en verano y destaca lo positivo de que haya autobuses en las universidades: “Cuando va se llena muchísimo, porque hay mucha gente a la que le da pereza y miedo y yendo con amigos, te animas y además en el campus está todo el mundo”, indica. “Nosotros donamos cuatro veces al año. No nos cuesta nada”. 

Rozando el mediodía, la presencia de jóvenes en la sala rompe la estadística media de varón de más de 45 años, pues de los seis donantes que hay en ese momento, solo uno encaja con ese perfil. Al fondo, Jia y Marimar están dando plasma. La primera tiene 19 años y la segunda, 37. La mujer confiesa que, aunque “siempre” quiso donar, fue atrasándolo por diferentes cuestiones, como la maternidad o una pequeña operación. “Me decidí a hacerlo un día que estaba en el Gregorio Marañón. Fue el año pasado, cuando a mi padre le estaban haciendo una biopsia cerebral porque tiene un tumor. Esa fue la señal, se acabaron las excusas”, explica sonriente. 

Mientras el goteo de donantes se sucede en la planta baja del Centro de Transfusión de Madrid, unos metros más allá, después de cruzar un pequeño pasillo, decenas de sanitarios trabajan con sacos de sangre obtenidos allí. “No se puede transfundir tal cual se dona”, explica De la Peña a este periódico, mientras se dirige hacia las salas de procesamiento y conservación. “Hay que seguir unos procesos para que la transfusión sea segura. Y eso aproximadamente son unas 24 horas, desde que se dona hasta que está lista”. 

“Todo eso son glóbulos rojos”, dice señalando un saco de sangre en el que los componentes están separados. “Eso son plaquetas. Si miras un poco, le echas un poquito de imaginación, verías que estaría nadando toda una capa de plaquetas y glóbulos blancos. Y todo eso que queda ahí es plasma”.

La bolsa con la que la enfermera explica los componentes sanguíneos está preparada en una máquina que los va a separar en tres paquetes individuales, pues no siempre es necesario que el paciente reciba la sangre al completo. “En el proceso, se quitan, por ejemplo, los glóbulos blancos, que no se usan en transfusión y además son responsables de algunas reacciones”.

En el ala izquierda de la sala grande donde se procesa la sangre, hay cámaras a distintas temperaturas en las que se conservan los diferentes componentes. “Es muy importante saber que tiene fecha de caducidad. No dura para siempre”, narra. En una habitación a cuatro grados centígrados De la Peña muestra los paquetes de glóbulos rojos perfectamente agrupados y etiquetados según el grupo al que pertenecen. “Duran 42 días”, apunta. No corren la misma suerte las plaquetas, que caducan a los cinco días –“siete como mucho”– y que viven a 22 grados. Lo más duradero es el plasma, que puede aguantar congelado y en buen estado hasta tres años. Para ello, en el Centro de Transfusión tienen varios congeladores amplios, donde está protegido en pequeñas cajas para no romperse, y en habitaciones a 40 bajo cero. 

Mientras los sanitarios trabajan en la conservación de la sangre, siguen llegando nuevos donantes. De nuevo, más mujeres que hombres, aunque ahora ha subido la media de edad y hay menos jóvenes. “Estoy muy bien aquí, de relax”, dice Mundil, de 56 años. La donante explica que acude regularmente, “entre dos y tres veces al año” y que se lo apunta en el calendario, para tener presente cuándo fue y en qué momento le tocará. En su caso, ha transmitido sus ganas de ayudar a sus hijos. “El año pasado cuando el mayor cumplió 18 quiso venir a donar. Ahora el pequeño está celoso porque también quiere, así que este mes de octubre, que ya podrá, vendremos aquí por su cumpleaños”, cuenta mientras sostiene una pelota amarilla y roja en su mano.

A su izquierda está Cristina. Lleva donando “desde jovencita”, ahora tiene 50 años y es enfermera en el Hospital Niño Jesús, donde trabaja con pequeños enfermos de cáncer. “¿Cómo no vas a colaborar?”, se pregunta. En su caso, sus hijos, de 18, 20 y 22 años también donan sangre. Eso quiere Marimar que hagan sus niñas cuando sean adultas. “Creo que más que religión, hay que enseñarles a que sean buenas personas por sí mismas, no porque les espere ningún castigo divino”, apunta. 

La mujer, de 36 años, hoy ha venido a dar plasma y a apuntarse como donante de médula. “Es muy importante en este caso que la gente sepa que si les llega a tocar, tienen que entrar en quirófano, porque hay quien se echa para atrás. Si te necesitan y dices que no, es una faena para todos”, explica indignada.

Aunque el goteo pequeño pero incesante de personas muestra que “se está respondiendo” a la voz de alarma, el número aún es insuficiente. “Para participar ni siquiera hay que estar en ayunas. De hecho, todo lo contrario, tienes que haber comido en condiciones”, dice Pilar. “La sangre tiene que estar esperando al paciente, no el paciente a la sangre. Tienes que tener ganas, nada más. Y poco miedo, o un miedo superable”, termina.

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